FRANCISCO PENZOTTI, VALIENTE MISIONERO
MAYO
DIA 15
Francisco Penzotti, conocido hoy en toda la
América latina, escuchó la predicación del doctor Thomson en Montevideo
el año 1876. La lectura del Evangelio según San Juan, que había puesto
en sus manos el hermano Andrés M. Milne, lo llevó a la experiencia de
la conversión.
Empezó sus trabajos en Montevideo, y enseguida en la Colonia
Valdense, pero la misión que Dios le había asignado era la de ser
colportor, y pronto fue invitado a salir en este trabajo. Pocos hombres
hay que hayan tenido tanto éxito en la buena distribución de Biblias.
No hay país de la América latina que él no haya visitado. Con su
cartera en una mano y una Biblia en la otra, ha golpeado las puertas,
siendo un mensajero de paz a todos aquellos a quienes encontraba.
Insultado y perseguido, nunca ha conocido el desaliento; viajando
constantemente en trenes, en mulas y a pie, sufriendo hambre, durmiendo
en el suelo y conociendo mil clases de privaciones.
Su vida es una
larga serie de incidentes y anécdotas conmovedoras. Una vez cuando se
dirigía a Bolivia, al pasar por Rosario de Santa Fe, fue hospedado por
uno de los pastores de la ciudad, quien le aconsejaba no seguir su
viaje, alegando que aun no había llegado la hora de ir tan al interior.
Hacía poco que un colportor llamado José Mongiardino había sido
bárbaramente asesinado en Bolivia, y sepultado, como hereje, fuera de
los límites del cementerio de Cotagaita. “No vaya, Penzotti”, “no vaya,
Penzotti”, era el consejo que muchos le daban. Penzotti empezó a
vacilar; no quería tentar a Dios con un acto imprudente, ni
desobedecerle por cobardía.
Se encerró en su cuarto, y de rodillas se puso a orar, pidiendo la
dirección de Dios. Había una lucha en su interior, y él quería que
triunfase la voluntad de su Padre Celestial, al cual servía. Mientras
estaba orando, una señorita cristiana que nada sabía del conflicto de
Penzotti, se puso a tocar el piano en la habitación inmediata, y a
cantar con voz firme, resuelta y melodiosa, el himno que dice así:“No
os detengáis, no os detengáis. Nunca, nunca, nunca; Cristo por
salvarnos dio Su sangre, cuando él murió”.
Estas palabras fueron para
Penzotti como una orden marcial dada por su Capitán y Señor. “Yo no
necesité más respuesta de Dios”, le hemos oído decir a él mismo. Dio
gracias a Dios por haberle alumbrado y se levantó resuelto a no
detenerse. Esas palabras han sido la voz de mando en toda su carrera.
Dio principio a la obra en el Perú. La Constitución del país, que
prohibía toda forma de culto público que no fuese el romanista, no
atemorizó al fiel soldado de la cruz. Con las dificultades del caso
empezó a predicar a puerta cerrada, al pequeño grupo que pudo interesar
mediante sus trabajos en las calles, y la congregación fue creciendo
hasta alarmar al clero.
La persecución se hizo sentir, pero a pesar de
todo, algunas almas habían entrado en el reino. Cuando Penzotti salía
por las calles ofreciendo sus Biblias, huían de él como de un personaje
peligroso, pues como tal lo pintaba el clero en sus enfurecidos
sermones. La obra, sin embargo, adelantaba, y esto hizo que los
enemigos pensaran en una forma más violenta de oposición, y no pararon
hasta que Penzotti fue encarcelado. Entró en la cárcel del Callao el 26
de julio de 1890, y permaneció dentro de las rejas, encerrado en un
edificio húmedo y oscuro, hasta el 28 de marzo de 1891. Le ofrecieron
la libertad con la condición de salir del país, pero con el valor que
infunde Cristo en el corazón de sus soldados, supo contestar que no la
aceptaba.
El proceso produjo gran efervescencia en los ánimos de todos,
y era el tema de todas las conversaciones. La prisión de un evangelista
en el país libertado por hombres liberales como San Martín y Bolívar,
en los últimos años del siglo de las luces, vino a demostrar que los
hijos de la libertad aun no han concluido su tarea. Pero el Perú
contaba con ciudadanos nobles y enérgicos que no podían permitir que
cayese ese baldón sobre su país, y la opinión pública empezó a ponerse
del lado de la justicia.
El proceso pasó por todas las instancias,
hasta que, por fin, el juez doctor Porra, resolvió, como dijo uno de
los diarios, “dar la porra a los frailes y soltar a Penzotti”. Las
puertas de la cárcel se abrieron y Penzotti salió en presencia de un
gran gentío que se había congregado para saludarle y felicitarle. No
faltó una nota cómica: Penzotti iba en medio de sus dos abogados, y uno
de la concurrencia gritó: “¡Ahí va Cristo entre los dos!”
En 1892 se
estableció en Guatemala desde donde visitaba todos los países de la
América Central. Estuvo 16 años en aquellas repúblicas y el autor
recuerda la manera como por todas partes encontraba personas que le
recordaban con cariño y testificaban de las bendiciones recibidas por
su ministerio. Regresó a Buenos Aires para ocupar el puesto de agente
de la Sociedad Bíblica Americana que dejó vacante el inolvidable don
Andrés A. Milne. Falleció en Buenos Aires el 24 de julio de 1925.
(Varetto1984 JPEB)
ORE:
Padre dame valor para testificar de ti, a esta ciudad sin salvación..
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