La llamada sorprendió a las autoridades brasileras. La voz de una persona joven se atribuía un delito. Habían transcurrido sólo dos días desde el incidente...
En una central telefónica rastrearon el número. Horas después Johao Sezinho era retenido en su propia casa. Lo incriminaron de abandonar un explosivo en un centro comercial. El incidente que ocupó los titulares de todos los diarios dejó tres personas gravemente heridas, entre ellas un niño que perdió la vista.
--Soy inocente. Sólo llamé para hacer una broma—argumentaba el estudiante universitario que pasará ocho meses bajo la sombra.
Aunque las autoridades de Sao Pablo corroboraron que en efecto no era el autor del atentado, se le acusó de intentar desviar el curso de las investigaciones. ¡Bien costosa le salió esta actitud que creyó graciosa!
Con frecuencia incurrimos en tremendos errores como consecuencia de ser imprudentes. Decir lo que no conviene en el momento menos indicado y en un lugar inoportuno, trae problemas. Una broma --como la del estudiante brasilero-- puede desatar dolores de cabeza. Igual un comentario en apariencia intrascendente.
Un principio de vida cristiana práctica que le invitamos a asumir desde hoy es ser muy cuidadoso con lo que se piensa o se hace. En tal sentido advirtió Salomón, uno de los hombres más sabios de la antigüedad: