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General: El retorno de los brujos
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De: Alcoseri  (Mensaje original) Enviado: 10/04/2013 17:05
EL CUARTO CAMINO : El Retorno de los Brujos -Pauwels
PARADOJAS E HIPÓTESIS SOBRE EL HOMBRE DESPIERTO Por qué nuestras tres historias han defraudado a los lectores. — No sabemos nada serio sobre la levitación, la, inmortalidad, etc. — Sin embargo, el hombre tiene el don de ubicuidad, ve a distancia, etc. — ¿A qué llaman ustedes una máquina? — Cómo pudo nacer el primer hombre despierto. — Sueño fabuloso, pero razonable, sobre las civilizaciones desaparecidas. — Apólogo de la pantera. — La escritura de Dios. Estos casos son claros. Sin embargo, corren el riesgo de defraudar al lector. Y es que la mayoría de los hombres prefieren las imágenes a los hechos. Andar sobre las aguas es la imagen de dominar el movimiento; detener el Sol es la imagen de triunfar sobre el tiempo. Dominar el movimiento, triunfar sobre el tiempo, son acaso hechos reales, posibles, en el seno de una conciencia cambiada, en el interior de un espíritu poderosamente acelerado. Y estos hechos pueden, sin duda, engendrar mil consecuencias considerables en la realidad tangible: en la técnica, en las ciencias, en las artes. Pero la mayoría de los hombres, en cuanto se les habla de un estado de conciencia distinto, quieren ver a gente que anda sobre las aguas, que detiene el sol, que pasa a través de los muros o que parece tener veinte años cuando tiene ochenta. Para empezar a creer en las infinitas posibilidades del espíritu despierto, esperan que la parte infantil de su inteligencia, que da crédito a imágenes y leyendas, haya encontrado excusa y satisfacción. Pero hay más. En presencia de casos como los de Ramanuján, Cayce o Boscovich, uno se niega a pensar que se trate de espíritus diferentes. Se admite solamente que espíritus como los nuestros han tenido el privilegio de «subir más alto que de costumbre» y que, «allá arriba», han obtenido ciertos conocimientos. Como si existiese algún lugar en el Universo, una especie de almacén anexo de la medicina, de las matemáticas, de la poesía o de la física, en el cual se abastecen algunas inteligencias campeonas de altura. Esta visión absurda tranquiliza. Por el contrario, a nosotros nos parece que Cayce, Ramanuján y Boscovich son espíritus que se han quedado aquí (¿adonde ir?), entre nosotros, pero que han funcionado a una velocidad extraordinaria. No se trata de diferencia de nivel, sino de diferencia de velocidad. Lo mismo diremos de los más grandes espíritus místicos. En física nuclear como en psicología, los milagros están en la aceleración. Entendemos que el tercer estado de conciencia o estado de alerta, debe ser estudiado partiendo de aquella noción. Sin embargo, si este estado de alerta es posible, si no es un don venido del cielo, un favor de algún dios, sino que, por el contrario, está contenido en el equipo del cerebro y del cuerpo, este equipo, una vez puesto en funcionamiento, ¿no puede modificar en nosotros otras cosas distintas de la inteligencia? Si el estado de alerta es una propiedad de algún sistema nervioso superior, esta actividad debería poder actuar en todo el cuerpo, darle poderes extraños. Todas las tradiciones atribuyen al estado de alerta ciertos poderes: la inmortalidad, la levitación, la telequinesia, etc. Pero, estos poderes, ¿son sólo imágenes de lo que puede el espíritu cuando ha cambiado de estado, en el terreno del conocimiento? ¿O bien son realidades? Hay algunos casos probables de levitación.1 En lo que atañe a la inmortalidad, no hemos dilucidado el caso Fulcanelli. Es todo lo que podemos decir seriamente al respecto. No poseemos ninguna prueba experimental. Nos atrevemos, incluso, a decir que no nos interesa mayormente. No nos atrae lo chocante, sino lo fantástico. Por lo demás, esta cuestión de los poderes paranormales merecía ser abordada de otra manera. No desde el punto de vista de la lógica cartesiana (que Descartes, si viviera hoy, se ha1. Véase La levitación, por el R. P. Olivier Leroy. Éditions du Cerf, París. bría apresurado a repudiar), sino desde el de la ciencia abierta contemporánea. Contemplemos las cosas con los ojos del hombre de fuera que desembarca en nuestro planeta: la levitación existe, la visión a distancia existe, el hombre tiene el don de ubicuidad, el hombre se ha apoderado de la energía universal. El avión, el radiotelescopio, la televisión, la pila atómica, existen. No son productos naturales: son creaciones del espíritu humano. Esta observación puede parecer pueril, pero es vivificante. Sería pueril atribuirlo todo al hombre solo. El hombre solo no tiene el don de ubicuidad, no vuela, no posee la visión a distancia, etcétera. En efecto, es la sociedad humana, no el individuo, quien tiene estos poderes. Pero la noción del individuo es acaso pueril, y la tradición, con sus leyendas, se expresaba tal vez en nombre del conjunto humano, en nombre del fenómeno humano. «¡No hablan ustedes en serio! ¡Nos están hablando de máquinas!» Esto es lo que dirán, tanto los racionalistas que apelan a Descartes como los ocultistas que se amparan en la «tradición». Pero, ¿a que se llama máquinas? He aquí una nueva pregunta que merece ser mejor planteada. Algunas líneas trazadas con tinta en un pergamino, ¿son una máquina? Pues bien, la técnica de los circuitos impresos, empleada corrientemente por la electrónica moderna, permite realizar un receptor de ondas compuesto de líneas trazadas con tintas, una de las cuales contiene grafito y la otra cobre. Una piedra preciosa, ¿es una máquina? No, responde el coro. Sin embargo, la estructura cristalina de una piedra preciosa es una máquina compleja, y utilizamos el diamante como detector de las radiaciones atómicas. Cristales artificiales, los transistores, sustituyen a la vez a las lámparas electrónicas, a los transformadores, a las máquinas giratorias eléctricas del tipo conmutadoras para elevación de voltaje, etc. El espíritu humano, en sus creaciones técnicas más útiles y más eficaces, emplea medios cada vez más simples. «Juegan ustedes con las palabras —protesta el ocultista—. Yo hablo de manifestaciones del espíritu humano sin intermediario de clase alguna.» Pero es él quien juega con las palabras. Nadie ha registrado jamás una manifestación del espíritu humano que no haya empleado alguna máquina. La idea de «el espíritu en sí» es una perniciosa fantasmagoría. El espíritu humano en acción utiliza una máquina completa, puesta a punto en tres mil millones de años de evolución: el cuerpo humano. Y este cuerpo no está solo jamás, no existe solo: está atado