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General: ¿Conocéis la historia de Gonzalo Guerrero?
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: Kadyr  (Mensaje original) Enviado: 12/11/2024 00:12
¿Conocéis  la historia de Gonzalo Guerrero,   el náufrago español que se convirtió  en un líder militar maya y luchó   contra los conquistadores? ¿Sabíais que está  considerado el padre del mestizaje en México? En el año 1511, cuando la América continental aún  era un misterioso hueco en blanco en las obras de   los cartógrafos europeos, un barco español  que se dirigía desde Panamá a Santo Domingo,   en la isla de la Española, topó  en su travesía con una terrible   tormenta que lo desvió de su rumbo.  Para desgracia de sus tripulantes,   acabó naufragando en unos bajíos llamados de  las Víboras, en las proximidades de Jamaica. Apenas una veintena de supervivientes, entre ellos  dos mujeres, lograron encaramarse a un pequeño   bote para no perecer ahogados. Sin agua, sin  alimentos y con solo dos remos para impulsarse,   sus vidas quedaron en manos de un poder superior,  llámese Dios, el destino o las corrientes marinas. Ocho años más tarde, Hernán Cortés, marchando a  la conquista de México al frente de una expedición   militar, se encontraba en la zona norte de la isla  de Cozumel, frente a la costa de Yucatán. Mientras   sus hombres se abastecían de agua y alimentos,  Cortés tuvo noticia, a través de algunos nativos   de la zona, de que en tierra firme, no muy lejos,  dos caciques locales poseían sendos esclavos   barbudos, procedentes de territorios lejanos y  con un aspecto muy similar al de los españoles.   De inmediato, Cortés les envió una misiva que,  según relató el conquistador Bernal Díaz del   Castillo en su crónica titulada 'Historia  verdadera de la conquista de Nueva España',   decía así: "Señores y hermanos, aquí en Cozumel  he sabido que estáis en poder de un cacique   detenidos. Yo os pido por merced, que luego os  vengais aquí á Cozumel, que para ello envió un   navío con soldados, si los hubieredes menester, y  rescate para dar a esos indios con quien estáis,   y lleva el navío de plaza ocho días para  os aguardar. Veníos con toda brevedad:   de mí seréis bien mirados, y aprovechados. Yo  quedo aquí en esta isla con quinientos soldados   y once navíos. En ellos voy mediante Dios la vía  de un pueblo que se dice Tabasco o Potonchán”. Solo uno de los esclavos acudió  a la llamada. Se llamaba Jerónimo   de Aguilar y era un clérigo de  treinta años natural de Écija,   en la actual provincia de Sevilla. Aguilar,  feliz de reencontrarse con su gente,   se unió a la expedición de Cortés y  se convirtió en su primer intérprete. Como ya habréis imaginado, tanto Aguilar como  aquel otro esclavo barbudo eran supervivientes   de aquel naufragio de 1511 que los había dejado  a la deriva cerca de Jamaica. Según recogió el   historiador Francisco López de Gómara, uno de los  principales cronistas de la conquista de México,   Jerónimo de Aguilar relató a Cortés la historia  de la veintena de supervivientes del naufragio   con las siguientes palabras: “(...) Y así  anduvimos trece o catorce días, y al cabo   nos echó la corriente, que allí es muy grande y  recia, y siempre va tras el sol a esta tierra,   a una provincia que llaman Maia. En el camino se  murieron de hambre siete, y hasta creo que ocho. A   otros cinco los sacrificó a sus ídolos un malvado  cacique, en cuyo poder caímos, y después se los   comió haciendo fiesta y plato de ellos a otros  indios. Yo y otros seis quedamos en caponera a   engordar para otro banquete y ofrenda; y por huir  de tan abominable muerte, rompimos la prisión y   echamos a huir por los montes; y quiso Dios que  topásemos con otro cacique enemigo de aquel,   y hombre humano, que se llama Aquincuz, señor de  Xamanhá –en la actual Playa del Carmen–; el cual   nos amparó y dejó las vidas con servidumbre, y no  tardó en morirse. De entonces acá he estado yo con   Taxmar, que le sucedió. Poco a poco se murieron  los otros cinco españoles compañeros nuestros”. El de aquellos náufragos fue el primer  contacto de europeos con mayas del que hay   constancia histórica. Y no había resultado nada  prometedor, como acabáis de escuchar. Algunos   detalles adicionales acerca de aquel relato  de Aguilar los ofrece el humanista Francisco   Cervantes de Salazar en su 'Crónica de la  Nueva España', donde explica lo siguiente:   “Aguilar dijo que, saltando de la barca los  que seguían vivos, toparon luego con indios,   uno de los cuales con una macana hendió la cabeza  a uno de los nuestros; y que yendo este aturdido,   apretándose con las dos manos la cabeza, se metió  en una espesura donde topó con una mujer, la cual,   apretándole la cabeza, le dejó sano, con una señal  tan honda que cabía la mano en ella. Quedó como   tonto; nunca quiso estar en poblado, y de noche  venía por la comida a las casas de los