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A estas alturas de mi desarrollo como persona, la experiencia adquirida en esos tiempos fue conformando y templando mi carácter y mi forma de ver y sentir las cosas, lo que después de varios años de no saber aprovechar, y aparentemente desperdiciar esa época inicial como estudiante de secundaria, ya que no tuve la disposición de continuar regularmente con ellos - lo que me llevó a reprobar por dos años consecutivos el primer grado - empezó a gestarse un giro diferente en mi vida.
Después de un tiempo de aventura que más adelante les platicaré, volví a la escuela con las ganas de recuperar, aunque fuera en cierta manera, los años desperdiciados, y eso hizo que me esforzara por terminar mis estudios de secundaria, mismos que afortunadamente terminé aunque debiendo la materia de matemáticas de tercero por haberla reprobado, la cual, nunca presenté.
Posteriormente, mis inquietudes en el dibujo y la pintura, me hicieron inscribirme en el Taller de Artes Plásticas, un taller en donde se encauzaba el talento en las diferentes áreas creativas manuales y que dependía en forma provisional de la Universidad Veracruzana, pero al ver la cantidad y calidad del material humano que solicitaba esos estudios, hizo que con el paso de los años este sencillo taller se convirtiera en la actual Facultad de Artes Plásticas.
El tiempo que pasé en las aulas de ese taller fue también maravilloso, puesto que en ellas conocí a muchas personas que me brindaron una amistad muy especial, especial porque tanto ellos como yo lo que buscábamos era una identidad común en lo que nos gustaba, y ese gusto por lo mismo, fue la que nos unió y que motivó esa amistad sincera y desinteresada que fluía de todos sin excepción, incluyendo a todo el personal docente, que más que directores y maestros, eran unos verdaderos
compañeros con nosotros sus alumnos.
Pasada la euforia de querer ser un artista plástico reconocido, empezé a asentar mis pasos y empecé a trabajar en la empresa en que mi padre laboraba, es decir, en la Cooperativa de Camioneros del Servicio Urbano, como tarjetero, es decir, como la persona que les recogía las tarjetas de ruta a los choferes de los camiones para entregarlas en la oficina del despachador quién programaba nuevamente sus salidas en esas tarjetas, mismas que yo entregaba a los choferes; pero mejor no nos adelantemos, para que así, después de haberles dado a conocer mi currículum de estudiante en la forma tradicional, pasemos ahora a conocer mi currículum de estudiante en la escuela de la vida, es decir, en cómo me desenvolví y desarrollé en los diferentes círculos en que todos nos movemos, familiar, del barrio, estudiantil, de trabajo, etc.
Pues bien, ¿ recuerdan que les platiqué de cuando nos cambiamos a la casa de la calle cooperativismo y de la forma en que se encontraba en ese entonces mi barrio?, bueno, pues es precísamente ahí en donde empieza la telenovela de mi vida.
Cuando llegamos al barrio construido en terrenos que habían pertenecido al dueño de las fincas que lo rodeaban, ya se encontraban algunas casas construídas un poco antes que nuestra colonia, una de ellas, la de la familia Tamayo Terrazas, presidida por don Fausto Tamayo y doña Columba Terrazas; en ese tiempo recuerdo a
sus hijos Pilar, Ofelia, Lucha, Luis, Jorge y Pancho, éste último contemporaneo mío; también se encontraba la Quinta Santa Elena compuesta de dos grandes residencias; en la primera vivía el Sr. Don Darío Cházaro y su esposa la Sra. Fela y su hijo Darío Cházaro, quién también es mi contemporaneo. En la segunda vivía el Hermano de Don Darío, Ramón Cházaro, así, simplemente Ramón, ya que la sencillez de esta persona nos permitía, inclusive, tutearlo. De sus hijos, recuerdo poco de ellos a excepción de su hijo Ramón, ya que el nivel y el círculo social en que se desenvolvían fue muy diferente al nuestro, por lo que nuestro contacto con ellos fue mínimo.
Josè Luis HC