LOS TEMPLARIOS : Para dilucidar unos enigmas, el examen profundo en ciertos monumentos antiguos, es, a veces, tan útil como es desciframiento de documentos escritos. Es así como la revista Arqueología, en sus números de Enero-Febrero y Marzo- Abril de 1970, y Enero-Febrero de 1971, ha publicado unos interesantes estudios sobre los Templarios, escritos por M. el chanoine P.-M. Tonnellier. Este eclesiástico ha hecho, en el castillo de Domme, en Perigord, un descubrimiento del que dice le “pareció capaz de hacer palidecer de celos a los buscadores más espigados”. Encontró, en varias salas de este castillo que sirvieron de prisión a los Templarios, “una abundante serie de gravados piadosos”, Tesoro “que está fechado y firmado en nombre del Templo”. Se ve claramente la fecha de 1307, que es la del arresto de los Templarios, y, sobre todo, la de 1312, que es la de la supresión de la Orden. Los artículos de Arqueología reproducen lo esencial de esta ilustración tan interesante, comentada por el autor con mucha ciencia y prudencia. Revelemos la presencia de la cruz templaria, entre las figuras descubiertas, la Jacques de Molay y a otros dignatarios del Templo, también fue ocupado luego por otros personajes distintos, y que, en consecuencia, es arriesgado atribuir los gráficos a unos con preferencia a los otros. La presencia, en estos gráficos, de símbolos extremo-orientales como el Ying y bel Yang, debe ofrecer tentativas de interpretación extremadamente prudentes. 73 Recordemos que, según la Vita Nuova, la “muerte de Beatriz”, se produce “en el año del siglo donde el número perfecto de 10, es multiplicado por el número 9, es decir, en 1290. 74 Es una lástima que estas obras capitales de R. Le Forestier, participen del mismo espíritu estrechamente racionalista. El autor, extremadamente respetuoso de todos estos “dogmas” (deberíamos decir más bien “pseudodogmas”) universitarios, califica uniformemente de “ocultismo” todo lo que, en el dominio de las ideas, no entra en los marcos, sea del pensamiento filosófico, sea del pensamiento religioso.. De donde los títulos de estas obras: El Ocultismo y la Franc-Masonería Escocesa; La Franc-Masonería ocultista del siglo XVIII y la Orden de los Élus- Coëns; y, finalmente, La Franc-Masonería Templaría y Ocultista de los siglos XVII y XIX. cruz de Jerusalén, la de la doble enceinte con la cruz templaria en el centro, de la ostia, del cáliz (asimilado por el autor al Santo-Grial), y, sobre todo de una multitud de representaciones de la crucifixión. “Sería, escribe M. Tonnelier, que cada uno de los prisioneros ha querido exponer la suya en el lugar donde se encontraba habitualmente”. La representación que parecía ser la más importante, no lo era sólo por sus dimensiones, pues tal como lo describe el autor: “Es como un fresco, con cuatro personajes alineados en primer plano: de izquierda a derecha, San Miguel blandiendo la espada, La Virgen portando la flor de Lys, el Cristo mostrando la ostia y el cáliz y, San Juan, llevando la copa... Cada uno acompañado de su nombre... El Cristo y la Virgen se encuentran sentados”. El autor subraya con insistencia que la presencia de San Miguel y de San Juan, es una prueba de que esta ilustración es de inspiración templaria”. Pues, dice, San Juan era “el patrón del Templo, aunque algunos parece que lo dudaron”. En cuanto a San Miguel, era el patrón de toda la caballería, aunque “especialmente la de los Templarios”. Es chocante que esta representación, esencialmente religiosa, sea, por así decirlo, confusamente recubierta por otra composición que representa la escena de una batalla; las dos figuraciones “se compenetran totalmente, hasta el extremo que sólo puede verse una si es a través de la otra”. Dejemos al autor añadir algunas indicaciones: “Es un feliz símbolo... que esta exposición que parece extravagante... Como si, de esta forma, se hubiera querido traducir la doble vocación del Templario, la de religioso y la de soldado... ¿Toda el alma del Templario no se encuentra ahí? Muy numerosas son también las alusiones al drama vivido por los prisioneros: “Desctrutor Templi Clemens V” vuelve, obsesivo, “repercutiéndose en todos los ecos”. M. Tornnellier ve el testimonio de la dolorosa indignación que experimentaron los Templarios, pensando en los que le podía