"Pero la verdad es que para mi, no fue tan puta la mili, más bien agridulce. Fui destinado al Sáhara, al BIR n 1 ubicado en Punta Playa, a 30 Km del Aaiún...Aquel viaje fue una epopeya desde el mismo dia de salida. En tren, llegamos hasta Alcazar de San Juán, desde Valencia, donde habíamos de esperar otro tren, éste militar, que venía desde el norte con todos los reclutas de esa zona de España. Todos los destinados al Sáhara. Tras una semana acuartelados en Algeciras, frente al Peñón de Gibraltar !Que impresionante su vista!! y todavía vestidos con ropa civil, embarcamos en un buque de la marina mercante llamado "Victoria de Algeciras", creo recordar...Unos mil reclutas hacinados en cualquier hueco que había disponible, con colchonetas en el suelo, yacíamos tirados entre gritos, pisotones y vomiteras, durante los tres interminables días que duró la travesía. Una cocina de campaña instalada en la popa del buque, funcionaba las 24 horas del dia, aunque fueron muchísimos los que no comieron nada durante la travesía. El buque, que se movía dando bandazos de babor a estribor, no picando de proa a popa como hacen las mayoría de navios, hacía escabechinas en los estómagos de la mayoría de aquellos chavales, en su mayor parte, venidos del norte, sobre todo vascos y del interior y que no habían visto el mar ni viajado en barco en su vida. Un mar picado, entre fuerte marejada y mar gruesa, hacía que las olas en su dimensión de seno, se pudieran casi tocar con las manos y cuando el buque alcanzaba la cresta, veíamos la superficie marina a ocho o diez metros por debajo. El panorama, sin exagerar, era dantesco. Imagino que los responsables militares en aquella época desconocían por completo los mapas de las isobaras, las previsiones del tiempo y el estado de la mar. Por fortuna, yo fui de los que mejor lo llevaron. Me adapté pronto al movimiento del barco y podía comer con absoluta normalidad, quiero decir, si los bandazos no me tiraban la marmita...
Navegábamos a unas ocho o diez millas de la costa marroquí. Por el día se podía divisar perfectamente el ocre luminoso de las dunas del desierto que terminaban en la misma orilla del mar. Cielo, mar y el desierto a lo lejos. !Menudo panorama!...Pero lo más curioso estaba por llegar...Llegados al destino, como no había puerto, el barco tenía que anclar a una distancia prudencial de la costa para no encallar. Un día y medio más nos tiramos en la nave porque seguía la marejada...El desembarco se realizó mediante lanchas anfibias, pegadas al buque y había que saltar desde una escalera de cuerda, cuando el anfibio estaba más arriba y cerca de la borda. El espectáculo era cómico aunque no exento de peligro. Los reclutas se daban unos hostiazos de cojones e incluso algunos de ellos, se lesionaron en el salto. Unos dos días más duró el desembarco.
El Batallón de Instrucción de Reclutas (BIR 1) era un recinto lleno de barracones, rodeado de alambradas excepto por la zona que daba al mar. Más parecía un campo de concentración nazi que otra cosa. A mi me parecia muy extenso...Junto a las alambradas montaban los saharauis sus jaimas y trapicheaban con toda clase de objetos...Bolígrafos, gafas, pañuelos, transistores y cien cosas más, sin que nadie les molestase. Yo compré cuatro transistores y alguna que otra bagatela realmente barata. Lo jodido fue cuando nos enteramos que dentro del recinto militar había una tienda gestionada por españoles, que vendía las mismas cosas y más baratas. Para entonces, habíamos pagado ya la novatada. Recuerdo muchas cosas de aquella breve etapa en el desierto...Que uno de los reclutas se ahogó en el mar a los pocos dias de llegar. También me acuerdo de la enorme distancia que el agua se retiraba de la playa cuando llegaba el bajamar de la marea, o de las cenas siempre con la inevitable merluza, fresquísima por otra parte, que traian diariamente desde Punta Playa, a unos dos o tres kms del campamento. !Que imbécil era!...Me la dejaba entera. El pescado por aquel entonces no era plato de mi devoción. Luego fregábamos las perolas con arena, no con agua, al lado de la playa, porque no la había, como tampoco habían letrinas. Las necesidades había que hacerlas por la playa. El agua que habia era imbebible y se utilizaba mayormente para la higiene personal de los mandos, no era potable. La cerveza o el guiski, casi eran más baratas que el agua embotellada. Pero lo peor, era la arena...Cuando hacía siroco, que era casi siempre, la arena se te metía por todas partes...En la comida, en el barracón, en la ropa, en las orejas, en los ojos...Era dificil acostumbrarse a ella. Llevábamos neilas, una especie de sandalias y no usábamos calcetines...Una vez a la semana venía unos camiónes cisternas desde El Aiun con duchas. El agua era semisalada, ya digo, pero bueno, se agradecía, porque el resto de la semana nos bañábamos en el mar. La comida era abundante y te daban algunos caprichos que en la peninsula ni se imaginaban. Recuerdo que el turrón y el mazapán eran habituales en los postres. Y lo mejor, el tabaco, Winston, Marlboro o el tabaco inglés, como las bebidas, que estaban a precio tirado...Algún consuelo tenias que tener...Tuve por capitán a un ibicenco llamado José Guash Cañas, un militar de lo mejor, sobre todo cuando lo comparaba con los pencos que después me tocarian en suerte. De los demás mandos, los teniente, los sargentos, apenas si me acuerdo, lo que viene a confirmar que poco o nada se podía resaltar de aquellos chusqueros de uniforme, unos palurdos analfabetos adictos al rancho, dicho ésto sin ánimo de ofenderles, que medraban en la milicia, para matar el hambre y sus carencias. Ese y no otro era el ejército de Franco...Nada que ver con el actual ejército de España, elogiado por el resto de ejércitos del mundo. No obstante, recuerdo aquellos tiempos con simpatía y sensaciones agradables y positivas.