indios, los   cuales no le hacían mal, porque tenían entendido  que sus dioses le habían curado, paresciéndoles   que herida tan espantosa no podía curarse sino por  mano de alguno de sus dioses. Holgábanse con él,   porque era gracioso y sin perjuicio vivió  en esta vida tres años, hasta que murió”. Aguilar también le contó a Cortés que en  aquellas tierras había muchos pueblos, y   que se había pasado casi todo el tiempo acarreando  agua y leña y cultivando maizales. Cuando Cortés   le preguntó acerca del otro español, Aguilar le  reveló que la situación de aquel era muy diferente   a la suya: “(...) Es un tal Gonzalo Guerrero,  marinero, que está con Na Chan Can, señor de   Chetumal –la actual capital del estado mexicano de  Quintana Roo–. (...) Se casó con una rica señora   de aquella tierra, en quien tiene hijos, y es  capitán de Na Chan Can, y muy estimado por las   victorias que le gana en las guerras que tiene con  sus comarcanos. Yo le envié la carta de vuestra   merced, y a rogarle que se viniese, pues había  tan buena coyuntura y aparejo. Mas él no quiso,   creo que de vergüenza, por tener horadada la  nariz, picadas las orejas, pintado el rostro   y manos a estilo de aquella tierra y gente, o  por vicio de la mujer y cariño de los hijos”. Bernal Díaz del Castillo, por su parte, relató  que, a Jerónimo de Aguilar, su amo le había dado   la libertad a cambio de que le granjease la  amistad de los españoles, y que cuando acudió   a Gonzalo Guerrero para pedirle que se marchase  con él, este le respondió: “Hermano Aguilar,   yo soy casado y tengo tres hijos. Tiénenme  por cacique y capitán cuando hay guerras, la   cara tengo labrada, y horadadas las orejas. ¿Qué  dirán de mí esos españoles, si me ven ir de este   modo? Idos vos con Dios, que ya veis que estos mis  hijitos son bonitos, y dadme por vida vuestra de   esas cuentas verdes que traéis, para darles, y les  diré que mis hermanos me las envían de mi tierra”. Díaz del Castillo prosigue su crónica relatando  la intervención de la esposa de Guerrero,   quien entendió lo que Aguilar le estaba  pidiendo. Enojada con este, le espetó:   “Mirad con lo que viene este esclavo a llamar a  mi marido”. Y le dijo que se fuese en mala hora,   y no cuidase de más. Aguilar le insistió  a Guerrero para que se marchara con él,   pidiéndole que recordase que era cristiano y que,  en palabras de Díaz del Castillo, “por una india   no perdiese el alma, que por si la mujer e hijos  lo hacía, que los llevase consigo, si tanto sentía   el dejarlos”. Pero por más que insistió, Aguilar  no logró convencer a su compañero de naufragio. ¿Quién era aquel hombre llamado Gonzalo Guerrero?  De su vida previa al naufragio poco se sabe,   aparte de que probablemente naciera en la  localidad española de Palos de la Frontera,   en la actual provincia de Huelva, en torno  al año 1470. Quizá hayáis escuchado que   luchó como arcabucero en la conquista  de Granada por los Reyes Católicos,   o que aprendió estrategia militar al servir  en Nápoles a las órdenes del Gran Capitán,   Gonzalo Fernández de Córdoba, pero todo  eso son florituras literarias añadidas   siglos después en algunas novelas sobre el  personaje destinadas a darle más vistosidad. De los primeros años de la conquista de  América no existe una gran abundancia de   registros históricos, ni siquiera acerca de  personajes poderosos. Es lógico, por tanto,   que los cronistas de aquella época no supieran  nada de aquel simple marinero o soldado hasta   que adquirió notoriedad por los hechos que  vamos a relatar a continuación. Incluso   en las crónicas de entonces la historia y  las leyendas se entremezclan, ya que eran   redactadas a partir de testimonios subjetivos,  y pocas veces escuchados de primera boca. Pese a todo ello, si cotejamos entre sí las obras  de los cronistas contemporáneos del siglo XVI que   mencionan a Gonzalo Guerrero –fundamentadas la  gran mayoría en los testimonios de Aguilar–,   ofrecen un conjunto de datos coincidentes  que permiten bosquejar las aventuras de   aquel hombre que, por haber sido uno de los  primeros europeos en contactar con los mayas   y haber engendrado hijos con una mujer nativa,  es considerado el padre del mestizaje en México. Tras naufragar y ser capturado por nativos de la  península de Yucatán en 1511, Guerrero, al igual   que Aguilar, tuvo que trabajar como esclavo  del cacique de Xamanhá. Tres años más tarde,   en 1514, pasó a servir al cacique de Chetumal,  llamado Na Chan Can, cuya confianza logró ganar   al integrarse plenamente en la vida maya: se  vistió al estilo de los nativos, se perforó   las orejas y el labio inferior e incluso, según  algunos cronistas, se convirtió a su religión.   