“Mas yo esperaré siempre, y te alabaré más y más. Mi boca publicará tu justicia y tus hechos de salvación todo el día, aunque no sé su número. Vendré a los hechos poderosos de Jehová el Señor; haré memoria de tu justicia, de la tuya sola. Oh Dios, me enseñaste desde mi juventud, y hasta ahora he manifestado tus maravillas. Aun en la vejez y las canas, oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos los que han de venir, y tu justicia, oh Dios, hasta lo excelso. Tú has hecho grandes cosas; oh Dios ¿quién como tú?”
(Salmos 71: 14-19)
El Salmo 71 tiene la particularidad de ser la oración de un anciano. Su autor expresa la confianza y la necesidad que tiene del refugio y la protección de Dios. En él se exalta el poder y la magnificencia de Dios, además de que el autor testifica cómo el Señor lo ha guiado y ha estado con él desde su juventud.
Personalmente, aunque soy joven me identifico con la súplica de este salmista. Mi petición a Dios es cada día poder ser mejor hija para él, mejor cristiana, ser humano, persona, amiga, hermana e hija con mis padres. Sinceramente y desde lo más profundo de mi corazón, deseo ser una adoradora sin reservas y una mujer que en cada acto de su vida refleje el amor y la sabiduría que solo provienen de Dios. Deseo que Dios pueda sonreír por mí y sentirse orgulloso de saber que todo lo que trato de ser y hacer es para su gloria y honra.
En este salmo, el versículo 6 dice: “En ti he sido sustentado desde el vientre; de las entrañas de mi madre tú fuiste el que me sacó; de ti será siempre mi alabanza”. Y precisamente esas palabras las tomo como si fueran mías y se las digo a Dios porque sé que mi vida le ha pertenecido desde el principio. Siempre le he pedido que el día que no vaya a cumplir con Su voluntad en mi vida, que ese día será mejor que me recoja y me lleve a su santa presencia. Porque mi vida carece de sentido si Dios no la dirige. Porque él es todo para mí, aún sin yo tener capacidad, allá en el vientre de mi madre, sus ojos me miraron y mi alma le conoció.
Quiero que mi alabanza sea siempre para él. Es por eso que parte de mi adoración implica escribir. No sé si las personas lo puedan entender, pero mi expresión hacia él, en esos momentos especiales de intimidad, en los que me refugio en su presencia y encuentro paz y descanso, escribo. Escribo no porque sepa mucho, o tenga grandes capacidades, lo que me mueve a escribirle es que es mi forma de manifestarle el amor y la gratitud que siente mi corazón al sentirse protegido, amado y cuidado por él. Y lo comparto con quien lo quiera leer, porque pienso que sería egoísta de mi parte, no dar una palabra oportuna que Dios me ha regalado para adorarle, cuando alguien en verdad necesita leerla.
Y aunque me importa la gramática y tratar de hacerlo con excelencia, lo que me mueve es saber que Dios se agrada de lo que hago y que lo utiliza para su gloria y honra, para que otras vidas también puedan ser ministradas. Yo digo que prefiero estar un día en su presencia que mil fuera de ella. Y me ha costado, he tenido que pagar un alto precio para poder ser utilizada, porque aquellos que anhelan hacer la diferencia, tienes que estar expuestos a los riesgos. Hay que aprender a negarse a uno mismo y muchas veces nuestra carne batalla con el espíritu. Pero puedo testificar que su gracia y misericordia nunca se han apartado de esta humilde vasija.
Yo solo soy una vasija de barro que Dios se digno en mirar y considerar. No tengo nada de impresionante, pero su amor y su luz, hacen la diferencia en esta vasija. Cualquier brillo, cual matiz que les parezca hermoso a quienes ven en mí algo especial, es solo el toque hermoso de la mano del mejor Alfarero y Maestro. Y cada día le pido a Dios que me de las fuerzas, que me ayude a mantenerme en integridad. Que yo envejezca envuelta en su presencia para así algún día poder encontrarme en la eternidad con él.
Les animo a seguir adelante, no permitan que el enemigo les robe lo que le pertenece solo a quien los creó y ha amado desde siempre. Dios es nuestro faro y lumbrera. Él no mira lo que el hombre ve, ni tiene tratos preferenciales. Dios no hace excepciones, ni mira las posiciones sociales. Dios examina tu corazón y si ve que tú realmente quieres hacer algo para él, te utiliza para su gloria y honra en lo que sea que hagas o que te haya llamado.
Ríndele siempre tu vida completa y te asombrarás de las maravillas que él hará en ti.
Autora: Brendaliz Avilés