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General: Siempre hay que aprender y enseñar
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De: Alcoseri (Mensaje original) |
Enviado: 02/06/2011 19:01 |
Siempre hay que aprender y enseñar Estimado Ricaurte Disculpe por no haber subido el libro el otro imperio cristiano, la verdad es que ese libro le falta los 5 primeros capitulos ,por eso no lo subí a mi página web. pero le informo lo sigueinte , la fuente de los beneditos que aportarón a la masonería viene de Beda, ahora estoy realizando estudios sobre él. San Beda, apodado el Venerable Si alguno me ama, observará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos en él nuestra morada. (Juan 14, 23) San Beda, apodado el Venerable, desde la edad de siete años fue confiado a San Benito Biscopio para que él lo educara. Fuera del tiempo del Oficio divino, plúgole siempre estudiar, enseñar o escribir, dedicándose sobre todo a la composición de comentarios sobre las Sagradas Escrituras. El día de su muerte, el niño que le servía de secretario le recordó que aún le faltaba componer una frase para acabar su tratado sobre el Evangelio de San Juan. Dictóla el santo y, terminada su obra, recitando el Gloria Patri expiró. Corría el año 735. Beda habla sobre hiram abif y adoniram Luego, en el capítulo tercero, Beda nos introduce en un concepto fundamental de su obra: La construcción del Templo como una obra colectiva. En ella participan tanto judíos como gentiles, de todos los estamentos: “no había ningún sector del pueblo del que no tomara hombres”, por lo que se trata de una obra a la que todos contribuyen. “En las siguientes líneas de este discurso místico se indica cuántos esclavos había enviado Salomón a esta obra, al decirse: “Salomón seleccionó trabajadores de toda Israel, y fueron en el plazo de quince años treinta mil hombres, y enviaba al Líbano diez mil por turno cada mes, de modo que durante dos meses estuvieran en sus casas”. De donde debe notarse, en primer lugar, que no en vano Salomón seleccionó a los trabajadores de toda Israel, y que no había ningún sector del pueblo del que no tomara hombres aptos para tal tarea, pues ciertamente ahora no deben ser seleccionados de la sola descendencia del sacerdote Aarón, sino que deben ser requeridos de toda la Iglesia, quienes basten a construir la casa del Señor, sea con su ejemplo o con sus dichos. Donde sea que fuesen encontrados, deben ser ascendidos casi a la función de doctores sin ningún favoritismo”. Menciona al rey de Tiro como un eslabón fundamental en la realización del proyecto, y a cierto artesano venido de Tiro (Hiram Abi) a quien atribuye haber “realizado toda la obra”. Por otra parte, también define el rol de Adoniram “a modo de un elevado visitador e inspector” lo cual, si se considera sus funciones en ciertos grados masónicos, resulta sorprendente. “Y Adoniram estuvo de esta manera durante los quince años”. Y pues Adoniram, sin exageración alguna, es llamado ‘Señor mío excelso’ ¿A quién nos hace reconocer mejor que a quien imita en su nombre? Sin duda al Señor Salvador. Y Adoniram encarga a los trabajadores del Templo que con su previsión, y debidamente, se organice en qué meses irá cada uno a trabajar, en cuales nuevamente volverán a cuidar de su casa, del mismo modo que nuestro Señor y Salvador dispone con su tan habitual iluminación las mentes de los santos predicadores para decir cuándo conviene emprender con su prédica la obra de construir la Iglesia, u otras obras piadosas con su servicio; y cuándo, al contrario, sea adecuado examinar sus conciencias, como si volvieran a sus casas para inspeccionarlas, y las volvieran dignas con sus oraciones y ayunos, a modo de un elevado visitador e inspector” El cuarto capítulo se refiere a “Con qué piedras fue hecho el templo”. El tema central, “cuadrar la piedra”, contiene una enorme riqueza desde el punto de vista del simbolismo masónico. Aquí, Beda está hablando de cómo desbastar la piedra bruta y convertirla en cúbica. Lo describe en sentido simbólico, antes que literal, y el texto habla por sí mismo: “Mandó el rey que tomaran grandes piedras preciosas en fundamento del templo, etc. Por fundamento del templo no debe entenderse místicamente otra cosa que lo que el Apóstol expresa al decir: Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, es decir Cristo Jesús” (I Cor. III). El cual pues puede apropiadamente llamarse fundamento de la casa del Señor, pues (como dice Pedro) “no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos”. Para tal fundamento se toman piedras grandes y preciosas, pues los varones notables en obras y santidad adhieren a su Creador en familiar santidad de mente, a fin de que, cuanto más esperan en él, sean con mayor ánimo capaces de dirigir la vida de otros, lo que significa soportar la carga. Porque las piedras que se ponían como fundamento del templo para soportar todo el edificio son en verdad los apóstoles y profetas, quienes por la palabra y los sacramentos verdaderos, ya sea visiblemente ya invisiblemente, alcanzaron la sabiduría misma de Dios. Por donde también nosotros, cuya doctrina y vida nos empeñamos en imitar según nuestra medida, dice el Apóstol, estamos