a la Tierra y al Cosmos entero por mil lazos materiales y energéticos. No lo sabemos todo del cuerpo. No conocemos todas sus relaciones con el Universo. Nadie podría decir cuáles son los límites de la máquina humana, y cómo podría emplearla un espíritu que aprovechase hasta el máximo sus posibilidades. No lo sabemos todo sobre las fuerzas que circulan en lo más profundo de nosotros y a nuestro alrededor, en la Tierra, alrededor de la Tierra, en el vasto Cosmos. Nadie sabe cuáles son las fuerzas naturales simples, todavía insospechadas y, sin embargo, al alcance de la mano, que un hombre dotado de una conciencia despierta, con una visión de la Naturaleza más directa que la de nuestra inteligencia lineal, podría utilizar. Fuerzas naturales simples. Consideremos una vez más las cosas con la mirada bárbara y lúcida del ser venido de fuera: nada más sencillo, más fácil de realizar, que un transformador eléctrico. Los egipcios de la más remota antigüedad habrían podido construirlo, si hubiesen conocido la teoría electromagnética. Nada más fácil que la liberación de la energía atómica. Basta disolver una sal de uranio pura en agua pesada, y se puede obtener el agua pesada destilando el agua ordinaria durante veinticinco o cien años. La máquina de predecir las mareas, de Lord Kelvin (1893), de donde nacieron nuestros calculadores analógicos y toda nuestra cibernética, fue construida con poleas y trozos de cordel. Los sumerios habrían podido realizarla. He aquí un punto de vista que presta dimensiones nuevas al problema de las civilizaciones desaparecidas. Si hubo en el pasado hombres que alcanzaron el estado de alerta, y si no aplicaron solamente sus poderes a la religión, a la filosofía y a la mística, sino también al conocimiento objetivo y a la técnica, es perfectamente natural, racional y razonable admitir que pudieron hacer «milagros», incluso con los más sencillos aparatos.1 1. Si la mayoría de los arqueólogos están de acuerdo en negar totalmente la existencia en el pasado de civilizaciones avanzadas y que disponían de medios materiales poderosos, la posibilidad de la existencia, en todas las épocas de la Humanidad de un reducido porcentaje de seres despiertos que utilizaran las fuerzas naturales con «los medios de a bordo», difícilmente puede ser discutida. Pensamos incluso que un examen metódico de los datos arqueológicos e históricos confirmarían esta hipótesis. ¿Cómo habría comenzado este despertar? Desde luego, se pueden invocar las intervenciones de Fuera. También se puede imaginar una interpretación puramente materialista, racionalista. Quisiéramos proponer esta interpretación. La física de los rayos cósmicos descubrió hace ya años lo que llama acontecimientos extraordinarios. Se llama «acontecimientos» en física cósmica a la colisión entre una partícula procedente del espacio y nuestra materia. En 1957, según apuntamos en nuestro estudio sobre la alquimia, se detectó una partícula excepcional de una energía fantástica Un hombre, un sabio —nos cuenta Jorge Luis Borges—, había consagrado toda su vida a buscar, entre los innumerables signos de la Naturaleza, el nombre inefable de Dios, la cifra del gran secreto. De tribulación en tribulación, es detenido por la Policía de un príncipe y condenado a ser devorado por una pantera. Lo meten en una jaula. Al otro lado de la reja que van a levantar dentro de un instante, la fiera se prepara para el festín. Nuestro sabio contempla a la bestia, y he aquí que al observar las manchas de su piel, descubre a través del ritmo de las formas, el número, el nombre que tanto y en tantos lugares había buscado. Entonces sabe por qué va a morir, y que morirá exaltado... y que esto no es morir. El Universo nos devora o nos entrega su secreto, según sepamos o no contemplarlo. Es muy probable que las leyes más sutiles y más profundas de la vida y (energía que alcanzó 1018 electrónvoltios, mientras que la fisión del uranio sólo produce 2 x 108). Admitamos que sólo una vez, desde que nació la Humanidad, una de estas partículas haya chocado con un cerebro humano. Quién sabe si las enormes energías desprendidas no pudieron producir una activación y si no nacería así el primer «hombre despierto». Este hombre habría podido descubrir y aplicar técnicas para transmitir el estado de alerta. Esta técnica se habría prolongado hasta nuestra época bajo formas diversas, y la Gran Obra de los Alquimistas, la Iniciación, serían acaso algo más que leyendas. Evidentemente, nuestra hipótesis no es más que una hipótesis. No parece experimentalmente comprobable, puesto que no se puede siquiera concebir un acelerador artificial que produjese tan formidables, tan fantásticas energías. Todo lo que podemos decir es que el gran sabio inglés sir James Jeans escribió: «Tal vez ha sido la radiación cósmica la que ha hecho el hombre del mono.» (Esta cita es de su libro El misterioso Universo, Hermann, ed., 1929.) No hacemos más que completar estas ideas con datos modernos que sir James ignoraba y que nos permiten escribir: «Acaso son los acontecimientos cósmicos excepcionales de energías fantásticas, los que han hecho del hombre el superhombre.» del destino de todo lo creado estén inscritas claramente en el mundo material que nos rodea, que Dios haya grabado su escritura en las cosas, como la grabó para nuestro sabio en la piel de la pantera, y que baste con una cierta mirada... El hombre despierto tendría esta cierta mirada. VIII ALGUNOS DOCUMENTOS SOBRE EL ESTADO DE ALERTA Una antología por hacer. — Palabras de Gurdjieff. — Mi paso por la escuela del despertar. — Un relato de Raymond Abellio. — Consideraciones de René Alleau sobre el estado de conciencia superior. — Un admirable texto de Gustav Meyrinck, genio desconocido. Si existe un estado de alerta, falta un piso al edificio de la psicología moderna. Vamos a presentarles cuatro documentos que, no obstante, pertenecen a nuestra época. No los hemos elegido, porque nos ha faltado tiempo para hacer una verdadera selección. Todavía no se ha establecido una antología de los testimonios y estudios modernos sobre el estado de alerta. Sería muy útil, porque restablecería las comunicaciones con la tradición. Mostraría la permanencia de lo esencial en nuestro siglo. Iluminaría ciertos caminos del porvenir. Los literatos encontrarían en ella una clave, los investigadores de ciencias humanas recibirían un estímulo, los sabios verían en ella el hilo que discurre a través de todas las grandes aventuras del espíritu y se sentirían menos aislados. Naturalmente, al reunir estos documentos que se hallaban al alcance de nuestra mano, no pretendíamos tanto. Queremos aportar solamente unas breves indicaciones sobre una psicología posible del estado de alerta en sus formas elementales. Encontramos, pues, en este capítulo: 1.