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« Peticiones: Petición de Manto
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Buenas tardes. Estoy aquí para hacer la petición del manto plateado de Lira.
Y quisiera saber si pueden hacerme la prueba vía post, puesto que me resulta más conveniente.
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Saludos!!
Bueno por el tipo de post, y el nick entiendo que eres una amazona, cierto?
bueno te dejo mi correo, para que podamos platicar no obstante el hecho de que presentes tus pruebas via panel!!
ll.azrael.ll@live.co.uk
Atte
l[LC]l « Bennu no Kagaho // ¥ åzræ£ åbräxås Dû Vênt ¥
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Esta es la historia de mi personaje:
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La piel de Urano se había teñido del color de la obsidiana, después del largo y cansado recorrido diario que el dios de cabellos ambarinos, Helios, hacía por la bóveda celeste en aquel hermoso carro de fuego. El astro poeta, al terminar su recorrido, había cedido el camino del cielo a su hermana, la que comenzaría su trayecto de igual manera. Dama de bellos razgos y finas ropas de gala tan blancas como la opalina y aún más resplandeciente que el brillo estelar. Esa noche se había vestido con tan elegante traje, que los dioses la miraban con admiración, para hacer el recorrido diario. Selene, guardiana de la noche, dejaba que su larga cabellera acariciara suavemente el cuerpo de Gea, resaltando todos los lugares importantes que en ella había.
Abajo, en la capa terrestre, podía sentirse en el ambiente una tranquilidad absoluta. Incluso el soplo que Eolo dejaba a su paso, entre los gigantes guardianes de los bosques que dejaban a la vista la esmeralda con la que habían sido pintados, era armonioso con tanta calma. Aquella suave brisa paso por bosques, lagunas, ríos y cascadas, llevando el rumor de la felicidad obtenida y los cantos de las ninfas que danzaban por sus hogares paciblemente.
Sin embargo, aquel ambiente relajado se vio interrumpido por la sutil y alegre risa de una infante. Fue la misma la que, por las emociones transmitidas, llamó la atención de aquellos lunares de diamante en la piel de la noche, tan curiosos como ningún otro ente. Sus atentas pupilas fueron tornadas hacia una gloriosa ciudad, su nombre, Esparta. Aquella magnífica polis en donde el estado de equidad era más notorio que en cualquier otra parte del mundo. La Ciudad que era famosa por crear a los guerreros más feroces y valientes. Hogar de los descendientes de Heracles el fuerte. Aquel lugar cuya ubicación entre las altas montañas y cerca del sabio mar beneficiaría en la batalla contra los persas al valiente Leónidas y sus guerreros.
La alegría que aquel sutil sonido a campanillas de inocencia esparció, sólo se igualaba con la atención que le brindaban los que la habían escuchado a lo largo del espacio celestial.
Se trataba de la melodiosa voz de una pequeña niña, hija de los reyes de aquella gran poli griega. La belleza rodeaba a aquella peque, siendo Una niña con cabellos tan oscuros como el ébano y tan sedosos y abundantes como espuma de mar. Pequeñas perlas se dejaban ver en sus labios de rubí con una amplia sonrisa dibujada mientras que sus pequeñas piernas se movían sin parar intentando evitar que su padre le diera alcance. Su madre, desde las marmóleas escaleras que daban al patio, observaba aquella escena apoyando su espalda en una columna con figuras de ninfas y sátiros. Jugaban, al parecer, a esconderse y era el turno de la pequeña. +Dónde estás Eurídice+ decía el padre. Diversión tras un día de entrenamiento, ya que la pequeña tenía tan vivo el espíritu de pelea como el de sus hermanos, los cuales ya habían enfrentado el agogue y regresado victoriosos. Familia guerrera como las que habitaban Esparta.
Mas sin sospecha alguna, una nube de infortunio fue arrastrada en forma de un elemento de destrucción. El fuego. Oleadas de este salvaje elemento rodearon aquella hermosa casa bloqueandole el paso a cualquiera que la habitara en ese instante. Hasta que por fin lograron salir todos. O eso creyeron. La pequeña niña de ojos cuan zafiros aún estaba dentro. La desesperación inundó a sus padres y hermanos quienes encontraron en el pueblo la ayuda que ellos habrían brindado a cualquiera que hubiera estado en su posición.
