Hay muchos puntos de coincidencia entre el maltrato a mujeres y el maltrato a niños, pero también hay una diferencia fundamental: las posibilidades de revertirlo, de evitarlo. Me refiero al número, a la frecuencia del maltrato, no al maltrato individual, del cual también quiero apuntar algo después.
Esa diferencia es que las mujeres pueden hacer mucho directamente para que no suceda, mientras los niños no pueden hacer prácticamente nada. Mientras la liberación de las mujeres puede ser protagonizada voluntariamente por ellas, no parece que lo mismo sea posible respecto a los niños.
El papel de las mujeres en su liberación, puede ser (y es) activo. El papel de los niños en su liberación parece completamente pasivo.
Esto significa que el camino para evitar el maltrato infantil no puede ser otro que la curación de los adultos.
Hacer daño a un niño es la mayor aberración pensable, sólo asumida como normal desde la absoluta locura que caracteriza nuestra cultura, nuestro tiempo. Nada, de ninguna manera ni en modo alguno, justifica en lo más mínimo el más leve de los maltratos. Quien no se da cuenta de que un bebé es lo más importante del mundo, es que está completamente loco.
Algo análogo sucede con cada caso concreto de maltrato. Mientras la mujer maltratada tiene muchas veces algunas opciones para hacer algo en su defensa, puede decirse que ningún niño tiene ninguna casi nunca. El maltrato en casa siempre es ocultado, y las formas institucionalizadas de maltrato no son cuestionadas, sino todo lo contrario.
Tú no puedes cambiar el mundo, pero sí que puedes cambiar tu mundo. Y eso no es poco. Es muchísimo. Y, además, es aquí y ahora la única revolución posible.
Esto es lo que puedes hacer: empieza a cuidar al niño que fuiste, que eres y que siempre serás. Enseguida te resultará muy fácil cuidar a cualquier niño con el que te encuentres. Nada de tu mundo, de sufrimiento y de locura, quedará en pie. Y la vida ocupará su lugar.