Y levantándose de mañana, adoraron delante de Jehová, y volvieron y fueron a su casa en Ramá. Y Elcana se llegó a Ana su mujer, y Jehová se acordó de ella. Aconteció que al cumplirse el tiempo, después de haber concebido Ana, dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, diciendo: Por cuanto lo pedí a Jehová” 1 Samuel 1: 19 y 20
La historia de Ana es hermosa. Nos cuenta La Biblia que esta buena mujer sufría lo indecible a causa de su infertilidad. No podía tener hijos. A pesar de semejante dolor no permitió que su corazón se endureciera por el veneno del resentimiento. Otra en su lugar tal vez hubiera renegado de Dios, culpándolo de su esterilidad. ¡Cuántas personas equivocadamente atribuyen a un Dios tan bueno y amoroso todos los males que les ocurren! Ana, a pesar de todo, nunca dejó de acercarse a Dios con un corazón humilde y sencillo. Jamás permitió que la queja o el reproche tiñeran las plegarias que elevaba al cielo. El relato bíblico nos dice que cuando Ana entró a orar al templo fue vista por el sacerdote Elí. Este, luego de verla derramar en su oración abundantes y sentidas lágrimas, y al enterarse del motivo de aquella súplica, la despidió con unas maravillosas palabras de ánimo y confianza en la rápida respuesta del cielo. Nos relata la Escritura que, reconfortada por aquellas palabras, la mujer dejó de llorar y se volvió alegre y confiada a su casa. Ana, a pesar de su honda pena, jamás se olvidó de Dios. Y Dios se acordó de ella. ¡Qué hermoso es leer esto! ¡Dios se acordó de la oración de aquella infortunada mujer! ¡Su necesidad llegó hasta el trono de la gracia y los milagros! ¡Qué hermoso cuando dirigimos con fe nuestras oraciones hacia la persona del Dios Vivo! Llegado el tiempo de la gestación la respuesta de Dios llegó en la forma de un hermoso bebé llamado Samuel. Y luego de él llegaron varios más.
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