¿Conocen la estremecedora leyenda del Gólem de Praga, una especie de robot de barro que podía desde matar a tu enemigo hasta hacerte la compra? ¿Sabíais que es posible que Mary Shelley se inspirara en él para crear al monstruo de Frankenstein? En Praga, el ático de la sinagoga Vieja-Nueva, situada en el barrio judío, es un lugar prohibido para los visitantes.
Se encuentra cerrado a cal y canto porque, según la leyenda, allí permanecen los restos del gólem, en la mitología hebrea, un peligroso monstruo de barro con forma humana que, cuando se le insufla vida obedece cualquier orden que le dé su creador, como si fuera un robot. Se suele hablar del Gólem de Praga, pero ni mucho menos es el único.
Las raíces de esta peculiar figura mitológica las encontramos en la Biblia, en Génesis 2, versículo 7, donde se cuenta que Dios creó a Adán: “Entonces Dios formó al hombre del polvo de la tierra”, explica el Antiguo Testamento, “e insufló en su nariz aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente”.
Así, el propio Adán fue en principio un gólem al que después Dios otorgó un alma. Podemos encontrar la palabra gólem en otra parte del Antiguo Testamento, en el Salmo 139, en los versículos 15 y 16, cuando precisamente Adán le da las gracias a Dios por otorgarle vida a partir de la tierra: “No fue encubierto de ti mi cuerpo, aunque en oculto fui formado y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar ni una de ellas”.
Ahí, la palabra gólem se usa con el sentido de “embrión” o “masa informe”, algo que no está acabado. Y en el Talmud, libro que recoge las discusiones rabínicas sobre leyes judías, tradiciones, narraciones, historias y leyendas, también adquiere ese significado de algo que es imperfecto, sin alma. Hemos hablado de Adán, según la Biblia una criatura de Dios. Pero de quien hoy nos ocuparemos es del gólem, creación de los descendientes de Adán, los seres humanos.
Según una leyenda medieval, el profeta Jeremías y su hijo Ben Sirá, tras estudiar juntos el 'Sefer Yetzirah, el libro de la Creación', obra antigua de la literatura cabalística atribuida al patriarca Abraham y a la que se consideraba mágica, lograron crear un hombre sobre cuya frente estaba escrita la palabra 'emet'.
En hebreo, esta palabra significa 'verdad' y se forma con la primera letra del alfabeto hebreo, llamada álef, la del medio y la última, de manera que representa una visión global de las cosas: desde el principio hasta el final. La criatura, tras cobrar vida, les dijo al profeta y a su hijo: “Dios creó a Adán, y cuando él decidió que el primer hombre debía morir, le borró la letra alef de la palabra 'emet' y Adán murió, ya que 'met' significa 'muerto'. Yo quiero que hagáis conmigo lo mismo”.
De esta manera, cuando Jeremías y Ben Sirá le borraron esa letra, aquel ser volvió al polvo. Fue un experimento que pretendía ser meramente contemplativo, ya que en este caso sus creadores no pretendían que el gólem cumpliera ninguna misión. No es el caso de la criatura de la que os vamos a hablar ahora, seguramente el más famoso de los gólems: el de Praga. Según cuenta la leyenda, esta criatura nació a finales del siglo XVI en la actual capital checa, gracias a las manos y las artes mágicas del rabino Yehuda Loew ben Bezalel, una persona que existió realmente y que era un erudito en disciplinas como las matemáticas y la alquimia. También se le conoció como el gran Maharal o el cabalista de Praga.
Era el rabino mayor de la judería de la ciudad y se le considera el mayor líder espiritual de la historia de los judíos de Praga. En la época del rabino Loew, en la ciudad checa llegó a estar la corte del Sacro Imperio Romano Germánico. Entonces reinaba sobre estos territorios el emperador Rodolfo II de Habsburgo, nieto de Carlos I de España y V de Alemania.