pasar” de la mano de aquellos a quienes siempre habían servido con la más noble fidelidad y en quienes habían creído poder depositar toda su confianza”... El autor, nos parece que interpreta muy justamente, los sentimientos de los prisioneros: “Clemente V les ha quitado toda la razón de ser en este mundo; ha cometido el inexpiable crimen de internarse en la Orden”. Ha osado suprimir el Templo. Entonces lo consideran como traidor a la Iglesia que debía defender”. Hay que convenir por otra parte, que la actitud de Clemente V en este asunto, fue indigna de un vicario de Cristo. El Soberano Pontífice, dijo a los Templarios, en los tres días posteriores al arresto, que tendrían las máximas garantías de una feliz solución de estos hechos, pidiéndoles que no desesperaran y que no pensaran en la huida... Podríamos decir que el gran error de los Templarios (un error mayor que un crimen, hubiera dicho Talleyrand), fue que, con ser inocente, ya bastaba para no temer nada de la justicia”. M. Tonnellier escribió entonces: “Estos hombres enérgicos, que habían sabido, hasta aquí, dominar su cólera incluso referente a su honor personal o de su vida, se estiman desligados de toda coacción el día en que tocan el honor y la vida de la Orden. Ante la abolición de esta Orden, se desencadenan de golpe, pues supone para ellos el escándalo de los escándalos, la abominación de la desolación en el Templo, predicha por el Profeta Daniel. ¡Tocar la Orden!, ¡la Orden de Notre-Dame!, ¡la Orden de San Bernardo!, ¡ la Orden, gloria y pilar de la Cristiandad!, ¡la Orden, la única razón de vivir y de su orgullo!, ¡Retirarles el abrigo bajo el cual no tendrían ni la consolación de ser enterrados un día!” Podemos leer aun: “Es bueno, es saludable, oír a los Templarios clamar su revuelta y su asco, exhalar su rencor, clavar en la picota a Clemente V y Phillipe le Bel. Ellos no se consideraban culpables y clamaban venganza al cielo!” Una asimilación muy sugestiva es la de una hydra de dos cabezas, representando, evidentemente, a Clemente V y a Phillepe le Bel. Sobre este último personaje, el autor, aporta una apreciación absolutamente idéntica a la de René Guénon, y en contraste absoluto con la de la mayoría de historiadores “oficiales”. Escribe: “Profundamente imbuidos, los príncipes laicos y régaliens, como sus familiares, los Pierre Flotte, los Dubois, los Enguerrand de Marigny, los de Plessis y la excomunidad Nogaret, Phillipe era ya el arquetipo de lo que, hoy en día, llamaríamos el catolicismo anticlerical. Quería que el papa comiera en su mano y marchara al son de su látigo. Y podía disponer ahora, después de Bonifacio VIII o Benoît XI, de un papa francés. Apostemos que el proceso de los Templarios no hubiera tenido lugar, si Bonifacio VIII o Benoît XI hubieran vencido”. M. Tonnellier ha descrito a los Templarios, en base a sus descubrimientos, con un alcance inolvidable y que restituye admirablemente a las cosas en su sitio: “Estamos muy lejos de los soldadotes libertinos y que, sin derecho alguno, cierta historia nos ha querido ilustrar. Hay motivos para quedarse pensativo y preguntarse - una vez máscomo se ha podido llevar a hombres tales, ante la Inquisición; por medio de qué maquinación, un proceso tal, ha podido montarse. He confesado no ser de aquellos que creen en la pureza de los motivos que han guiado a Phillipe le Bel, ese príncipe piadoso -decimos- que no habría actuado más que en defensa de la fe. Se ha olvidado muy fácilmente a Anagni y la excomunicación que tuvo que soportar el rey”. El autor se vincula cuidadosamente a arruinar la más infame calumnia que ha inventado el infierno, contra la milicia del Templo: la que les acusaba de profanar la cruz. Escribe: “¿Qué vemos en Domme? Sus archivos secretos -secretos después de 650 años- nos revelan, de golpe, el ardiente amor de los Templarios hacia el Crucifijo. Estos hombres meten a todo, por honor, en el calabozo. Cruz, Crucifijo, escenas de crucifixión, abundan y forman como la base de meditación de los prisioneros... La misma Cruz está rodeada de honores y, de sus brazos, emanan rayos gloriosos. ¿Se trata de hombres que, en un día solemne, hubieran escupido sobre esta misma Cruz, sobre el mismo Crucifijo?... Los muros de Domme nos cuentan la vida espiritual de hombres que eran