° Extractos de párrafos del jefe de escuela Georges Ivanovich Gurdjieff, recogidos por el filósofo Ouspensky; 2.° Mi propio testimonio sobre mis tentativas para ponerme en el camino del estado de alerta bajo la dirección de los instructores de la escuela de Gurdjieff; 3.° El relato que hace el novelista y filósofo Raymond Abellio de una experiencia personal; 4.° El texto más admirable, a nuestro entender, de toda la literatura moderna sobre este estado. Está sacado de una novela desconocida del poeta y filósofo alemán Gustav Meyrinck, cuya obra no ha sido traducida al francés, salvo Visage Vert y Le Golem. La misma se remonta a las cumbres de la intuición mística. I. — PALABRAS DE GURDJIEFF «Para comprender la diferencia entre los estados de conciencia, es preciso que volvamos al primero, que es el sueño. Es éste un estado de conciencia totalmente subjetivo. El hombre queda sumido en sus sueños, y poco importa que conserve o no su recuerdo. Aun en el caso de que algunas impresiones reales lleguen hasta el durmiente, tales como sonidos, voces, calor, frío y sensaciones de su propio cuerpo, sólo provocan en él imágenes fantásticas. Después el hombre se despierta. A primera vista, es un estado de conciencia completamente distinto. Puede moverse, hablar con otras personas, hacer proyectos, ver los peligros, evitarlos, y así sucesivamente. Parece razonable pensar que se encuentra en una situación mejor que cuando estaba dormido. Pero, si calamos un poco más hondo, si arrojamos una mirada a su mundo interior, a sus pensamientos, a las causas de sus acciones, comprenderemos que se halla casi en el mismo estado de cuando dormía. Incluso peor, porque, durante el sueño, permanece pasivo, lo que equivale a decir que no puede hacer nada. Por el contrario, en el estado de vigilia puede actuar continuamente, y el resultado de sus acciones repercutirá sobre él y sobre los que le rodean. Sin embargo, no se acuerda de sí mismo. Es una máquina, todo le viene de fuera. No puede detener la corriente de sus ideas, no puede dominar su imaginación, sus emociones, su atención. Vive en el mundo subjetivo del "yo amo", "yo no amo", "esto me gusta", "esto me disgusta", "deseo" "no deseo", es decir, en un mundo hecho de lo que cree amar o no amar, desear o no desear. No ve el mundo real. Se lo oculta el muro de su imaginación. Vive en el sueño. Duerme. Y lo que llama su "conciencia lúcida" no es más que sueño... y un sueño mucho más peligroso que el de la noche, en su lecho. »Consideremos algunos acontecimientos de la vida de la Humanidad. Por ejemplo, la guerra. En este momento hay guerra. ¿Qué quiere decir esto? Significa que muchos millones de durmientes se esfuerzan en destruir a muchos millones de durmientes. Cosa que no harían, naturalmente, si despertaran. Todo lo que ocurre actualmente es debido a aquel sueño. «Estos dos estados de conciencia, sueño y vigilia, son igualmente subjetivos. Sólo empezando a acordarse de sí mismo puede el hombre realmente despertar. Entonces, toda la vida toma a su alrededor un sentido diferente. La ve como una vida de gente dormida, una vida de sueño. Todo lo que dice la gente, todo lo que hace, lo dice y lo hace en sueños. Nada de ello puede tener, pues, el menor valor. Sólo el despertar y lo que conduce al despertar tiene un valor real.» «¿Cuántas veces me habéis preguntado si sería posible evitar las guerras? Ciertamente, sería posible. Bastaría con que la gente despertase. Esto parece ser muy poca cosa. Por el contrario, nada hay más difícil, puesto que el sueño es provocado y mantenido por toda la vida ambiente, por todas las condiciones del ambiente. »¿Cómo despertar? ¿Cómo librarnos de aquel sueño? Estas preguntas son las más importantes, las más vitales que puede formularse un hombre. Pero, antes de hacérselas, deberá convencerse del hecho mismo de su sueño. Y no le será posible convencerse más que tratando de despertarse. Cuando haya comprendido que no se acuerda de sí mismo y que el recuerdo de sí mismo significa un despertar hasta cierto punto, y cuando haya visto por experiencia lo difícil que es acordarse de sí mismo, comprenderá que el deseo de despertar no basta para lograrlo. Hablando con mayor rigor, diremos que un hombre no puede despertarse por sí mismo. Pero, si veinte hombres convienen en que el primero de ellos que lo haga despertará a los demás, tienen ya una posibilidad de conseguirlo. Sin embargo, incluso esto es insuficiente, porque los veinte hombres pueden dormirse al mismo tiempo y soñar que se despiertan. Por consiguiente, no basta. Se necesita más. Los veinte hombres deben estar vigilados por otro hombre que no esté dormido o que no se duerma tan fácilmente como los demás, o que se duerma conscientemente cuando sea posible, cuando no pueda resultar de ello ningún mal para él ni para los otros. Deben encontrar a este hombre y contratarle para que les despierte e impida que vuelvan a caer en el sueño. Sin esto, es imposible despertar. »Es posible pensar durante un millar de años, es posible escribir bibliotecas enteras, inventar millones de teorías, y todo esto en pleno sueño, sin ninguna posibilidad de despertar. Por el contrario, estas teorías y estos libros escritos o fabricados por los durmientes, tendrán por único efecto arrastrar al sueño a otros hombres, y así sucesivamente. »No hay nada nuevo en la idea de sueño. Casi desde la creación del mundo, se ha dicho a los hombres que estaban dormidos y que debían despertar. Cuántas veces por ejemplo, leemos en el Evangelio: "Despertaos", "velad", "no os durmáis". Incluso los discípulos de Cristo dormían en el huerto de Getsemaní, mientras su Maestro oraba por última vez. Con esto queda dicho todo. Pero, ¿lo comprenden los hombres? Lo toman por una figura retórica, por una metáfora. No ven en absoluto que hay que tomarlo al pie de la letra. Y aun en esto es fácil comprender la razón. Tendrían que despertar un poco, o al menos intentarlo. Hablo en serio cuando digo que a menudo me han preguntado por qué los Evangelios no hablan jamás del sueño... Y éste se cita en todas sus páginas. Lo cual demuestra sencillamente que la gente lee el Evangelio durmiendo.» «En términos generales, ¿qué hace falta para despertar a un hombre dormido? Se precisa una buena impresión. Pero, cuando el sueño es profundo, una sola impresión no es bastante. Se requiere un largo período de impresiones incesantes. Por consiguiente, se necesita alguien que las produzca. Ya he dicho que el hombre deseoso de despertar debe contratar a un ayudante que se encargue de sacudirle durante