Kábalah JUDIA : Olam ha’Atziluth El tema de los niveles vibratorios básicos. Se dijo que eran cuatro: Emanación, Creación, Formación y Manifestación. Dichos niveles son llamados en Cábala ‘los cuatro mundos’ y por lo general se les denomina por sus nom- bres en hebreo: Atziluth, Briah, Yetsirah y Assiah, respectivamente. Estos cuatro mundos son los niveles de creación del Universo. Olam ha’Atziluth, mundo de la Emanación, donde se gesta el proceso. Olam ha’Briah, mundo de la Creación, donde se estructura el impulso original. Olam ha’Yetsirah, mundo de la Formación, donde al so- porte creativo se le da configuración. Olam ha’Asiah, mundo de la Manifestación, el últi- mo eslabón de la cadena en donde se da a luz el producto terminado. El mundo de la Manifestación lo conforman no sólo lo que percibimos, o podemos percibir a través de auxiliares de nuestros sentidos —como telescopios o microscopios, por ejem- plo—, sino mucho de lo que nos rodea y que no advertimos objetivamente. Cada mundo es un nivel vibratorio independiente, pero que se concatena con los otros tres para formar una secuencia creativa unificada. La palabra Olam –????– que se traduce como mundo también significa continuidad y per- petuidad, lo cual indica que el proceso creativo no sólo es permanente sino eterno. Estos niveles creativos se dan, como reflejo, en todos los órdenes de la vida. Basten unos ejemplos para que sirvan de base analítica, pues la comprensión y constante utilización del concepto creativo ayuda a entender muchos ‘cómos’ y ‘porqués’. En geometría, Atziluth corresponde al punto, Briah a la raya, Yetsirah al plano y Assiah al volumen. En la pro- creación, el desprendimiento de células sexuales pertenece al nivel de Atziluth, la creación de una célula mixta (cigoto) al nivel de Briah, la formación del feto al nivel de Yetsirah y el nacimiento al nivel de Assiah. En las divisiones del trabajo, de acuerdo a la personalidad y capacidad de los individuos, también se reflejan los cuatro mundos; hay personas que generan ideas, personas creativas, personas que dan forma definitiva a esas ideas y perso- nas que materializan los niveles anteriores. Por supuesto que este último punto nos produce una interrogante automática: ¿es así cómo funciona nuestro entorno?. La respuesta es no. Incluso hay individuos que trabajan en los cuatro niveles, desde la concepción de la idea hasta su culminación material. Es el caso típico de algunas expresiones artísticas, aunque no exclusivo. En esas circunstancias la persona vive bajo presión y angustia permanentes, pues trata de usurpar niveles que no le son propios. Generalmente se encuentran malhumorados e irascibles durante el proceso, lo cual es una consecuencia del desequilibrio que se produce. Lo adecuado es no ejercer fun- ciones en más de dos niveles, para evitar problemas. No se trata de la pura división del trabajo sino de utilizar, adecuada o inadecuadamente, el cuádruple canal a través del cual se manifiesta la energía. ¡Cuantas compañías, de todo tipo, mejorarían su productividad si tomaran esto en cuenta! Aparte del Ser Supremo, todo lo existente depende en una u otra forma de estos cuatro ni- veles vibratorios básicos y es a través de ellos que se manifiesta el poder divino. Este es el significado en Génesis, II: 0:: “Salía de Edén un río que regaba el jardín y de allí se dividía en cuatro brazos”. El Génesis, también nos indica que el primer día fue creado el fuego, el segundo el agua y el aire y en el tercero la tierra. El cuarto, quinto y sexto días vuelven a repetirse las mismas creaciones y en idéntica secuencia. Esto significa que la base creativa fueron los elementos y el proceso se efectuó en dos niveles. El segundo grupo es una proyección del primero en un plano inferior. El fuego primordial corresponde a Atziluth, el aire primordial a Briah, el agua primordial a Yetsirah y la tierra primordial a Assiah. Teniendo la coincidencia entre mundos y elemen- tos podemos utilizar como herramienta estos últimos porque, al formar parte en su nivel más inferior de nuestra vida cotidiana, resultan menos abstractos. Los cuatro elementos tienen una relación directa con los puntos cardinales. Y aquí aparece el aspecto más controversial en cuanto al tema elemental se refiere. No hay forma, aparen- temente, de que se llegue a un acuerdo al respecto. El problema comienza porque no hay concordancia ni siquiera en los pares de elementos