incontestablemente amantes de la Cruz... Todo esto no se ha hecho por necesidades de la causa: todo es muy cierto y no puede llevar a engaño”. M. Tonnellier, comentando una inscripción: “Sancta María Mater Dei ora pro me Peccator”, reproducida tres veces en una representación de la puesta en cruz, piensa que el ilustrador, ha querido expresar sus remordimientos “de haber confesado una falta que no había cometido, pero que lo hizo por salvar la vida, haber confesado que menospreciaba la Eucaristía, que profanaba el Crucifijo, cuando no era verdad... Escribió esto en la piedra, en la cabina de los guardias, para que pudiera leerse posteriormente, para honor de la Orden, para merecer, en su última hora, la indulgencia de la Madre de Dios, Patrona de los Templarios, por las confesiones que, en un día de angustia inhumana, había acabado por consentir”. Pensamos que sobre lo que importa insistir, es en la siguiente observación. Si los Templarios -cuya profunda fe y ardiente piedad, no puede ser puesta en duda- habían verdaderamente renegado de Cristo y profanado la Cruz, el día de su profesión, _entonces los muros de su prisión estarían cubiertos de testimonios escritos, confesando su vergüenza y su arrepentimiento. Posiblemente no hubieran osado representar el símbolo sagrado de la cruz, y, en cualquier caso, Clemente V les hubiera aparecido como el justo vengador de una falta excepcionalmente grave, una de esas formas de pecado contra el Espíritu, de la que está escrito que no será perdonada. No es esto lo que vemos en los muros de Domme. Sobre el fin de los prisioneros, el autor escribe algunas emotivas líneas: “Es posible que murieran sin ruido, uno tras otro, en la prisión. La última fecha que tenemos, nos revela que es 1320. Y, sin duda, no serían muy jóvenes en el momento del arresto en 1307. Y, en prisión, se envejece rápido... Se irían rezando con toda su alma a Cristo y a la Virgen, San Juan y San Miguel... y llevándose a la tumba una fidelidad intensa hacia la Orden del Templo y un odio, no menos sólido, a ojos de sus destructores. M. el chanoine Tonnellier puede felicitarse de su feliz descubrimiento; y todos lo amigos de la Verdad, deben saber el grado del claro testimonio rendido por él a estos Templarios, verdaderamente “crucificados” por la dificultad que tuvieron que pasar de permanecer fieles, a pesar del rey o del Papa, _fieles a pesar de todo a este lema de la caballería, que el autor recuerda: “A Dios, mi alma, -Mi cuerpo, al rey, -Mi corazón, a mi Dama, -Y, mi honor, a mi”. IV Después de las publicaciones a que nos hemos referido, y cuyo principal mérito, es haber defendido la memoria e inocencia de los Templarios, aparecieron, en 1974, dos obras debidas a dos autores de tendencias tan opuestas como posibles, y que nos parecen adecuadas para completar algunos puntos en la sombra; notablemente (y esto se aplica a la segunda de dichas obras) en lo concerniente a la cuestión de la doctrina secreta del Templo. La primera de estas obras75 es debida a Madame Régine Perdoud. Esta autora, que es conservadora de los Archivos de Francia, relata, en este libro, toda la historia de los Templarios, después de su fundación en 1118. Se encuentra gran número de informaciones históricas extraídas de “los documentos auténticos, de ciertos materiales, que nuestros archivos y bibliotecas guardan en abundancia”. Se menciona el papel jugado por San Bernardo (y, por otra parte, un tío del gran Abbat, André de Montbard, formaba parte de los nueve fundadores de la Orden). Una rápida extensión, elevó el número de commanderies a 9.000 en Europa (3.000 en Francia). Las riquezas del Templo, sobre las que tanto se ha reprochado y que debían excitar, dice la autora, la “codicia” de Phillipe le Bel, son bien comprensibles, desde el momento en que constituían la caja donde se centralizaban y administraban los recursos financieros 75 Régine Pernoud. Los Templarios. (Colección “¿Qué sé yo?” Presses Universitaires de Francia, Paris). destinados a las Cruzadas y a las demás necesidades de Tierra Santa”.Todo el desarrollo del proceso es examinado con la más escrupulosa atención, y Madame Régine Pernoud subraya en particular los aspectos financieros; ya, en Palestina, los Templarios tuvieron trabajo con las intrigas de los banqueros de Venecia, de