Mas no habrá siempre oscuridad para la que está ahora en angustia,...” Isaías 9:1(A)
El libro del profeta Isaías se caracteriza por preanunciar,
cientos de años antes, la llegada de Jesucristo como El Mesías Salvador del mundo.
Su vívida descripción del calvario de Cristo es de una intensidad plena de dramatismo.
Pero este libro, además, ya en el contexto histórico de aquel tiempo,
también incluye un mensaje esperanzador para el pueblo de Dios.
Las palabras del profeta hablan del cautiverio que, tiempo luego,
los habitantes de Judá experimentarían en manos de los reyes de Babilonia.
Si bien venían por delante durísimos años de cautividad,
luego de ellos, llegaría la hora de la paz y la libertad.
Si bien la profecía dada por Isaías era para un tiempo futuro,
pero no tan lejano, su mensaje iba muchísimos años más adelante,
pues hablaba, en concreto, del tiempo de la llegada de Jesucristo
como redentor de los perdidos y libertador de los pecadores.
Es así entonces que sus palabras resonaron con fuerza
en medio de la angustia y el dolor de sus hermanos.
Venían tiempos muy duros y difíciles,
pero tras ellos, el consuelo, la alegría y el descanso. Alguien dijo lo siguiente:
Aún la hora más oscura no dura más que sesenta segundos.
Que importante es tener la seguridad
que tras la tormenta intensa sobrevendrá el cielo despejado
y volverá a brillar el sol.
Cuanto alienta la firme convicción que detrás del mar embravecido
y las olas furiosas, se esconde apacible el puerto de la paz.
Que bueno es sostenerse con firmeza de la esperanza
cuando todo alrededor se cierne amenazante.
Que importante es echar el ancla de la fe en Dios
cuando el naufragio parece inminente.
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