opuestos, mucho menos en cuanto a su correspondencia con los puntos cardinales. Se pueden leer, en los libros que tocan el tema, las más disímiles opiniones. Es posible que, en algunos casos, el motivo sea evitar que el profano adquiera ese conocimiento; el mismo Zohar da versiones diferentes al respecto. De todas formas los tiempos han cambiado y ese ocultismo a ultranza no tiene porqué continuar activo. Si bien es cierto que hay conocimiento que no debe de ser transmitido abiertamente, este no es el caso. En la versión que consideramos correcta, el Zohar en su sección Vaerá expone: “El fuego, el aire, la tierra y el agua son las fuentes y raíces de todas las cosas de arriba y de abajo y en ellos se fundan todas las cosas. Y en cada uno de los cuatro vientos se encuentran estos elementos, el fuego en el Norte, el aire en el Este, el agua en el Sur, la tierra en el Oeste”. Luego, esta es la disposición elemental orientada cardinalmente. Su representación gráfica es la cruz de brazos iguales, figura aa. Esto, como todo en este piano, se basa en la duali- dad; y el mantener el equilibrio de los opuestos, fuego-agua y aire- tierra, lo menos inestable que sea posible es una de las múltiples tareas del cabalista. Otras acepciones de los cuatro elementos serían: Fuego, radiaciones y expansión; Aire, gases y movimiento; Agua, ííquidos y condensación; Tierra, sólidos e inercia. Si existe un verdadero acercamiento entre ciencia y tradición, este se debe a la Física mo- derna. Por supuesto que no es deliberado, ni siquiera deseado por el sector oficial, pero está sucediendo. Quizá es debido a que la Física se superó a si misma y está entrando en el co- rrecto camino de la Metafísica. Como quiera que sea lo cierto es que, entre asombros y paradojas, se están acortando distancias y obteniéndose deducciones similares. Los físicos cuánticos han llegado a la conclusión de que existen solamente cuatro tipos de interaccio- nes, entre las partículas subatómicas, que han denominado: interacciones fuertes, interac- ciones débiles, interacciones electromagnéticas e interacciones gravitacionales. Estas fuer- zas son coincidentes con uno de los diversos niveles elementales. En este caso, la interac- ción fuerte (también llamada fuerza nuclear fuerte) corresponde al agua; la interacción dé- bil (o fuerza nuclear débil) corresponde al aire; la interacción electromagnética (electro- magnetismo) corresponde al fuego; la interacción gravitacional (gravedad) corresponde a la tierra. Cada elemento, individualmente, es todo un mundo que interpenetra los otros tres. Posee sus propias leyes naturales, que lo rigen, y que a su vez forman parte de la gran estructura legal de la naturaleza. Lo habitan seres con problemas similares a los de los humanos, pero con los que existen importantes diferencias. A estos seres que pueblan los elementos se les ha denominado silfos, ninfos, gnomos y salamandras. Los silfos habitan en el aire, los nin- fos en el agua, los gnomos en la tierra y los salamandras en el fuego. El nombre genérico que se les otorga es el de elementales. Son seres longevos, mucho más que los humanos, pero no poseen un alma inmortal sino un alma grupal. Por tanto, cuando fallecen todo ter- mina para ellos. Trabajan, comen, duermen, evacuan, tienen hijos, en fin similitud con cualquier animal, racional o irracional. Son seres pensantes, un tanto primitivos en sus reacciones, pero utilizan el raciocinio. Viven en comunidades y con sistemas sociales que tienen puntos de contacto con los nuestros. Se hallan, entre ellos, las variables propias del elemento en que habitan. Son diferencias como las que puede haber entre comunidades humanas de raza y medio ambiente totalmente distintos. Cada grupo posee unas características propias del elemento al que pertenece y eso deter- mina su personalidad genérica, lo cual no significa que no tengan rasgos que los diferen- cien individualmente. En líneas generales los silfos son libres y sabios (dentro de su nivel), los salamandras son fuertes, sexuales y enérgicos, los ninfos buscan el amor, el placer y el equilibrio, los gnomos son intensamente laboriosos e infantiles. En cuanto a su aspecto: los silfos son de mayor tamaño y robustez; los salamandras son, en general, delgados y esbel- tos; los ninfos son los mejor formados, de acuerdo a los cánones de la belleza clásica; los gnomos son los de menor estatura y de apariencia