Rodolfo II era hijo de la infanta María de Austria y había sido educado en la corte española, en Madrid, durante ocho años, bajo la tutela de su tío, Felipe II, hermano de su madre y por entonces uno de los reyes más poderosos de Europa. Felipe II, ferviente católico, deseaba evitar que las ideas de su cuñado Maximiliano II, que simpatizaba con la causa protestante, influyeran en su hijo y sucesor, Rodolfo. Cuando este heredó tras la muerte de su padre el Sacro Imperio Romano Germánico y los reinos de Bohemia y de Hungría, se instaló al principio en Viena –donde, por cierto, seguía hablando el idioma que le resultaba más natural: el castellano–, pero, unos años más tarde, en 1584, decidió llevar la corte a Praga, la capital de Bohemia. Viena había sido la residencia que habitualmente habían usado los Habsburgo, pero es probable que tomara aquella decisión porque en esos días la ciudad estaba amenazada por una posible invasión turca. Y tal vez aquel traslado obedeciese también a que al nuevo gobernante le había encantado Praga cuando visitó la ciudad por primera vez, a la edad de diez años, con motivo de la coronación de su padre. Rodolfo II siempre estuvo muy interesado en materias como la alquimia, la magia y la astrología –le gustaba saber cada día lo que le deparaba su horóscopo–. Fue un gobernante excéntrico, y dado a periodos de depresión, que coleccionaba, por ejemplo, manuscritos de magia, cráneos y personas con acondroplasia –con los que formó un regimiento de soldados–.
Su característica excentricidad la supo captar muy bien el pintor italiano Giuseppe Arcimboldo en este retrato de 1590, donde aparece cubierto de flores, frutas y verduras, como si fuera el dios etrusco y romano Vertumno, una deidad que representaba la idea del cambio de la vegetación durante el transcurso de las estaciones del año. Pero Rodolfo II no era solo una persona excéntrica, sino también un hombre ilustrado, muy culto, que se interesó mucho por las entonces incipientes ciencias naturales. En su corte eran bienvenidos alquimistas y astrólogos, pero también artistas y matemáticos y astrónomos como el alemán Johannes Kepler, que ocupó en su corte el puesto de matemático imperial y descubrió en Praga dos de sus tres leyes sobre los movimientos de los planetas en su órbita alrededor del Sol. En el terreno de lo religioso, eran tiempos convulsos, porque no solo estaban los enfrentamientos con los otomanos, sino también los conflictos entre los propios cristianos –católicos frente a protestantes–y de estos con los judíos.
Rodolfo II, merced a la influencia de su tío, Felipe II, y su educación en la corte española, era un fervoroso católico, de manera que se convirtió en uno de los impulsores de la Contrarreforma en Bohemia, una recatolización que no gustó demasiado a la poderosa aristocracia checa. Además, como el gobernante de origen español era más bien de carácter reservado, no mantenía una comunicación fluida con esos aristócratas que veían al emperador casi como a un igual, lo que le daba problemas a Rodolfo II a la hora de conseguir aliados. Los conflictos religiosos en el imperio terminarían por desembocar en 1618, seis años después de la muerte de Rodolfo II, en la guerra de los Treinta Años, que en un inicio se trató sobre todo de un conflicto político-religioso que enfrentó a estados pertenecientes al Sacro Imperio Romano Germánico que eran partidarios de la reforma y aquellos que apostaban por la contrarreforma. Pero volvamos a finales del siglo XVI, a la supuesta época en que nació el gólem. Pese a su fervor católico, Rodolfo II era bastante tolerante con el resto de religiones, igual que lo había sido su padre, Maximiliano II, y llegó a estipular la libertad religiosa también para los protestantes, aunque, claro, fue un intento de ganarse las simpatías de su descontenta aristocracia. También hacía gala de su tolerancia con los judíos, y, de hecho, al periodo entre 1570 y 1620 se le denomina la Edad de Oro de los judíos checos.
