La custodia. (Belfegor demonio de la pereza)
— ¿Te estoy pidiendo que reacciones?
— ¡Lo estoy haciendo!
Llevaba cuatro semanas litigando por conseguir la custodia de sus hijos. Pero en esta lucha parecía que hubiera perdido el interés.
—Si no te conociera pensaría que no te importa. Soy tu abogado, pero antes que nada Fernando soy tu amigo. No comprendo esa dejadez.
Fernando le miró con indiferencia.
—Permíteme que te diga, con la confianza de todos estos años, que cuando tengas ganas me llames. No creo en mártires, y hoy por hoy, no me apetece estrujarme con tu autodestrucción. Espero que tu reacción no sea tardía.
Salió tropezando con el secretario de su amigo.
—Si se les paga, no comprendo para qué tanto cuento. Le recuerdo que estudie leyes y estoy colegiado. —Le dijo Andrés, sutilmente mientras le entregaba unos papeles importantes, a pesar de que él no los había pedido.
— ¡Eh! ¡Ah sí! Andrés, pero ¿qué hace trabajando por debajo de sus posibilidades?
— ¿Qué tiene de simple este empleo?
Fernando miró asombrado los documentos.
— He de reconocer que vales para esto. Con qué intuición actúas. ¿Crees que podría representarme ante mi esposa?
—Déjelo en mis manos.
Dos días después la oficina era un cúmulo de trabajo pendiente. Andrés, sonriente, observaba a su jefe que, tumbado en el sofá, tenía un aspecto deplorable.
—Le traigo un café, quizás convendría que se aseara un poco y saliera a la calle. En un par de horas debemos personarnos en el juzgado.
Pero Fernando no reaccionaba. No tenía ánimos de moverse, de abrir los ojos, ni de hablar. En ese momento entró su amigo y abogado.
—Pero desgraciado ¿qué le estás haciendo? ¡Por Dios Fernando arriba! — Le dijo mientras abría los ventanales. —Esto parece un nido de serpientes.
Andrés salió disparado, proyectando su sombra extrañas formas en el pasillo, que asustaron a Fernando que abría en ese momento los ojos.
—Dile que vuelva Carlos. Lo necesito. —Era incapaz de levantarse. Lo sentó tomándolo por las axilas. —Tenemos que ir al juzgado. —Fernando parecía despertar de una pesadilla.
Pero Andrés había desaparecido dejando un rastro humeante de aroma azufrado. Aunque lo más llamativo y sorprendente, fue ver convertidas en cenizas todas sus cosas. Tan sólo hallaron intacto, un post-it que decía:
“CUANDO LA PEREZA VENGA A BUSCARTE, POR FAVOR, ENCIÉRRATE, NO CONTESTES AL TELÉFONO Y DESHAZTE DE LOS AMIGOS. SIEMPRE ACABAN ESTROPEÁNDOLO TODO.
SALUDOS.
ANDRÉS BELPHEGOR”