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General: Masonería y Política
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De: Alcoseri (Mensaje original) |
Enviado: 02/03/2013 14:28 |
Masonería y Política
Claro está que el involucramiento de los masones en la actividad política tiene como base dos principios de singular importancia. Por un lado la formación masónica de los actores: nada bueno es de esperar si el prolegómeno o cuando menos la simultaneidad en los hechos, no es una sólida formación en los principios éticos y las enseñanzas contenidas en el simbolismo masónico. Por ello, estamos convencidos que el masón que actúe políticamente debe estar motivado "desde dentro" por su propia conciencia, concebida ésta y desarrollada, como lo hacemos cotidianamente, en el ámbito de los talleres masónicos. Es una exigencia moral intransferible que garantiza no caer en el conformismo y la complacencia fácil, asumiendo por el contrario su responsabilidad ética en la batalla por una sociedad mejor. En este sentido, nos parece pertinente reiterar una vez más, como inexcusable axioma, la importancia de la ética individual como modelo y sustento de una ética social. De allí entonces que el segundo requerimiento exija la búsqueda de una adecuada complementación entre lo que Max Weber definía como las éticas de la convicción y la responsabilidad. En aquellas se juzgan las intenciones de los hechos, generalmente la visión personal que nutre el pensamiento y la acción individual. La ética de la responsabilidad, por el contrario, es juzgada por sus consecuencias, es decir, por los resultados que una determinada acción individual produce en los otros. A una ética que considera primariamente lo personal se contrapone, en la acción política, una ética que debe atender a las consecuencias de decisiones que obran sobre el conjunto de la sociedad. Estamos convencidos que en el difícil encuentro de la intención y la consecuencia, de la convicción y la responsabilidad, en ese terreno arduo y conflictivo pero necesario, se ubica el centro del compromiso del masón en su vida pública. Cierto es que, al exponer sobre Masonería y Política, no escapan a nosotros las particularidades de cada una de las Obediencias Masónicas Hermanas. Más aún; estamos persuadidos que sus determinaciones concretas sobre el particular, cualesquiera sean, estarán siempre teñidas por la historia y las circunstancias de momento de cada una de ellas. La consideración que hagan tanto de sus entornos sociales y políticos, cuanto culturales, merecen nuestro absoluto respeto, porque sólo ellas están en condiciones de aportar los elementos conceptuales y fácticos necesarios para posicionarse, socialmente, como una fuerza insoslayable en la construcción de los futuros nacionales --------------------------------------------------------------------------- ----------------------------. Tenemos clara conciencia por cierto, del factor fundamental que nos une bajo nuestras banderas de Libertad, Igualdad y Fraternidad. La progresiva realización de un hombre libre y digno, librepensador y tolerante, solidario en lo social y democrático en lo político, defensor de los derechos humanos y factor de cambio en su vida de relación, encuentra en la Masonería, en sus tradiciones y rituales, en el ejercicio de la fraternidad y el respeto mutuo, el campo apropiado para su plena realización. En realidad, la condición de masón adquiere hoy más que nunca -en un mundo que adolece de valores- el carácter de una cruzada por la reconstrucción de la vida social sobre la base cierta de un nuevo paradigma. No vivimos el mundo que soñamos, y precisamente por eso cabe preguntarnos sobre algunas de las razones que han llevado a ello y bosquejar, si es posible, caminos de superación que los masones podamos transitar. II Diríamos entonces, como se ha señalado ya en reuniones anteriores de la Confederación Masónica Interamericana, que por diversas razones se ha producido un desfasaje esencial entre el desarrollo científico- tecnológico y el marco ético y moral que lo contiene. En la explicitación del Nuevo Humanismo que la Gran Logia de la Argentina ha levantado como bandera hace ya varios años, hemos enfatizado el desencuentro entre las disponibilidades materiales y las responsabilidades sociales en el usufructo de los bienes