El periodo de mili era entonces de 16 meses, algo que se me hacía insoportable, una montaña se diría, más, estando enamoriscado como andaba. Así que en la primera ocasión que se me presentó, la aproveché para escapar de allí...Llegó un equipo de captación de la Brigada Paracaidista y sin dudarlo un momento, me fui con ellos...Poco me importaba tener que saltar de un avión, lo único que quería era salir de allí.
Unos ciento y pico compañeros, que más o menos estaban en la misma situación que yo, iniciamos el viaje de vuelta. Lo hicimos en un barco pequeño, embarcando de la misma manera que desembarcamos mes y medio antes, solo que esta vez no habia marejada, sino calma chicha. Aquel barco, más bien antiguo, nos llevó hasta Las Palmas y tras una semana en tránsito en el cuartel canario de la Brigada Paracaidista, llamado de las Rehoyas, creo, embarcamos para la península con destino a Cádiz, Pero ahora ya lo haciamos como viajaban las personas, en el "Las Palmas de Gran Canaria" un soberbio buque y con camarote propio. !Que diferencia del viaje de ida!...Comías a la carta y yo, como buen tripero, aprovechaba la indisposición de otros compañeros por los bandazos del barco !Otra vez la marejada!, para utilizar sus tikets del restaurante, tanto en la comida como en la cena. Se me olvidaba contaros que íbamos vestidos con el uniforme militar del Sáhara, un ropaje del mismo color que las arenas del desierto, lo cual hacía resaltar el contraste con el resto de los militares, cuya vestimenta era mucho más oscura. Pero no recuerdo si llevábamos neilas o botas.
Desde Cádiz, partimos en tren rumbo a Murcia, destino final de nuestro periplo viajero. La Unidad de Depósito e Instrucción de la BRIPAC nos esperaba. Después vendría el campamento en Javalí Nuevo, todavía se dormia en grandes tiendas redondas de las de tipo indio y el curso de paracaidismo en la Escuela Méndez Parada de Alcantarilla, pero esto lo dejo ya para el próximo capítulo.
No quiero terminar este relato sin referiros antes un pasaje ocurrido en el tren durante el viaje a Murcia y que después tendría importante transcendencia en mi devenir. Esperábamos en Alcázar de San Juán para hacer transbordo al tren que nos llevaría a Murcia...Cuando subimos pillé un compartimento medio vacío. En él viajaba un chaval que también iba a Murcia. Entablamos una grata conversación que duró varias horas, todo el tiempo que duró el viaje. Le conté todas mis cuitas, al finál me deseó suerte y como prueba de simpatía, le regalé uno de los transistores que traia desde el Sáhara. Bueno, todavia me quedaban tres más.
Y si, nunca más volvi al desierto, pero luego supe ver todo lo que me habia perdido. Reviví muchas veces aquel impresionante paisaje de dunas enormes que morian a pie de playa.. aquella majestuosa bóveda celeste donde se podía apreciar la galaxia Andrómeda a simple vista...El calor seco que no te hacia sudar, la diáfana atmósfera cuando no habia siroco...los curiosos saharauis con sus turbantes y sus jaimas...la Policia Territorial con sus camellos y las bellísimas (a mi me lo parecían) hijas de los mandos militares de El Aiun. Un breve periodo que dejaba atrás, pero que ya formaba parte del bagaje existencial de mi vida"