SU OFRENDA POR NOSOTROS Y POR SÍ MISMO
Es importante que entendamos cómo Jesucristo estaba envuelto en su propia ofrenda. Está fuera de duda que produjo benefició con su ofrenda por nosotros. Al examinar este asunto necesitamos mantener en mente que aunque Jesús no pecó, él llevaba esa misma naturaleza que es común a toda la humanidad. Él compartió con aquellos que vino a salvar, esa mortalidad e inclinación al pecado que es común a todos nosotros. Como se ha enfatizado en estas lecciones, él fue "tentado en todo" como nosotros. Hemos visto que él venció su inclinación al pecado por medio de la perfecta obediencia a su Padre, aun cuando eso lo llevó a su muerte en la cruz. Sin embargo, él también necesitó "redención" o "salvación" de su mortalidad. Esto está claramente establecido en las profecías que predijeron su muerte:
- "En tu mano encomiendo mi espíritu; tú me has redimido, oh Jehová, Dios de verdad" (Sal. 31:5). Recordamos que estas eran partes de las palabras dichas mientras Jesús moría en la cruz (Lc. 23:46). Él vio a su Padre como su redentor, quien "redimirá mi vida del poder del Seol" (Sal. 49:15).
- "Él me clamará: Mi padre eres tú, mi Dios, y la roca de mi salvación. Yo también le pondré por primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra" (Sal. 89:26,27). Vemos que por medio de sus oraciones a su Padre, Dios lo salvaría de la muerte y lo elevaría a la posición de "Primogénito".
Tales Escrituras nos recuerdan que Jesús mismo necesitaba liberación de la mortalidad que sobrevino a todos los hombres a causa del pecado de Adán. Él no estaba separado de aquellos a quienes vino a salvar en este sentido.
Hablando de su muerte y resurrección, dice Pedro: "A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella" (Hch. 2:23,24). No era posible que el sepulcro lo retuviera porque "la paga del pecado del pecado es muerte"; pero Jesús, aunque tentado, nunca permitió que la tentación lo llevara a pecar. Por lo tanto, no era posible que un hombre justo permaneciera en la tumba. Dios es justo en todos sus caminos. Por consiguiente fue por su perfecta obediencia que Jesús rompió las cadenas del pecado y la muerte, tanto para sí mismo como para todos los que son bautizados en él. Es por medio de él que nuestros pecados son perdonados y podemos mantenernos en la esperanza de compartir esa inmortalidad que él ha ganado.
- "Sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive" (Ro. 6:9,10). Él murió bajo ese régimen de cosas que vinieron por el pecado; pero él fue levantado a la vida pues no era justo que un hombre sin pecado permaneciera en la tumba.
- "Y Cristo, en los días de su carne, ofreciéndo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen" (He. 5:7-9). Fue por medio de oración y una vida de obediencia que su Padre lo sacó del sepulcro.
- "No por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención" (He. 9:12). Aquí Pablo contrasta la entrada del sumo sacerdote en el Lugar Santísimo con la entrada de Cristo en el cielo mismo (vr. 24). Mientras que el sacerdote entraba con la sangre de ciertas ofrendas, estas ofrendas anticipaban aquella gran ofrenda del Hijo de Dios mismo. Aquí vemos que por medio de su ofrenda de sacrificio obtuvo "eterna redención" siendo librado de esa esclavitud de la muerte. La mortalidad con su debilidad inherente y pecaminosidad, es vista como un esclavizante; pero por medio de la obediencia de Cristo hasta la muerte en la cruz él ha roto esa esclavitud para sí mismo y para todos los que están en él. Así pudo " destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo" (He. 2:14). El obtuvo así "eterna redención" de esa carga que llevaba.
- "El Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo. el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad , haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén" (He. 13:20,21). Pablo concluye esta carta con el hecho de que Jesús fue sacado de entre los muertos por Dios, por medio de la sangre del pacto eterno. A esa sangre fue a la que él se refirió en el aposento alto con sus discípulos diciendo: "Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados" (Mt. 26:28). Fue esta sangre, la que como hemos visto antes, se refiere a su vida. Él voluntariamente dio su vida (Mt. 20:28) para redimir a toda la humanidad de la esclavitud del pecado y mortalidad si en fe vienen ellos a Dios por medio de él.
En su crucifixión el mostró públicamente que todo lo que él había hecho a través de su vida, negandose a las tentaciones de la carne, ahora él voluntariamente lo proclamaba en la crucifixión de la carne con todos sus deseos y pasiones, y mansamente permitía que la voluntad de Dios cumpliera su desarrollo. Pablo escribió: "Estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil. 2:8). Voluntariamente se sometió a la voluntad de Dios en esto. " Por lo cual [a causa de su sorprendente obediencia en todas las cosas] Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra¸y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Fil. 2:9-11). Por medio de ese último acto de obediencia Dios fue glorificado y el Padre de aquí en adelante cumplió la petición de Cristo: "Glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese" (Jn. 17:5). El fue elevado en inmortalidad, o naturaleza divina, para sentarse a la diestra del Padre.
Haciendo fielmente la voluntad de su Padre durante toda su vida, aún hasta aquella muerte de cruz, él abrió el camino para todos los que se bauticen en él a fin de que compartan esa vida que él ha ganado ahora. Él puso finalmente a muerte allí esa naturaleza humana débil que en los demás ha ganado supremacía y dominio produciendo así muerte. En admiración y fe vemos en él a "quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados" (1 P. 2:24). Contemplamos estas cosas, dándonos cuenta de que a través de ese acto final de obediencia él "quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio" (2 Ti. 1:10).