PROCESOS ALQUIMICOS EN LA PSIQUE
La obra alquimista se refiere, en su mayor parte, no sólo a
experimentos químicos únicamente, sino también a algo como procesos
psíquicos, que son expresados mediante un lenguaje seudoquímico . Los
antiguos sabían en cierto modo lo que son los procesos químicos; por
consiguiente, habían de saber también que sus operaciones no eran,
cuando menos, las de una química corriente y normal. El conocimiento
de esta diferencia se expresa ya en un tratado del falso Demócríto,
que se cree del siglo i. Dice así: τα φυσικά και τα μυστικά (lo
psíquico y lo «filosófico»). Y poco después se acumulan testimonios de
que en la alquimia discurren paralelamente dos corrientes heterogéneas
(para nosotros). El tam ethice quam physice (tanto moral —es decir,
psicológico— como físico) de la alquimia no encaja dentro de nuestra
lógica. Si el alquimista, como es manifiesto, utiliza el proceso
químico de forma únicamente simbólica, ¿para qué, entonces, su trabajo
con retortas y crisoles? Y si, como afirma una y otra vez, describe
procesos químicos, ¿por qué los desfigura mediante símbolos
mitológicos hasta hacerlos irreconocibles?
Este enigma ha procurado no pequeños quebraderos de cabeza a bastantes
personas de buena voluntad que han estudiado la alquimia. Cierto que
el alquimista, de una parte, afirma que oculta a propósito sus
manipulaciones para impedir que hombres malvados o necios se apoderen
del oro y ocasionen así una desgracia. Pero el mismo autor nos dice,
por otra parte, que el oro buscado no es el oro normal (aurum vulgi),
como creen los necios, sino el oro filosófico o incluso la piedra
maravillosa, la lapis invisibilitatis (de la invisibilidad ) o la
lapis aethereus (etcétera ) o, finalmente, la rebis inimaginable,
hermafrodita; que todas las fórmulas en definitiva habían de ser
despreciadas . Pero por razones psicológicas es improbable en grado
sumo que la consideración con la Humanidad fuera el motivo de que los
alquimistas guardaran sus manipulaciones en el secreto. Concretamente,
cuando algo se descubre —algo real—, es gritado por lo general a los
cuatro vientos. La realidad es que los alquimistas tenían poco o nada
que esconder, y menos que nada la fabricación del oro.
El andar con secretos puede ser un engaño con el evidente objeto de
explotar a las personas crédulas. Pero considerar la alquimia entera
desde este punto de vista es algo que, en mi opinión, se opone a la
realidad de los hechos, pues no han sido pocos los tratados escritos e
impresos por gente docta y concienzuda, o sea, por gente que no podía
obtener ventaja alguna de ellos. Bien es verdad que, al lado de estas
obras, existen también numesoros productos que pregonan la existencia
de falsedad y charlatanería.
El secerto puede tener su origen también en otras fuentes. En verdad,
lo realmente secreto no se hace en secreto, pero habla en secreto: se
manifiesta por medio de imágenes de toda clase que aluden a su
esencia. No me refiero con esto a un secreto personal guardado por
alguien, secreto con un contenido conocido por el dueño de él, sino a
un asunto u ocasión «secretos», es decir conocidos únicamente por
indicios; pero que son desconocidos en el fondo. En esta forma era
descocida la materia para los alquimistas, la naturaleza real de ella.
El alquimista la conocía sólo a través de indicios; y, al tratar de
investigarla, proyectaba el inconsciente en la oscuridad de la materia
con objeto de iluminarla. Para explicar el misterio de la materia,
proyectaba otro misterio, a saber: su fondo anímico desconocido en lo
que pretendía explicar, obscurum per obscurius, ignotum per ignotius.
Pero entiéndase bien que no era éste un método intencionado, sino algo
que acontecía involuntariamente.
Considerada en un sentido estricto, la proyección no se hace nunca:
acontece, es hallada. En la oscuridad de lo exterior, encuentro, sin
reconocerlo como tal, mi propio interior anímico. Según esto, en mi
opinión sería un error atribuir en calidad de prius la fórmula tan
ethice quam physice a la teoría de la correspondencia. Al contrario,
esta teoría sería más bien una racionalización de la vivencia de la
proyección. El alquimista no practica su arte guiándose por razones
teóricas de una correspondencia, sino que más bien tiene una teoría de
las correspondencias porque vive en la physis la presencia de la idea.