Génova y de Pisa. Los principales actores de la tragedia son descritos, y ciertos detalles muy significativos se revelan. A propósito de Nogaret -legista nombrado caballero por Phillipe-, se precisa que este rey “atribuía arbitrariamente este título a los legisladores de los que se rodeaba -práctica que define claramente la desaparición de la caballería propiamente dicha, y que no se trataba más que de un título, semejante a una decoración-”. La señal es importante, pero las que conciernen a los Papas de la época, aun lo son más. Se recuerda que “las acusaciones lanzadas contra los Templarios, son, más o menos, las mismas y dirigidas bajo el mismo estilo, que las lanzadas contra Bonifacio VIII: herejía, sacrilegio, traición a la Iglesia, etc...; los mismos procedimientos y casi los mismos términos se encuentran en los diversos manifiestos dirigidos en las asambleas convocadas por el rey, para dar a conocer y aprobar su postura”. Entre estas asambleas, se cuenta con los primeros Estados Generales, pues los últimos -cinco siglos más tarde- deberían aportar el golpe fatal a esta monarquía absoluta, que los legisladores de Phillipe le Bel habían inspirado. El sucesor de Bonifacio VIII, Benoît XI, “fue muerto rápidamente en la velada del día en el que se preparaba para excomulgar a Nogaret”. Después de la obra de M. Guy Fau, de la que hablaremos ahora, el Papa murió “por haber comido un exceso de higos”, y “la cuestión de la investigación sobre si los higos estaban o no envenenados, jamás fue aclarada”. Un trágico incidente debió marcar los hechos que siguieron en la elección de su sucesor Clemente V, elegido y consagrado en Lyon. “Después de este coronamiento, que tuvo lugar en presencia del rey de Francia, el cortejo pontifical pasaba por una ruta estrecha bordeada de un muro en el que se había masificado la muchedumbre de espectadores, cuando el muro derrumbó. El Papa, caído del caballo, pudo levantarse y retirar, por sí solo, de entre los escombros, su tiara que rodaba por tierra. El accidente se tradujo en doce muertos, entre los que se encontraban el duque de Bretaña y uno de los hermanos del pontífice; Charles de Valoi, hermano del rey, que tenía su palafrén por la brida, había sido gravemente herido”. Este “intersigne” nos hace pensar en las dos catástrofes, aun más sangrientas, que enlutaron las fiestas del advenimiento de Louis XVI y de Nicolás II, en 1894. Y, lo verdaderamente curioso, es que los reinados de Clemente V, de Louis XVI y de Nicolás II, han marcado las etapas decisivas en el proceso de usurpación por los Kshatriyas, los Vaishyas y, finalmente los Shudras de la autoridad ejercida anteriormente por la casta inmediatamente superior. La autora es absolutamente persuadida de la inocencia de los Templarios. El proceso no fue más que una caricatura, y el hecho de que “fuera de Francia, no se encontró a ningún hermano del Templo, para decir, o sostener, las mentiras proferidas contra la Orden”, era suficientemente revelador a este respecto; al igual que la ausencia de piezas de convicción, fuera de los registros practicados en las casas del Templo a lo largo de los arrestos. Madame Regíne Pernoud, no olvida los argumentos que se pueden extraer de los gráficos dejados por los Templarios; y, en particular, los recientemente descubiertos en Domme. He aquí otras pruebas que ella ha recogidos en casa de sus adversarios, esos musulmanes a los que han combatido. La estima que éstos les tienen, no es dudosa. Los caballeros eran hombres piadosos, que aprobaban la fidelidad en la palabra dada, declaraba Ibn al-Athir, que atestigua que la garantía del Templo era suficiente para la ejecución de los tratados pasados entre cristianos y musulmanes. Ousam también él rinde homenaje al espíritu de tolerancia, y atestigua de los Templarios reservaban en el territorio, en Jerusalén, una mezquita en la que los musulmanes podían rezar libremente. La autora nos hace seguir, paso a paso, las peripecias del martirio soportado por los Templarios, durante los siete años que transcurrieron después de su arresto (el Viernes 13 de Octubre de 1307), hasta el día (18 de Marzo -otros dicen que 17 de Marzo- de 1314, en los que Jaques de Molay y Geoffroy de Charnay, conducidos al emplazamiento actual del Pont-Neuf, “después de haber pedido