La confianza que el Siervo de Dios manifiesta
aquí equivale a una promesa, porque lo que hemos aprendido
por la fe, es una realidad que entra de lleno en los propósitos
de Dios. El profeta tuvo que pasar por las rudas pruebas de
la pobreza y del hambre, pero pudo bajar hasta estas profundidades
sin resbalar porque el Señor le sostuvo. Luego fue invitado
a escalar las alturas de los montes de la lucha; y no tuvo
temor ni al bajar ni al subir.
El Señor le prestó fuerzas. El mismo Dios
fue su fortaleza. Medita en esto: el Señor Omnipotente es nuestra
fortaleza.
Atiende, asimismo, que el Señor aseguró sus
pies. Las ciervas brincan sobre las rocas y peñascos sin perder el
equilibrio. Nuestro Señor nos dé gracia para seguir los senderos
más difíciles del deber sin dar un solo paso en falso. De tal manera
puede calzar nuestros pies que nos encontraremos seguros
en lugares en que, sin la protección de Dios, pereceríamos.
Pronto seremos llamados a un punto más
elevado; allá arriba subiremos hasta el monte de Dios, hasta las
alturas donde están congregados los bienaventurados. ¡Oh, cuán
hermosos son los pies de la fe, con los cuales, como el ciervo de
la mañana, subiremos al monte del Eterno!