producidos. Contrariando pronósticos y promesas, la mayor abundancia de bienes no sólo no ha beneficiado al conjunto de las personas, sino que ha determinado el brutal empobrecimiento de muy amplios sectores de la sociedad. Pocos meses atrás, el japonés Koichiro Matsuura, director general de la UNESCO, refiriéndose al orden mundial nos decía que "cada sociedad enfrenta los retos de transformarse en una sociedad del aprendizaje. La educación básica es la fuerza motriz de este proceso y debe movilizar a la sociedad. Los 113 millones de niños sin acceso a la enseñanza primaria y los 875 millones de adultos analfabetos evidencian el tamaño y la complejidad del problema". Es claro que estos datos involucran a los países de América Latina, por lo que es pertinente citar otra frase del discurso del mismo funcionario. Decía éste: "La UNESCO recomienda destinar el 6% del presupuesto nacional a la educación y los países pobres no destinan ni el 2%. Los japoneses (escuchemos esto) le destinaron el 33% en el período de post-guerra y hemos visto -dice Matsuura- lo que eso significó para el crecimiento del país". No escapa a nosotros que la educación y la capacitación técnica están en la base del crecimiento económico, pero tampoco ignoramos que este crecimiento sólo se convierte en desarrollo cuando está acompañado de una sostenida política de equidad en la distribución de los ingresos. En el caso concreto de nuestra región, las finalidades sociales del desarrollo se desdibujaron en la década de los 90, a punto tal que ni el más ardoroso defensor de esa ortodoxia podría decir hoy que sus resultados han concluido con un mundo más justo y más seguro Fracasada la teoría del derrame, por la cual el puro crecimiento material redundaría en beneficio del conjunto, las consecuencias dolorosamente visibles muestran un mundo más injusto aún que en el pasado, cubierto de miserias culturales, pero también y sobre todo de desocupados, marginados, excluidos y enfermos, sin horizontes posibles de superación. Como una cruel paradoja y en términos absolutamente concretos, en algunos casos hasta es posible hablar de países "desdesarrollados", aquellos que han involucionado de modo radical con respecto a su propio pasado. El presidente de la República Federativa del Brasil ha dicho recientemente, en opinión que compartimos, que "sólo habrá paz en el siglo XXI si hay reconciliación entre el equilibrio macroeconómico y la justicia social". Dicho de otro modo, cambiar el sesgo regresivo y discriminatorio de la distribución de los ingresos. Cierto es que no todas las situaciones nacionales en la región son idénticas y se podría argumentar que en tales y cuales casos se han producido avances positivos en algunas áreas del quehacer político o económico. De esto no tenemos dudas. Sin embargo, es indiscutible que la región como tal sufre la mayor inequidad distributiva en el orden mundial, que las corrupciones estructurales y las ineficiencias operativas castigan a los estados nacionales, que el narcotráfico y las violencias urbanas y rurales están presentes en el día a día, que la debilidad de las políticas integracionistas y las gigantescas deudas monetarias internas y externas condicionan el futuro de los pueblos, y que, en conjunto, tales causas conforman una explosiva mezcla de factores desestabilizantes para el proceso democrático regional. Deben creernos QQ∴ HH∴, si les decimos que no ha sido nuestra intención agobiarlos con datos y citas que, por supuesto, ustedes conocen tan bien como nosotros. En realidad, el interés subyacente radica en abordar sobre bases ciertas, concretas, irrefutables, el accionar de la masonería y los masones como factores imprescindibles del cambio social. Y para ser actores de ese cambio, atento a que la sociedad no puede prescindir del pensamiento y la acción masónica en su devenir, es necesario acercarse al campo específico de la política. III Veamos en cuatro puntos las definiciones sobre las que afirmamos nuestra visión del problema. 1. Desde nosotros mismos cabe distinguir dos campos de actuación política. Uno superior y doctrinario para la institución masónica como tal; otro contingente individual para cada masón en la realización de su vida personal. 