simpática. Todos ellos resultan, en su forma, bastante similares a los seres humanos. Los elementales suelen tener contacto con los humanos pero, con una notable distinción, en su caso están conscientes de la cercanía y en el nuestro no. Esto se debe a la diferencia de percepción. Ellos poseen un nivel vibrato- rio ligeramente superior al doble etérico humano y su rango visual les permite captarlo. A su vez, nuestra limitada escala de visión objetiva no alcanza el nivel de frecuencia que tie- nen sus cuerpos. Las relaciones entre hombres y elementales son relativamente escasas y, en elevado por- centaje, de un notable egoísmo por ambas partes. Los humanos, en general, desconocen la existencia de los elementales, mucho menos como contactarlos. Pero, hay grupos que si tienen ese conocimiento y lo utilizan, no sólo para relacionarse sino para manipularlos. Este deseo de manipulación proviene del hecho de que los elementales están en capacidad de lograr objetivos difíciles de obtener por parte de los hombres. No entraremos en detalle sobre las múltiples posibilidades de utilización que ofrecen los elementales, sino simple- mente indicar que la razón estriba en que sus ‘ambientes medios’ les otorgan facilidades que el humano no posee. Por su parte, el principal motivo que mueve a los elementales a contactar al hombre es el de tener relaciones sexuales con este. Algunos lectores se asom- brarán con esta aseveración, pero es absolutamente exacta y desgraciadamente mucho más común de lo que se podría suponer. Lo que mueve a esta relación es el hecho de que al no tener alma inmortal desean que sus hijos si la tengan y la única forma de lograrlo es a tra- vés de este tipo de conexión. Los íncubos y súcubos medievales no son otra cosa sino esto; hoy en día tan común como entonces, pero por el relajamiento de costumbres se acepta sin remordimiento, antes al contrario en muchos casos se busca esta relación por el beneficio, generalmente económi- co, que produce. Hay que aclarar que no todas las personas que trabajan con los elementos y elementales actúan en forma egoísta y antinatural. En una importante proporción, aunque relativamente pequeña, buscan el equilibrio, personal y colectivo, para el beneficio de todos. Debemos de decir que hay bastante gente que, en callada labor, trata en forma constante de ayudar a la humanidad y al plano en que habitamos. Los cuatro elementos integran el Gran Agente Universal, origen y síntesis de ellos. Esta Energía Universal es la que constituye todo lo existente. Sus diferentes niveles vibratorios son los que producen las distintas manifestaciones, que en realidad no son sino aspectos de una misma cosa. Una piedra y una nube, por ejemplo, tienen una materia prima común: el Gran Agente Universal. Esta materia prima ha sido conocida permanentemente en el trans- curso de la historia, dentro de selectos círculos, pero los nombres que ha recibido son de lo más diversos. Ki, Telesma, Prana, Azot, Luz Astral, Quintaesencia, Akasha, Od, Éter y muchas otras denominaciones, dependiendo de la corriente filosófica que le colocaba el apelativo o bien de alguien que creía redescubrirla y le ponía su marbete personal. En Cá- bala se la conoce como Avir, en hebreo, que es traducible por Éter y es la acepción más común, pues ese mismo sentido tiene la palabra Akasha en sánscrito. Los griegos llamaban Éter al río que se divide en cuatro brazos. El símbolo que sintetiza el concepto del Avir es el pentagrama. No representa cinco valo- res individuales, sino cuatro y su síntesis; siendo esta, a su vez, origen de los mismos. En este caso, por asociación si cabría la denominación de Quintaesencia, pero nosotros conti- nuaremos llamándolo Avir. La disposición de los elementos, tradicionalmente aceptada, es como aparecen en la figura expuesta. El sentido direccional seguiría el mismo orden de la Crea- ción indicado en la Torá: Avir, Fuego, Aire, Agua, Tierra, Avir nuevamente. El ciclo co- mienza y termina en el Avir. En el Cosmos, principio y final son coincidentes. Todo lo que se dice se piensa o se hace queda plasmado en el Avir. Es un archivo perma- nente, sin tiempo; el pasado, presente y futuro están impresos en él como un ‘ahora’ peren- ne. Claro que, enfocado desde nuestro punto de vista temporal, el futuro está basado en posibilidades. Tomemos como símil una computadora, en la que una serie de informacio- nes contenidas en memoria producen