1 Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo.
2 Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa;
3 para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra.
4 Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos,sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.
Dios no nos habla de amar en abstracto, sino afirma la necesidad de HONRAR a padre y madre, no queda lugar para el aprecio distante ni para las palabras vacías.
Honrar es un concepto que tiene como contenido principal el Amor, pero va mucho más allá. Es el Amor en acción, expresado hacia nuestros padres en actos prácticos y concretos.
Honrar es enaltecer y engrandecer, es fomentar una buena reputación para otro; es preservar y defender su dignidad. Honrar es respetar, tener en alta estima.
Este concepto esta muy cercano al contenido social del amor novo testamentario, el ágape; “estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo” Filipenses 2:3
Esto es absolutamente revolucionario, no se trata de un sometimiento ciego, ni de la perpetuación de las jerarquías generacionales, sino de la puesta en marcha del AMOR; de un amor que si ha de ser genuino ha de comenzar en la casa de cada uno. En esto también los vetustos mandamientos de Moisés hallan su reválida en el Nuevo Testamento; “si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo.” 1ª Timoteo 5:8.
Jesús mismo criticó la hipocresía de aquellos que pasando por hombres auténticamente preocupados por su sociedad, por su nación y por su templo, negaban la honra a sus padres en su necesidad, con excusa de que sus bienes eran necesarios para fines más altos, el corbán Marcos 7: 11.
Necesitamos recuperar, todos –padres e hijos-, el sentido de la relación familiar como unidad básica sobre la que se construye nuestra sociedad y nuestro mundo.
Sorprende, que en nuestra sociedad, donde se invoca la solidaridad, la justicia y el respeto como tótems de la convivencia, se tenga tan poca estima por la convivencia con los “viejos”, se desprecie los consejos y las directrices de los padres y se sustituya la comunicación familiar por el régimen de “Alojamiento y Desayuno”.
Sorprende que aquellos que debieran ser honrados –los padres-, en muchos, en demasiados casos, manifiesten un despego antinatural hacia los hijos, por supuesto no confesado, ni asumido.
Este desamor se encuentra oculto bajo la etiqueta de “mi libertad”, “mi derecho a ser feliz”, “mis ocupaciones”… etc.
No se puede honrar a un padre a quien no se conoce, ni se puede pretender el respeto de un hijo simplemente por obligación; así visto son exigencias de una Ley imposible de cumplir.
Solo si el amor de Dios se desborda en nuestros corazones –de padres, hijos y abuelos- y encarnamos –todos- el espíritu desprendido generoso y abnegado de Jesús, podremos convertir nuestras familias en “piedras vivas” –materiales de calidad- con los que edificar una sociedad que no se nos derrumbe encima. Una sociedad mejor que esta, un mundo donde comience a sentirse la misericordia, la justicia y la paz. O sea, estaremos adelantando el deseo de “venga a nosotros tu reino”.
( Mar 7:11 )
11 Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte,
con el cariño y amor de siempre, atentamente.....