Mientras intentaban ahogar aquel fuego, la desesperanza inundó a los padres, se pensaba a la niña perdida. Pero esta noche no sería de desgracia. En el camino de su viaje, la fortuna sintió el peligro y se acercó a la inconciente infante. El abrazo de aquella deidad fue lo que finalmente salvó a la que no poseía más de 5 años de edad de las llamas. Avanzando a paso lento y tranquilo, La Fortuna entregó a su madre la pequeña niña para después discutir qué sería ofrendado a ella. -Tan sólo pido una cosa, que alquel color en sus ojos, que a los dioses deleita cuando se les mira, me sea entregado a cambio de su vida- Fueron las palabras de aquella caprichosa.
No teniendo alternativa los padres, con pesar, aceptaron. Y con un poco de horror y de tristeza en su expresión, observaron como aquel color de mar fuera entregado a la viajera. Mas el corazón fue siempre positivos, pues aún tenían a su pequeña y nada más importaba.
La pequeña Eurídice fue creciendo con agudeza en sus sentidos ante la carencia de uno de ellos. Ya que no podía ver por donde iba, sólo podía avanzar concentrandose en los sonidos y sintiendo las vibraciones que cualquier cosa emitía en el suelo, el aire, el agua. El entrenamiento que hubiera empezado con su padre, se tornó poco a poco más rígido al necesitar aún más preparación para que poco o ningún ser pudiera abusar de aquello que poca falta real hacía. No había consideración alguna en él y eso la volvió una joven fuerte y preparada.
El pasar de los años fue notorio en su ahora joven ser. Catorce años habían pasado desde aquel terrible accidente y los cambios eran obvios. Su cuerpo había tomado una bella forma con maravillosas curvas que llamaban la vista de cuanto joven pasaba a su lado. Junto con el tono de su piel que no parecía cambiar nunca de aquel blanco ártico. Sedosa cascada de ébano caía suave por sus hombros hasta su cadera decorada con algunas perlas e hilos de oro. Sus ojos permanecían siempre cerrados y si los abría se podía observar en ellos el color del mármol, no había más. Había aprendido el arte de la guerra, en el cual era rápida, ágil, valerosa; aprendió de los viejos las costumbres y tradiciones, el culto a los dioses, en especial a los que eran mayormente valorados. Athena y Ares, ambos dioses de la guerra y la batalla que bendecían a los espartanos protegiéndolo de los males que podrían acontecerles.
El manejo de las armas junto con estrategias de batalla fueron aprendidas de su padre y hermanos, siempre sobresaliendo en la arquería. Los espartanos siempre se preguntaron como era posible que alguien sin habilidad alguna para ver pudiera manejar aquella herramienta. De los centauros y ninfas que habitaban en los bosques cercanos a Esparta aprendió las bellas artes, haciendose notar en canto y música. Siendo su voz tan suave como el cuerpo de Eolo, cambiante como el agua y tan bella como Afrodita invitaba a todos a escucharle. Pero nada se podía comparar con la destreza y maravilla con la que sus dedos podrían deslizarse en su instrumento favorito. La lira. Ese instrumento de cinco cuerdas cuyas notas llegaban hasta el Olimpo para ser admiradas por el mismo Zeus. Cada vez que sus manos eran posadas en aquel instrumento, éste pasaba a ser parte de su cuerpo, convirtiendo aquella melodía en una espectacular obra de arte. Misma que detenía en sus pasos a cuanto hombre, bestia o dios la escuchara.
Una de las noches de verano, habiendo una celebración a Athena, la joven Eurídice fue invitada a interpretar una melodía para la diosa a la que ella beneraba más que a ningún otro. Entonces el mundo pareció detenerse poniendo atención a las notas que las finas cuerdas del instrumento despedían. Embelesados por la canción, en la mente de los oyentes se formó la imagen de un mundo pacífico, en el cual no habría necesidad de luchar. Ese era el mensaje de la joven espartana. La armonía que era posible si se convivía en paz.
Fue en ese momento, cuando todos se encontraban en silencio, que una silueta surgió de entre las sombras. Una figura de porte magnificente hizo presencia desde el templo hablando con voz bondadosa. -Alégrate hija mía, que de entre los tuyos has sido elegida para salvaguardar este planeta- La voz llegó sorprendiendo a todos, humanos y criaturas se pusieron de rodillas ante la presencia de aquel ser divino.
