Masonería y Política
Claro está que el involucramiento de los masones en la actividad
política tiene como base dos principios de singular importancia. Por
un lado la formación masónica de los actores: nada bueno es de esperar
si el prolegómeno o cuando menos la simultaneidad en los hechos, no es
una sólida formación en los principios éticos y las enseñanzas
contenidas en el simbolismo masónico. Por ello, estamos convencidos
que el masón que actúe políticamente debe estar motivado "desde
dentro" por su propia conciencia, concebida ésta y desarrollada, como
lo hacemos cotidianamente, en el ámbito de los talleres masónicos. Es
una exigencia moral intransferible que garantiza no caer en el
conformismo y la complacencia fácil, asumiendo por el contrario su
responsabilidad ética en la batalla por una sociedad mejor. En este
sentido, nos parece pertinente reiterar una vez más, como inexcusable
axioma, la importancia de la ética individual como modelo y sustento
de una ética social.
De allí entonces que el segundo requerimiento exija la búsqueda de una
adecuada complementación entre lo que Max Weber definía como las
éticas de la convicción y la responsabilidad. En aquellas se juzgan
las intenciones de los hechos, generalmente la visión personal que
nutre el pensamiento y la acción individual. La ética de la
responsabilidad, por el contrario, es juzgada por sus consecuencias,
es decir, por los resultados que una determinada acción individual
produce en los otros. A una ética que considera primariamente lo
personal se contrapone, en la acción política, una ética que debe
atender a las consecuencias de decisiones que obran sobre el conjunto
de la sociedad.
Estamos convencidos que en el difícil encuentro de la intención y la
consecuencia, de la convicción y la responsabilidad, en ese terreno
arduo y conflictivo pero necesario, se ubica el centro del compromiso
del masón en su vida pública.
Cierto es que, al exponer sobre Masonería y Política, no escapan a
nosotros las particularidades de cada una de las Obediencias Masónicas
Hermanas. Más aún; estamos persuadidos que sus determinaciones
concretas sobre el particular, cualesquiera sean, estarán siempre
teñidas por la historia y las circunstancias de momento de cada una de
ellas. La consideración que hagan tanto de sus entornos sociales y
políticos, cuanto culturales, merecen nuestro absoluto respeto, porque
sólo ellas están en condiciones de aportar los elementos conceptuales
y fácticos necesarios para posicionarse, socialmente, como una fuerza
insoslayable en la construcción de los futuros nacionales
-------------------------------------------------------------------------------------------------------.
Tenemos clara conciencia por cierto, del factor fundamental que nos
une bajo nuestras banderas de Libertad, Igualdad y Fraternidad. La
progresiva realización de un hombre libre y digno, librepensador y
tolerante, solidario en lo social y democrático en lo político,
defensor de los derechos humanos y factor de cambio en su vida de
relación, encuentra en la Masonería, en sus tradiciones y rituales, en
el ejercicio de la fraternidad y el respeto mutuo, el campo apropiado
para su plena realización.
En realidad, la condición de masón adquiere hoy más que nunca -en un
mundo que adolece de valores- el carácter de una cruzada por la
reconstrucción de la vida social sobre la base cierta de un nuevo
paradigma. No vivimos el mundo que soñamos, y precisamente por eso
cabe preguntarnos sobre algunas de las razones que han llevado a ello
y bosquejar, si es posible, caminos de superación que los masones
podamos transitar.
II
Diríamos entonces, como se ha señalado ya en reuniones anteriores de
la Confederación Masónica Interamericana, que por diversas razones se
ha producido un desfasaje esencial entre el desarrollo científico-
tecnológico y el marco ético y moral que lo contiene. En la
explicitación del Nuevo Humanismo que la Gran Logia de la Argentina ha
levantado como bandera hace ya varios años, hemos enfatizado el
desencuentro entre las disponibilidades materiales y las
responsabilidades sociales en el usufructo de los bienes producidos.
Contrariando pronósticos y promesas, la mayor abundancia de bienes no
sólo no ha beneficiado al conjunto de las personas, sino que ha
determinado el brutal empobrecimiento de muy amplios sectores de la
sociedad.