largo tiempo. Pero, ¿a quién puede contratar, si todo el mundo duerme? Toma a alguien para que le despierte, y éste a su vez se queda dormido. ¿Cuál puede ser su utilidad? En cuanto al hombre capaz de mantenerse realmente despierto, probablemente se negará a perder su tiempo despertando a los otros: puede tener otros trabajos mucho más importantes para él. «También existe la posibilidad de despertarse por medios mecánicos. Se puede emplear un despertador. Lo malo es que uno se acostumbra pronto a los despertadores, de varios sonidos. El hombre debe rodearse materialmente de despertadores que le impidan dormir. Y todavía en esto existen dificultades. El despertador debe ser montado; para ello es indispensable acordarse de él; para acordarse de él, es preciso despertar. Pero he aquí lo peor: el hombre se acostumbra a todos los despertadores, y, al cabo de algún tiempo, aún duerme con ellos. Por consiguiente, hay que cambiar continuamente los despertadores, inventar otros nuevos. Con el tiempo, esto puede ayudar al hombre a despertar. Ahora bien, existen muy pocas probabilidades de que realice todo este trabajo de inventar, de montar y de cambiar todos los despertadores por sí mismo, sin ayuda exterior. Es mucho más probable que, comenzado su trabajo, no tarde en dormirse, y que, en su sueño, sueñe que inventa despertadores, que los monta y que los cambia... y, como ya he dicho, con ello dormirá aún mejor. »Luego, para despertar, se requiere todo un conjunto de esfuerzos. Es indispensable que haya alguien que despierte al durmiente; es indispensable que haya alguien que vigile al encargado de despertarle; tiene que haber despertadores, y hay que inventar constantemente otros nuevos. »Pero, para llevar a buen término esta empresa y obtener resultados de ella, varias personas deben trabajar juntas. »Un hombre solo, nada puede hacer. »Antes que nada, tiene necesidad de ayuda. Un hombre solo no puede tener un ayudante. Los que son capaces de ayudar valoran su tiempo a muy alto precio. Naturalmente, prefieren ayudar a veinte o treinta personas deseosas de despertar, que a una sola. Además, como ya he dicho, el hombre puede muy bien equivocarse sobre su despertador, tomar por vigilia lo que no es más que un nuevo sueño. Si varias personas deciden luchar juntas contra el sueño, se despertarán mutuamente. A menudo ocurrirá que veinte de ellas dormirán, pero la veintiuno se despertará y despertará a las otras. Lo mismo puede decirse de los despertadores. Un hombre inventará un despertador, otro hombre inventará otro, después de lo cual podrán hacer un intercambio. Todos juntos pueden prestarse una gran ayuda, y, sin esta ayuda mutua, ninguno de ellos puede lograr nada. »Así, pues, el hombre que quiere despertar debe buscar otras personas que quieran lo mismo, con el fin de trabajar junto a ellas. Pero esto cuesta menos de decir que de hacer, porque la puesta en marcha de tal labor y su organización requieren un conocimiento que el hombre corriente no posee. Tiene que organizarse el trabajo, y tiene que haber un jefe. Sin estas condiciones, el trabajo no puede dar los resultados apetecidos, y todos los esfuerzos serán en vano. La gente podrá torturarse; pero estas torturas no la despertarán. Nada parece más difícil de comprender por. ciertas personas. Pueden ser capaces de grandes esfuerzos por sí mismas y por propia iniciativa, pero nada es capaz de persuadirlas de que sus primeros sacrificios deben consistir en obedecer a otra persona. »No quieren reconocer que todos sus sacrificios, en este caso, no sirven para nada. »E1 trabajo debe ser organizado. Y sólo puede serlo por un hombre que conozca sus problemas y sus fines, que conozca sus métodos, por haber pasado él mismo, en su tiempo, por tal trabajo organizado.» Estos párrafos de Gurdjieff han sido transcritos en la obra de P. D. Ouspensky, Fragments d


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De: Alcoseri Enviado: 10/04/2013 17:13
EL CUARTO CAMINO : El Retorno de los Brujos -Pauwels
PARADOJAS E HIPÓTESIS SOBRE EL HOMBRE DESPIERTO Por qué nuestras tres historias han defraudado a los lectores. — No sabemos nada serio sobre la levitación, la, inmortalidad, etc. — Sin embargo, el hombre tiene el don de ubicuidad, ve a distancia, etc. — ¿A qué llaman ustedes una máquina? — Cómo pudo nacer el primer hombre despierto. — Sueño fabuloso, pero razonable, sobre las civilizaciones desaparecidas. — Apólogo de la pantera. — La escritura de Dios. Estos casos son claros. Sin embargo, corren el riesgo de defraudar al lector. Y es que la mayoría de los hombres prefieren las imágenes a los hechos. Andar sobre las aguas es la imagen de dominar el movimiento; detener el Sol es la imagen de triunfar sobre el tiempo. Dominar el movimiento, triunfar sobre el tiempo, son acaso hechos reales, posibles, en el seno de una conciencia cambiada, en el interior de un espíritu poderosamente acelerado. Y estos hechos pueden, sin duda, engendrar mil consecuencias considerables en la realidad tangible: en la técnica, en las ciencias, en las artes. Pero la mayoría de los hombres, en cuanto se les habla de un estado de conciencia distinto, quieren ver a gente que anda sobre las aguas, que detiene el sol, que pasa a través de los muros o que parece tener veinte años cuando tiene ochenta. Para empezar a creer en las infinitas posibilidades del espíritu despierto, esperan que la parte infantil de su inteligencia, que da crédito a imágenes y leyendas, haya encontrado excusa y satisfacción. Pero hay más. En presencia de casos como los de Ramanuján, Cayce o Boscovich, uno se niega a pensar que se trate de espíritus diferentes. Se admite solamente que espíritus como los nuestros han tenido el privilegio de «subir más alto que de costumbre» y que, «allá arriba», han obtenido ciertos conocimientos. Como si existiese algún lugar en el Universo, una especie de almacén anexo de la medicina, de las matemáticas, de la poesía o de la física, en el cual se abastecen algunas inteligencias campeonas de altura. Esta visión absurda tranquiliza. Por el contrario, a nosotros nos parece que Cayce, Ramanuján y Boscovich son espíritus que se han quedado aquí (¿adonde ir?), entre nosotros, pero que han funcionado a una velocidad extraordinaria. No se trata de diferencia de nivel, sino de diferencia de velocidad. Lo mismo diremos de los más grandes espíritus místicos. En física nuclear como en psicología, los milagros están en la aceleración. Entendemos que el tercer estado de conciencia o estado de alerta, debe ser estudiado partiendo de aquella noción. Sin embargo, si este estado de alerta es posible, si no es un don venido del cielo, un favor de algún