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General: ¿Puedes prometer que harás algo por mí?
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De: Alcoseri  (Mensaje original) Enviado: 25/10/2011 22:46

¿Puedes prometer que harás algo por mí?

Conocí a Georges Gurdjieff en 1924, un sábado por la tarde del mes de junio, en el castillo del Prieuré en Fontainebleau, Avon, Francia.
 
 Aunque las razones de mi presencia allí no estaban muy claras en mi mente — yo tenía diez años entonces— mi recuerdo de aquel encuentro es todavía muy vivo.
 
Era un día claro, soleado. Gurdjieff estaba sentado al lado de una pequeña mesa de mármol bajo una sombrilla a rayas, dando la espalda al castillo, mirando hacia una gran extensión de césped y macizos de flores.
 
 Tuve que estar sentado en la terraza del castillo detrás de él durante algún tiempo antes de ser llamado a su lado para tener una entrevista.
 
 Yo ya le había visto una vez el año anterior en Nueva York, sin embargo, no tenía la sensación de haberle conocido.
 
El único recuerdo que conservaba de aquella ocasión era el temor que me inspiró, en parte por su forma de mirar a través de mí y en parte por su reputación.
 
 Me habían dicho que era, por lo menos, un "profeta", algo muy cercano a la segunda venida de Cristo.
 
Encontrarse con una versión de Cristo es todo un acontecimiento, y yo no anhelaba precisamente ese encuentro. No solamente no me gustaba encarar su presencia, sino que le temía.
 
 La entrevista en sí no se correspondió con mis miedos. "Mesías" o no, me pareció un hombre sencillo y franco. No estaba circundado por ningún halo, y aunque su inglés tenía mucho acento, hablaba mucho más simplemente de lo que me esperaba de la lectura de la Biblia.
 
Hizo un gesto incierto hacia donde yo estaba, me mandó sentarme, pidió café y después me preguntó por qué estaba allí. Me sentí aliviado al ver que parecía un ser humano corriente, pero no me agradó la pregunta.
 
Estaba seguro que esperaba una respuesta importante; que yo debía de tener una excelente razón. Como no la tenía, le dije la verdad: estaba allí porque me habían traído.
 
Entonces me preguntó por qué quería estudiar en su escuela. Una vez más sólo pude contestar que todo estaba fuera de mi control. No me habían consultado, me habían llevado a ese lugar.
 
 
 Recuerdo el fuerte impulso que tuve de mentirle y también la convicción, igualmente fuerte, de que no lo podía hacer.
 
 Estaba convencido de que él ya conocía la verdad. La única pregunta que contesté menos sinceramente fue si me gustaría quedarme allí y estudiar con él. Dije que sí, lo cual no era necesariamente cierto.
 
 Lo dije porque sabía que eso se esperaba de mí. Ahora me parece que cualquier chico hubiese contestado como lo hice. No se lo que el Prieuré representaba para los adultos (el nombre literal de la escuela era "Instituto Gurdjieff para el Desarrollo Armónico del Hombre"), pero para mí aquello era como tener una entrevista con el director de un instituto.
 
 Los niños van al colegio, y yo aprobaba el acuerdo usual de que ningún niño le dice a su futuro maestro que no quiere ir a la escuela.
 
 Lo único que me sorprendió fue que me hiciesen la pregunta. A continuación Gurdjieff me hizo dos preguntas más:
 
1. ¿Qué crees que es la vida?
 
 2. ¿Qué quieres saber?
 
Contesté a la primera pregunta diciendo: "Creo que la vida es algo que se nos da en una bandeja de plata y que depende de cada uno el hacer algo con ella".
 
 
 Esta respuesta provocó una larga discusión sobre la expresión "en una bandeja de plata", que incluyó una referencia de Gurdjieff a la cabeza de Juan Bautista.
 
