El día de la Victoria
Erase una vez, en los días de antaño del Imperio Otomano, que un Sabio y Poderoso Sultán vivía dentro de un recinto amurallado .Su palacio se encontraba rodeado de huertas y jardines, y como no explicaba sus acciones, en general, se consideraba que no se cuidaba de los intereses de la gente, por lo tanto se pensó que había olvidado su deber para con el pueblo. Las personas consideradas las más sabias del Imperio eran incapaces de comprenderle y hablaban en su contra. Quienes deseaban sus favores políticos le alababan, pero como estas personas suelen ser superficiales, esto no ayudó a extender su reputación.
En esos días fue atacado el Imperio Otomano por extranjeros europeos – así son los cambios de la Vida, quienes avanzaron con rapidez hacia el Palacio del Sultán. Una vez y otra vez el Poderoso Sultán Otomano envió mensajes a sus aliados, pidiendo que se aliaran a él en contra del invasor europeo, pero fue tal la negativa de sus aliados musulmanes, y su deseo de ignorarle, que le dieron la espalda.
Este comportamiento por parte de sus vecinos musulmanes no pareció afligir al Sultán Otomano. Y todo lo que declaró fue:
El peso de la Sapiencia de Allah es casi demasiada para soportarla solo. Como siervo de Allah me ha visto obligado a decirles que tengo que ser su caudillo si hay que ganar la guerra con o sin la cooperación de ellos. Obviamente no aceptarán apoyarme porque creen que mi guerra no es la suya, por lo tanto la única opción es esperar hasta la segunda etapa.
Los europeos junto con sus ideales libertarios siguieron avanzando hasta que quienes se habían opuesto a ellos, se retiraron hasta quedar sólo unos pocos fieles al Sultán. Pero así fue hasta que un día, cuando el Sultán estaba descansando, que se acercó su primer ministro y, tras las habituales reverencias, dijo:
¡Oh, siervo de Allah, tú majestad punto hacia cual gira la brújula! Hemos sido incapaces de impedir que, al defenderte, los pocos ejércitos que te resguardan escalasen los muros de tu Ciudad. Ahora se amontonan en tus huertos, cubiertos de barro y sangre, habiendo llegado casi a la extinción final.
El Sultán Otomano levantó la mirada con desenfado y preguntó ¿y qué más?
Tu poco numeroso ejército está exhausto casi como muerto, mientras tus enemigos de Occidente se congregan para atacarnos.
Muy bien – dijo el Sultán – has rendido tu informe: ahora retírate. Regresa pasado mañana para explicarme cómo están las cosas.
El ministro, aunque sabía que su Señor poseía la iluminación de Allah y su Sabiduría, se preguntó por qué el Sultán no llevaba a término alguna acción iluminada para defenderse a Él mismo, a su pueblo y a su Fe, pero como fiel servidor del Sultán no dijo nada.
Dos días después abordo al Sultán nuevamente y dijo:
¡Protector del pueblo de Allah! He venido como indicasteis
Infórmame – respondió el Sultán.
Los cansados guerreros han dormido y descansado dos días – dijo el ministro.
¿y qué están haciendo ahora?- preguntó el Sultán.
Se encontraban tan hambrientos que ahora comen uvas verdes y polvo de harina.
– Muy bien exclamó el Sultán – regresa mañana anti mi para informarme.
Al día siguiente el ministro anunció:
Alteza, los nobles, los guerreros y la gente del pueblo que llegaron hasta aquí tu ciudad, están ahora comiendo las uvas maduras de tu otro huerto y pan de trigo horneado por tus panaderos, y se han repuesto.
Continua tu informe mañana justo al medio día – dijo el Sultán
Al día siguiente, el ministro dijo:
¡Sultán que nunca disminuya tu Luz! El pueblo ahora está escogiendo las mejores uvas y comiéndolas.
Excelente – dijo el Sultán – Ahora llámales para que todos se presenten ante mí, y yo les preparare para la verdadera victoria, porque ahora sí están listos. Antes no estaban en condiciones de esforzarse y tenían que obtener de nosotros la nutrición. Si los dejamos algo más, estarán tan saciados que comenzaran a holgazanear y a discutir cosas vánales entre ellos y no escucharan lo que deben saber ¡dispónganse pueblo para la verdadera Victoria!
Éste es el relato del Sabio Sultán Otomano cuyas acciones hasta el día de hoy nadie comprendió. Cuando llegó la hora de la Batalla final, y los invasores llegaron, dejaron sus ideas fraternales, libertarias e igualitarias, y se fueron nuevamente. Pero luego de esto el pueblo dejo de entenderse los unos con otros. Regresaron todos a sus cosas, los historiadores confundidos escriben hasta hoy cosas confusas sobre lo que había ocurrido. Todas esas historias tenían esto en común: no comprendían al Sultán Otomano, pero ahora tu si lo entiendes.
Fraternalmente Vicente Alcoseri
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