Una Nueva Luz de Libertad y Esperanza se inició aquel 16 de Sep. De 1810 La aurora del 16 de setiembre alumbró un pueblo que se alzaba á conquistar su independencia, guiado por un grupo de hombres esforzados que hicieron pacto solemne con la muerte. Ni plan político, ni ardientes proclamas, ni tesoros derramados con largueza, ni reuniones públicas en que la voz de elocuentes tribunos hubiera apercibido á las masas al combate precedieron al memorable levantamiento de Dolores. Lejos de eso, los caudillos de la insurrección, que con harta pobreza de elementos, aunque también con sobrada riqueza de nobles esperanzas , habían urdido entre las sombras sus tareas, veíanse descubiertos de improviso por la vil delación; miraban encarcelados á sus más entusiastas auxiliares ; hallábanse desprovistos de esos recursos materiales que en movimientos políticos de tanta magnitud como el que tenían proyectado entran por mucho para el afianzamiento del éxito; sentían suspendida sobre sus cabezas inexorable sentencia de muerte, tanto más segura cuanto mayor fuera el tiempo que dedicasen á la inacción ó al aturdimiento, y obligados á precipitar la revolución que para el 1.° de octubre tenían acordada, ó á ocultarse espantados ante el T. m.-H. inmenso peligro que les amenazaba, prefirieron lo primero y afrontaron cara á cara la tormenta, y aceptaron todos las consecuencias de su osada, de su heroica resolución. y sin embargo, aquellos hombres se ven rodeados de un grupo numeroso y entusiasta apenas acaba de pronunciar el cura de Dolores las últimas palabras de su arenga. Los quince individuos que salieron de la casa cural en las primeras horas de la mañana, núcleo primero de una nacionalidad que surgía á la vida en aquellos instantes, se habían convertido á poco en seiscientos, que armados de fusiles, lanzas, espadas, instrumentos de labranza , palos y piedras , unos á caballo y los más á pié , rodeaban á los caudillos que se atrevían á predicar la rebelión contra el orden de cosas establecido. (alcoseri)Aquella multitud obedecía, pues, al generoso instinto de derribar lo que le parecía enteramente inconciliable con su felicidad y la de la patria. Hase dicho repetidas veces por los enemigos de la independencia mexicana, que las numerosas adhesiones que desde los primeros momentos rodearon á los caudillos de Dolores se debieron á la sumisión de los feligreses á la autoridad respetada y venerable de un sacerdote, pero en esa multitud de ignorantes campesinos, de humildes artesanos, de proletarios, dominaba también el poderoso sentimiento de sumisión hacia la autoridad establecida, y por grande que fuese sobre ellos el influjo de su pastor, desde el punto en que éste los incitaba á la rebelión, debieron comprender los peligros á que quedaban expuestos. ¿Por qué negar al corazón del hombre esos impulsos generosos que en todo tiempo han sido las causales de las grandes revoluciones sociales y políticas? ¿Por qué no conceder á los hombres congregados en el atrio de la iglesia de Dolores la suprema aspiración de fundar la independencia de la patria en que habían visto, ellos y sus hijos, la primera luz? Por lo demás, de admitirse que la influencia del cura de aquel lugar determinó ese día la actitud de sus feligreses , preciso sería admitir también el absurdo de que esa influencia se ejerció sobre los varios millares de hombres que sin conocerle ni haberle visto jamás, engrosaron su ejército ese mismo día, durante su marcha desde Dolores hasta San Miguel el Grande ' , y sobre los que á poco, en lugares distantes, secundaron la proclamación de la independencia. Después de los sucesos referidos en el capítulo anterior. Hidalgo y Allende resolvieron salir inmediatamente para San Miguel, población de grandes recursos, en la que residían varios partidarios entusiastas de la independencia, y adonde el segundo ansiaba acudir para arrastrar tras sí al regimiento de «Dragones de la Eeina," del que eran capitanes él y Aldama, con el fin de dotar á la fuerza naciente de la insurrección nacional de un núcleo de disciplina y organización militar. Antes de emprender la marcha fué puesto en libertad el subdelegado Fernández del Rincón, á quien se hizo salir para Valladolid, y al español Larrinua se permitió que permaneciera en Dolores curándose de las heridas que le infirió, al prenderle, el insurgente Exija. A las once de la mañana salió de Dolores la tropa de los independientes, fuerte de seiscientos hombres. llevando á su cabeza al cura Hidalgo y en el centro á los españoles aprehendidos en las primeras horas de ese día. Poco tardaron en llegar á la hacienda de la Erre, donde los principales jefes del movimiento, á quienes acababa de unirse Abasólo , fueron obsequiados ampliamente por don Luis Malo, propietario de la misma finca, y que había sido miembro de las juntas secretas establecidas por Allende en San Miguel. Después del necesai-io descanso, continuó su marcha el pequeño ejército con dirección á Atotonilco.