Pocos meses atrás, el japonés Koichiro Matsuura, director general de
la UNESCO, refiriéndose al orden mundial nos decía que "cada sociedad
enfrenta los retos de transformarse en una sociedad del aprendizaje.
La educación básica es la fuerza motriz de este proceso y debe
movilizar a la sociedad. Los 113 millones de niños sin acceso a la
enseñanza primaria y los 875 millones de adultos analfabetos
evidencian el tamaño y la complejidad del problema". Es claro que
estos datos involucran a los países de América Latina, por lo que es
pertinente citar otra frase del discurso del mismo funcionario. Decía
éste: "La UNESCO recomienda destinar el 6% del presupuesto nacional a
la educación y los países pobres no destinan ni el 2%. Los japoneses
(escuchemos esto) le destinaron el 33% en el período de post-guerra y
hemos visto -dice Matsuura- lo que eso significó para el crecimiento
del país".
No escapa a nosotros que la educación y la capacitación técnica están
en la base del crecimiento económico, pero tampoco ignoramos que este
crecimiento sólo se convierte en desarrollo cuando está acompañado de
una sostenida política de equidad en la distribución de los ingresos.
En el caso concreto de nuestra región, las finalidades sociales del
desarrollo se desdibujaron en la década de los 90, a punto tal que ni
el más ardoroso defensor de esa ortodoxia podría decir hoy que sus
resultados han concluido con un mundo más justo y más seguro Fracasada
la teoría del derrame, por la cual el puro crecimiento material
redundaría en beneficio del conjunto, las consecuencias dolorosamente
visibles muestran un mundo más injusto aún que en el pasado, cubierto
de miserias culturales, pero también y sobre todo de desocupados,
marginados, excluidos y enfermos, sin horizontes posibles de
superación.
Como una cruel paradoja y en términos absolutamente concretos, en
algunos casos hasta es posible hablar de países "desdesarrollados",
aquellos que han involucionado de modo radical con respecto a su
propio pasado. El presidente de la República Federativa del Brasil ha
dicho recientemente, en opinión que compartimos, que "sólo habrá paz
en el siglo XXI si hay reconciliación entre el equilibrio
macroeconómico y la justicia social". Dicho de otro modo, cambiar el
sesgo regresivo y discriminatorio de la distribución de los ingresos.
Cierto es que no todas las situaciones nacionales en la región son
idénticas y se podría argumentar que en tales y cuales casos se han
producido avances positivos en algunas áreas del quehacer político o
económico. De esto no tenemos dudas. Sin embargo, es indiscutible que
la región como tal sufre la mayor inequidad distributiva en el orden
mundial, que las corrupciones estructurales y las ineficiencias
operativas castigan a los estados nacionales, que el narcotráfico y
las violencias urbanas y rurales están presentes en el día a día, que
la debilidad de las políticas integracionistas y las gigantescas
deudas monetarias internas y externas condicionan el futuro de los
pueblos, y que, en conjunto, tales causas conforman una explosiva
mezcla de factores desestabilizantes para el proceso democrático
regional.
Deben creernos QQ∴ HH∴, si les decimos que no ha sido nuestra
intención agobiarlos con datos y citas que, por supuesto, ustedes
conocen tan bien como nosotros. En realidad, el interés subyacente
radica en abordar sobre bases ciertas, concretas, irrefutables, el
accionar de la masonería y los masones como factores imprescindibles
del cambio social. Y para ser actores de ese cambio, atento a que la
sociedad no puede prescindir del pensamiento y la acción masónica en
su devenir, es necesario acercarse al campo específico de la política.
III
Veamos en cuatro puntos las definiciones sobre las que afirmamos
nuestra visión del problema.
1. Desde nosotros mismos cabe distinguir dos campos de actuación
política. Uno superior y doctrinario para la institución masónica como
tal; otro contingente individual para cada masón en la realización de
su vida personal.
2. Los principios políticos básicos de la democracia han sido
siempre bandera de la Masonería Universal. Es nuestra misión hoy,
cuando son Patrimonio de la Humanidad, no abandonarlos a prácticas e
instrumentaciones inmorales que degraden o tergiversen su sentido
último.
3. Ergo, debemos asumir la responsabilidad del quehacer político,
a la luz, por supuesto, de las nuevas condiciones histórico sociales.