dios, sino que, por el contrario, está contenido en el equipo del cerebro y del cuerpo, este equipo, una vez puesto en funcionamiento, ¿no puede modificar en nosotros otras cosas distintas de la inteligencia? Si el estado de alerta es una propiedad de algún sistema nervioso superior, esta actividad debería poder actuar en todo el cuerpo, darle poderes extraños. Todas las tradiciones atribuyen al estado de alerta ciertos poderes: la inmortalidad, la levitación, la telequinesia, etc. Pero, estos poderes, ¿son sólo imágenes de lo que puede el espíritu cuando ha cambiado de estado, en el terreno del conocimiento? ¿O bien son realidades? Hay algunos casos probables de levitación.1 En lo que atañe a la inmortalidad, no hemos dilucidado el caso Fulcanelli. Es todo lo que podemos decir seriamente al respecto. No poseemos ninguna prueba experimental. Nos atrevemos, incluso, a decir que no nos interesa mayormente. No nos atrae lo chocante, sino lo fantástico. Por lo demás, esta cuestión de los poderes paranormales merecía ser abordada de otra manera. No desde el punto de vista de la lógica cartesiana (que Descartes, si viviera hoy, se ha1. Véase La levitación, por el R. P. Olivier Leroy. Éditions du Cerf, París. bría apresurado a repudiar), sino desde el de la ciencia abierta contemporánea. Contemplemos las cosas con los ojos del hombre de fuera que desembarca en nuestro planeta: la levitación existe, la visión a distancia existe, el hombre tiene el don de ubicuidad, el hombre se ha apoderado de la energía universal. El avión, el radiotelescopio, la televisión, la pila atómica, existen. No son productos naturales: son creaciones del espíritu humano. Esta observación puede parecer pueril, pero es vivificante. Sería pueril atribuirlo todo al hombre solo. El hombre solo no tiene el don de ubicuidad, no vuela, no posee la visión a distancia, etcétera. En efecto, es la sociedad humana, no el individuo, quien tiene estos poderes. Pero la noción del individuo es acaso pueril, y la tradición, con sus leyendas, se expresaba tal vez en nombre del conjunto humano, en nombre del fenómeno humano. «¡No hablan ustedes en serio! ¡Nos están hablando de máquinas!» Esto es lo que dirán, tanto los racionalistas que apelan a Descartes como los ocultistas que se amparan en la «tradición». Pero, ¿a que se llama máquinas? He aquí una nueva pregunta que merece ser mejor planteada. Algunas líneas trazadas con tinta en un pergamino, ¿son una máquina? Pues bien, la técnica de los circuitos impresos, empleada corrientemente por la electrónica moderna, permite realizar un receptor de ondas compuesto de líneas trazadas con tintas, una de las cuales contiene grafito y la otra cobre. Una piedra preciosa, ¿es una máquina? No, responde el coro. Sin embargo, la estructura cristalina de una piedra preciosa es una máquina compleja, y utilizamos el diamante como detector de las radiaciones atómicas. Cristales artificiales, los transistores, sustituyen a la vez a las lámparas electrónicas, a los transformadores, a las máquinas giratorias eléctricas del tipo conmutadoras para elevación de voltaje, etc. El espíritu humano, en sus creaciones técnicas más útiles y más eficaces, emplea medios cada vez más simples. «Juegan ustedes con las palabras —protesta el ocultista—. Yo hablo de manifestaciones del espíritu humano sin intermediario de clase alguna.» Pero es él quien juega con las palabras. Nadie ha registrado jamás una manifestación del espíritu humano que no haya empleado alguna máquina. La idea de «el espíritu en sí» es una perniciosa fantasmagoría. El espíritu humano en acción utiliza una máquina completa, puesta a punto en tres mil millones de años de evolución: el cuerpo humano. Y este cuerpo no está solo jamás, no existe solo: está atado a la Tierra y al Cosmos entero por mil lazos materiales y energéticos. No lo sabemos todo del cuerpo. No conocemos todas sus relaciones con el Universo. Nadie podría decir cuáles son los límites de la máquina humana, y cómo podría emplearla un espíritu que aprovechase hasta el máximo sus posibilidades. No lo sabemos todo sobre las fuerzas que circulan en lo más profundo de nosotros y a nuestro alrededor, en la Tierra, alrededor de la Tierra, en el vasto Cosmos. Nadie sabe cuáles son las fuerzas naturales simples, todavía insospechadas y, sin embargo, al alcance de la mano, que un hombre dotado de una conciencia despierta, con una visión de la Naturaleza más directa que la de nuestra inteligencia lineal, podría utilizar. Fuerzas naturales simples. Consideremos una vez más las cosas con la mirada bárbara y lúcida del ser venido de fuera: nada más sencillo, más fácil de realizar, que un transformador eléctrico. Los egipcios de la más remota antigüedad habrían podido construirlo, si hubiesen conocido la teoría electromagnética. Nada más fácil que la liberación de la energía atómica. Basta disolver una sal de uranio pura en agua pesada, y se puede obtener el agua pesada destilando el agua ordinaria durante veinticinco o cien años. La máquina de predecir las mareas, de Lord Kelvin (1893), de donde nacieron nuestros calculadores analógicos y toda nuestra cibernética, fue construida con poleas y trozos de cordel. Los sumerios habrían podido realizarla. He aquí un punto de vista que presta dimensiones nuevas al problema de las civilizaciones desaparecidas. Si hubo en el pasado hombres que alcanzaron el estado de alerta, y si no aplicaron solamente sus poderes a la religión, a la filosofía y a la mística, sino también al conocimiento objetivo y a la técnica, es perfectamente natural, racional y razonable admitir que pudieron hacer «milagros», incluso con los más sencillos aparatos.1 1. Si la mayoría de los arqueólogos están de acuerdo en negar totalmente la existencia en el pasado de civilizaciones avanzadas y que disponían de medios materiales poderosos, la posibilidad de la existencia, en todas las épocas de la Humanidad de un reducido porcentaje de seres despiertos que utilizaran las fuerzas naturales con «los medios de a bordo», difícilmente puede ser discutida. Pensamos incluso que un examen metódico de los datos arqueológicos e históricos confirmarían esta hipótesis. ¿Cómo habría comenzado este despertar? Desde luego, se pueden invocar las intervenciones de Fuera. También se puede imaginar una interpretación puramente materialista, racionalista. Quisiéramos proponer esta interpretación. La física de los rayos cósmicos descubrió hace ya años lo que llama acontecimientos extraordinarios. Se llama «acontecimientos» en física cósmica a la colisión entre una partícula procedente del espacio y nuestra materia. En 1957, según apuntamos en nuestro estudio sobre la alquimia, se