Sabiduría, Fuerza y
Belleza
El edificio espiritual
de la Francınasonería descansa sobre tres columnas simbólicas llamadas:
Sabiduría, Fuerza y Belleza.
La tradición nos
enseña que la Sabiduría concibe lo que se ha de construir. Ordena el caos de
los proyectos confusos y se representa con claridad la obra tal como tiene que
ser realizada. Su misión es crear en espíritu y determinar las formas
materiales destinadas a la realización objetiva.
Una vez terminado este
modelo invisible, viene la Fuerza y ejecuta. Es la fiel servidora de la idea
que manda y dirige. Nada se construye ciegamente; las energías activas se aplican
a la obra concebida y ya realizada en el plano mental. De no ser así, el obrero
se agitaría inútilmente, sus esfuerzos resultarían estériles y aun creyendo
construir, quedaría expuesto a tan sólo acumular montones informes de
materiales mal desbastados y mal ajustados. Para construir útilmente, es del todo
indispensable que la Fuerza obedezca dócilmente las instrucciones de la
Sabiduría.
No basta tampoco quede
bien coordinada, sólida y práctica; debe también resultar agradable y le ha de
poner remate la Belleza, encargada de adornarla. Lo bello resulta sagrado y
nadie se atreve a atacarlo sin reconocerse culpable de un sacrilegio.
Por lo tanto, los
antiguos Masones "operativos" fueron muy bien inspirados en la
elección de los términos de su trinidad constructora: Sabiduría, Fuerza y
Belleza. La simbolizaba el triángulo equilátero, figura geométrica distinta del
Nivel. Este instrumento afecta muy variadas formas, que muy bien pueden no
tener nada de triangular. Además, es el emblema del 1º vigilante de la Logia que toma asiento al lado de la
columna J.., representativa de la Fuerza, mientras el 2º Vigilante , adornado
de la Perpendicular, tiene su sitio al lado de la columna B..., que simboliza
la Belleza. En cuanto a la Sabiduría, es el atributo del Venerable Maestro de la Logia quien preside desde
Oriente, frente a las dos columnas levantadas a la derecha y a la izquierda de
la entrada del templo.
Esta disposición
coloca la Sabiduría en el centro mismo de la región de donde dimana la luz.
Recibe esta luz del Sol (Razón) y de la Luna (Imaginación) y entre los dos se
levanta el trono del rey Salomón, en el que toma asiento el Venerable Maestro
de la Logia. Si este oficial ostenta la Escuadra, cuya forma es la del Gimel,
tercera letra del alfabeto primitivo, es por la razón de que los dos lados de
este instrumento marcan la conciliación entre la horizontal y la vertical, o,
en otros términos, entre el Nivel y la Perpendicular. El representante de la
Sabiduría debe tener en cuenta las oposiciones entre J.. y B.., entre el Sol y
la Luna. Su deber es razonar con implacable rigor sin rechazar lo que pueden
sugerir las creencias consideradas como percepciones del alma. La Razón,
iluminada en el más alto sentido de la palabra, le conduce de tal suerte a la
Fe de los Sabios o a la pura Gnosis de los Iniciados.
El carácter más
notable de esta Sabiduría es la humildad. Quien está llamado a dirigir los
demás en sus trabajos, no puede figurarse que todo lo sabe ni pensar que ha
venido a ser conocedor de los misterios en virtud de un proceso sobrenatural y
por el mero hecho de su calidad de instructor. Las pruebas que ha debido sufrir
han desvanecido en él toda ilusión; comprende la insensatez del esfuerzo humano
aplicado únicamente a edificar una torre intelectual con el fin de juntar el
cielo y la tierra y no puede consentir en ser el arquitecto de semejante
edificio. Quiere obrar en el plano de este mundo, tomando por punto de partida
lo poco que podemos conocer con certeza y evidencia, saca tan sólo conclusiones
prudenciales que tachan de timoratas quienes ambicionan las síntesis
arriesgadas con el fin de dar contestación a todas las preguntas. El verdadero
sabio no puede hacer más que contestar: "No sé más" cuando el
filósofo entusiasmado de su sistema hace gala de sutiles explicaciones. El
Iniciado, en lugar de aturdir por su charla seductora, medita e invita a los
demás a hacer lo propio.