Rodolfo llegó a emitir decretos para proteger a los judíos frente a los actos violentos de los cristianos y les permitió convertirse en artesanos. Y aquí se juntan los caminos de dos de los protagonistas que ya hemos mencionado: el emperador y el rabino Loew, que era maestro religioso judío en la sinagoga Staronová –también conocida como la sinagoga Vieja-Nueva, una de las más antiguas de Europa–. Como el monarca, el maestro judío también estaba muy interesado en las ciencias naturales. Ambos se reunían de vez en cuando para conversar sobre diferentes temas, como la cábala, las enseñanzas esotéricas medievales del judaísmo y del misticismo judío, algo así como la magia blanca de los sabios judíos, por la que Rodolfo II sentía un gran interés.
Pese a contar con el apoyo del emperador, dado que el ambiente religioso estaba muy revuelto, las colonias de judíos que habían acudido al gueto de Josefov de Praga desde muchos rincones diferentes de Europa eran víctimas de una serie de pogromos y otros ataques por parte de la población checa local, que, como hemos comentado, era cristiana.
Detrás de los ataques no estaban solo los motivos religiosos –los cristianos aseguraban que los hebreos sacrificaban a niños en sus extraños ritos religiosos–, sino también los económicos, porque los judíos estaban adquiriendo un poder financiero cada vez más importante en la ciudad. Y este es el momento en el que vamos a entrar en el terreno de la leyenda: la aparición del gólem, una criatura que no tiene ninguna base histórica ni científica.
El rabino Yehuda Loew, que era un gran líder espiritual de los suyos, andaba muy preocupado por la situación que vivía su pueblo por los ataques de cristianos. De repente, una noche, recibió un mensaje a través de un sueño: una voz le dijo que creara una criatura de arcilla y esta le ayudaría a defenderse de todos sus enemigos. En cuanto despertó de aquel sueño, el maestro escribió en un trocito de pergamino una palabra sagrada, un 'shem', es decir, un nombre que resulta de combinar letras a partir de uno de los nombres secretos de Dios; y después pudo volver a dormir, ya más tranquilo. Pocos días más tarde, una noche, el religioso y otros dos eruditos que lo acompañaban –según una de las versiones, su yerno y uno de sus discípulos– cubrieron sus cuerpos con túnicas blancas y salieron de la ciudad.
Con el sol ya sobre sus cabezas, localizaron un lugar cerca del río Moldava con una arcilla fina y húmeda que les pareció adecuada para modelar la enorme estatua con forma humana. Después, el rabino, que a través de la magia y la cabalística pretendía darle vida a aquel ser inerte, le dijo a uno de sus acompañantes que, mientras daba siete vueltas alrededor de aquella criatura de barro antropomórfica, que yacía en el suelo, pronunciara unas palabras sagradas. Este misterioso ritual, un conjuro cabalístico, sirvió para que el gólem entrara en calor, el barro del que estaba hecho se secara y después se calentara hasta tal punto de parecer hierro al rojo vivo. El segundo erudito llevó a cabo otro ritual similar que tuvo el efecto de enfriar de nuevo la escultura y dotar a su piel del color y la flexibilidad propios de la de un ser humano. El propio rabino se encargó de finalizar el ritual dando otras siete vueltas.
Después, el maestro introdujo en la boca de la criatura, debajo de la lengua, el pergamino con el 'shem'. Y, en ese instante, el gólem abrió los ojos, miró a su alrededor y, lentamente, logró ponerse en pie, como un potro recién nacido. Según otras versiones de la historia, el rabino además escribió en su frente la palabra 'emet', que, como ya os hemos contado, en hebreo significa 'verdad'. El caso es que la criatura tenía el aspecto de un ser humano normal; eso sí, un hombre de gran envergadura: ancho y alto. Pese a entender muy bien las órdenes, no era capaz de articular palabras porque ese secreto, el del habla, era un misterio que se le escapaba incluso al sabio rabino. Por supuesto, aquel ser tampoco tenía alma. Los tres hombres lo cubrieron con ropas y regresaron a la ciudad, a la casa del rabino, donde dijeron que aquel desconocido iba a trabajar como sirviente. Y así fue: el gólem ayudaba en las tareas domésticas de la casa y la sinagoga, y especialmente, dada su descomunal fuerza, en los trabajos físicos más duros del día a día.