4. En esos términos, no están en cuestión los Antiguos Linderos
ni los Principios Filosóficos de la Orden. Por el contrario, se
complementan y realizan en el único mundo en el que pueden ser.
Hagamos ahora una aclaración que nos parece pertinente. Hay HH∴ que
pretenden hacer de la Orden un partido político y hay otros que la
entienden como una cofradía religiosa. En ambos casos, lo que prima es
una interpretación sectaria y excluyente, por sobre la pluralidad y la
inclusión masónicas.
Nuestra opinión del quehacer político es otra, y está basada en las
responsabilidades sociales de los hombres que labran su perfil
personal en los principios de la Orden y que asumen éstos con una
profunda vocación de servicio al bien común.
No es posible mantener cerrados los ojos y el corazón a las crecientes
miserias del mundo que nos rodea, ni tampoco a la necesidad de ser
factores centrales en el proceso del desarrollo equilibrado de la
ciencia y la moral.
Y por ello, por la complejidad del desafío, ratificamos nuestra
apuesta por la democracia como sistema idóneo para la representación
del interés popular, atendiendo a que el concepto conlleva, en nuestra
opinión, una evidente carga de valor.
Para los masones, la reivindicación de la democracia implica reconocer
su carácter perfectible, es decir, vivirla como un proceso de
realización permanente, cotidiana, intransferible, de cada ciudadano,
en todos los aspectos de su vida personal y social. Es obvio que una
sociedad que asuma como propios y en consecuencia legalice los
procedimientos formales de la democracia electoral, tendrá gobiernos y
gobernantes elegidos por el voto popular. Es útil, sin embargo,
recordar que tremendas dictaduras se han establecido a partir del voto
masivo "libremente" emitido.
Aceptado esto, aparece clara la necesidad de transformar los sistemas
participativos que están en la base de la democracia y, sobre todo,
elevar el nivel educativo y moral de los ciudadanos. Con razón ha
dicho en fecha reciente un politólogo argentino que, en realidad, cabe
".percatarse de que probablemente los regímenes democráticos se
encuentran ante nuevos desafíos que no pueden ser sobrellevados con
respuestas convencionales".
IV
¿Siendo la democracia el instrumento de la voluntad popular y opuesta,
por lo menos teóricamente, a formas dictatoriales o totalitarias de
gobierno, implica la opción masónica por ella una forma de hacer
política? Nuestra respuesta es claramente afirmativa, en tanto
reconocemos que la política es el campo en que por acción u omisión,
como individuos o en grupos, los hombres participan fatalmente en la
construcción de su destino. A partir de esta premisa, y con sobrados
títulos por cierto, la orden masónica ha reclamado para sí el mérito
de haber sido factor principal en el proceso de modernización y
secularización que alumbró a la democracia en el mundo occidental. Sus
principios y doctrinas constituyeron el sustrato sobre el cual se
elevó el mundo moderno; sería insensato alejarnos hoy de los
desarrollos que las sociedades produjeron en su curso histórico,
cuando nuestras ideas están en los cimientos fundacionales de las
mismas.
Por nuestra parte, en nuestro V Congreso realizado en 1995, dijimos
que "la Masonería no está en el mundo sólo para conservar el pasado
sino para construir el futuro", y una vez más ratificamos ese aserto
de los masones argentinos, con más fuerza hoy en que la anomia que nos
invade exige de nosotros un decidido involucramiento en las políticas
de cambio, no sólo como expresión de compromiso personal en la acción
política, sino como generadores de opciones morales para las futuras
generaciones.
Como surge de lo expuesto, no existe contrasentido alguno entre la
"neutralidad" política de la institución masónica y el accionar
político de sus miembros. En primer lugar, por cuanto la institución
no es neutral políticamente desde que sostiene principios y valores
que, así como hacen mérito de la dignidad de la persona, abominan del
autoritarismo, las dictaduras, la discriminación y la injusticia. En
segundo término, la presencia política de los masones busca alcanzar
aquello que, tomando como medida el bien común de la sociedad, es
razonable, aunque ello no significa querer imponer una política
específicamente masónica. Ha de insistir sí, en la protección contra
toda clase de religión política o fundamentalismo, contra toda
perversión del poder y contra la cínica justificación de los medios
empleados para manipular al hombre, sea la tortura, la corrupción, las
drogas, la miseria, la desinformación o la ignorancia.