2. Los principios políticos básicos de la democracia han sido siempre bandera de la Masonería Universal. Es nuestra misión hoy, cuando son Patrimonio de la Humanidad, no abandonarlos a prácticas e instrumentaciones inmorales que degraden o tergiversen su sentido último. 3. Ergo, debemos asumir la responsabilidad del quehacer político, a la luz, por supuesto, de las nuevas condiciones histórico sociales. 4. En esos términos, no están en cuestión los Antiguos Linderos ni los Principios Filosóficos de la Orden. Por el contrario, se complementan y realizan en el único mundo en el que pueden ser. Hagamos ahora una aclaración que nos parece pertinente. Hay HH∴ que pretenden hacer de la Orden un partido político y hay otros que la entienden como una cofradía religiosa. En ambos casos, lo que prima es una interpretación sectaria y excluyente, por sobre la pluralidad y la inclusión masónicas. Nuestra opinión del quehacer político es otra, y está basada en las responsabilidades sociales de los hombres que labran su perfil personal en los principios de la Orden y que asumen éstos con una profunda vocación de servicio al bien común. No es posible mantener cerrados los ojos y el corazón a las crecientes miserias del mundo que nos rodea, ni tampoco a la necesidad de ser factores centrales en el proceso del desarrollo equilibrado de la ciencia y la moral. Y por ello, por la complejidad del desafío, ratificamos nuestra apuesta por la democracia como sistema idóneo para la representación del interés popular, atendiendo a que el concepto conlleva, en nuestra opinión, una evidente carga de valor. Para los masones, la reivindicación de la democracia implica reconocer su carácter perfectible, es decir, vivirla como un proceso de realización permanente, cotidiana, intransferible, de cada ciudadano, en todos los aspectos de su vida personal y social. Es obvio que una sociedad que asuma como propios y en consecuencia legalice los procedimientos formales de la democracia electoral, tendrá gobiernos y gobernantes elegidos por el voto popular. Es útil, sin embargo, recordar que tremendas dictaduras se han establecido a partir del voto masivo "libremente" emitido. Aceptado esto, aparece clara la necesidad de transformar los sistemas participativos que están en la base de la democracia y, sobre todo, elevar el nivel educativo y moral de los ciudadanos. Con razón ha dicho en fecha reciente un politólogo argentino que, en realidad, cabe ".percatarse de que probablemente los regímenes democráticos se encuentran ante nuevos desafíos que no pueden ser sobrellevados con respuestas convencionales". IV ¿Siendo la democracia el instrumento de la voluntad popular y opuesta, por lo menos teóricamente, a formas dictatoriales o totalitarias de gobierno, implica la opción masónica por ella una forma de hacer política? Nuestra respuesta es claramente afirmativa, en tanto reconocemos que la política es el campo en que por acción u omisión, como individuos o en grupos, los hombres participan fatalmente en la construcción de su destino. A partir de esta premisa, y con sobrados títulos por cierto, la orden masónica ha reclamado para sí el mérito de haber sido factor principal en el proceso de modernización y secularización que alumbró a la democracia en el mundo occidental. Sus principios y doctrinas constituyeron el sustrato sobre el cual se elevó el mundo moderno; sería insensato alejarnos hoy de los desarrollos que las sociedades produjeron en su curso histórico, cuando nuestras ideas están en los cimientos fundacionales de las mismas. Por nuestra parte, en nuestro V Congreso realizado en 1995, dijimos que "la Masonería no está en el mundo sólo para conservar el pasado sino para construir el futuro", y una vez más ratificamos ese aserto de los masones argentinos, con más fuerza hoy en que la anomia que nos invade exige de nosotros un decidido involucramiento en las políticas de cambio, no sólo como expresión de compromiso personal en la acción política, sino como generadores de opciones morales para las futuras generaciones. Como surge de lo expuesto, no existe contrasentido alguno entre la "neutralidad" política de la institución masónica y el accionar político de sus miembros. En primer lugar, por cuanto la institución no es neutral políticamente desde que sostiene principios y valores que, así como hacen mérito de la dignidad de la persona, abominan del autoritarismo, las dictaduras, la discriminación y la injusticia. En