Realizaba labores agotadoras que a él no lo cansaban, y eso que ni comía ni bebía. Cortaba leña, acarreaba agua... Pero no podía pensar, por lo que las órdenes que se le daban debían ser muy específicas. En una ocasión le pidieron ir a buscar agua al río Moldova y, como no le concretaron cuántos cubos debía acarrear, terminó inundando el suelo de la sinagoga, hasta el punto de que algunos enseres terminaron flotando como barcos de papel en el agua. ¿Y a qué se dedicaba el gólem de Praga por la noche? A aquella actividad para la que realmente había sido creado: como si fuera una especie de superhéroe que patrulla la ciudad, al estilo de Robocop o Batman, recorría el gueto judío de Praga para vigilar e impedir, en caso necesario, que la población recibiera un ataque de los cristianos. Un día, en las cercanías del gueto desapareció un niño –otras fuentes dicen que fue una criada de una familia cristiana– y, claro, como los cristianos temían al gólem y desconfiaban de él, enseguida lo culparon del rapto; porque, como dijimos, acusaban a los judíos de sacrificar a niños en sus extraños ritos religiosos. La única forma de demostrar que los judíos, y el propio gólem, eran inocentes era que reapareciera el niño, así que el rabino ordenó a su criatura que buscara al pequeño, y, efectivamente, consiguió encontrarlo con vida.
De forma que las aguas volvieron a su cauce. El gólem, cada día que pasaba, se hacía más fuerte, de modo que el rabino, para debilitarlo, le sacaba la inscripción que metía debajo de su lengua, porque eso lo 'apagaba' como si fuera un robot, y después la sustituía por un nuevo pergamino; según otras versiones, lo hacía todos los viernes por la noche para que el gólem, igual que el resto de los judíos, pudiera descansar en el sabbat, el séptimo día de la semana en el calendario hebreo y jornada sagrada en el judaísmo.
El caso es que un día, un viernes por la tarde en que el rabino se marchó a la sinagoga para llevar a cabo la oración de recepción del sabbat, olvidó quitarle el pergamino, de manera que la criatura, que había acumulado un exceso de energía, fue incapaz de controlarse. Y aquí aparecen varias versiones de la historia. Según una de ellas, salió de la casa y, una vez en la calle, empezó a destrozar todo lo que se encontraba a su paso: rompía ventanas, arrancaba árboles, ocasionaba incendios... Según otra, fue dentro de la propia casa del rabino donde ocasionó los destrozos.
El caso es que, en cuanto el religioso se enteró de lo que estaba sucediendo, fue a buscar al gólem y le ordenó que se detuviera. La criatura obedeció; y de inmediato se calmó. A continuación, el rabino sustituyó el 'shem' de la boca por uno nuevo y le dijo que se marchara al ático de la sinagoga y se echara a descansar un rato. La criatura, una vez más, obedeció las órdenes: se tumbó sobre un lecho y se quedó dormido.
El religioso, al constatar que el gólem podía hacer peligrar la vida de las personas, hizo llamar a los dos eruditos que le habían ayudado a dar vida a la criatura y, mientras esta dormía, abrió su boca para sacarle el pergamino que guardaba en su interior. El gólem, en ese instante y como siempre ocurría, dejó de respirar. A continuación, el maestro y sus acompañantes iniciaron un ritual similar al que habían usado para darle vida, pero esta vez cantaron al revés las palabras mágicas que habían pronunciado a orillas del río Moldava. La respiración de la criatura se fue haciendo más y más lenta. El gólem primero perdió su temperatura corporal humana y, después, su piel empezó a transformarse para volver a convertirse en arcilla.
Cuando el maestro Loew dio la última de sus siete vueltas, el cuerpo de la criatura empezó a agrietarse y a quebrarse. Según la versión de que, para darle vida, el rabino le había escrito la palabra 'emet' en la frente, a fin de arrebatársela suprimió la primera letra para dejar el vocablo 'met', que, como dijimos, en hebreo significa 'muerte'. El caso es que, una vez sin vida, el rabino Loew lo cubrió con unas telas viejas y prohibió la entrada a esos terrenos. Y allí, en la sinagoga Vieja-Nueva descansan, según la leyenda, los restos de aquella peculiar criatura sobrenatural. Aunque, para algunos, sigue despertando una noche cada 33 años; y, para otros, no está muerto, solo dormido, a la espera de que los judíos de Praga vuelvan a necesitarlo.