 Yo me retracté. Lo sentí como una retirada, y modifiqué la frase en el sentido de que la vida era un "regalo" y eso pareció agradarle.
 
 La segunda pregunta era simple de contestar. Mi respuesta fue: "Quiero saber todo".Gurdjieff replicó inmediatamente: "No puedes saber todo. Todo, ¿sobre qué?".
 
Dije: "Todo sobre el hombre". Después añadí: "En inglés creo que se llama psicología o quizás filosofía". El suspiró entonces, y después de un corto silencio dijo: "Te puedes quedar. Pero tu respuesta me hace la vida difícil.
 
Yo soy el único que enseña lo que pides. Me das más trabajo". Como mis metas infantiles eran la adaptación y el agradar, su respuesta me desconcertó.
 
 Lo menos que yo quería era hacer la vida más difícil a nadie; me parecía que ya era bastante difícil. No respondió a esto y continuó diciendo que además de aprender "todo", también iba a tener la oportunidad de estudiar temas de menor importancia, tales como idiomas, matemáticas, varias ciencias, etc.
 
También dijo que su escuela me iba a parecer fuera de lo común: "Puedes aprender aquí muchas cosas que no se enseñan en otras escuelas", y me dio unas palmaditas benévolamente.
 
 Digo "benévolamente", porque el gesto tuvo en aquel momento una gran importancia para mí. Yo ansiaba la aprobación de alguna autoridad.
 
Y recibir tal "aprobación" de este hombre, que era considerado por los demás adultos un "profeta", "vidente" y "mesías", y una aprobación de una forma tan simple, con un gesto amistoso, era algo inesperado y reconfortante. Yo estaba resplandeciente.
 
 Sus modales cambiaron súbitamente. Dio un puñetazo sobre la mesa, me miró con gran intensidad y dijo:
 
"¿Puedes prometer que harás algo por mí?".
 
 Su voz y la mirada que me había dirigido me atemorizaron y emocionaron. Me sentí acorralado y desafiado. Contesté sólo con una palabra, un firme: "Sí". Indicó con un gesto la extensión de césped delante nuestro: "¿Ves la hierba?". "Sí".
 
"Te doy trabajo. Tienes que cortar la hierba con máquina, cada semana". Miré al césped, la hierba ante nosotros me parecía el infinito.
 
 Era, sin duda, el proyecto de trabajo más grande para una semana que yo me había planteado en mi vida. Dije otra vez: "Sí".
 
Golpeó la mesa por segunda vez. "Tienes que prometerlo ante tu Dios". Su voz era mortalmente seria. "Tienes que prometer que harás esto sin importar lo que ocurra".
 
 Le miré inquisitivamente, respetuosamente y con bastante temor. Ningún césped, ni siquiera éstos (había cuatro) me había parecido antes importante.
 
 "Lo prometo", dije seriamente. "No sólo promesa", insistió. "Tienes que prometer que lo harás sin importar lo que ocurra, sin importar quién trate de detenerte. En la vida pueden ocurrir muchas cosas".
 
 Por un instante sus palabras evocaron una visión de disputas aterradoras sobre estos céspedes. Preveía grandes dramas emocionales en el futuro por su causa y por la mía.
 
Una vez más, prometí. Fui tan serio como él. Hubiese dado mi vida en caso necesario, en el acto de segar el césped.
 
 Mi voluntad de dedicación fue evidente y él pareció satisfecho. Me dijo que empezase a trabajar el lunes y me despidió.
 
 Creo que no me di cuenta entonces —la sensación era nueva para mí— pero salí con el sentimiento de que me había enamorado, sin importar si del hombre, del césped o de mí mismo.
 
Mi pecho se expandió mucho más de su capacidad normal. Yo, un niño, una ruedecilla sin importancia en el mundo que pertenecía a los adultos, había sido solicitado para realizar algo que parecía de vital importancia.
 
 
Fritz Peters RECORDANDO A GURDJIEFF
 


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