el poder girar la cara hacia Notre Dame, aclamaron una vez más su inocencia y, ante la multitud cautivada de estupor, murieron con el más tranquilo de los ánimos”. Las consecuencias de la infame maquinación urdida por el rey, son bien conocidas. “Se comprende que el cautiverio basado en la idea de una Orden religiosa y caballeresca totalmente corrupta y practicando colectivamente los peores horrores, hubiera podido tambalear a toda la cristiandad”. Pero si las consecuencias sobre el prestigio de la autoridad espiritual, son evidentes, las referentes a los destinos del poder temporal, no lo son menos. “Destruyendo la Orden del Templo, Phillipe le Bel, confirmaba una tendencia hacia el absolutismo, al poder totalitario. Era el primer paso hacia una vía que siguieron todos aquellos que, después de él, transformaron el poder real, en poder monárquico: someter al poder espiritual según una línea que trazaban los legisladores imbuidos de ese culto de Estado, extrañó a la mentalidad feudal. El gesto es el mismo que el de François I, atribuyéndose por el Concordato la nominación de los obispos y de los abades; o el de Luis XIV revocando el edicto de Nantes, o apuntando, contra el cuartel Farnèse de Roma, las armas de la soldadesca, escoltando a su embajador, con el fin de intimidar a Inocencio XI... Ocurre hoy en día que ningún absolutismo, ningún poder totalitario, no sabrían acomodarse a un poder espiritual del que le queda una parte al hombre, cuya importancia no escapa en nuestra época, en la que se han inventado, para responder a esto, internamientos interminables y lavados de cerebro”. Otro heredero -notable en el plano financiero- de Phillipe le Bel, fue Richelieu que destrozó al pueblo francés a base de impuestos. Pero, sin duda, habremos señalado cuantas observaciones de Madame Régine Pernoud, recuerdan las tesis expuestas en Autoridad Espiritual y Poder Temporal. Sin embargo debemos decir que la autora -al menos, según nos ha parecido- no admite la existencia de una enseñanza secreta en el seno de la Orden del Templo. Y este último punto nos conduce a examinar otra obra de erudición histórica. * * * En esta obra76, el autor, que es presidente del círculo Ernest Renan y reputado jurista, “ ha retomado todos los documentos del proceso de los Templarios, en su orden cronológico, ha releído todos los interrogatorios; total, ha rehecho la instrucción sin ideas preconcebidas”. Conocido racionalista, fue enviado a justificar las posiciones y la acción de Clemente V”, y limpia a Phillipe le Bel de la imputación de “haber -junto a sus consejeros- montado todas las piezas de una acusación sin fundamento”. Reconoce que “los dignatarios tenían una doctrina oculta, política o religiosa, sobre cuya naturaleza sólo pueden montarse hipótesis, de las que ninguna es satisfactoria. Han estado, lógicamente, condenados por herejía”. M. Jaques Madaule, quien -la cosa es inatendida- ha hecho el prefacio de esta obra, la ha encontrado “perfectamente digna para ser recomendada a todos aquellos que no buscan más que la Verdad”. Al mismo tiempo, se “extraña de que las prácticas escandalosas atribuidas a los Templarios y tan fácilmente confesadas por ellos, no hayan sido conocidas, después de tanto tiempo, fuera del Templo, y, en consecuencia, denunciadas”. La mediocridad de De Molay, dice, “haría creer en la existencia de una jerarquía oculta, aunque su existencia no pudiera probarse”. Y concluye: “El misterio de lo que fue realmente el Templo, queda totalmente en lo desconocido”. He aquí dos autores, uno racionalista y, el otro, católico especialista de la Iglesia medieval, que coinciden en que los Templarios poseían una doctrina oculta, y que su existencia y su historia constituyen un “misterio” que 660 años de discusiones no han conseguido dilucidar. Sobre la cuestión de los ritos secretos, M. Guy Fau reúne un cierto número de argumentos extraídos de diversas disposiciones inglesas. Es probable que los puntos importantes estén mencionados “en libretos que, antes del arresto, Jacques de Molay se había entretenido en destruir”. Varios testimonios hablan de esa regla secreta destruida por Molay, y M. Guy Fau piensa en admitir su existencia, todo y reconociendo que el Gran Maestro y sus dignatarios “no revelaron nada sobre este punto”. El autor