Me he enfrentado con la realidad, que tarde o temprano nos llega a todos. Realidad que mide y prueba la fe, la creencia y por ende la confianza.
Todos vamos a desencarnar, a dar un paso más en la eternidad. En el proceso evolutivo de nuestras almas. Creo firmemente que para ese paso no hay sanación, porque simplemente no es necesaria.
Mi Padre desencarnó a los 46 años, cuando yo era aún muy joven, al principio me golpeo muy duro, pero como toda experiencia dolorosa abrió un camino de búsqueda, de entender porque. Yo he hallado mi repuesta y estoy en paz conmigo.
El estudio y aplicación de las ciencias me han permitido el entendimiento del proceso de la vida entre las muertes. Por medio de la meditación profunda, siento su presencia y a veces hay comunicación.
Como dice Juanes… “la vida es un ratico”. He aprendido que ese ratico hay que vivirlo con valentía, con entereza y responsabilidad, con amor y confianza, con honestidad y fe. He aprendido que el tiempo que tenemos es para compartirlo y vivirlo plenamente, para no lamentarme después.
Mi Madre tiene 63 años, es y ha sido un regalo de Dios, una guía invaluable y una compañera sin comparación. Algún día se habrá de ir, deberá dar su paso y cambiar de dimensión. Sé que su partida me dolerá en el alma más por su ausencia física, que por la falta de entendimiento.
A todos aquellos hermanos y hermanas que están pasando por este doloroso proceso, les aliento a que apliquen sus conocimientos, su fe y su confianza en la perfección del universo y en la perfección de Dios. Somos seres de luz, valientes, inteligentes y comprensivos.
Con nuestro dolor, no busquemos prolongar la partida de nuestros amados seres en el proceso natural de desencarnar. Para eso llega el momento en que no hay sanación.
Por eso elegimos el camino del entendimiento con amor, pero eso no nos exime del proceso del dolor.
Como seres de luz consientes, estamos en la obligación moral de acompañar y guiar el proceso.
Al orden, con luz y amor.
Andrés.