Lo cierto es que lo habrían necesitado durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la Alemania nazi inició una limpieza étnica en el país que acabó con la vida de cerca de 80.000 judíos checos. A raíz de la leyenda del gólem, se prohibió la entrada a aquel ático de la sinagoga Staronová a todo el mundo excepto a los sucesores de Loew. Y nadie se atrevió a volver a poner un pie en el lugar hasta que, según se cuenta, en el siglo XVIII el investigador y rabino de Praga Yechezkel Landau, conocido por su obra 'Noda Biyhudah' y uno de los sucesores de Loew como rabino jefe de Praga, decidió subir aquellas escaleras. Al parecer, regresó con el rostro pálido; según unas versiones, mientras estaba en la parte alta de las escaleras, dudó y volvió a bajarlas muy asustado; según otras, llegó a entrar en el ático y bajó atemorizado sin contar a nadie lo que había visto allí arriba. E, igual que había hecho su antecesor, prohibió que nadie pudiera subir.
Cuando por fin, en 1883, con motivo de unas obras de remodelación del ático, otras personas entraron en el lugar, lo cierto es que no encontraron restos del gólem. Y aquí nos topamos con nuevas versiones de la historia, claro, porque hay quien dice que la criatura fue enterrada en un cementerio de Praga ubicado en el distrito de Zizkov. Por supuesto, las leyendas continuaron. Según una de ellas, un nazi que durante la ocupación de Polonia se atrevió a subir al ático de la sinagoga Vieja-Nueva murió poco después en circunstancias misteriosas. El de Praga es sin duda el gólem más famoso, pero no el único. De hecho, existe una leyenda polaca anterior a la checa.
Transcurre, también en el siglo XVI, pero en el este de Polonia, en la localidad de Chelm, cerca de Lublin. El protagonista es un joven rabino polaco llamado Elijah Ba'al Shem, un erudito talmúdico que existió de verdad y estudiaba la cábala. Ba'al shem en un rango que se otorga a los judíos que pueden hacer milagros y curaciones mediante el conocimiento secreto de los santos Nombres de Dios. Un día, los que lo rodeaban observaron que el rabino había empezado a estudiar mucho las estrellas, a consultar numerosos libros y a hacer cálculos que les parecían muy complejos. Además, oraba y guardaba periodos de ayuno con mucha mayor frecuencia de lo normal.
Una mañana, Elijah ordenó a uno de sus ayudantes que le subiera al desván de la sinagoga unos cubos de agua y un par de sacos de arcilla, y allí se encerró de nuevo con sus libros. En este caso él solo, sin ayuda de colaboradores, creó la figura antropomórfica. Escribió el nombre secreto de Dios en un trozo de papel y lo introdujo en la boca de su obra; según otras versiones, también escribió en su frente la palabra 'emet'. Usando sus conocimientos cabalísticos, un hechizo mágico, logró insuflarle vida a la escultura. El gólem era enorme, tanto que apenas podía pasar por las puertas debido a su altura, y contaba con la fuerza de muchos hombres juntos, de forma que ayudaba en las tareas cotidianas más duras de los judíos, siempre aceptando las órdenes que se le daban. Y, como el de Praga, tenía como misión defender las vidas de las gentes de la comunidad si recibían el ataque de los campesinos locales, que eran cristianos. Tampoco él podía pensar ni hablar, ya que no era la mano de Dios quien lo había creado, sino la de un hombre. Así que el gólem ocasionaba no pocos problemas. Un día lo enviaron a cortar leña a un bosque cercano de Chelm –esta misma anécdota se cuenta del de Praga–, y al ver el rabino que no regresaba, fue preocupado en su busca, porque era además viernes y su creación no debía seguir trabajando porque, de hacerlo, terminaría profanando el sabbat.
