“PERDONA, YO TE PERDONÉ”
JESUCRISTO
Hace unos días, caminaba hacia mi trabajo por Av. Las Heras, una de las más lindas, concurridas y populares calles de nuestra Ciudad de Mendoza, Argentina.
Venía derramando mi corazón delante de Dios. Algunos pecados y malos hábitos de esos que se “instalan” en tu vida y a pesar de los esfuerzos y oraciones, no se van. Una profunda tristeza, frustración, amargura, mucha bronca, predominaban a causa de una relación laboral difícil y conflictiva que lleva ya poco más de dos años. Una gran carga de pensamientos negativos y dañinos. La preocupación por la influencia que esta suma de cosas está ejerciendo sobre mi ministerio y mi familia, particularmente sobre mi hija adolescente… Había llegado el momento de hablar con Dios y no podía esperar. Pero esta vez fue distinto. No lo hice en forma de queja como numerosas veces anteriores, sino que mientras caminaba, fui depositando cada uno de esos dolores ante la cruz del Señor. Cuando terminaba de decirle al Señor todo esto y venía “saliendo” de mi “encierro” en oración, no hice más que cruzar una calle y mis ojos se detuvieron ante un sencillo aviso pegado en un poste del cableado eléctrico del transporte público de pasajeros:
“Perdona. Yo te perdoné. Jesucristo”. Decía.
Me quedé absorto unos segundos observándolo. Alguna lagrimita se aflojó esa mañana mientras continué mi camino. Los problemas no se solucionaron, pero las cosas salieron mejor. ¿Cómo era posible que un sencillo cartelito pegado en un poste, que por otra parte, decía algo que yo ya sabía, pudo movilizar tanto dentro de mí esa mañana?
Es que pude sentir en esa respuesta, el abrazo cálido de mi Señor; la presencia tangible, palpable de la gracia de Dios a pesar de mí. El estaba ahí conmigo, sosteniéndome, aunque mi vida no fuera justamente lo más agradable a sus ojos en ese momento.
“… Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”.
(2 Corintios 12:9 RV60)
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por Luis Caccia Guerra
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