El Pervertido Tirano. Quien no haya conocido la tentación de ser el primero en algo, alguna vez en su inútil vida , no comprenderá el juego y la razón de la política, de la voluntad de someter a los otros para convertirlos en objetos, ni adivinará cuáles son los elementos que conforman el arte del desprecio a los pobres. Raros son los que no hayan sentido, en menor o mayor grado, la sed de poder que nos es natural a todos; pero, si nos fijamos bien, esta sed adquiere todas las características de un razonamiento enfermizo del que sólo nos curamos por accidente o gracias a una mutación interior- por ver que al ser tiranos nos convertimos en siervos del poder. Pero, rareza o maravilla, la renuncia -desafió a nuestras constancias, a nuestra identidad- sólo sobreviene en momentos excepcionales, caso límite que colma al filósofo y desconcierta a quienes observan. Examínate en el instante en que la ambición te domina, cuando ya es fiebre; después diseca tus « neuronas ». Comprobarás que están precedidos por síntomas curiosos, por un calorcillo especial que no dejará de seducirte ni de alarmarte. Intoxicado de porvenir por haber abusado de la esperanza de miles que creyeron en ti , te sentirás súbitamente responsable del presente y del futuro de miles. cargada de tus estremecimientos, y en cuyo seno, agente de una anarquía universal, sueñas estallar. Atento a los acontecimientos de tu cerebro y a las vicisitudes de tu sangre, embebido en tu perturbación, espías y adoras sus signos. Si la locura política -fuente de trastornos y de malestares sin igual- ahoga, por una parte, la inteligencia, por otra favorece los instintos y te sumerge en un caos saludable. La idea del bien, y sobre todo del mal, que te figuras llevar a cabo, te regocijará y exaltará; y será tal el viaje mágico, el prodigio de tus deseos cumplidos, que ellos te convertirán en dueño de todos y de todo. Sentirás a tu alrededor una perturbación análoga en los que estén carcomidos por la misma pasión. Y mientras la padezcan serán irreconocibles, presas de una embriaguez distinta a todas las demás. Todo cambiará en ellos, hasta el timbre de su voz. La ambición es una droga que convierte al que le es adicto en un dependiente potencial. Quien no haya observado esos estigmas -ese aire de animal trastornado, esos rasgos inquietos y como animados por un éxtasis sórdido- ni en sí mismo ni en ningún otro, permanecerá ajeno a los maleficios y a los beneficios del Poder, infierno celestial , síntesis de veneno y de panacea. Imagina ahora el proceso inverso: la fiebre desaparece y te sientes otra vez desencantado, normal en exceso. No más ambiciones, no más posibilidades, pues, de ser algo o alguien; la nada en persona, el vacío encarnado: glándulas y entrañas clarividentes, huesos desengañados, un cuerpo invadido por la lucidez, puro en sí mismo, fuera de juego, fuera del tiempo, sujeto a un yo congelado en un saber total sin conocimientos. ¿Dónde encontrar el instante que se escapó?, ¿quién te lo devolverá? Por todas partes, frenética o embrujada, hay una muchedumbre de anormales a quienes la razón ha abandonado y vienen a refugiarse cerca de ti, el único que comprendió todo, espectador absoluto, perdido entre los engañados, reacio para siempre a la farsa unánime. Como el intervalo que te separa de los otros no deja de agrandarse, llegas a preguntarte si no habrás percibido una realidad desconocida para los demás. Revelación ínfima o capital, su contenido permanecerá oscuro para ti. De lo único que estarás seguro es de tu ascensión hacia un equilibrio insospechado, promoción de un espíritu que se ha apartado de la complicidad con otro. Indebidamente sensato, más ponderado que todos los sabios, así aparecerás ante ti mismo. Y si acaso todavía te asemejas a los locos que te rodean, sentirás, no obstante, que una insignificancia te distinguirá de ellos para siempre; esta sensación, o esta ilusión, hace que, aunque ejecutes los mismos actos que ellos, no les imprimas ni el mismo ímpetu ni la misma convicción. Hacer trampas será para ti una cuestión de honor y la única manera de vencer tus «dolores » o de impedir su retorno. Si para ello has tenido necesidad de una revelación, o de un hundimiento, deducirás que los que no han atravesado por una crisis similar se abismarán cada vez más en las extravagancias inherentes a nuestra raza. ¿Se dan cuenta de la simetría? Para transformarse en un hombre político, es decir, para adquirir el corte de un tirano, es necesario un trastorno mental; para dejar de serlo, se impone otro trastorno: ¿no se tratará, en el fondo, de una metamorfosis de nuestro delirio de grandeza? Pasar de la voluntad de ser el primero en la ciudad a la de ser el último en ella, es cambiar, mediante una mutación del orgullo, una locura dinámica por una locura estática, un género de enfermedad tan insólito que la renuncia que lo precede, y que tiene que ver más con el ascetismo que con la política, no forma parte de nuestros propósitos. Desde hace siglos, el apetito de poder se ha dispersado en múltiples tiranías pequeñas y grandes que han hecho estragos aquí y allá, y parecería que ha llegado el momento en que el apetito de poder deba por fin concentrarse para culminar en una sola tiranía, expresión de esta sed que ha devorado y devora el globo, término de todos nuestros sueños de poder, coronación de todas nuestras esperas y de nuestras aberraciones. El rebaño humano disperso será reunido bajo el cuidado de un pastor despiadado, especie de monstruo planetario ante el cual las naciones se postrarán en un estupor cercano al éxtasis. Una vez arrodillado el universo, un importante capítulo de la historia será clausurado. Luego empezará la dislocación del nuevo reino, y el retorno al desorden primitivo, a la vieja anarquía; los odios y los vicios ahogados resurgirán, y, con ellos, los tiranos menores de ciclos ya muertos. Después de la gran esclavitud, una esclavitud cualquiera. Pero al cabo de una servidumbre monumental, los que hayan sobrevivido estarán orgullosos de su vergüenza y de su miedo, y, víctimas fuera de lo común, ensalzarán su recuerdo. La religión habla de la Bestia dueño del mundo. Mientras más contemplo el desfile de los siglos, más me convenzo de que la única imagen susceptible de revelarme su sentido es la de los Caballeros del Apocalipsis. Los tiempos sólo avanzan atropellando, aplastando a las muchedumbres: tanto los débiles como los fuertes perecerán, incluso esos caballeros, salvo uno. ¿A quien le importan los pobres? Es por él, Dios pudiendo hacer todo por los pobres, no hace nada por ellos. Dios podría acabar con los Tiranos, y no los extermina. Los tiranos por su terrible fama, por quien han padecido y aullado las edades. Lo veo crecer en el horizonte, percibo ya nuestros gemidos, hasta escucho nuestros gritos. Y la noche que descienda sobre nuestros huesos no nos traerá paz, como se la trajo al salmista, sino el espanto -Alcoseri https://groups.google.com/forum/#!topic/secreto-masonico/4tylcyJT7Vs |