Cuando llegó al bosque, se encontró con que de la enorme arboleda solo quedaban unos pocos ejemplares en pie; el gólem los había cortado ya casi todos. También se cuenta de él la anécdota de los cubos de agua que terminaron inundando la sinagoga. Elijah había observado que la criatura no dejaba de crecer, y pensó que su desorbitada fuerza, unida a su incapacidad para razonar, podía representar una grave amenaza para la vida de las personas –en realidad, en una de las versiones de la historia, el gólem ya había matado a un campesino–, de manera que el rabino oró para pedirle a Dios un consejo sobre qué hacer con la criatura que había creado. A la mañana siguiente, ya tenía la decisión tomada. Según una versión de la leyenda, en cuanto terminaron los himnos de despedida del sabbat, le ofreció al gólem una copa de licor en la que había introducido unas hierbas para hacerlo dormir. Y cuando lo escuchó roncar, se acercó a él, le quitó el pergamino con el 'shem', de manera que dejó de respirar, y le borró la letra alef de la palabra 'emet'. De inmediato, el gigante perdió su forma humana y volvió a ser de arcilla. En otras fuentes se cuenta que, como la criatura era tan alta y el rabino no le llegaba a la frente para poder borrarle la primera letra de la inscripción que llevaba en la frente, un día, estando los dos en el desván de la sinagoga, le pidió a la criatura que le ayudara a quitarse los zapatos.
Aprovechó que el gigante se tuvo que inclinar ante él para, rápidamente, borrarle aquella primera letra de la palabra 'emet'. Y así le quitó la vida como se la había dado. El gólem cayó hecho pedazos. Algunas fuentes señalan que el rabino Elijah, que en la vida real tuvo una muerte prematura –falleció con treinta y pocos años–, murió aplastado bajo el peso de la criatura cuando este cayó sin vida sobre él; otras, que en realidad solo recibió un rasguño. El testimonio más antiguo que menciona la capacidad de los judíos polacos para crear gólems lo encontramos en una carta escrita por un folclorista no judío llamado Christoph Arnold del siglo XVII, concretamente de 1674.
En dicha misiva se decía: “Tras decir algunas oraciones y celebrar ciertos días festivos, hacen la figura de un hombre de arcilla, y cuando han dicho el 'shem hamephorash', el nombre explícito e innombrable de Dios, sobre ella, la imagen cobra vida. Y aunque la imagen misma no puede hablar, entiende lo que se le dice y se le ordena; entre los judíos polacos realiza todo tipo de tareas domésticas, pero no se le permite salir de casa”, según hemos podido leer en el sitio web polaco Culture.pl. Sin embargo, la primera referencia literaria al Gólem de Praga no llegó hasta 1837, en la obra 'Spinoza', del autor judeo-alemán Berthold Auerbach. Dadas las numerosas similitudes entre la criatura checa y la de Chelm, algunos expertos consideran que la leyenda polaca fue anterior y que debió de llegar a Praga a mediados del siglo XVIII. Lo que pudo ocurrir es que la historia, una vez arribó a la ciudad checa, se le atribuyó a otro importante rabino judío que era casi de la misma época que Elijah Ba'al Shem y que había vivido en Praga: Yehuda Loew ben Becalel, quien, por cierto, había nacido en Poznan, Polonia. Seguramente, mientras estáis viendo este vídeo, a muchos se os han venido a la cabeza las semejanzas con la historia de la novela 'Frankenstein o el moderno Prometeo', publicada por la inglesa Mary Shelley en 1818. En esta historia, también es un sabio, aunque en este caso pertenece al mundo de la ciencia y no al de la religión, quien da vida al monstruo.
