"Tú eres demasiado puro para consentir el mal, para contemplar con agrado la iniquidad; ¿cómo, pues, contemplas callado a los criminales, y guardas silencio mientras el malvado destruye a los que son mejores que él?" (Habacuc 1:13).
En el camino del rico pusieron una trampa, y en ella cayó un pobre campesino que cultivaba la tierra. Entonces el hombre se pregunta: "Dios, ¿por qué permites que pasen estas cosas?" Infinidad de veces, ante la muerte, nos hemos preguntado con angustia y perplejidad: ¿Por qué? ¿Por qué tuvo que morir?, ¿Por qué se fue? ¿Por qué así?...
Especialmente cuando un niño o un joven mueren, parece más absurda y más cruel esta realidad humana y el corazón sangrante y las lágrimas que brotan incontenibles, parecen oscurecer y ahogar todos los razonamientos, hacen aparecer las palabras de consuelo como sonidos vacíos de sentido y las promesas de la fe, como vanas ilusiones.
Desde la cumbre del calvario, Jesús exclamó: "Padre, ¿por qué me has desamparado?" En ese "Por qué" de Jesús, el más largo y profundo que se ha oído en el universo, toma forma la expresión más aguda uno de los anhelos más ardientes del género humano: Descubrir el por qué de sus sufrimientos y el por qué del silencio de Dios ante las crueldades e injusticias de que son víctimas muchos inocentes. Si Dios existe ¿Por qué no desnuda su brazo para defender a los débiles?, ¿Por qué no quebranta a los orgullosos que se deleitan en explotar a los humildes?, ¿Por qué vemos tantos horrores?, ¿Por qué millones de personas están sufriendo porque unos cuantos bien armados quieren apoderarse de las riquezas del mundo?
Si Dios existe, ¿Por qué permite las matanzas, las injusticias de los malos? Esta es la pregunta que usted se habrá hecho más una vez y acaso el no poderla contestar le ha impedido tomar una posición clara respecto a Dios.
Esta inquietud no es cosa nueva. Esta espina siempre ha estado clavada en los corazones de los hombres. Aún el profeta Habacuc tuvo esta inquietud. El abre su libro presentando su queja al Señor por los crímenes y la violencia:
"¿Hasta cuándo, Oh Jehová, clamaré y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás?, ¿Por qué me haces ver iniquidad y haces que vea molestia? Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y contiendas se levantan".
Hay muchos, hoy en día, no cabe duda, cuyo "Por qué" es más agudo que el del profeta Habacuc. Viven en una época en que el malvado es más inicuo, porque cuenta con armas mucho más infernales para hacer el mal. Lo que sufren hoy día los inocentes tiene todo el peso de los adelantos de la ciencia, una ciencia que se esfuerza en perfeccionar máquinas de destrucción. La capacidad del hombre para hacer sufrir a su prójimo se ha multiplicado infinitamente. De allí que el "Por qué" del pecho moderno sea más agudo y más agonizante.
Millones andan hoy día con este "Por qué" agitando sus espíritus. Con gemidos indecibles lanzan sus quejas al cielo pero los cielos parecen de bronce; parece que no tienen respuesta que dar. Todos queremos saber por qué la vida castiga tanto a algunas de las mejores criaturas de Dios.
Una respuesta rápida sería en primer lugar: que todo tiene un precio y que debemos sacrificar algo querido para obtener otra cosa. En segundo lugar, que la adversidad, la amargura y el dolor dan a la existencia una mayor dimensión. En verdad, aquellos que sufren profundamente sienten la vida en toda su plenitud; apuran la copa hasta la última gota mientras otros sorben únicamente las burbujas de la superficie y, ningún hombre puede alcanzar las estrellas si no ha vivido lo más crudo de la desesperanza, si no ha luchado por superarla. En tercer lugar, Dios respeta el libre albedrío, esa facultad de reflexión y elección, de los hombres. Él informa la forma de ser pero no fuerza a ser. Por supuesto que no hay libre albedrío sin responsabilidad y que el día final, los hombres tendrán que dar cuenta de sus actos. Y en cuarto lugar, habría que decir también que Dios no está permitiendo verdaderos males a las personas de bien. Él ha alejado de ellos todos los "grandes males", ha separado de ellos los crímenes, los malos pensamientos, los proyectos ambiciosos, el libertinaje ciego, la codicia ávida del bien de otro.
Los hombres virtuosos están bajo la guarda y protección de Dios. Aunque no lo parezca, lo verdaderamente grave no es que a uno lo roben, es que uno robe a otro. Si uno es hijo de Dios aún en la muerte tiene ganancia. Lo grave no es que a uno lo maten, aunque esto puede ser muy doloroso para la familia, lo grave es que uno sea el homicida. "¡Te doy gracias, Altísimo, por morir en el dolor y no en el pecado!" Decía un fiel cristiano desde su lecho de dolor, en la antesala de la muerte.