segundo término, la presencia política de los masones busca alcanzar aquello que, tomando como medida el bien común de la sociedad, es razonable, aunque ello no significa querer imponer una política específicamente masónica. Ha de insistir sí, en la protección contra toda clase de religión política o fundamentalismo, contra toda perversión del poder y contra la cínica justificación de los medios empleados para manipular al hombre, sea la tortura, la corrupción, las drogas, la miseria, la desinformación o la ignorancia. Dicho en otros términos, una es la posición superior, conceptual, doctrinaria y filosófica de la Orden frente a la política. Otra cosa, aunque sus contenidos teóricos surjan de aquellos, es la acción política "partidaria", es decir, la acción independiente, libre, voluntaria y vocacional de algunos de sus miembros. Dos planos distintos e inconfundibles, aunque convergentes en un objetivo común. V Estamos persuadidos que la historia de nuestros países no tiene explicación posible sin el reconocimiento expreso de la rotunda participación de los masones en su desarrollo. Desde aquellos lejanos tiempos, las ideas de progreso, tolerancia, libertad de conciencia y fraternidad, elaboradas en nuestros templos, han contribuido centralmente a alumbrar un mundo nuevo. No sin errores, es cierto, pero llevadas adelante lealmente, hasta con el sacrificio de las vidas de nuestros hermanos. Han cambiado los tiempos, pero no el marco de nuestras responsabilidades. Sin arrogancias intelectuales, más propias de fanáticos que de libres pensadores, debemos abocarnos con humildad a la consideración y elaboración de propuestas concretas que, por vía de los masones, encaren la difícil realidad que antes esbozamos. En tal sentido, evocamos de inmediato la insuficiente dinámica de las integraciones regionales, el tratamiento demorado y elitista de las propuestas culturales, las asimetrías comerciales y las inapropiadas confrontaciones políticas entre gobiernos que deberían consolidar una visión estratégica común. En todos estos campos, y en muchos más involucrados en los mismos, la acción virtuosa de los masones debe hacerse presente para dinamizar y transparentar los comportamientos de las clases dirigentes, rechazando "in totum" cualquier posibilidad de corruptelas y negociados atentatorios del bien común. Si es cierto aquello de que "el poder corrompe y el poder absoluto corrompe mucho más", cabe definir nuestro quehacer como orientado con firmeza a cooperar al perfeccionamiento moral y espiritual de los individuos, y a la vez, contribuir decididamente a la transformación progresista de la sociedad. En estos objetivos, lealmente interpretados, encontramos los puntos de emulación con aquellos prohombres que, en las precarias condiciones del siglo XIX, dieron a luz las patrias que hoy nos cobijan. De aquellos estadistas -capaces de marcar un rumbo y poner la vida en alcanzarlo- a estos dirigentes -pequeños voceros del populismo y la demagogia- hay un mundo de distancia. No obstante, ni la Política ni la Democracia están en cuestión. Sí los hombres, los procedimientos, los comportamientos morales de los mismos, el olvido sistemático de sus obligaciones para con la sociedad, la vinculación más o menos estrecha de muchos de ellos con la corrupción y la violencia, así como la premeditada confusión que mantienen entre defensa de los pobres y defensa de la pobreza. Es en el marco de esta crisis de valores que los masones tenemos la oportunidad y el deber de actuar, en el sentido de afirmar definitivamente la práctica de los derechos y los deberes humanos, la superación de las flagrantes injusticias sociales, la ratificación de la ciencia como factor del progreso, y la defensa inclaudicable de la democracia y las instituciones del régimen republicano. Tengamos presente que tal como lo afirmara años atrás el filósofo español José Luís Aranguren ".quienes se consideran sin oportunidades, condenados a la inmovilidad, a un imposible ascenso social, se inclinan, normalmente, al disconformismo radical y, por tanto, a la repulsa de una democracia que, para ellos, no es tal". En el estrecho sendero que la vida nos depara, y con los objetivos citados, la acción política de los masones es un verdadero imperativo moral. VI Claro está que el involucramiento de los masones en la actividad