Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”
Juan 8:12
Jesucristo era y es un verdadero maestro. Su labor evangelizadora se caracterizó no solo por milagros asombrosos, sino, por grandes enseñanzas
para todos aquellos que le escuchaban con un corazón abierto a sus verdades. Su relación con sus discípulos era de una gran franqueza y genuina amistad, pero también la relación de un maestro con sus alumnos. Ellos estaban a su lado para aprender. Y de sus labios siempre fluía la verdad de Dios. Muchas veces Jesús inició sus mensajes con estas palabras: “El que tiene oídos para oír, oiga”, esto nos da la pauta de la gran importancia que le asigna Dios a sus palabras. Importancia, por otra parte, que también nosotros debemos darle. Aquí Jesús se presenta a sí mismo como la luz del mundo, en claro contraste con las tinieblas que envuelven a toda persona que vive sin la verdad de Dios en su corazón. Y esa luz de la cual El Maestro habla es la que permite al ser humano comprender el sentido de la vida. Es el hallar las respuestas insondables del alma humana. Es entender él porque y para que vivimos. Saber de donde venimos y hacia donde vamos. Es saber que somos creados por Dios y que como creación suya tenemos que vivir relacionados con Él.
El hombre actual, alejado de Dios, vive inmerso en densas tinieblas espirituales. El ignorar él porque de la vida lo lleva a errar los caminos que elige en su intento de apaciguar su vacío interior. Es esa vida entenebrecida la que lo lleva a los vicios, al delito, a las perversiones y a todo tipo de excesos, que, lejos de satisfacerlo, lo hunden más y más en el sin sentido de una vida desperdiciada.
Amigo de las mejores palabras, si sentís que estas palabras describen tu vida actual, te animo de todo corazón a recibir a Jesús como el Señor de tu vida. Dejarás atrás y para siempre las tinieblas viviendo feliz bajo la luz de Dios.
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