Y metiendo David su mano en la bolsa, tomó de allí una piedra, y la tiró con la honda, e hirió al filisteo en la frente; y la piedra quedó clavada en la frente, y cayó sobre su rostro en tierra. Así venció David al filisteo con honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en su mano.
(1 Samuel 17:49-50 RV60)
No debemos perder de vista quién está realmente al mando y de quién es la batalla: de Nuestro Señor Jesucristo a quien servimos y honramos; no de nosotros.
Cuando Goliat desafió al ejército de Israel se valió de lo más avanzado y poderoso de su época. Sus armas eran muy superiores en tamaño y en poder respecto de las que utilizaba un soldado común. Con el poder de Dios fue vencido por David hace poco más de tres mil años. No obstante ello, nuevos gigantes se han levantado en su lugar y hoy en día, continúan gritando, desafiando y esparciendo desaliento entre los creyentes.
Las armas que esgrimen los “Goliat” que hoy rugen a las puertas de nuestras vidas también son lo último y más poderoso del momento. Miles de mensajes nos “bombardean” literalmente cada segundo en la calle, en nuestros hogares y hasta dentro mismo de algunas iglesias. Mensajes publicitarios, sectarios, religiosos, humanistas, políticos, y provenientes de grupos de la más variada índole y propósitos. Explícitos y ocultos, en los más diversos soportes: cartelería publicitaria, diarios, revistas y folletos; en el cine, la radio, la televisión, internet, la música que se escucha hoy en día y a través de la telefonía celular (móvil, como le dicen en algunos países). Todos sirviéndose de la tecnología y la gran revolución en la informática y las comunicaciones que estamos experimentando en esta primera década del siglo XXI.
Algo pretende torcer el pensamiento de los cristianos y lo está logrando en ciertos casos.
Como soldados de Jesús, los tiempos y desafíos que vienen no constituyen un problema menor. Una iglesia que se mete en el mundo y rescata perdidos es un ejército del Señor presentándose a la batalla. Una iglesia que se encierra en sus templos permite que el mundo sea el que se meta en ella, tuerza sus convicciones y genere soldados temerosos e incapaces de enfrentarse al enemigo, tal como el ejército de Israel en los días de David y Goliat.