política tiene como base dos principios de singular importancia. Por un lado la formación masónica de los actores: nada bueno es de esperar si el prolegómeno o cuando menos la simultaneidad en los hechos, no es una sólida formación en los principios éticos y las enseñanzas contenidas en el simbolismo masónico. Por ello, estamos convencidos que el masón que actúe políticamente debe estar motivado "desde dentro" por su propia conciencia, concebida ésta y desarrollada, como lo hacemos cotidianamente, en el ámbito de los talleres masónicos. Es una exigencia moral intransferible que garantiza no caer en el conformismo y la complacencia fácil, asumiendo por el contrario su responsabilidad ética en la batalla por una sociedad mejor. En este sentido, nos parece pertinente reiterar una vez más, como inexcusable axioma, la importancia de la ética individual como modelo y sustento de una ética social. De allí entonces que el segundo requerimiento exija la búsqueda de una adecuada complementación entre lo que Max Weber definía como las éticas de la convicción y la responsabilidad. En aquellas se juzgan las intenciones de los hechos, generalmente la visión personal que nutre el pensamiento y la acción individual. La ética de la responsabilidad, por el contrario, es juzgada por sus consecuencias, es decir, por los resultados que una determinada acción individual produce en los otros. A una ética que considera primariamente lo personal se contrapone, en la acción política, una ética que debe atender a las consecuencias de decisiones que obran sobre el conjunto de la sociedad. Estamos convencidos que en el difícil encuentro de la intención y la consecuencia, de la convicción y la responsabilidad, en ese terreno arduo y conflictivo pero necesario, se ubica el centro del compromiso del masón en su vida pública. Cierto es que, al exponer sobre Masonería y Política, no escapan a nosotros las particularidades de cada una de las Obediencias Masónicas Hermanas. Más aún; estamos persuadidos que sus determinaciones concretas sobre el particular, cualesquiera sean, estarán siempre teñidas por la historia y las circunstancias de momento de cada una de ellas. La consideración que hagan tanto de sus entornos sociales y políticos, cuanto culturales, merecen nuestro absoluto respeto, porque sólo ellas están en condiciones de aportar los elementos conceptuales y fácticos necesarios para posicionarse, socialmente, como una fuerza insoslayable en la construcción de los futuros nacionales. VII Dijimos más arriba que ni la Democracia ni la Política están en cuestión. Sin embargo, es útil acotar que no desconocemos los riesgos que la acción política conlleva en el plano moral. A título de ejemplo, no nos parece posible abordar una característica principal de la política que es la eficacia, si paralelamente no tomamos en consideración el mundo que la rodea y condiciona. Tal como el politólogo italiano Giovanni Sartori lo definió, la política no es un "valor" sino un "ejercicio", y por eso mismo necesita una valoración, una actividad que la identifique, un objetivo trascendente que le fije rumbos y la valorice como ámbito para las asociaciones virtuosas que la distingan. Por nuestra parte, no somos ajenos a la reflexión que esta cuestión tan importante nos plantea. Sabemos, como masones, de la virtud y el honor. Tenemos claro la significación de cada uno de estos conceptos, tanto en la vida personal como en sus manifestaciones en la sociedad. Por estas razones, hemos dedicado nuestros trabajos anuales a la reivindicación palmaria del Honor y hemos realizado recientemente nuestro IX Congreso del Simbolismo, bajo el significativo título de "Nuestro Legado: el Honor". Y lo hemos hecho como una consecuencia natural de nuestra toma de posición ante la realidad. Sería criminal de nuestra parte asumir posturas comprometidas con el quehacer político si aspiráramos al poder por el poder mismo, justificado en manifestaciones relativistas, carentes de un sustrato ético que lo dignifiquen ante los pueblos. Así, al abrir los trabajos anuales y en consonancia con esto, hemos dedicado el año "a la reflexión sobre uno de esos principios que -al haberse abandonado- produjo el deterioro de la sociedad, de sus valores y su destino. Nos referimos al Honor, un concepto tan antiguo como la sociedad civilizada, el