Ya sabéis, Víctor Frankenstein, el cual, llevado por su curiosidad científica y su obsesión por crear vida a partir de materia inanimada, es incapaz de medir las consecuencias de 'jugar a ser Dios'. Este clásico de la literatura no es solo una novela de terror, sino una reflexión acerca de los límites de la investigación científica y, sobre todo, de la responsabilidad que implica tener la capacidad de crear vida. Y, como en el caso de la leyenda judía, el 'monstruo' termina por perder el control, llevado en su caso por la ira y el sentimiento de soledad, y asesina a personas, incluida la esposa de su creador. También propicia, de manera indirecta, la muerte de Víctor, su hacedor –como en el caso del rabino Elijah–, ya que el científico fallece mientras lo persigue en el Ártico con la intención de destruir a su criatura. ¿Se inspiraría, en parte, Mary Shelley en el gólem judío para escribir su novela? No lo sabemos, pero desde luego es posible que la historia le llegara a través del lingüista, filólogo y mitólogo alemán Jacob Grimm.
Sí, uno de los dos famosos hermanos contadores de cuentos. Y es que en 1808, diez años antes de la publicación de 'Frankenstein o el moderno Prometeo', Grimm publicó la historia del Gólem de Chelm en la revista 'Zeitung für Einsiedler'. De hecho, Mary Shelley, en el prefacio de la primera edición de su obra explicaba que durante su estancia en el lago Lemán en 1816, junto a amigos como el célebre lord Byron y el médico de este, John William Polidori, “la estación era fría y lluviosa, cada noche nos reuníamos alrededor del fuego y en ocasiones nos entreteníamos con algunas historias alemanas de fantasmas que caían en nuestras manos”.
Entre esas historias, bien pudo encontrarse la del gólem polaco contada por Jacob Grimm. Por cierto, de aquel encuentro junto al lago suizo, en Villa Diodati, nació no solo el libro sobre Frankenstein, sino también 'El vampiro', de Polidori, publicado en 1819 y que inspiró claramente a Bram Stoker a la hora de escribir 'Drácula' en 1897. El mundo de las artes en general, y el de la literatura en particular, se han interesado en numerosas ocasiones por la figura del gólem, en especial el de Praga, como el dramaturgo, novelista y filósofo alemán Johann Wolfgang von Goethe, que visitó en el siglo XVIII la sinagoga Staronová y, según se cuenta, se inspiró en esta leyenda para crear su poema 'El aprendiz de brujo', de 1797 –en el que el aprendiz encanta una escoba para que haga el trabajo por él, que consiste en ir a buscar agua con un cubo; pero pronto el suelo se inundará de agua porque no sabe controlar a la escoba–.
También es muy famosa la novela 'El Golem', publicada en 1915 por el austriaco Gustav Meyrink, y en cuya obra se basó el realizador alemán Paul Wegener para coescribir, codirigir y protagonizar la película muda de 1920. Y algunos habréis leído el poema homónimo del argentino Jorge Luis Borges, escrito en 1958 e inspirado en la leyenda hebrea de Praga.
Está considerado uno de los más interesantes del famoso autor bonaerense, y sus versos finales dicen así: “En 1a hora de angustia y de luz vaga, / en su Gólem los ojos detenía. / ¿Quién nos dirá las cosas que sentía / Dios, al mirar a su rabino en Praga?”. Aún más cercana en el tiempo es una novela publicada en 1997 por la novelista y ensayista estadounidense Cynthia Ozick que actualiza el mito y está cargada de humor e ironía. Se titula 'Los papeles de Puttermesser', y narra la historia de una funcionaria neoyorquina, judía y erudita, que se siente humillada al ser relegada a hacer trabajos irrelevantes e inventa una gólem. Esta se llama Jantipa, como la esposa de Sócrates, y ayudará a su creadora ni más ni menos que a convertirse en alcaldesa de la ciudad.
Pero, como ocurre siempre con todos los de su especie a lo largo de los siglos de leyendas, también Jantipa se descontrolará. Curiosamente, hoy muchos relacionan el gólem de la mitología hebrea con la inteligencia artificial, una creación del hombre que también recibe instrucciones para llevar a cabo tareas y que, según las voces más pesimistas, podría terminar escapándose de nuestro control y sembrar el caos entre la humanidad. ¿Y vosotros? ¿Qué opináis de la leyenda del gólem? ¿La conocíais?