Respecto a mí, nada me hunde más bajo que la misericordia de Dios, y en segundo lugar soy fácilmente sometido por la bondad de los hombres. Cuando el clarín suene para la batalla estaré pie con pie con quien se atreva a enfrentarme, y todo mi hombre interior estará listo para el conflicto; pero cuando todo es paz y quietud, y todo el mundo me desea lo mejor, me maravillo por su bondad, y me hundo en mis zapatos por miedo de llegar a actuar de una manera indigna. El hombre que tiene un debido concepto de su propio carácter, será abatido por las palabras de elogio. Cuando recordamos la misericordia del Señor para con nosotros, no podemos sino contrastar nuestra pequeñez con la grandeza de su amor, y tener un sentimiento de auto-abatimiento.
Está escrito, "y temerán y temblarán de todo el bien y de toda la paz que yo les haré." Estas palabras son literalmente verdaderas. Tomemos un caso: Pedro salió a pescar; y si hubiera atrapado unos pocos peces, su bote habría flotado normalmente en el lago; pero cuando el Señor subió al bote y le dijo dónde debía arrojar la red, de manera que atrapó una gran cantidad de peces, entonces la pequeña barca comenzó a hundirse.
Se hundía más y más y el pobre Pedro se hundía con ella, hasta que cayó a los pies de Jesús y clamó: "Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador." Estaba confundido y abrumado, pues si no, nunca le hubiese pedido al bendito Señor que se apartara: la bondad de Cristo lo había sacudido de tal manera que tuvo miedo de su Benefactor. Ustedes no saben lo que es ser abrumado con infinita bondad, ser oprimido por la misericordia, ser barrido por una avalancha de amor. Yo, cuando menos, sé lo que eso significa, y no conozco ninguna otra experiencia que me haya empequeñecido más ante mis propios ojos. Spurgeon