Se trataba de la diosa de la sabiduría que había bajado del hogar de los dioses para llevar a Eurídice a una batalla de la que se hablaría en el futuro. En donde su nombre quedaría gloriosamente recordado en los años por venir. Donde se le ofrecía la oportunidad de servir a todos aquellos a los que amaba. "Gentil diosa! Magnífica Athena! Si esta humilde mortal puede servirte con las pocas habilidades que posee, sólo tienes que mandarlo y te obedeceré." Fue la respuesta que la joven ciega dio a su diosa.
Con sonrisa llena de la paz que se había transmitido en aquel tocar de cuerdas, Athena estiró pronta su mano hacia las de Eurídice -Por tu lealtad serás recompensada, ahora ven conmigo, hay mucho que hacer- Poco tiempo fue el que la amante de la justicia tuvo para despedirse de su familia para partir con aquella protectora de los humanos. El sentimiento de tristeza y anhelo por sus seres queridos jamás fue borrado, pero ahora tendría la misión de protegerlos, como tanto ella había querido, y aún mejor, sirviendo a la diosa de las artes y la guerra.
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Historia aprobada, me llama la atencion que lleve ud, mi nombre, jeje!!
Bueno a continuacion se le solicita una presentacion, elevasion y ataque en formato libre"!
ll.suzaku.ll@msn.com
Atte
♦ Aiedail Triskal Luxor Alatory ♦ .: Con el poder de la muerte, yo los liberare :.
:::::: Hadesu no Alone ::::::
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**La suave piel de la bóveda celeste, había tomado el color del suelo de la selva con la descendencia del astro rey, abriendo paso a su pálida hermana. Sus níveos lunares brotaban cual tímidas doncellas después de haber sido guardadas por grandes nubes que con anterioridad habían liberado las lágrimas de los ángeles sobre la tierra.
Caminando con pasos ligeros y marciales, un ser se abrió paso entre las sombras para ser bañada, segundos después, con la luz de la luna revelando una hermosa figura femenina de largos cabellos del color del ébano que se mecían en una danza sin fin con el susurro de Eolo...
Un par de perlas cubrían las cuencas en su rostro, y una sutil línea dibujaba los finos labios de tono rosado en su faz, dando una casi imperceptible curva en forma de suave sonrisa.
Su delgado cuerpo estaba cubierto por finos trazos plateados que en conjunto formaban la poderosa armadura amazónica perteneciente a la orden de los guerreros de Athena, representando la constelación de aquel hermoso instrumento musical, Lyra.
A su paso dejaba atrás enormes pilares de mármol tan antiguos que sólo el tiempo conoce su verdadera edad. Sin duda eran templos, mas la destrucción llegó a ellos por orden divina, desvaneciendo así la majestuosidad que antes los rodeaba, dejando a su paso viejas y desgastadas ruinas.
Los ecos de sus pasos resonaban en las aún hermosas paredes que se resistían a la derrota del viejo padre cronos, mientras que en su mente habían una misión: Proteger a la bella y sabia diosa que la hubiera llamado hacía tiempo a su servicio.** |
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Yo se que puedes hacerlo mejor linda, animo vamos!!!
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l[LC]l « Bennu no Kagaho // ¥ åzræ£ åbräxås Dû Vênt ¥
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**Hermosos eran aquellos pequeños diamantes que, cual si fuesen luciérnagas, iluminaban el ancho infinito que se había cubierto de oscuridad hacía ya algunas horas. Mas no se encontraban juguetonas, como era costumbre, con su titilar. Esta vez todas se encontraban tan calladas y serenas, que llamaron la atención de los dioses.
Fue por esa razón, que la atención de los cielos se centró en un claro, en medio de millares y millares de guardianes de la sabiduría, aquellos que sus ropas llevaban de verde y en cuyos interiores usualmente habitaba la fauna de los bosques. Y ahí, en el claro, una hermosa figura se encontraba sentada en el cuerpo caido de uno de los frondosos árboles.
Aquella bella figura se encontraba arropada contra el frío con una hermosa capa de finas telas teñidas del color del esmeralda, misma que ocultaba la femenina forma de su portadora, junto con aquel hermoso manto de plata que le había sido otorgado. Gracias a que su capucha se encontraba baja, podía notarse el ebánico color de su cabellera, misma que se mecía de lado a lado con el suave soplar del dios Eolo a través de los altos árboles y los cuerpos de algunas ninfas.
