“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario
que  el  que  se  acerca   a  Dios  crea  que  le  hay,  y  que  es
galardonador de los que le buscan”
Hebreos 11:6

En estos capítulos de la carta a los Hebreos el escritor, siempre bajo la dirección del Espíritu Santo, nos habla sobre la fe. Pero habla sobre la fe dirigida hacia la persona de Dios. No podemos confundirla ni relacionarla con la fe meramente humana. La fe humana es la que hace que una persona espere confiada en que algo ocurra. Es la seguridad basada en los hechos anteriores. Eso, mas que fe propiamente dicha, es descansar sobre la experiencia previa. A modo de ejemplo, una persona sabe que esperando en la parada del colectivo que cada día lo lleva hasta su trabajo, tiene fe que ese micro llegará en algún momento. También es una expresión de fe humana el adquirir y luego ingerir el medicamento que el médico nos recetó. Lo hacemos pues confiamos en su capacidad profesional, pero también estamos confiando en que el farmacéutico es idóneo al suministrarnos el mismo. Y aún manifestamos cierta forma de fe en el laboratorio que lo elaboró. Pero esa fe está basada en percepciones de nuestros sentidos naturales. Creemos en lo que vemos, tocamos, etc.
La fe en Dios es creer en alguien a quien no vemos físicamente, pero que se hace visible a través de los hechos cotidianos. Nuestra propia existencia es una evidencia indiscutible de ese Dios maravilloso. Y esa es la fe que, según hemos leído en el libro de Hebreos, agrada a Dios. La fe que permite recibir de su parte el galardón de la salud, la paz, la bendición hogareña y la provisión para toda necesidad material.

Amigo de las mejores palabras, yo no sé cual es tu relación con Dios, si es que la tenés o la has tenido. Pero quiero animarte a través de estas reflexiones, a que abras tu corazón y recibas en esta misma hora a Jesús como tú Señor y Salvador, y empieces a recibir el galardón de tus oraciones respondidas.