no sabe disimular las lagunas de su encuesta y, especialmente, en lo que concierne a este famoso secreto. Estas dificultades son debidas en particular, a la casi imposibilidad de “situarse en el estado espiritual de los hombres de la Edad Media”. ¡Que viola donc un “aveu” interesant¡ El caso de los Templarios, dice M. Guy Fau, “es único en la historia de las religiones”. Y “debemos reconocer nuestra impotencia a alcanzar una verdad que se nos escapa. Todas las explicaciones se revelan como fantasistas o aventuradas”. Pero “los dignatarios de la Orden se negaron a responder” sobre la cuestión de su rito particular “y murieron con el secreto... Salvo descubrimiento fortuito de los archivos del Templo (si no fueron destruidos), es probable que no conozcamos nunca el fondo de estas cosas”. Las tinieblas que envuelven la vida y la muerte de la Orden del templo, rodean también la personalidad del Maestro Jaques de Molay. Haciendo alusión a su última retractación, M. Guy Fau escribe: “Hasta el final, este diablo de hombre (sic) seguirá siendo un misterio”. El autor -que no sabría admitir la tradición, según la cual Molay, antes de morir, hubiera citado al Papa y al rey al tribunal de Dios- da sobre estos dos muertos precisiones bien curiosas. Clemente V, enfermo de cáncer era curado mediante 76 Guy Fau. El Trabajo de los Templarios. (“Le Pavillon”, Roger Maria editor, Paris). “esmeraldas molidas”, y murió “de este mal o de este remedio”. Phillipe le Bel, en una cacería, “fue atacado y herido por un Jabalí, a consecuencia de lo cual, halló la muerte.” Según Guénon “lo que los hombres llaman suerte, no es más que la ignorancia de las causas”77, esas causas, cuyo conocimiento es identificado, por Virgilio, con la “felicidad”. ¿Qué esmeralda que, en la frente de Lucifer, simboliza el “sentido de la eternidad”, causa de muerte de un Papa destructor de un centro espiritual de alta importancia; y que un Jabalí, símbolo de la autoridad espiritual, mate a un rey que da ejemplo de la revuelta contra esta autoridad? _son éstos simples azares para los historiadores modernos, pero, para los que siguen a Guénon, es claramente distinto. La obra de M. Guy Fau es rica en citas históricas sobre cuestiones tales como el “gran negativa” de Celestino V, el caso Nogaret, las diversas corrientes a las que han querido vincular a los Templarios, etc... El autor no cree en las relaciones entre Dante, al que considera como un “erudito”, y los “militares-banqueros del Templo”... Como es criticable que no haya tenido en cuenta, a este propósito, la referencia formal hecha a los Templarios por otro “Fiel de Amor”, Boccacio, cuyo padre había sido ¡testimonio ocular del suplicio de Jaques de Molay! El autor, racionalista convencido, piensa que los Templarios fueron machacados por esa máquina infernal que siempre ha constituido un dogma, generador de intolerancia y de persecución”. Más que este juicio tan moderno, retendremos algunos detalles sobre la piedad de los Templarios. El autor señala, en efecto, la extrema veneración por la Virgen y por el apostol Juan”. ¿No es incomprensible que estos Templarios hayan ultrajado al hijo de la Virgen y Maestro de Juan? y ¿qué hayan profanado esa misma cruz, al pie de la cual María y Juan fueron dados, por el Cristo, el uno al otro, como madre e hijo? En los muros de la prisión de Domme, los templarios han representado los cuatro objetos “principales” de su fervor: El Cristo, la Virgen, San Miguel y San Juan. El arcángel tiene la espada, símbolo del método, San Juan lleva la copa, símbolo de la doctrina: es la copa del Graal, esta copa a la que, según el texto evangélico, sólo los “hijos del trueno” pueden ser llamados por el Padre para beber con Cristo. * * * Madame Regine Pernoud, historiadora de renombre y M. el chanoine Tonnellier, buscador católico, son persuadidos de la inocencia de los Templarios; M. Guy Fau, jurista erudito, y M. Jaques Madaule, historiador católico, son persuadidos de lo contrario. Sabemos bien que Guénon hubiera concluido tales divergencias. Es que los “límites de la historia” son rigurosamente infranqueables desde el momento en que tratan de problemas que revelan exclusivamente los misterios de la “historia sagrada”. https://groups.google.com/group/secreto-masonico/msg/305e01c37514634b? |