En lugar de hablar sin
consideración, está siempre dispuesto a escuchar y cuando escucha procura
comprender y discernir lo que hay de verdadero en medio de cuanto arrastra el
lenguaje humano, a modo de pepitas de oro perdidas en el limo de un río. Este
oro disperso es el tesoro de la Sabiduría oculta de las naciones y corresponde
al cuerpo de Osiris, cuyos miembros diseminados recoge Isis. Los Masones
reconocen en ello el cadáver de Hiram que deben descubrir y animar otra vez.
¿Pero a qué puede aludir este misterioso organismo despedazado si no es a la
suma del saber humano difundido a través de las generaciones de todas las
épocas y de todos los sitios en donde el hombre ha trabajado? La Sabiduría
humana no puede ser el privilegio de un individuo, de una raza ni de siglo
alguno; pertenece a todos los pueblos, desde los más primitivos hasta los que
hacen alarde, no por cierto sin presunción, de una cultura muchas veces
demasiado estrecha en razón del desprecio en que tiene las nociones del pasado.
Por más que no tengan en la actualidad circulación, las verdades olvidadas,
desfiguradas o desconocidas, no dejan de conservar íntegro su valor; la obra
intelectual de la Iniciación consiste justamente en discernirlas y a dar a
conocer este valor.
Así es como la
Sabiduría del Iniciado se limita, sin duda con mucho acierto, al dominio
humano. No pretende resolver todos los enigmas y enseña, al contrario, a saber
ignorar humildemente muchas cosas. Sobre todo lo que al otro mundo se refiere
permanece muda y no emite fallo alguno respecto a las hipótesis que se pueden
emitir. Su preocupación es la herencia espiritual del pasado y quiere recogerla.
Los hombres pueden equivocarse individualmente y aun de un modo relativo; mientras
obran de buena fe nunca pueden caer en el error absoluto y siempre hay en sus
convicciones algo verdadero. ¿Pero no
será justicia atribuir al Espíritu
humano que sugiere todas las meditaciones, el primer puesto entre los
pensadores? ¿No es el acaso el Gran Instructor a cuya escuela aprendieron todos los
verdaderos sabios?
En el Libro de la Ley en Job 11:6-20 leemos
“Si tan solo te declarara los secretos de la sabiduría, porque la
verdadera sabiduría no es un asunto sencillo. ¡Escucha! ¡Sin duda Dios te está
castigando mucho menos de lo que mereces! »¿Puedes tú resolver los misterios de
Dios? ¿Puedes descubrir todo acerca del Todopoderoso? Tal conocimiento es más
alto que los cielos y tú, ¿quién eres? Es más profundo que el averno ¿y qué
sabes tú? Es más extenso que la tierra y más ancho que el mar. Si Dios pasa por
aquí y mete a alguien en la cárcel o llama al orden a los tribunales, ¿quién
puede detenerlo? Pues él sabe quiénes son los impostores y toma nota de todos
sus pecados. El que tiene la cabeza hueca no llegará a ser sabio como tampoco
un burro salvaje puede dar a luz un niño. »¡Si tan solo prepararas tu corazón y
levantaras tus manos a él en oración! Abandona tus pecados y deja atrás toda
iniquidad. Entonces tu rostro se iluminará con inocencia; serás fuerte y
estarás libre de temor. Olvidarás tu sufrimiento; será como agua que corre. Tu
vida será más radiante que el mediodía, y aun la oscuridad brillará como la
mañana. Tener esperanza te dará valentía. Estarás protegido y descansarás
seguro. Te acostarás sin temor; muchos buscarán tu ayuda. Pero los malos serán
cegados. No tendrán escapatoria; su única esperanza es la muerte».”
Éstos, en efecto, han
beneficiado de la revelación constante y natural que inspiró los pensadores de
todas las razas desde el primer momento en que existió una humanidad pensadora.
Por genial que pueda ser un pensador, nunca ha podido crear ex nihilo lo que a
su mente acude; en materia intelectual, más quizás que en cualquier otro
aspecto, nada se crea ni nada se pierde; se produce tan sólo una nueva
manifestación de lo que preexistía oculto y volverá a subsistir en su primitivo
estado, cuando abandone el escenario en el teatro de las apariencias.
El pensamiento elevado
es patrimonio común de todos los que
meditan de tal suerte que pensar es esforzarnos instintivamente para entrar en
comunión con los maestros tanto actuales como desaparecidos del arte del
pensamiento. Es imposible reflexionar con perseverancia sin entrar, por este
mero hecho, en la cadena de una misteriosa tradición; el pasado piensa entonces
con nosotros e Hiram resucita.
