“Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de
delicados pastos me hará descansar; Junto a aguas de reposo
me pastoreará”
Salmo 23: 1 y 2
Sin duda alguna que estamos ante el salmo más conocido de todos. ¿Quién no lo ha leído o escuchado o visto que se lo lee en tantas películas? Este es el famoso salmo del pastor escrito por David. Entendamos que la idea del salmista es declarar que toda su necesidad, cualesquiera fuera, siempre sería suplida por Dios. David fue un joven pastor que aprendió que la oveja necesita del cuidado y la protección de su pastor para no ser presa de los animales depredadores. Así las cuidó, así las protegió. Y lo hizo porque las amaba y no quería que nada malo les aconteciera. David supo arriesgar, incluso, su propia vida con tal de salvar las de sus amada ovejas.
Y cuando él lo miraba a Dios lo hacía con los ojos de quien necesita ser cuidado, abrigado, alimentado y protegido. Y en los brazos poderosos de Dios, lo encontraba.
El ser humano necesita del amor y la protección. Apenas nacido, el niño encuentra en su madre esos cuidados tan necesarios y esenciales. Se nutre del amor y las caricias que de ella recibe. Pero este estado casi ideal no lo ha de acompañar para siempre. El camino de la vida parece cobrar el duro peaje de la soledad, la incomprensión y, muchas veces, una amarga sensación de desamparo. Es que, conforme crecemos, y nos transformamos en “adultos” la sociedad actual nos impone su tiranía de soledad e indiferencia. ¿Quién, entonces, nos daré ese amor y ese abrigo que nuestra alma sigue esperando? ¿Quién nos arrullará como lo hacía nuestra madre? Solo Jesús puede hacerlo.
Amigo de las mejores palabras, no te resignes a seguir tu vida sin disfrutar del cálido e inigualable amor de Cristo ardiendo en tu corazón. Te animo a que, ahora mismo, lo recibas cono tu Señor y Salvador, y, te aseguro, al igual que David, te sentirás “la oveja” más feliz de este mundo entre los brazos de amor del Dios vivo.