unos resultados determinados; al variar los paráme- tros se incide en el producto final. Si se modifica la información básica, en la misma forma variarán los resultados. Existe una consecuencia final que es la síntesis de nuestro pensa- miento, palabra y obra, pero puede ser modificada, y de hecho lo es en forma constante, por nuestros actos. Este enfoque elimina el fatalismo y la dependencia del destino. El futu- ro puede ser oscuro, por los errores del pasado, pero estarnos en capacidad de iluminarlo con nuestras acciones. Existen unos seres que han sido denominados ‘elementales artificiales’ pero que no tienen ninguna relación con los que nos hemos referido hasta el momento; algunas veces han sido llamados, también, larvas astrales. Son creaciones energéticas, conscientes o inconscientes, que no corresponden a ningún elemento en particular. Este es un fenómeno poco explicado y menos comprendido que incluiremos aquí, para evitar confusiones, por la similitud del nombre que generalmente se les otorga con el de los que pueblan los elementos. Hay actitudes humanas, las pasiones por ejemplo, que producen concentraciones energéti- cas condensadoras del Avir. Si estas condensaciones van acompañadas de la visualización adecuada, por conocimiento o casualidad, plasma en el Éter una figura vital cuyo modelo depende del enfoque mental generador. El ser creado de esta forma tiene un lapso de vida efímero, por lo que está obligado a alimentarse permanentemente para seguir subsistiendo. Se mantiene a través del mismo tipo de energía que lo engendró, por tanto la busca e inclu- so trata de que sea generada en forma constante. Si ha sido originado por el odio, se acerca a personas y lugares en los que esta pasión está presente para alimentarse y permanecer vivo. Si no logra las suficientes vibraciones para su subsistencia intenta, por sugestión, producir en la mente de las personas el sentimiento que genere las acciones que, a su vez, propicie el desprendimiento de energía imprescindible para su permanencia. Desde luego que esto no lo pueden encontrar sino en personas proclives al odio, en este caso. Si consi- guen al humano propicio, ¡y vaya si los hay!, se adhieren a él parasitáriamente. Esto atrae a más seres del mismo tipo y la ‘persona nodriza’ vive en un permanente desequilibrio, sien- do dependiente de una pasión que no puede dominar y a través de la cual se le escapa la energía, la vida y, lo que es mucho más grave, la posibilidad de evolucionar espiritual- mente. Si hubiese estadísticas en cuanto a ‘elementales artificiales’, los generados por energía se- xual ocuparían el primer lugar con un enorme porcentaje de diferencia sobre sus seguido- res. Alguien dijo que “el sexo mueve al mundo” y tal aseveración es tristemente cierta; lo que impulsa a la humanidad es el instinto y no la razón. Pero, ya llegará el capítulo de ras- garnos las vestiduras y golpeamos el pecho, en lo que aquí respecta continuaremos con los entes sexuales. El orgasmo es la concentración de energía más poderosa que el ser humano común puede lograr. Obviamente, esto lo realiza en forma inconsciente, pero el efecto es invariable. Si no se canaliza mentalmente, en forma tal que genere un efecto diferente, sino que la energía ‘cruda’ es moldeada, únicamente, por una proyección puramente erótica se produce la creación de entes artificiales dependientes de la energía sexual. Esto no sucede si es el amor lo que mueve al acto. Si el cariño está presente en el momento del clímax, en la mente de la pareja, es este sentimiento el que canaliza la energía retroalimentando el amor que se profesan. El problema presente en la masturbación es precisamente este, la creación de entes libidi- nosos. El onanista, hombre o mujer, engendra irresponsablemente estos seres lascivos que, en primera instancia, se pegan a él y le impelen a continuar con sus actos de lujuria. Cuan- do la despensa se va limitando por el número de comensales, parte de ellos comienza su peregrinar tratando de inducir, a cuantos se topan en el camino, a cometer los actos que los reenergicen. Nuestro medio ambiente pulula de entes lascivos buscando desesperadamente subsistir. El terreno es propicio por cuanto, en el aspecto sexual, son los instintos más primitivos los que mueven, en general, a la humanidad. La repetición indiferente del acto, considerando que “en la variedad está el gusto”, se convierte en un irrechazable