LOS TEMPLARIOS : ¿Quiénes fueron los Templarios?
De: 1575Monje (Mensaje original) Enviado: 16/08/2006 10:20 p.m.
¿Quiénes fueron los Templarios?
En principio, debemos aclarar que sobre la orden de los caballeros
templarios o los caballeros del Temple (temple es igual a templo,
luego, los caballeros del templo) se tejieron demasiadas habladurías y
mitos, dado lo misteriosa de su historia y de su trágico final.
Para la historia oficial, los Pobres Caballeros de Cristo y el Templo
de Salomón -este era su nombre completo- tuvieron por año de fundación
de su orden religiosa, ratificada por el Papa, el de 1118, y eran
regidos como hermano superior y abad por un caballero de la Champagne,
Hugues de Payen. Este padre fundador, junto con ocho compañeros de la
orden, se encomendaron a proteger a los peregrinos que visitaban
Jerusalén, ya en poder de los cristianos gracias a la acción de las
Cruzadas. Pese a la reconquista cristiana del Santo Sepulcro y la
ciudad sagrada, innumerables peligros seguían acechando a los
peregrinos a la Tierra Santa, dado el número de salteadores y bandidos
que esperaban a los peregrinantes en el camino.
A partir de este hecho, la fama de los Caballeros Templarios no hizo
otra cosa que engrandecerse, desde que habían arrostrado los peligros
de cumplir con su sagrada y piadosa misión de proteger a los
peregrinos en su viaje santo.
A partir de esta instancia, la orden no hizo otra cosa que crecer y
acrecentar su poder, acercándose a ella un nutrido número de adeptos
deseosos de pertenecer a las tan preclaras y famosas filas de los que
velaban por el cristianismo en las lejanas regiones del Medio Oriente.
Inicialmente, la orden se regió por unas de las reglas más severas de
que disponía el Occidente cristiano de la época, las de la Orden del
Císter, que imponía votos de pobreza, obediencia y castidad. Los
caballeros del Temple nada podían poseer, salvo sus armas y dos
vestidos, uno el de guerra y otro el de paz, tres caballos y un
escudero, que les servía también como criado en la vida civil.
Por otra parte, debían a sus superiores una obediencia absoluta, que
incluía la suprema ordenanza de que las órdenes no podían ser ni
siquiera de intento comprendidas, sino inmediatamente ejecutadas.
En el año 1139, el papa Inocencio II dio aún más libertades de las que
ya gozaba a la orden templarla, al declararla como un ejército de la
fe sin otra obligación de obediencia que la suya, esto es, autónomo en
relación a reyes cristianos, obispos y príncipes, del mismo modo que
los declaraba libres de toda sujeción a la autoridad civil y
religiosa.
Con ello, el prestigio de la orden creció todavía aún más, a punto tal
que los miembros de las familias más encumbradas de la aristocracia
del Viejo Mundo pugnaban por ser admitidos en ella y desde los puntos
más diversos de la cristiandan llovían las donaciones a favor de la
orden templaria.
Pese a estar obligados por el voto de pobreza, a mediados del siglo
XII las propiedades de los Templarios abarcaban fincas, molinos,
feudos completos, casas de salmonería, bosques, campos de labranza y
establecimientos rurales -las fuentes de dinero de la época- en
dilatadas extensiones de Inglaterra, Francia, España, Portugal,
Holanda,Alemania, Austria, Hungría, Italia y hasta la misma Tierra
Santa.
Con el paso del tiempo, corno suele suceder, la Orden fue degenerando,
volviéndose la cuna de la usura -por las grandes sumas de dinero de
que podía disponer- mientras que era envidiada por las clases
aristocráticas debido a los grandes privilegios de que disponía, y que
superaban a aquellos que eran patrimonio de estas mismas clases
privilegiadas en sus mismos países de origen. Por otra parte, las
clases bajas sufrían bajo el yugo de los impuestos que establecía la
Orden Templaria en los territorios sometidos a su dominio.