¿De no ser así cómo
fuera posible proseguir la Magna Obra
del Progreso humano portándonos como
dignos sucesores de quienes pensaron, sufrieron
y trabajaron antes que nosotros? Es indispensable que renazca el pasado, que
sea venerado, comprendido y profundizado para que el Templo del porvenir pueda ser edificado de acuerdo con su finalidad
.
Por consiguiente, el
Iniciado no debe limitarse a recoger con benevolencia las opiniones divergentes
que se expresan a su alrededor; sabe también escuchar otras voces que no pueden
oír las multitudes atolondradas: las cosas mismas le hablan y se muestra
sensible a la muda elocuencia de los monumentos y restos arqueológicos del
pasado y, sobre todo, a la de las tumbas.
Nada ha muerto de todo
lo que tuvo vida. Las épocas lejanas, las civilizaciones desaparecidas dejan
sus huellas y puede percibirlas quien posee el poder de las evocaciones meditativas.
Existe una magia innegable que da vida otra vez a los conocimientos que parecen
muertos y nos permite encontrar otra vez la Palabra perdida.
¡Pero no se figure
nadie que vamos a recibir la Palabra por milagro! La realidad no surgirá por
virtud de las ceremonias puestas en práctica por significativas que puedan ser;
el símbolo es tan sólo promesa, programa que hay que llevar a ejecución y no
realización ni prodigio realizado. Si fuese suficiente ser levantados
ritualmente para que resucitara Hiram en nosotros, la Sabiduría iniciática podría
adquirirse con relativa facilidad.
Sin embargo, podemos
adquirirla sin que sea indispensable elevarnos trascendentalmente más allá del
nivel mediano de una humanidad bien ponderada y verdaderamente honrada.
El candidato a la
Sabiduría empezará por renunciar con propósito deliberado a toda indiscreta y mórbida curiosidad. Pedirá la luz en la medida
necesaria a sus trabajos. Si aplica esta regla con discernimiento no correrá el
peligro de perderse en este ingente fárrago de especulaciones huecas y sin
fundamentos en las que permanecen absortos muchos espíritus incapaces de
resistir a esta fascinación. La vida es corta, demasiado corta si reflexionamos
cuán largo y difícil es el arte de vivir. Sepamos, pues, limitarnos con
prudencia y no vayamos a ambicionar lo que está fuera de nuestro alcance.
La verdad que podemos
abarcar es la que cabe entre las dos piernas de nuestro compás. Permaneciendo
en nuestra esfera procuremos en este dominio reducido ver claramente y obrar
como sabios. Lo que importa son nuestros actos y no las teorías en las que
podemos complacernos. Hagamos el propósito de obrar bien y la Verdadera Luz nos
será dada en la medida necesaria para poder trabajar útilmente. Como es del
todo imposible saberlo todo, sepamos contentarnos con poco, pero profundicemos y aprendamos bien.
El Sabio cuando es
modesto, lejos de aspirar a la omnisciencia aprende a ignorar lo que muchos
pretenden saber. Aplica su inteligencia a la ejecución de la tarea que le
incumbe en la Magna Obra. Poco importa que su alcance sea muy reducido con tal
que sepa responder a lo que de él se espera. Cada uno de nosotros abarca tan
sólo una ínfima porción del inmenso plano de conjunto del Gran Arquitecto del
Universo. Trabajar de acuerdo con las instrucciones recibidas, es lo
suficiente. Y no puede existir Sabiduría alguna que supere a la que nos inspira
el cumplimiento de nuestro destino.
Tengamos el ferviente
deseo de llenar fielmente el cometido de nuestra función vital y busquemos ver
claro, pues es indispensable para nuestros fines. Podemos tener la seguridad de
encontrar esta luz, la verdadera, la que inspirará nuestros actos sin temor a
que nos equivoquemos, gracias a la veracidad de nuestro sacrificio en aras del
bien de todos.
Sabio es el que quiere
lo que la sabiduría nos aconseja al decirnos: "Paz en la tierra a los
hombres de buena voluntad" fórmula legada por la alta sabiduría
iniciática. Quiera Dios que sepan comprender bien todo su alcance, los
Constructores llamados a construir lo que quiere ser edificado, en nosotros
como fuera de nosotros.
Alcoseri