LA VIDA ES BREVE
Hoy viene ante mis ojos un hecho ineludible: la vida es breve. El tiempo pasa velozmente. Mis días están contados, y la cuenta no sube muy alto. Antes de que me dé cuenta, antes de lo que yo deseo, antes de que me resigne a aceptarlo, me llegará el día y tendré que partir. ¿Tan pronto? ¿Tan temprano? ¿En la flor de la vida? ¿Cuando aún me quedaba tanto por hacer? La muerte siempre es súbita, porque nunca se espera.
Siempre llega demasiado pronto, porque nunca es bien recibida.
Y, sin embargo, el recuerdo de la muerte está lleno de sabiduría. Cuando acepto el hecho de que mis días están contados, siento al instante la urgencia de hacer de ellos el mejor uso posible. Cuando veo que mi tiempo es limitado, comprendo su valor y me dispongo a aprovechar cada momento. La vida se revalúa con el recuerdo de la muerte.
«Nuestros años se acaban como un suspiro. Aunque uno viva setenta años, y el más robusto hasta los ochenta, la mávor parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan».
Acepto la brevedad de mi vida, Señor, y en la resignada sabiduría del aceptar encuentro la fuerza y la motivación para sacar el mejor partido posible de los días que me queden, muchos o pocos. Cuando llegue el sufrimiento, pensaré que pronto pasará; y cuando me atraigan los placeres, reflexionaré que también ellos han de estar poco tiempo conmigo. Eso me hará soportar el sufrimiento y disfrutar el placer con la libertad de ánimo de quien sabe que nada ha de durar largo tiempo
Esa actitud traerá el equilibrio, el desprendimiento y la sabiduría a mi vida.
«Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó, una vela nocturna. Los siembras año tras año, como hierba que se renueva: que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan Y se seca».
Que la hierba sepa que es hierba y se comporte como tal. En eso está su plenitud. Si es un día, es un día; pero que ese día sea verde y alegre con la gloria derramada de los campos en flor. Si mi vida ha de ser como la hierba, que sea verde, que sea fresca, que sea brillante, y que viva en la intensidad de su única mañana la totalidad cósmica de la naturaleza y de la gracia. Cada momento se reviste de eternidad, cada brizna de hierba resplandece con el rocío del sol del amanecer. Cada instante se enriquece, cada suceso se realza, cada encuentro es una sorpresa, cada comida un banquete. La brevedad de la experiencia la llena de la esencia del puro sentir y el libre disfrutar. La vida resulta valiosa precisamente porque es breve.
Dame, Señor, la sabiduría de vivir la plenitud de mi vida en cada instante de ella.