Sin embargo, lo mismo que había sido el origen de su ser y de su poder
iba a aniquilarla. Hacia fines del siglo XII[, el Islam reconquistó
las tierras ocupadas por los cristianos en Medio Oriente.
Hacia 1291, la Tierra Santa estaba ya casi completamente en manos de
los soldados de Alá.
La Orden de los Templarios, que durante casi doscientos años había
acumulado un poder político, económico y militar como pocas veces se
había visto crecer fuera del ámbito secular y religioso habituales,
había perdido su misma base de sustentación. No había razón alguna,
para el pensamiento de los poderes que envidiaban su poderío económico
y temían su capacidad militar y organizativa, para que la orden
siguiera existiendo. Por otra parte, la mayoría de los poderes que
conspiraron a partir de entonces para arrinar a la Orde del Temple le
debían cuantiosas sumas de dinero, muchas de esas deudas imposibles de
ser pagadas de modo alguno.
La caída de los feudos establecidos en Tierra Santa no sólo arruinó a
los Templarios, sino también a muchos más, fuera de ella, que
perdieron con esos territorios todo lo que tenían.
Naturalmente, aquellos que habían apostado al seguro éxito de la
orden, y que la veían debilitarse cada vez más, comenzaron a
ambicionar recuperar cuanto habían perdido a cuenta de las numerosas
propiedades que los Templarios todavía poseían. Por su parte, los que
eran deudores de la orden, no querían otra cosa que su ruina para así
evitar pagar sus deudas: entre estos deudores no había sólo
comerciantes, sino algunos de los monarcas más poderosos de Europa,
que habían financiado sus guerras gracias a la usura de los
Templarios.
Hacia el comienzo del siglo XIV, la orden lucía como alguien que va a
morirY así fue.
Por esa época, el rey de Francia, Felipe IV El Hermoso, y el papa
Clemente V, decidieron deshacerse de los Templarios para siempre. El
método entonces no podía ser más sencillo: bastaba con acusar de
hechicería a la orden y firmar ambos el documento. La mayoría de los
caballeros templarios residentes en Francia fueron arrestados y
arrojados a oscuras mazmorras. Muchos de ellos fueron quemados vivos
con leña verde, la pena atroz reservada a los herejes y los brujos.
Clemente V, el Papa, dispuso la disolución formal de la orden en enero
de 1312. Dos años después, el último gran maestre de los templarios,
Jacques de Molay, fue preso, salvajemente torturado con plomo
hirviente y castrado, entre otros tormentos, sin que confesara dónde
guardaban los templarios sus inmensos tesoros. Cuando fue quemado
vivo, ya un semana antes le habían arrancado los ojos con pinzas de
hierro.
Los numerosos deudores de los pagarés de los templarios vieron así
perdonadas sus deudas a sangre y fuego, pero el tesoro templario nunca
fue hallado y, además, la orden no desapareció, sino que pasó a la
clandestinidad, protegida por numerosos príncipes que habían hecho sus
votos en secreto. La inmigración de los templarios siguió una ruta
parecida a la de los cátaros, con los que tenían numerosas afinidades.
En el norte de Italia, muchos señores de marquesados y condados que
imponían su propia ley en su territorio, pertenecían a la orden
templarla y recibieron a los prófugos para protegerlos detrás de los
seguros muros de sus fortalezas. Era tal el caos de la Toscana, la
región norteña en la que también estaba enclavada una insignificante
aldea de tantas, llamada Vinci, que las ordenanzas del Papado y las
iras de los reyes no llegaban allí a tener poder alguno. No había un
rey de Italia capaz de unificar el territorio, imponiéndose a los
señores locales. Estos hacían lo que querían a su antojo. Ello salvó a
los templarios y a los cátaros que, en el invierno alpino, arriesgaban
sus vidas por los pasos montañeses para poner a salvo sus vidas, sus
creencias y sus principales tesoros
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