detectó una partícula excepcional de una energía fantástica Un hombre, un sabio —nos cuenta Jorge Luis Borges—, había consagrado toda su vida a buscar, entre los innumerables signos de la Naturaleza, el nombre inefable de Dios, la cifra del gran secreto. De tribulación en tribulación, es detenido por la Policía de un príncipe y condenado a ser devorado por una pantera. Lo meten en una jaula. Al otro lado de la reja que van a levantar dentro de un instante, la fiera se prepara para el festín. Nuestro sabio contempla a la bestia, y he aquí que al observar las manchas de su piel, descubre a través del ritmo de las formas, el número, el nombre que tanto y en tantos lugares había buscado. Entonces sabe por qué va a morir, y que morirá exaltado... y que esto no es morir. El Universo nos devora o nos entrega su secreto, según sepamos o no contemplarlo. Es muy probable que las leyes más sutiles y más profundas de la vida y (energía que alcanzó 1018 electrónvoltios, mientras que la fisión del uranio sólo produce 2 x 108). Admitamos que sólo una vez, desde que nació la Humanidad, una de estas partículas haya chocado con un cerebro humano. Quién sabe si las enormes energías desprendidas no pudieron producir una activación y si no nacería así el primer «hombre despierto». Este hombre habría podido descubrir y aplicar técnicas para transmitir el estado de alerta. Esta técnica se habría prolongado hasta nuestra época bajo formas diversas, y la Gran Obra de los Alquimistas, la Iniciación, serían acaso algo más que leyendas. Evidentemente, nuestra hipótesis no es más que una hipótesis. No parece experimentalmente comprobable, puesto que no se puede siquiera concebir un acelerador artificial que produjese tan formidables, tan fantásticas energías. Todo lo que podemos decir es que el gran sabio inglés sir James Jeans escribió: «Tal vez ha sido la radiación cósmica la que ha hecho el hombre del mono.» (Esta cita es de su libro El misterioso Universo, Hermann, ed., 1929.) No hacemos más que completar estas ideas con datos modernos que sir James ignoraba y que nos permiten escribir: «Acaso son los acontecimientos cósmicos excepcionales de energías fantásticas, los que han hecho del hombre el superhombre.» del destino de todo lo creado estén inscritas claramente en el mundo material que nos rodea, que Dios haya grabado su escritura en las cosas, como la grabó para nuestro sabio en la piel de la pantera, y que baste con una cierta mirada... El hombre despierto tendría esta cierta mirada. VIII ALGUNOS DOCUMENTOS SOBRE EL ESTADO DE ALERTA Una antología por hacer. — Palabras de Gurdjieff. — Mi paso por la escuela del despertar. — Un relato de Raymond Abellio. — Consideraciones de René Alleau sobre el estado de conciencia superior. — Un admirable texto de Gustav Meyrinck, genio desconocido. Si existe un estado de alerta, falta un piso al edificio de la psicología moderna. Vamos a presentarles cuatro documentos que, no obstante, pertenecen a nuestra época. No los hemos elegido, porque nos ha faltado tiempo para hacer una verdadera selección. Todavía no se ha establecido una antología de los testimonios y estudios modernos sobre el estado de alerta. Sería muy útil, porque restablecería las comunicaciones con la tradición. Mostraría la permanencia de lo esencial en nuestro siglo. Iluminaría ciertos caminos del porvenir. Los literatos encontrarían en ella una clave, los investigadores de ciencias humanas recibirían un estímulo, los sabios verían en ella el hilo que discurre a través de todas las grandes aventuras del espíritu y se sentirían menos aislados. Naturalmente, al reunir estos documentos que se hallaban al alcance de nuestra mano, no pretendíamos tanto. Queremos aportar solamente unas breves indicaciones sobre una psicología posible del estado de alerta en sus formas elementales. Encontramos, pues, en este capítulo: 1.° Extractos de párrafos del jefe de escuela Georges Ivanovich Gurdjieff, recogidos por el filósofo Ouspensky; 2.° Mi propio testimonio sobre mis tentativas para ponerme en el camino del estado de alerta bajo la dirección de los instructores de la escuela de Gurdjieff; 3.° El relato que hace el novelista y filósofo Raymond Abellio de una experiencia personal; 4.° El texto más admirable, a nuestro entender, de toda la literatura moderna sobre este estado. Está sacado de una novela desconocida del poeta y filósofo alemán Gustav Meyrinck, cuya obra no ha sido traducida al francés, salvo Visage Vert y Le Golem. La misma se remonta a las cumbres de la intuición mística. I. — PALABRAS DE GURDJIEFF «Para comprender la diferencia entre los estados de conciencia, es preciso que volvamos al primero, que es el sueño. Es éste un estado de conciencia totalmente subjetivo. El hombre queda sumido en sus sueños, y poco importa que conserve o no su recuerdo. Aun en el caso de que algunas impresiones reales lleguen hasta el durmiente, tales como sonidos, voces, calor, frío y sensaciones de su propio cuerpo, sólo provocan en él imágenes fantásticas. Después el hombre se despierta. A primera vista, es un estado de conciencia completamente distinto. Puede moverse, hablar con otras personas, hacer proyectos, ver los peligros, evitarlos, y así sucesivamente. Parece razonable pensar que se encuentra en una situación mejor que cuando estaba dormido. Pero, si calamos un poco más hondo, si arrojamos una mirada a su mundo interior, a sus pensamientos, a las causas de sus acciones, comprenderemos que se halla casi en el mismo estado de cuando dormía. Incluso peor, porque, durante el sueño, permanece pasivo, lo que equivale a decir que no puede hacer nada. Por el contrario, en el estado de vigilia puede actuar continuamente, y el resultado de sus acciones repercutirá sobre él y sobre los que le rodean. Sin embargo, no se acuerda de sí mismo. Es una máquina, todo le viene de fuera. No puede detener la corriente de sus ideas, no puede dominar su imaginación, sus emociones, su atención. Vive en el mundo subjetivo del "yo amo", "yo no amo", "esto me gusta", "esto me disgusta", "deseo" "no deseo", es decir, en un mundo hecho de lo que cree amar o no amar, desear o no desear. No ve el mundo real. Se lo oculta el muro de su imaginación. Vive en el sueño. Duerme. Y lo que llama su "conciencia lúcida" no es más que sueño... y un sueño mucho más peligroso que el de la noche, en su lecho. »Consideremos algunos acontecimientos de la vida de la Humanidad. Por ejemplo, la guerra. En este momento hay guerra. ¿Qué quiere decir esto? Significa que muchos millones de durmientes se esfuerzan en destruir a muchos millones de durmientes. Cosa que no harían, naturalmente, si despertaran. Todo lo que ocurre