“Entonces claman a Jehová en su angustia, Y los libra de sus aflicciones. Cambia la tempestad en sosiego, Y se apaciguan sus ondas, Luego se alegran, porque se apaciguaron; Y así los guía al puerto que deseaban” Salmo 107:28-30
¡Maravillosas palabras las que este salmo nos ofrece! Nos dicen que en el momento de angustia podemos clamar por la ayuda del Dios Todopoderoso, y que Él, con su mano de amor, habrá de socorrernos. Y nos dice aún más. No sólo es su auxilio sino que, además, transforma la tempestad en calma y apacigua el intenso y violento oleaje en un mar tranquilo y quieto. El sentir del salmista va más allá. Habla de alegría en el corazón por el descanso hallado tras la turbulencia y la seguridad de ser guiados y dirigidos hacia puertos de salud, paz y bendición. ¡Bendito sea el amor de Dios! No sólo es su intervención salvadora como respuesta a las oraciones fervientes de sus hijos, sino que Jesucristo también tiene el poder para cambiar toda la realidad que nos rodea. Nos cambia a nosotros quitando la angustia y poniendo paz, transforma el panorama afligente de ayer en la feliz realidad de hoy, borra la tristeza y nos inunda de su alegría, y, además, nos lleva de su mano fiel hacia los mejores días de nuestras vidas. Todo eso y mucho más lo promete y lo hace El Dios Vivo llamado Jesucristo. La vida de todos los días la podemos comparar a las olas de un mar. Si las cosas están tranquilas, esto es, sin problemas de salud, en paz el hogar, el matrimonio y los hijos y sin apremios importantes de dinero, podemos disfrutar de un mar calmo. Pero no siempre es así. Y tal vez vos pienses, de acuerdo a tu propia experiencia, que casi nunca es así.
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