Por ello, me inclino a pensar que la verdadera raíz de la alquimia se
ha de buscar menos en ideas filosóficas y más en las vivencias de las
proyecciones del investigador. Expreso con esto la opinión de que el
alquimista tenía ciertas vivencias psíquicas durante la realización
del experimento químico; las que, sin embargo, le parecían un
comportamiento especial del proceso químico. Pero como se trataba de
proyecciones, no tenía conciencia, naturalmente, de que la vivencia no
guardaba relación alguna con la materia (es decir tal como hoy la
conocemos). El alquimista vivía su proyección como propiedad de la
materia, y lo que vivía en realidad era su inconsciente. Realmente,
repetía así la historia del conocimiento natural. Como se sabe, la
ciencia comenzó con los astros, en los que la Humanidad descubrió sus
dominantes del inconsciente, los llamados «dioses»; como asimismo las
raras cualidades psicológicas del Zodíaco: toda una caracterología
proyectada. La astrología es una experiencia primitiva semejante a la
alquimia. Tales proyecciones se repiten por doquier cuando el ser
humano intenta investigar una oscuridad vacía y la llena
involuntariamente con figuras animadas.
Por consiguiente, he dirigido mi atención a la pregunta de si los
alquimistas no relatarán tales vivencias como experiencias vividas en
su propia práctica. Desde luego, no puedo esperar un resultado
demasiado rico, pues, al fin y al cabo, se trata de experiencias
«inconscientes», las cuales, precisamente por esta razón, tendrán que
sustraerse a que se informe de ellas. Sin embargo, existen realmente
en la literatura algunas noticias inequívocas. Y es característico que
las noticias más recientes sean más detalladas y concretas que las
antiguas.
La noticia más reciente procede de un tratado alemán de 1732, titulado
Abtala Jurain, etc. . Dice así:
«Toma una buena cantidad de agua de lluvia normal, al menos diez
Stübchen, guárdala bien cerrada en vasos diez días como mínimo para
que se depositen los posos en el fondo. Entonces vierte la limpia en
un recipiente de madera. Este recipiente habrá sido hecho redondo como
una bola y luego cortado por la mitad. Llena una tercera parte del
recipiente y ponlo al sol del mediodía en un lugar secreto o apartado.
Cuando hayas hecho esto, toma una gota del vino tinto bendito y déjala
caer en el agua. Verás al instante una niebla y una espesa oscuridad
en la parte de arriba del agua, tal como la que hubo en la primera
Creación. Vierte después dos gotas y verás brotar la luz de la
oscuridad. Después, cada medio cuarto de hora, echa la tercera gota,
luego vierte la cuarta, luego la quinta y después la sexta gota, y
entonces no eches más. Entonces verás por tus propios ojos, en la
superficie del agua, una cosa después de la otra, según Dios creó las
cosas en los seis días. No tengo poder para revelar cómo ha pasado tal
cosa y tales secretos, que no se pueden expresar. Híncate de rodillas
antes de hacer esta operación. Deja que tus ojos juzguen: así es como
se ha creado el mundo. No lo toques y desaparecerá al cabo de media
hora de iniciado.
»A1 hacer esto, verás con claridad los misterios de Dios, que hasta
ahora se han ocultado a vuestros ojos como a los de un niño.
Comprenderás lo que Moisés escribió de la Creación; verás los cuerpos
que tenían Adán y Eva antes de la caída; cómo era la serpiente; qué
era el árbol y cuáles los frutos que comieron; dónde está el Paraíso y
qué es y en qué cuerpos resucitarán los justos; y no en los que hemos
recibido de Adán, sino en los que obtengamos por medio del Espíritu
Santo, a saber: los que nuestro Salvador ha traído del cielo.»
«Toma siete trozos de metal, de cada uno de los metales llamados por
los nombres de los planetas, y graba en cada uno de ellos el carácter
del planeta en la casa del mismo planeta, y cada trozo ha de ser
grande y grueso como una Rossnobel ; pero del mercurio toma sólo la
cuarta parte de una onza de peso y no pongas nada encima.
«Después échalos en un crisol por el mismo orden que tienen en el
cielo, y cierra todas las ventanas de la cámara para que la oscuridad
sea total dentro. Entonces fúndelos juntos en el centro de la cámara y
vierte en ellos siete gotas de la piedra bendita. Pronto brotará del
crisol una llama y se extenderá por toda la habitación (no temas a los
daños), y toda la cámara brillará con más claridad que el Sol y la
Luna, y verás sobre tu cabeza todo el firmamento, tal como está en el
cielo estrellado; y los planetas seguirán su curso como lo hacen en el
cielo. Y si dejas que el fuego cese por sí mismo, entonces cada uno
estará en su sitio al cabo de un cuarto de hora.»
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