actualmente es debido a aquel sueño. «Estos dos estados de conciencia, sueño y vigilia, son igualmente subjetivos. Sólo empezando a acordarse de sí mismo puede el hombre realmente despertar. Entonces, toda la vida toma a su alrededor un sentido diferente. La ve como una vida de gente dormida, una vida de sueño. Todo lo que dice la gente, todo lo que hace, lo dice y lo hace en sueños. Nada de ello puede tener, pues, el menor valor. Sólo el despertar y lo que conduce al despertar tiene un valor real.» «¿Cuántas veces me habéis preguntado si sería posible evitar las guerras? Ciertamente, sería posible. Bastaría con que la gente despertase. Esto parece ser muy poca cosa. Por el contrario, nada hay más difícil, puesto que el sueño es provocado y mantenido por toda la vida ambiente, por todas las condiciones del ambiente. »¿Cómo despertar? ¿Cómo librarnos de aquel sueño? Estas preguntas son las más importantes, las más vitales que puede formularse un hombre. Pero, antes de hacérselas, deberá convencerse del hecho mismo de su sueño. Y no le será posible convencerse más que tratando de despertarse. Cuando haya comprendido que no se acuerda de sí mismo y que el recuerdo de sí mismo significa un despertar hasta cierto punto, y cuando haya visto por experiencia lo difícil que es acordarse de sí mismo, comprenderá que el deseo de despertar no basta para lograrlo. Hablando con mayor rigor, diremos que un hombre no puede despertarse por sí mismo. Pero, si veinte hombres convienen en que el primero de ellos que lo haga despertará a los demás, tienen ya una posibilidad de conseguirlo. Sin embargo, incluso esto es insuficiente, porque los veinte hombres pueden dormirse al mismo tiempo y soñar que se despiertan. Por consiguiente, no basta. Se necesita más. Los veinte hombres deben estar vigilados por otro hombre que no esté dormido o que no se duerma tan fácilmente como los demás, o que se duerma conscientemente cuando sea posible, cuando no pueda resultar de ello ningún mal para él ni para los otros. Deben encontrar a este hombre y contratarle para que les despierte e impida que vuelvan a caer en el sueño. Sin esto, es imposible despertar. »Es posible pensar durante un millar de años, es posible escribir bibliotecas enteras, inventar millones de teorías, y todo esto en pleno sueño, sin ninguna posibilidad de despertar. Por el contrario, estas teorías y estos libros escritos o fabricados por los durmientes, tendrán por único efecto arrastrar al sueño a otros hombres, y así sucesivamente. »No hay nada nuevo en la idea de sueño. Casi desde la creación del mundo, se ha dicho a los hombres que estaban dormidos y que debían despertar. Cuántas veces por ejemplo, leemos en el Evangelio: "Despertaos", "velad", "no os durmáis". Incluso los discípulos de Cristo dormían en el huerto de Getsemaní, mientras su Maestro oraba por última vez. Con esto queda dicho todo. Pero, ¿lo comprenden los hombres? Lo toman por una figura retórica, por una metáfora. No ven en absoluto que hay que tomarlo al pie de la letra. Y aun en esto es fácil comprender la razón. Tendrían que despertar un poco, o al menos intentarlo. Hablo en serio cuando digo que a menudo me han preguntado por qué los Evangelios no hablan jamás del sueño... Y éste se cita en todas sus páginas. Lo cual demuestra sencillamente que la gente lee el Evangelio durmiendo.» «En términos generales, ¿qué hace falta para despertar a un hombre dormido? Se precisa una buena impresión. Pero, cuando el sueño es profundo, una sola impresión no es bastante. Se requiere un largo período de impresiones incesantes. Por consiguiente, se necesita alguien que las produzca. Ya he dicho que el hombre deseoso de despertar debe contratar a un ayudante que se encargue de sacudirle durante largo tiempo. Pero, ¿a quién puede contratar, si todo el mundo duerme? Toma a alguien para que le despierte, y éste a su vez se queda dormido. ¿Cuál puede ser su utilidad? En cuanto al hombre capaz de mantenerse realmente despierto, probablemente se negará a perder su tiempo despertando a los otros: puede tener otros trabajos mucho más importantes para él. «También existe la posibilidad de despertarse por medios mecánicos. Se puede emplear un despertador. Lo malo es que uno se acostumbra pronto a los despertadores, de varios sonidos. El hombre debe rodearse materialmente de despertadores que le impidan dormir. Y todavía en esto existen dificultades. El despertador debe ser montado; para ello es indispensable acordarse de él; para acordarse de él, es preciso despertar. Pero he aquí lo peor: el hombre se acostumbra a todos los despertadores, y, al cabo de algún tiempo, aún duerme con ellos. Por consiguiente, hay que cambiar continuamente los despertadores, inventar otros nuevos. Con el tiempo, esto puede ayudar al hombre a despertar. Ahora bien, existen muy pocas probabilidades de que realice todo este trabajo de inventar, de montar y de cambiar todos los despertadores por sí mismo, sin ayuda exterior. Es mucho más probable que, comenzado su trabajo, no tarde en dormirse, y que, en su sueño, sueñe que inventa despertadores, que los monta y que los cambia... y, como ya he dicho, con ello dormirá aún mejor. »Luego, para despertar, se requiere todo un conjunto de esfuerzos. Es indispensable que haya alguien que despierte al durmiente; es indispensable que haya alguien que vigile al encargado de despertarle; tiene que haber despertadores, y hay que inventar constantemente otros nuevos. »Pero, para llevar a buen término esta empresa y obtener resultados de ella, varias personas deben trabajar juntas. »Un hombre solo, nada puede hacer. »Antes que nada, tiene necesidad de ayuda. Un hombre solo no puede tener un ayudante. Los que son capaces de ayudar valoran su tiempo a muy alto precio. Naturalmente, prefieren ayudar a veinte o treinta personas deseosas de despertar, que a una sola. Además, como ya he dicho, el hombre puede muy bien equivocarse sobre su despertador, tomar por vigilia lo que no es más que un nuevo sueño. Si varias personas deciden luchar juntas contra el sueño, se despertarán mutuamente. A menudo ocurrirá que veinte de ellas dormirán, pero la veintiuno se despertará y despertará a las otras. Lo mismo puede decirse de los despertadores. Un hombre inventará un despertador, otro hombre inventará otro, después de lo cual podrán hacer un intercambio. Todos juntos pueden prestarse una gran ayuda, y, sin esta ayuda mutua, ninguno de ellos puede lograr nada. »Así, pues, el hombre que quiere despertar debe buscar otras personas que quieran lo mismo, con el fin de trabajar junto a ellas. Pero esto cuesta menos de decir que de hacer, porque la puesta en marcha de tal