Dicho en otros términos, una es la posición superior, conceptual,
doctrinaria y filosófica de la Orden frente a la política. Otra cosa,
aunque sus contenidos teóricos surjan de aquellos, es la acción
política "partidaria", es decir, la acción independiente, libre,
voluntaria y vocacional de algunos de sus miembros. Dos planos
distintos e inconfundibles, aunque convergentes en un objetivo común.
V
Estamos persuadidos que la historia de nuestros países no tiene
explicación posible sin el reconocimiento expreso de la rotunda
participación de los masones en su desarrollo. Desde aquellos lejanos
tiempos, las ideas de progreso, tolerancia, libertad de conciencia y
fraternidad, elaboradas en nuestros templos, han contribuido
centralmente a alumbrar un mundo nuevo. No sin errores, es cierto,
pero llevadas adelante lealmente, hasta con el sacrificio de las vidas
de nuestros hermanos.
Han cambiado los tiempos, pero no el marco de nuestras
responsabilidades. Sin arrogancias intelectuales, más propias de
fanáticos que de libres pensadores, debemos abocarnos con humildad a
la consideración y elaboración de propuestas concretas que, por vía de
los masones, encaren la difícil realidad que antes esbozamos.
En tal sentido, evocamos de inmediato la insuficiente dinámica de las
integraciones regionales, el tratamiento demorado y elitista de las
propuestas culturales, las asimetrías comerciales y las inapropiadas
confrontaciones políticas entre gobiernos que deberían consolidar una
visión estratégica común. En todos estos campos, y en muchos más
involucrados en los mismos, la acción virtuosa de los masones debe
hacerse presente para dinamizar y transparentar los comportamientos de
las clases dirigentes, rechazando "in totum" cualquier posibilidad de
corruptelas y negociados atentatorios del bien común.
Si es cierto aquello de que "el poder corrompe y el poder absoluto
corrompe mucho más", cabe definir nuestro quehacer como orientado con
firmeza a cooperar al perfeccionamiento moral y espiritual de los
individuos, y a la vez, contribuir decididamente a la transformación
progresista de la sociedad.
En estos objetivos, lealmente interpretados, encontramos los puntos de
emulación con aquellos prohombres que, en las precarias condiciones
del siglo XIX, dieron a luz las patrias que hoy nos cobijan.
De aquellos estadistas -capaces de marcar un rumbo y poner la vida en
alcanzarlo- a estos dirigentes -pequeños voceros del populismo y la
demagogia- hay un mundo de distancia.
No obstante, ni la Política ni la Democracia están en cuestión. Sí los
hombres, los procedimientos, los comportamientos morales de los
mismos, el olvido sistemático de sus obligaciones para con la
sociedad, la vinculación más o menos estrecha de muchos de ellos con
la corrupción y la violencia, así como la premeditada confusión que
mantienen entre defensa de los pobres y defensa de la pobreza.
Es en el marco de esta crisis de valores que los masones tenemos la
oportunidad y el deber de actuar, en el sentido de afirmar
definitivamente la práctica de los derechos y los deberes humanos, la
superación de las flagrantes injusticias sociales, la ratificación de
la ciencia como factor del progreso, y la defensa inclaudicable de la
democracia y las instituciones del régimen republicano. Tengamos
presente que tal como lo afirmara años atrás el filósofo español José
Luís Aranguren ".quienes se consideran sin oportunidades, condenados a
la inmovilidad, a un imposible ascenso social, se inclinan,
normalmente, al disconformismo radical y, por tanto, a la repulsa de
una democracia que, para ellos, no es tal".
En el estrecho sendero que la vida nos depara, y con los objetivos
citados, la acción política de los masones es un verdadero imperativo
moral.
