Yo sé a quién he creído,
y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.
2 Timoteo 1:12.
Para mí el vivir es Cristo.
Filipenses 1:21.
La meta de mi vida
Agosto de 1991. En algunas semanas la cohesión de la Unión Soviética pareció astillarse. Los miembros más duros del régimen resistieron, pero todo fue en vano. Entonces uno de ellos, el mariscal Akhromev, se suicidó. En un papel dejó escrito este mensaje: «Todo aquello a lo que consagré mi vida está destruyéndose» . ¡Qué triste conclusión: dar lo mejor de sí mismo por una razón que al final resultó ser vana!
¿Cuál es la meta de nuestra vida? ¿Vivimos por una buena razón? Buscar riquezas, honores y poder es egoísmo, y está claro que no es una razón de vida. Perseguir la amistad, la solidaridad y la integración en un círculo cualquiera es más generoso, pero en realidad corresponde a un egoísmo grupal. Consagrarse a su familia, a la correcta moralidad, a los derechos del hombre y la defensa del medio ambiente es más noble, pero la pregunta permanece: ¿Cuál es la verdadera buena causa? Es dejarnos conducir por Dios para seguir las pisadas de nuestro Salvador y Señor Jesucristo.
Vivir para Jesús es la única buena causa y ella engloba los lados positivos de todas las demás. En efecto, Jesucristo es primeramente quien salva y da la vida eterna, luego es quien traerá paz y armonía a la tierra. En él confluyen todas las promesas divinas para el presente y el futuro. Al poner en práctica las enseñanzas que nos dejó, nos comportaremos de manera que beneficiaremos a todos los que nos rodean. Confiemos al Señor la dirección de nuestra vida.