labor y su organización requieren un conocimiento que el hombre corriente no posee. Tiene que organizarse el trabajo, y tiene que haber un jefe. Sin estas condiciones, el trabajo no puede dar los resultados apetecidos, y todos los esfuerzos serán en vano. La gente podrá torturarse; pero estas torturas no la despertarán. Nada parece más difícil de comprender por. ciertas personas. Pueden ser capaces de grandes esfuerzos por sí mismas y por propia iniciativa, pero nada es capaz de persuadirlas de que sus primeros sacrificios deben consistir en obedecer a otra persona. »No quieren reconocer que todos sus sacrificios, en este caso, no sirven para nada. »E1 trabajo debe ser organizado. Y sólo puede serlo por un hombre que conozca sus problemas y sus fines, que conozca sus métodos, por haber pasado él mismo, en su tiempo, por tal trabajo organizado.» Estos párrafos de Gurdjieff han sido transcritos en la obra de P. D. Ouspensky, Fragments d'un Enseignement Inconnu, Éd. Stock, París, 1950. II. — MIS PRINCIPIOS EN LA ESCUELA DE GURDJIEFF «Tome un reloj —nos decía— y contemple la saeta larga, procurando conservar la percepción de sí mismo y de concentrarse en la idea: "Yo soy Louis Pauwels y estoy aquí en este momento." Procure no pensar más que esto; siga sencillamente el movimiento de la saeta larga conservando la conciencia de sí mismo, de su nombre, de su existencia y del lugar en que se encuentra.» Al principio, esto parece sencillo e incluso un poco ridículo. Naturalmente, puedo conservar presente en mi espíritu la idea de que me llamo Louis Pauwels y de que estoy aquí, en este momento, mirando cómo se desplaza muy lentamente la saeta grande de mi reloj. Pero no tardo en darme cuenta de que esta idea no permanece mucho tiempo inmóvil en mí, que toma mis formas y que se desliza en todos los sentidos, como los objetos que pinta Salvador Dalí, transformados en barro movedizo. Pero, aun así, debo reconocer que no me piden que mantenga viva y fija una idea, sino una percepción. No me piden únicamente que piense que soy, sino que lo sepa, que tenga de este hecho un conocimiento absoluto. Ahora bien, siento que esto es posible y que podría producirse en mí, aportándome algo nuevo e importante. Descubro que mil pensamientos o sombras de pensamientos, mil sensaciones, imágenes y asociaciones de ideas totalmente ajenas al objeto de mi esfuerzo me asaltan sin cesar y me apartan de este esfuerzo. A veces, es la saeta la que capta toda mi atención, y, mirándola, me pierdo de vista. Otras veces, es mi cuerpo, una crispación de la pierna, un pequeño movimiento en el vientre, lo que me aparta de la saeta del reloj al propio tiempo que de mí mismo. Otras, creo haber detenido mi pequeño cine interior, eliminado el mundo exterior, sólo para acabar dándome cuenta de que acabo de sumirme en una especie de sueño en que la saeta ha desaparecido, en que yo mismo he desaparecido, y durante el cual siguen trenzándose unas en otras las imágenes, las sensaciones, las ideas, como detrás de un velo, como en un sueño que se despliega por su propia cuenta mientras yo duermo. Y otras, en fin, en una fracción de segundo, me encuentro contemplando la saeta, y soy yo totalmente, plenamente. Pero, en la misma fracción de segundo me felicito de haberlo logrado; mi espíritu, si puedo decirlo así, aplaude, e inmediatamente mi inteligencia, al captar el éxito para alegrarse de él, lo compromete irremediablemente. En fin, que, despechado y más aún agotado, abandono el experimento precipitadamente, porque me parece que acabo de verme privado de aire hasta el extremo de mi resistencia. ¡Cuan largo me ha parecido! Sin embargo, no han transcurrido mucho más de dos minutos, y, en dos minutos, no he tenido una verdadera percepción de mí mismo más que en tres o cuatro imperceptibles relámpagos. Debía, pues, admitir que casi nunca llegamos a tener conciencia de nosotros mismos, y que casi nunca tenemos conciencia de la dificultad de ser conscientes. El estado de conciencia —nos decían— es, ante todo, el estado del hombre que sabe por fin que casi nunca es consciente y que, de esta manera, aprende poco a poco a conocer los obstáculos que, dentro de sí mismo, se oponen a su esfuerzo. A la luz de este pequeñísimo ejercicio, sabéis ahora que un hombre puede, por ejemplo, leer un libro, aprobarlo, aburrirse, protestar o entusiasmarse sin tener un solo segundo la conciencia de que es, y sin que, por tanto, nada de lo que lee se dirija verdaderamente a él mismo. Su lectura es un sueño que se suma a sus propios sueños, un discurrir en la perpetua corriente de la inconsciencia: Pues nuestra conciencia verdadera puede estar —y está casi siempre— completamente ausente de cuanto hacemos, pensamos, queremos o imaginamos. Entonces comprendo que hay muy poca diferencia entre el estado en que nos hallamos durante el sueño y el de vigilia ordinaria, cuando hablamos, obramos, etcétera. Nuestros sueños se han hecho invisibles, como las estrellas cuando se levanta el día, pero están presentes, y seguimos viviendo bajo su influencia. Hemos adquirido sólo, al despertar, una actitud crítica frente a nuestras propias sensaciones, pensamientos mejor coordinados, acciones más disciplinadas, más vivacidad de impresión, de sentimientos, de deseos: pero seguimos estando en la no conciencia. No se trata del verdadero despertar, sino del «soñar despierto», y en este estado de «sueño despierto» se desarrolla casi toda nuestra vida. Nos enseñaban que era posible despertar del todo, adquirir el estado de conciencia de sí mismo. En este estado, según había podido entrever en el curso del ejercicio del reloj, podía tener un conocimiento objetivo del funcionamiento de mi pensamiento, del desarrollo de las imágenes, de las ideas, de las sensaciones, de los sentimientos y de los deseos. En este estado, podía intentar hacer un esfuerzo real para examinar, detener de vez en cuando, y modificar aquel desarrollo. Y este esfuerzo mismo —me decía— creaba en mí una cierta subsistencia. Este esfuerzo no me llevaba a esto o a aquello. Bastaba con que fuese para que se creara y se acumulara en mí la sustancia misma de mi ser. Me habían dicho que, al poseer un ser fijo, podría alcanzar la «conciencia objetiva», y que entonces me sería posible tener, no sólo de mí mismo, sino de los otros hombres, de las cosas y del mundo entero, un conocimiento totalmente objetivo, un conocimiento absoluto. Monsieur Gurdjieff, Éd. du Seuil, París, 1954. https://groups.google.com/group/secreto-masonico/browse_thread/thread/1447497735530034/d920df54c26de906?lnk=gst&q=+Pawels+retorno+de+los+brujos#d920df54c26de906


 
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