VI
Claro está que el involucramiento de los masones en la actividad
política tiene como base dos principios de singular importancia. Por
un lado la formación masónica de los actores: nada bueno es de esperar
si el prolegómeno o cuando menos la simultaneidad en los hechos, no es
una sólida formación en los principios éticos y las enseñanzas
contenidas en el simbolismo masónico. Por ello, estamos convencidos
que el masón que actúe políticamente debe estar motivado "desde
dentro" por su propia conciencia, concebida ésta y desarrollada, como
lo hacemos cotidianamente, en el ámbito de los talleres masónicos. Es
una exigencia moral intransferible que garantiza no caer en el
conformismo y la complacencia fácil, asumiendo por el contrario su
responsabilidad ética en la batalla por una sociedad mejor. En este
sentido, nos parece pertinente reiterar una vez más, como inexcusable
axioma, la importancia de la ética individual como modelo y sustento
de una ética social.
De allí entonces que el segundo requerimiento exija la búsqueda de una
adecuada complementación entre lo que Max Weber definía como las
éticas de la convicción y la responsabilidad. En aquellas se juzgan
las intenciones de los hechos, generalmente la visión personal que
nutre el pensamiento y la acción individual. La ética de la
responsabilidad, por el contrario, es juzgada por sus consecuencias,
es decir, por los resultados que una determinada acción individual
produce en los otros. A una ética que considera primariamente lo
personal se contrapone, en la acción política, una ética que debe
atender a las consecuencias de decisiones que obran sobre el conjunto
de la sociedad.
Estamos convencidos que en el difícil encuentro de la intención y la
consecuencia, de la convicción y la responsabilidad, en ese terreno
arduo y conflictivo pero necesario, se ubica el centro del compromiso
del masón en su vida pública.
Cierto es que, al exponer sobre Masonería y Política, no escapan a
nosotros las particularidades de cada una de las Obediencias Masónicas
Hermanas. Más aún; estamos persuadidos que sus determinaciones
concretas sobre el particular, cualesquiera sean, estarán siempre
teñidas por la historia y las circunstancias de momento de cada una de
ellas. La consideración que hagan tanto de sus entornos sociales y
políticos, cuanto culturales, merecen nuestro absoluto respeto, porque
sólo ellas están en condiciones de aportar los elementos conceptuales
y fácticos necesarios para posicionarse, socialmente, como una fuerza
insoslayable en la construcción de los futuros nacionales.
VII
Dijimos más arriba que ni la Democracia ni la Política están en
cuestión. Sin embargo, es útil acotar que no desconocemos los riesgos
que la acción política conlleva en el plano moral. A título de
ejemplo, no nos parece posible abordar una característica principal de
la política que es la eficacia, si paralelamente no tomamos en
consideración el mundo que la rodea y condiciona. Tal como el
politólogo italiano Giovanni Sartori lo definió, la política no es un
"valor" sino un "ejercicio", y por eso mismo necesita una valoración,
una actividad que la identifique, un objetivo trascendente que le fije
rumbos y la valorice como ámbito para las asociaciones virtuosas que
la distingan.
Por nuestra parte, no somos ajenos a la reflexión que esta cuestión
tan importante nos plantea. Sabemos, como masones, de la virtud y el
honor. Tenemos claro la significación de cada uno de estos conceptos,
tanto en la vida personal como en sus manifestaciones en la sociedad.
Por estas razones, hemos dedicado nuestros trabajos anuales a la
reivindicación palmaria del Honor y hemos realizado recientemente
nuestro IX Congreso del Simbolismo, bajo el significativo título de
"Nuestro Legado: el Honor". Y lo hemos hecho como una consecuencia
natural de nuestra toma de posición ante la realidad. Sería criminal
de nuestra parte asumir posturas comprometidas con el quehacer
político si aspiráramos al poder por el poder mismo, justificado en
manifestaciones relativistas, carentes de un sustrato ético que lo
dignifiquen ante los pueblos. Así, al abrir los trabajos anuales y en
consonancia con esto, hemos dedicado el año "a la reflexión sobre uno
de esos principios que -al haberse abandonado- produjo el deterioro de
la sociedad, de sus valores y su destino. Nos referimos al Honor, un
concepto tan antiguo como la sociedad civilizada, el cual puede
resumirse como el conjunto de actitudes que hacen digna a una persona.