cual puede resumirse como el conjunto de actitudes que hacen digna a una persona. Digna ante sí misma en primer lugar, y digna ante sus hijos y ante la historia en último término. El honor es el conjuro de la indecencia y en tal sentido salvaguardia de la recta acción. En la medida que nos apartamos de la recta acción perdemos la dignidad y con ella el honor. ¿Por qué el Honor? El ejercicio del poder está condicionado por la virtud del honor, puesto que el poder sin él sólo puede asegurarnos el envilecimiento, el egoísmo, el enriquecimiento ilícito, el uso indebido de las atribuciones, la nefasta prebenda y el veneno de la corrupción. Sólo un profundo sentido del honor nos hará capaces de construir un país honorable, condición indispensable para alcanzar el objetivo de cada generación: la construcción de un legado digno a nuestros hijos, que marque con el ejemplo qué clase de hombres fuimos y hasta dónde pudimos alcanzar la meta de nuestras aspiraciones. Finalmente, y con estos presupuestos, la Masonería Argentina reitera su compromiso con el Estado de Derecho en un momento harto difícil para la región, consciente que los pueblos esperan de nosotros un liderazgo firme y decidido en el sentido de la regeneración de la política. No es un cometido fácil, es cierto, pero es el nuestro, el de nuestro tiempo, el que, en nuestra modesta opinión, nos permitirá ser dignos de aquellos esforzados hermanos que tanto citamos y hoy queremos emular. !Ojalá que así sea! M.·. R.·. H.·. Jorge A. Vallejos Ex Gran Maestre Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones Or.·. de Panamá Agosto 2005 e.·. v.· ---------------------------------------------------------- Vivir en el aislamiento es cosa nefasta: no hay nación, ni patria, ni persona, que pueda vivir en aislamiento. Ello quiere decir, que como buscamos el poder de tantas maneras diferentes y equivocadas, así uno se entrega al aislamiento, a crear pequeñas o grandes naciones, para hacer de ellas un club privado, con líneas fronterizas y guardias armados en ellas. El masón no nacionalista, sino ciudadano del mundo, ser un nacionalista es una maldición porque con su espíritu de nacionalismo, de patriotismo, erige un muro de encierro; está tan identificado con su nación que construye una muralla contra las demás, que equivocadamente considera sus enemigos. ¿Y qué ocurre, cuando levantáis una muralla en contra de algo o alguien? Ese algo o alguien golpea constantemente contra vuestras murallas. Cuando se resiste a algo o alguien, esa misma resistencia indica que estamos en conflicto con lo otro. De suerte que el patriotismo, que es un proceso de aislamiento total, que es el resultado del afán de un poder muy mal entendido, esto no puede traer paz al mundo, sino todo lo contrario. El masón que es nacionalista y habla de fraternidad universal dice una mentira, vive en estado de contradicción constante, el verdadero masón identifica a todos como miembros de su misma nación, pues la nación del masón es el mundo entero. La paz del mundo es así de esencial; de otro modo seremos aniquilados por nosotros mismos. Unos pocos podrán escapar a esta destrucción, pero habrá un mayor desastre que en toda otra época a menos que resolvamos el problema de la paz. La paz no es una virtud idealista; la paz hoy es una necesidad, un ideal es ficticio si no se concreta. Lo que hoy existe tiene que ser comprendido como peligroso, y esa comprensión de lo existente como mundo se ve impedida por la ficción que llamamos ideal. El hecho es que cada cual, sen políticos, religiosos, científicos buscan poder -títulos, territorios, manipular, posiciones de autoridad, etc.-, y todo ello se encubre en muchas formas con palabras bien intencionadas. Este es un problema real, no un problema teórico ni que pueda ser retrasado; requiere acción hoy mismo, porque es muy obvio que la catástrofe política se avecina, si no implementamos un nuevo orden mundial económico. Si no llega mañana el problema, llegará en meses próximos o poco después, porque el impulso del proceso de aislar naciones ya está haciendo mucho mal; y el que razone al respecto tiene que atacar el problema en su raíz, que es el afán particular de poder, el cual da origen a la agrupación, a la raza o a la religión, a la nación ansiosa de poder |
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