fundados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (Efes. II). Lo mismo en general se diga de los perfectos, que fielmente adhirieron al Señor, y con entereza aprendieron a llevar las carencias que atañen a los hermanos, a los cuales también se señala como grandes y preciosas piedras”. “A tales piedras en verdad se manda que primero se las cuadre, y así cuadradas se las ponga como fundamento. Pues todo lo que ha sido cuadrado, de cualquier manera que se lo tumbe, siempre queda firme. A cuya imagen se asimilan espléndidamente los corazones de los elegidos, quienes han aprendido tanto a mantenerse firmemente en la fe, que por ninguna adversidad aveniente, ni siquiera la muerte misma, pueden ser apartados de la rectitud de su estado… Por eso de estas grandes piedras preciosas bien se dice: “las que desbastaron los albañiles de Salomón y los albañiles de Hiram”. Se labran pues las piedras preciosas, cuando algunos elegidos, por la instrucción y a instancias de los santos, abandonan todo lo que en sí tienen de nocivo e inservible, y, en presencia de su Creador, muestran sólo el imperio de la ínsita justicia, como si revelaran la forma a escuadra”. De Templo Salomonis Liber A continuación, comentaremos algunos aspectos, significativos para nuestro trabajo de “El Libro acerca del Templo de Salomón”. Beda concibe la construcción del Templo como una alegoría – y una prefiguración- de la construcción de la Iglesia, entendida en su más amplio término universal: “La casa de Dios que construyó el rey Salomón en Jerusalén, se realizó como prefiguración de la santa Iglesia Universal, que día a día es construida por el primero hasta por el último de los elegidos que ha de nacer al término de este mundo por la gracia del rey amante de la paz, su redentor.” El Templo de Salomón es también el símbolo de Jesucristo Hombre, mediador entre Dios y la humanidad, y lo reafirma citando al evangelista cuando escribe: “Destruid este Templo y en tres días lo reedificaré...” Luego, insiste en este símbolo del hombre como templo del “Dios Viviente” y recurre al texto de la Segunda Epístola de San Pablo a los Corintios, cuando este expresa “...No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; Porque ¿qué compañerismo tienen la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios” Para Beda, Jesús es la Piedra Angular “cimentada en el cimiento”, mientras que nosotros, somos “piedras vivas construidas sobre los cimientos de los apóstoles y los profetas, es decir, sobre el Señor mismo...” La relación entre el Tabernáculo y el Templo de Salomón está presente a lo largo de todo el primer capítulo. Mientras que el Tabernáculo –en el que la presencia de Dios se traslada junto al pueblo en éxodo- simboliza el “exilio de la Iglesia presente” y “la expresión de los padres del Antiguo Testamento”, el Templo, en cambio, es el descanso y la felicidad futura, “la Iglesia congregada a partir de los gentiles” Esta misma relación la encontraremos luego, en los textos de Rabano Mauro, en los de Teófilo y en los propios rituales masónicos; Beda continúa: “Se puede figurar en aquella [se refiere a la construcción del Tabernáculo] el trabajo y el exilio de la Iglesia presente, en ésta [la construcción del Templo de Salomón] el descanso y la felicidad futura. O bien, con seguridad, dado que aquella fue realizada únicamente por los hijos de Israel, y ésta por los convertidos a la religión judía y por los gentiles, en aquella pueden expresarse principalmente los padres del Antiguo Testamento y el antiguo pueblo de Dios, en ésta figuradamente la Iglesia congregada a partir de los gentiles”. MEDITACIÓN SOBRE TRES CLASES DE LIBROS I. No leas libros malos, ni siquiera inútiles; éstos hacen perder el tiempo, aquellos inspiran impiedad o impureza. Quieres aprender de ellos a hablar bien, y aprendes a vivir mal. Muchos libros hay en los que aprenderás la ciencia y el talento unidos a la virtud. ¿No los lees? Un mal libro es un tentador continuo, un demonio doméstico; échalo de tu casa; de lo contrario él echará de ella la virtud. II. Lee la vida de los santos; al decirte lo que ellos han hecho, te enseñarán lo que tú debes hacer. Te desafío a leer la vida de un santo sin experimentar el deseo de llegar a ser tú mismo un santo. En fin, no dejes pasar ningún día sin hacer alguna lectura espiritual: es el alimento de tu alma. Hablas a Dios en la oración; Él te habla en la lectura espiritual: escúchalo, y pon de inmediato en práctica lo que hayas leído. Que tus lecturas o tus oraciones sean continuas; ora dirígete a Dios, ora escucha su palabra (San Cipriano). III. Lee a menudo en el libro de tu conciencia. Todos los otros libros serán inútiles si no conoces éste. Estudia tus inclinaciones, tus defectos, conócete a ti mismo. Este libro será abierto el día del juicio; ¿podrás darlo a conocer sin temor? ¡Cuán pocos hay que se conozcan a sí mismos! Mira en el examen de cada día, y en el examen preparatorio a la confesión, las faltas que has cometido; trae a tu memoria los años transcurridos y borra con tus lágrimas los pecados escritos en este libro de tu conciencia, no sea que se lo condene a ser quemado. Levántate contra ti mismo en el tribunal de tu conciencia (San Agustí |
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