Digna ante sí misma en primer lugar, y digna ante sus hijos y ante la
historia en último término. El honor es el conjuro de la indecencia y
en tal sentido salvaguardia de la recta acción. En la medida que nos
apartamos de la recta acción perdemos la dignidad y con ella el honor.
¿Por qué el Honor? El ejercicio del poder está condicionado por la
virtud del honor, puesto que el poder sin él sólo puede asegurarnos el
envilecimiento, el egoísmo, el enriquecimiento ilícito, el uso
indebido de las atribuciones, la nefasta prebenda y el veneno de la
corrupción. Sólo un profundo sentido del honor nos hará capaces de
construir un país honorable, condición indispensable para alcanzar el
objetivo de cada generación: la construcción de un legado digno a
nuestros hijos, que marque con el ejemplo qué clase de hombres fuimos
y hasta dónde pudimos alcanzar la meta de nuestras aspiraciones.
Finalmente, y con estos presupuestos, la Masonería Argentina reitera
su compromiso con el Estado de Derecho en un momento harto difícil
para la región, consciente que los pueblos esperan de nosotros un
liderazgo firme y decidido en el sentido de la regeneración de la
política.
No es un cometido fácil, es cierto, pero es el nuestro, el de nuestro
tiempo, el que, en nuestra modesta opinión, nos permitirá ser dignos
de aquellos esforzados hermanos que tanto citamos y hoy queremos
emular.
!Ojalá que así sea!
M.·. R.·. H.·. Jorge A. Vallejos
Ex Gran Maestre
Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones
Or.·. de Panamá Agosto 2005 e.·. v.·
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Vivir en el aislamiento es cosa nefasta: no hay nación, ni patria, ni
persona, que pueda vivir en aislamiento. Ello quiere decir, que como
buscamos el poder de tantas maneras diferentes y equivocadas, así
uno se entrega al aislamiento, a crear pequeñas o grandes naciones,
para hacer de ellas un club privado, con líneas fronterizas y guardias
armados en ellas. El masón no nacionalista, sino ciudadano del mundo,
ser un nacionalista es una maldición porque con su espíritu de
nacionalismo, de patriotismo, erige un muro de encierro; está tan
identificado con su nación que construye una muralla contra las
demás, que equivocadamente considera sus enemigos. ¿Y qué ocurre,
cuando levantáis una muralla en contra de algo o alguien? Ese algo o
alguien golpea constantemente contra vuestras murallas. Cuando se
resiste a algo o alguien, esa misma resistencia indica que estamos
en conflicto con lo otro. De suerte que el patriotismo, que es un
proceso de aislamiento total, que es el resultado del afán de un poder
muy mal entendido, esto no puede traer paz al mundo, sino todo lo
contrario. El masón que es nacionalista y habla de fraternidad
universal dice una mentira, vive en estado de contradicción constante,
el verdadero masón identifica a todos como miembros de su misma
nación, pues la nación del masón es el mundo entero.
La paz del mundo es así de esencial; de otro modo seremos aniquilados
por nosotros mismos. Unos pocos podrán escapar a esta destrucción,
pero habrá un mayor desastre que en toda otra época a menos que
resolvamos el problema de la paz. La paz no es una virtud idealista;
la paz hoy es una necesidad, un ideal es ficticio si no se concreta.
Lo que hoy existe tiene que ser comprendido como peligroso, y esa
comprensión de lo existente como mundo se ve impedida por la ficción
que llamamos ideal. El hecho es que cada cual, sen políticos,
religiosos, científicos buscan poder -títulos, territorios,
manipular, posiciones de autoridad, etc.-, y todo ello se encubre en
muchas formas con palabras bien intencionadas. Este es un problema
real, no un problema teórico ni que pueda ser retrasado; requiere
acción hoy mismo, porque es muy obvio que la catástrofe política se
avecina, si no implementamos un nuevo orden mundial económico. Si no
llega mañana el problema, llegará en meses próximos o poco después,
porque el impulso del proceso de aislar naciones ya está haciendo
mucho mal; y el que razone al respecto tiene que atacar el problema
en su raíz, que es el afán particular de poder, el cual da origen a la
agrupación, a la raza o a la religión, a la nación ansiosa de poder
http://groups.google.com/group/secreto-masonico/browse_thread/thread/da5e1171a2b24809