Por Mark Alizart
Las criptomonedas a menudo son consideradas “revolucionarias” y es posible que lo sean. Y no solamente en un sentido metafórico, sino también histórico, político e incluso filosófico.
De hecho, la promesa de Satoshi Nakamoto de que es posible comerciar sin la intermediación de banqueros parece que podría desencadenar una revolución en la economía de la misma manera que Martin Lutero comenzó su revolución en la Iglesia en 1517, al afirmar que los creyentes podían tener una relación directa con Dios sin sacerdotes como intermediarios, o como Oliver Cromwell, George Washington o Maximilien de Robespierre provocaron una revolución en el Estado en los tiempos modernos al declarar que la gente podía gobernarse a sí misma sin príncipes como intermediarios.
Obviamente, el White Paper que en el 2009 dio origen a Bitcoin, la criptomoneda más famosa, no nos dice cómo obtener la vida eterna. Tampoco los pequeños cálculos de un pequeño inversor preocupado por sus ahorros parecen tener mucho en común con la lucha por la libertad. Sin embargo, la revolución que encarna es real. La economía es un aspecto fundamental de nuestras sociedades. Incluso comparte rasgos con las esferas religiosas y políticas.
Si las hostias tienen forma de moneda es porque originalmente se fundían en los mismos moldes1. El primer “banco central” de la historia, el Bank of England, fue fundado por los Puritanos ingleses en 1694. A menudo se cree, desde Max Weber, que el capitalismo fue conducido a las fuentes bautismales por la “ética del trabajo” protestante, pero el aporte más notable de la Reforma a la economía, más bien, fue la ingeniería financiera moderna2. Al volver a poner a la fe (fide) y a la culpabilidad en el centro de la vida religiosa, el protestantismo permitió que socios que se tienen “confianza” (con-fide) puedan darse “crédito” entre sí (crede, “creer”, “tener la fide”) para sus deudas (tanto morales como financieras). Por cierto, fue un protestante, John Law, quien a comienzos del siglo XVIII introdujo en Francia el primer papel moneda3. Y es también el concepto protestante de fe, en el sentido que supone confiar, ceder y, por lo tanto, ser libre, el que permitió que las democracias liberales se construyeran y emanciparan de la monarquía.
De hecho, el invento de Satoshi, en la medida en que también trata con la confianza y la fe, es un digno heredero de la historia teológica y política de Occidente4. Incluso puede que represente su cumplimiento. Mientras que la Reforma y la Revolución se basaron en un concepto subjetivo de fe, Bitcoin es un algoritmo de fe. Al permitir liberarse matemáticamente de los “terceros de confianza”, Bitcoin es una máquina de producir fe y libertad5.
Dicho esto, muchas ideas equivocadas rodean a las revoluciones y lo que ellas implican, y los “fanáticos” de las criptomonedas –palabra que podemos usar puesto que de hecho es una nueva religión y un nuevo partido– podrían decepcionarse respecto de las suyas.
Si las revoluciones del pasado nos enseñan algo, es que no son un camino en una sola dirección hacia la emancipación, la libertad [freedom] o la liberación [liberty]. La Reforma no puso fin al tráfico de personas en la religión, aunque hirió gravemente a la Iglesia; las revoluciones inglesa, estadounidense y francesa tampoco pusieron fin al Estado como tal, aunque detuvieron a la monarquía. De la misma manera, es dudoso que Bitcoin simplemente signifique el fin de los bancos centrales, del sistema financiero mundial y del Estado policial, solo para dar a luz a un mundo nuevo y valiente de individuos empoderados liberados de pagar impuestos y obedecer la ley, como lo expresaron muchos profetas libertarios, bitcoiners de alt-right y criptoculturistas.
Ciertamente, hubo campesinos que durante la Edad Media se reunieron en torno a los gurús de la Reforma como Thomas Müntzer, quienes dedujeron de las tesis de Lutero que ahora era posible vivir libres de toda autoridad moral y clerical. También hubo enragésrevolucionarios que creían que su libertad recién obtenida les daba el derecho de cortar tantas cabezas como quisieran, especialmente aquellas más altas que las suyas. Eventualmente, sin embargo, todos descubrirían más temprano que tarde que estaban equivocados sobre el significado más profundo de la Reforma y la Revolución. El protestantismo iba a introducir aún más rigor en la religión que el catolicismo, hasta el punto de que los protestantes terminarían siendo conocidos como “puritanos”. Se abolieron los sacerdotes, se destruyeron las catedrales, los altares, el incienso y el latín de la iglesia, solo para ser reemplazados por una práctica religiosa que, al eliminar todos los signos visibles, solo se hizo más ascética, y tuvo que ser observada en todo momento y en todos los aspectos de la vida secular. Del mismo modo, la democracia demostraría ser aún más compleja y enrevesada que el antiguo régimen. Los príncipes fueron abolidos solo para ver la burocracia desenfrenada, con enjambres de funcionarios y libros de leyes más gruesos que el diccionario y la guia telefónica combinados.
Ahora se podría argumentar que el regreso de la Iglesia y del Estado, después de la Reforma y las Revoluciones liberales que intentaron destruirlos, significa que fracasaron en lo que se suponía que debían hacer. La verdad es que este retorno fue una herramienta, no un error. Lutero no quería derrocar la ley de Dios, quería cumplirla. Rousseau no quería que la ley de la Naturaleza reemplazara la ley de los hombres, quería asegurarse de que se observara la ley de los hombres. De hecho, ambos habían entendido que la libertad era, paradójicamente, la mejor manera de hacer cumplir la ley de Dios y el gobierno de los hombres porque, en última instancia, la libertad no consiste en ser libre de toda ley, sino en imponerse libremente leyes a uno mismo, como la palabra “autonomía” lo dice claramente: una “ley” (nomos) impuesta sobre “uno mismo” (auto).
Lo mismo puede decirse sobre el proyecto de Satoshi. Quiere restaurar la confianza, no destruirla. Quiere restaurar las instituciones en las que podemos creer, no quemarlas. Y de una manera muy convincente, lo hace de la misma manera que la Reforma y las Revoluciones, al reemplazar las viejas instituciones por otras nuevas, que solo son más robustas porque son instituciones elegidas e impuestas libremente sobre nosotros. Bitcoin nos libera al encadenarnos, como la bien llamada blockchain lo establece claramente. La Cripto nos libera uniéndonos unos a otros. Es una institución de libertad, no la libertad de todas las instituciones.
Por lo tanto, no hay duda de que las criptomonedas traerán consigo un nuevo viento de cambio, extendiendo la libertad en todo el mundo, pero no de la forma en que los niñitos del Tea Party lo han soñado. Lo hará sometiendo nuestras vidas a una nueva ley, una nueva Iglesia y un nuevo Estado, aún más austeros que los de la Reforma de Lutero, más rigurosos que los de la República de Rousseau. Y esta es la razón por la cual este ensayo afirma que el régimen teológico-político que la Cripto finalmente establecerá no es el “criptoanarquismo”. Por el contrario, es un régimen conocido precisamente por hacer que las personas reconozcan que viven en comunidades y no como átomos separados, y por querer que compartan lo que tienen en común, en lugar de separarlo para su propio beneficio; un régimen que también se consideró revolucionario, incluso si no logró dar lugar a la revolución que sus creyentes esperaban, es decir, el comunismo, o más precisamente: el criptocomunismo.