“De manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre”
Hebreos 13:6
Con estas palabras el escritor de esta carta pone un marco de oro a su mensaje. Su experiencia de vida, la fidelidad de Dios sosteniéndolo y fortaleciéndolo, le daban la más que suficiente autoridad para expresarse con tanta contundencia. Contando con la ayuda del Señor nada ni nadie podían infundirle temor.
El temor en sus múltiples variantes suele agredir con frecuencia al corazón humano. Temor a la muerte, a la violencia social. Temor a la pobreza, a la vejez, a la miseria, a la decadencia. Temor a perder lo que se tiene o temor a no recuperar jamás lo perdido. Y además, temor a las personas. Cónyuges, padres, compañeros de trabajo o estudio, jefes, patrones, etc. Muchas veces son los causantes, voluntarios o involuntarios, de taquicardias, sudor frío y “nudos” en el estómago. El vértigo de los tiempos que vivimos va agregando toda una batería de temores. Reales algunos, infundados otros. ¿Acaso se puede convivir con el miedo, es vida padecer los , ahora tan en auge, “ataques de pánico”? El miedo a los otros aísla, paraliza, sabotea y aborta, casi siempre, el potencial humano de los individuos.
Amigo de las mejores palabras. ¿A qué o a quién le temés? ¿Qué circunstancia angustiante estás atravesando? ¿Te sentís un esclavo del miedo? ¿Estás petrificado por situaciones personales, familiares, laborales? ¿Quién es el que te agrede, te humilla y maltrata? Es hora que te rebeles y busques la ayuda de Dios. Te animo a que, ya mismo, abras tu corazón a Jesucristo y, en una oración de fe, renuncies a todo temor y recibas la llenura del Espíritu Santo. ¡Te sentirás libre, victorioso y serás una nueva persona! ¡Y le dirás para siempre adiós al temor!
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