atractivo para los entes lujuriosos que acuden felices al festín. Una vez que se convierten en inquilinos es muy difícil desalojarlos, pues solamente tras una decisión consciente, en el momento adecuado, y a través de una gran fuerza de voluntad es posible ir disminuyendo paulatinamente su ingerencia. Pero, si se ha caído en una promiscuidad aberrante, prácticamente no hay retor- no, las larvas manipulan por completo la voluntad del individuo. Es el caso típico de las prostitutas que por mucho que pretendan, e incluso deseen, dejar su forma de vida, siempre hay un ‘motivo’ por el que no lo hacen. En estas situaciones extremas existe una sola posibilidad de salvación, remota pero facti- ble, se trata de una figura típica de la Cábala, pero no exclusiva de los cabalistas: el goel. Este personaje debe de ser alguien en quien se congreguen una serie de condiciones difíci- les de hallar reunidas. Debe de poseer la evolución espiritual, el conocimiento, la disposi- ción y la capacidad de sacrificio altruista adecuados. En hebreo, goel se deriva del verbo gaal que significa libertar, rescatar, e igualmente man- charse, contaminarse. Por tanto el goel rescata pero también se contamina, lo que es parte intrínseca del efecto liberador. Esto, aunado a las condiciones previas, cósmicamente im- prescindibles, conforma un ser de excepción. El cual, como se dice arriba, no necesaria- mente debe de formar parte de la cadena cabalística, pero es en ella donde se han dado la mayoría de los casos. La persona espiritualmente involucionada debe de estar consciente de su estado y desear con vehemencia salir de él. Este primer paso es crucial, pues lo común es no admitir la situación en que se encuentra. El mismo deseo de liberarse del lastre conlleva arrepenti- miento, lo cual es positivo porque este es el inicio del camino. Después, entiende que con sus solas fuerzas es incapaz de romper las cadenas que lo mantienen ligado a su absurdo descarrío y busca ayuda externa. Reza, implora para que esa vida abyecta cambie. Si los pasos han sido dados adecuadamente, en este punto se conecta con las fuerzas evaluadoras. A pesar del abismo de depravación en que se halle hundido, si su trayectoria no causó perjuicio moral grave en seres inocentes obtiene un ‘compás de espera’, en caso contrario es desechado. En este lapso de gracia debe de continuar pidiendo su redención, para que el enlace no se corte, aunado a un genuino arrepentimiento y a un permanente sufrir por los errores cometidos; pues los errores no se justifican, se pagan. Si mantiene su actitud positi- va en forma constante, lo cual hay que admitir que no es fácil, irá ganando méritos hasta que ‘arriba’ consideren que cubrió adecuadamente la primera etapa. Y aquí entraría en es- cena el goel. No hay, por supuesto, estadísticas en cuanto a las conexiones goélicas. Pero debe de ser muy bajo el porcentaje respecto a la totalidad del número de ‘arrepentimientos’. Es así por la gran dificultad, ya expuesta, que conlleva el camino. Ahora bien, cuando se efectúa el contacto entre un goel y una persona cuya alma se encuentra en grave situación involutiva, comienza un arduo regreso al equilibrio espiritual. El goel absorbe parte de la culpa por una especie de ósmosis, aligerando la carga de la persona, al tiempo que la va preparando para un intenso proceso de teshuvá. Teshuvá –– quiere decir retorno, regreso, y lo componen la palabra shuvá –– cuyo significado es arrepentimiento y la letra tav, sim- bolizada por la cruz que implica sufrimiento; por tanto, arrepentimiento acompañado del sufrimiento que encierra el permanente recuerdo de los errores cometidos. Esta simbiosis, arrepentimiento-sufrimiento, es la que hace regresar a la persona al lugar espiritual en que se encontraba antes de haber faltado gravemente a la leyes divinas. Sólo un espíritu supe- rior, como lo es un goel, puede ayudar en estos casos. Su trabajo es duro y difícil, desde un punto de vista material, pero su premio, que bien vale la pena, es la satisfacción del deber cumplido y la alegría de ayudar a salvar un alma. Con este último tema se puede, y se debería, escribir un libro por la importancia que su conocimiento implica. Pero, por ahora, baste lo antedicho para que el lector comprenda, y transmita, la gravedad de llevar una vida irresponsable en el aspecto espiritual.
Fraternalmente Vicente Alcoseri https://groups.google.com/group/secreto-masonico |