Apacible. Esa era la palabra que describía aquel momento de quietud al rededor de la joven cuyo nombre inspiraba a contar una historia de triste amor perdido. Incluso los pequeños animales que habitaban el lugar se encontraban en descanso a su alrededor, deleitándose con las suaves notas que cada uno de los movimientos de su diestra liberaba de las finas cuerdas de su lira. Notas que eran expedidas con el corazón de aquel que admira la grandesa de los dioses y aquel infinito que le rodea. De aquel que sabe que es el servidor e instrumento del destino y con fervor lleva el cargo de protector de la diosa más benévola que nunca hubiese existido. La diosa Atenea.
Sin embargo, la amazónica figura conocía lo que estaba en su inmediato porvenir, puesto que había escuchado que un ser le buscaba. Un joven que osaba profanar el nombre de la diosa benefactora y cuyo insulto no podría soportar. Un joven que al momento de ser mandado callar por la dama, había -en su ignorancia- osado retarla. Y, por el honor de la diosa, junto con aquel cargado por todos los humanos nacidos bajo el árbol del poderoso Heracles, la dama había aceptado.
Era por aquella razón que se encontraba en aquel paraje, lugar de elección de su contrincante, que con ruidoso paso se acercaba a ella. El ego en su máxima expresión y acompañado de una variada multitud, cuyo propósito era, más que seguro, el observar cómo es que la amazona era vencida por su compañero y amigo. Tan lejos se encontraban de la razón, como lejos se encontraba de ellos, ahora, el Hades.
Amenazantes palabras fueron las que surcaron el espacio entre ellos en la voz masculina del retador, que al no ser contestadas de la misma manera, fueron aclamadas con vitores y risas de parte de los espectadores.
Mas nuestra joven dama, aquella que portara la amazónica armadura bajo la constelación de la lira, no era de muchas palabras. Y fue aquella la razón por la cual, en vez de alabarse a sí misma en un largo ensalsamiento, decidió dar inicio a la pelea.
Fue de aquella manera que de con gracia y elegancia, despojó su cuerpo de aquella bella capa, revelando lo sublime de su ser. Notándose a simple vista que su piel era tan suave con el agua en los reinos de poseidón. Su delicado aroma inundó momentáneamente el lugar, un perfume que incluso las rosas más bellas envidiarían.
Y permaneció así un momento, contemplando a los presentes, no por medio de su vista, sus ojos habían sido ciegos por la diosa de la fortuna. No. Les miró a través del cosmos que despedían. Y deseó entonces que fuera así como la viesen a ella.
De aquella manera comenzó el trayecto de la energía que le daba vida a las cosas, aquella energía que poseía en su interior y a los que la conocían concientemente le llamaban cosmos, hacia el exterior de su femenina forma. Provocando que una cálida y nívea luz emanara de ella, rodeándola, cuan la luz emana de el propio Helios para iluminar a su alrededor. Así, suaves brisas comenzaron a unirse a ella, meciendo su hermosa cabellera de obsidiana en una curiosa danza sin fin.
Y al tiempo en el que la hermosura de su cosmos se daba a conocer, sus suaves y finos dedos comenzaron a trazar un camino distinto al empleado mientras se hayaba en paz. Una bella melodía, sutil y delicada, con la cual su cosmos parecía arder aún más, inspirado.
Al comienzo, su contrincante se burla y se lanza en un intento de llegar donde se encontraba la amazona. Su puño aproximándose al rostro de la que, creyendo ciega, parece indefensa y sólo intenta defenderse tocando un sencillo instrumento musical. Mas si hubiese sido prudente, hubiera guardado su distancia, no porque el ataque de aquella portadora del manto de lira le atacase de manera física, sino porque no lo haría.
De los carmesíes labios de la bella mujer salieron unas mudas palabras, Requiem Paralize, y en el justo instante en que la última sílaba rozase sus labios de salida, la figura de su atacante perdió todo movimiento, cual si fuese la hermosa melodía lo que lo tuviese anonadado, paralizado.**
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Ok... aquí puse la elevasión y el ataque... cualquier cosa... saben dónde localizarme... |
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Hay Celene, hasta las quinientas, bueno ya platicamos por msn haber que pasa!!
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