La oscuridad, la sempiterna oscuridad del inframundo inundaba el lugar, en una noche que parecía eterna. Si, en tan desolado lugar de muerte y destrucción no se conocen los rayos del sol. El cielo siempre es oscuro, y no parece haber estrellas o luna que se mesan sobre ese lienzo infinito. Y allí, en soledad, aquella catedral derruida exquisita en sombras, su nombre…El Templo de Marte. Donde las tinieblas se contorsionan, y susurran los nombres de la muerte en olvidados y antiguos idiomas…allí, donde incluso la luz se llena de oscuridad.

Allí, donde un ser se postraba en un trono hecho de acero y oro. Un magnificente trono, en medio de pilares que se alzan indómitos hasta perderse en la eterna oscuridad de la bóveda del Partenón. Allí, donde los cuervos asechan desde lo alto de los vitrales quebrados, alisando con furia sus plumas alborotadas. Mirando con sus pupilas sanguinolentas.

El galán de la oscuridad, envuelto en la túnica sacerdotal del patriarca griego. Una túnica oscura, donde toda piedra preciosa es su cobertura, zafiro, turquesa y esmeralda y de oro la hechura de sus engastes y sus encajaduras. Él, con un rostro superior a la belleza celestial…con una magnifica piel blanca, albina como el alabastro. Con una sonrisa que se enmarca sensual sobre sus labios. Una sonrisa mórbida…mezquina, cruel y malevolente.

Sus largos y oscuros cabellos danzan al ritmo de la gélida brisa del mundo de los muertos. Aquellos vientos infaustos que se cuelan por los oscuros recovecos del templo de Marte. Azabaches hebras ondulando al rededor de su rostro, acariciando sus mejillas, sumergiéndolo en tétrica oscuridad, donde sus ojos resplandecen con el brillo de galaxias en decadencia. La realidad se quiebra a su alrededor…y todo se vuelve un dantesco paisaje del oscuro universo. Oscuros meridianos surcan, contorsionando las dimensiones con violencia. Y él se levanta de su asiento, apoyando las manos sobre los brazos de su trono, y finalmente ponerse de pie con una macabra parsimonia.

Baja los escalones que elevan a su trono sobre un pequeño escenario. Los baja con lentitud, con una elegancia que denota una herencia aristocrática de refinados modales.  El templo de Marte, tan perfecto como siniestro, con un piso marfilado, donde sus tacones producen tenebrosas cacofonías. Camina y camina, hasta posarse delante de un enorme espejo. Tan febo aquel cristalino, que refleja en su plenitud cada oscuro rincón del mausoleo. Él, mirándose frente a frente, contra un reflejo que parece tener vida propia…moviéndose a su voluntad. Un paisaje, una realidad que helaría incluso la sangre del guerrero más valiente. Alma y cuerpo, cada una por su parte. Y aquel que se señala a si mismo frente al espejo.- Seas tú testigo de mi magnificencia, de este atisbo al futuro cercano, donde mi efigie se viste con las ropas sacerdotales.- Dijo.- ¡Y sí! Es esta una profecía, una ironía…por aquella Diosa que ambos adoramos. Aquella cuyo cuerpo muerto estrechare entre mis brazos, y cuya sangre me concederá el don sobre su escudo y sobre Nike. Aquella radiante doncella que los santos llaman Atenea…mira bien, tú, que no creías en mi, pues dentro de mis manos; que destruyen galaxias, yace el futuro incierto de la humanidad. El sangre de nuestra adorada deidad salvara al mundo de los Dioses. Con ella, y con mi voluntad, barreré el mundo de los caprichos celestiales…y un nuevo Dios, nacido de la carne y las estrellas, se ungirá como único y poderoso. Los mortales buscaran en mi a su guía, y me llamaran Dios. Aspros…bajo ese nombre todos se arrodillaran.-

¡Nunca!- Profirió el inmortal reflejo del espejo.- ¡Santo o demonio! Que no quede vestigio alguna de tu mentira, pues por aquel cielo que sobre todos nosotros se inclina, los dorados guardianes no te dejaran acércate a la doncella. Seas mil veces maldito tú, y tu causa destinada al fracaso. Sellaste un modelo lleno de sabiduría, y perfecto en hermosura. Tú, que eras único entre los 12 guardianes, colocado por encima de todos. En los aposentos de Atena resultaste estar…tú, que estuviste exento de falta en tus caminos desde el diá en que naciste, hasta que se hallo injusticia en ti. Y por la luz de los astros, estas destinado a caer en el olvido y el fracaso. ¡Nunca más! ¡Tu condena está destinada al horror!-

¡Sean esas palabras señal de tu partida!- Profirió aquel que esta mas allá de los cristales. Y alzando una mano demoniaca, todo el poder de galaxias y estrellas se concentro en su palma. Envolviendo con furia su siniestro brazo, su mano que se convertía en un terrible y terrorífico puño. Y desde la nada, emergieron hermosos y dantescos planetas de muerte y destrucción. Danzando alrededor del galán de la oscuridad…de ese príncipe de las tinieblas. Y el sempiterno olor del universo, la fragancia del polvo de estrellas, y las estelas galácticas de soles y estrellas muertas.

Hizo retroceder su mano, para solo volver impulsarla hacia el frente, hacia aquel hermoso e inmenso espejo, donde ya no se reflejaba el templo de Marte. Ahora era la ventana a un terrible paisaje, la inmensa ventana a un universo oscuro de muerte y destrucción. Y con solo su voluntad, el santo caído volcó planetas y galaxias sobre su reflejo. Y la explosión fue tan grande, tan poderosa, que un vortex se levanto, remeciendo desde el templo de Marte, y alzándose furioso hacia el sempiterno cielo oscuro del inframundo. Iluminándolo todo en un fulgor dorado, muestra de su heredad y su estirpe como el alguna vez santo dorado de Géminis.

Y cuando todo cayó de nuevo en la sepulcral calma de la tierra de los muertos, sobre el templo de Marte, aun mas derruido que antes, ya no existía tan hermoso espejo. No había cristal alguno sobre el suelo, ni el menor rastro de la existencia de tan bello cristal. Cada átomo había sido pulverizado. Y sobre el rostro del condenado tampoco había rastro de su antigua y burlesca sonrisa. Ahora dominaba sobre él, una mirada melancólica y triste, y por una de sus mejillas se deslizo una fría lágrima. Una lágrima de sangre.- ¡Deja intacta mi soledad! ¡Saca tu luz de mi corazón, y tu silueta fuera de mi templo!- Profirió melancólicamente, a un reflejo que ya no existe, solo en su mente, en su memoria y en sus recuerdos. Aquellos recuerdos de luz y bondad que le respondieron.- ¡Nunca más!-

-Basado en The Raven de Edgar Allan Poe.-