La prueba definitiva de que había asumido la  cultura maya fue casarse con una mujer que,   en algunas versiones históricas, era hija  del propio cacique Na Chan Can. Los hijos   que engendró con ella, al menos tres, fueron  los primeros mestizos de tierras mexicanas. Aunque, como ya mencionamos, nada se sabe  de la vida previa de Gonzalo Guerrero,   al parecer poseía un gran talento militar. Na  Chan Can no tardó en apreciar su habilidad como   estratega y lo puso al frente de sus guerreros  en numerosos combates contra tribus vecinas. En este punto vale la pena señalar que, a pesar  de que generalmente se habla de la “civilización   maya”, lo que puede dar la falsa impresión de que  tenían una organización política centralizada,   en realidad, el territorio maya era  un mosaico de reinos o cacicazgos que   constantemente guerreaban entre sí. Compartían  una misma cultura, pero no eran un Imperio. Volviendo con Guerrero y sus guerreros,  estos obtuvieron notables victorias frente   a tribus vecinas que enriquecieron  a su señor. Pero cuando se convirtió   en un comandante especialmente valioso fue  tras la llegada a Yucatán de las primeras   expediciones españolas de exploración, las que  en 1517 y 1518 encabezaron, respectivamente,   Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva. Los mayas se enfrentaron por primera vez, no a un  grupo de náufragos agotados y desarmados, sino a   veteranos con espadas de acero, ballestas y armas  de fuego. Pese a eso, el 25 de marzo de 1517,   bajo el liderazgo de Moch Couoh, que era un halach  uinik –ese nombre se daba al máximo gobernante de   un territorio–, lograron derrotar y diezmar a la  primera expedición en la batalla de Chakán Putum   –la actual localidad de Champotón, en el estado de  Campeche–, donde murieron cerca de 50 españoles y   le endosaron varios flechazos al propio Hernández  de Córdoba, que terminaría muriendo en Cuba debido   a aquellas heridas. Dado cómo se desarrolló  aquella batalla, los españoles llamaron a   Champotón bahía de la “Mala Pelea”, que, muy al  contrario, fue una buena pelea para los mayas. En cambio, al año siguiente los hombres de  Juan de Grijalva, en un sangriento combate,   derrotaron a los mayas en aquel mismo  lugar. La superioridad numérica no bastaba   para contrarrestar la inferioridad táctica y  armamentística de los mayas, quienes peleaban con   flechas, hachas y lanzas con punta de pedernal.  En aquella ocasión, entre los españoles murieron   siete hombres y 60 resultaron heridos –Grijalva  recibió varios flechazos y perdió dos dientes–,   mientras que los mayas sufrieron unas 200 bajas,  entre ellas el jefe principal, Moch Couoh. Según algunas crónicas, Gonzalo Guerrero ya  luchó contra aquellas dos primeras expediciones,   aunque ese punto no está nada claro.  Sobre lo que hay mayor certeza es que,   tras rechazar en 1519 la oferta de Cortés de  volver con los españoles, de la que ya hemos   hablado, Guerrero no solo instruyó a los mayas  acerca de las tácticas militares occidentales,   sino que les enseñó a construir fuertes,  trincheras y baluartes. Hasta el fin de sus días,   permaneció en tierras mayas combatiendo contra  todos los intentos de los españoles por conquistar   la península de Yucatán. De ahí que los cronistas  lo recordaran como “el Renegado”, como un traidor. Sin caballos, sin hierro y sin pólvora, los mayas  estaban en clara desventaja frente a las espadas,   picas, alabardas, ballestas, arcabuces  y artillería ligera de los españoles.   Con Guerrero como asesor, los mayas  comprendieron que su mejor táctica   contra los invasores eran las emboscadas  y, frente a la temible caballería,   los no menos temibles hoyos camuflados con  afiladas estacas de madera en su interior. Pero había unas armas europeas contra las que  los mayas no tenían defensa posible, las más   letales de todas: las enfermedades contagiosas,  como la viruela, el sarampión o la varicela. Aunque las cifras varían notablemente en función  de la fuente histórica, se estima que a principios   del siglo XVI, en el territorio maya, podría  haber cerca de dos millones de nativos. En   1520 una epidemia de viruela acabó, en pocos  meses, con la vida de entre un tercio y la   mitad de todos ellos. Según el cronista Fray  Bartolomé de las Casas, el brote había surgido   el año anterior entre los indígenas de Santo  Domingo, en la actual República Dominicana,   y es probable que llegara al continente en los  organismos de algunos del millar de nativos   que el comandante español Pánfilo de Narváez  llevó desde Cuba para ayudarle en su misión   de apresar al rebelde Hernán Cortés por mandato  del gobernador de aquella isla, Diego Velázquez. Hasta que en 1980 por fin se declaró  erradicada la viruela gracias a campañas   globales de vacunación, durante el siglo XX tres  de cada diez personas que contraían la enfermedad   perecían; así que os podéis imaginar las altas  tasas de mortalidad que provocaba en el siglo XVI. En aquella época, los europeos no  estaban vacunados, por supuesto,   pero contaban con inmunidad de rebaño  por ser la viruela bastante común en el   Viejo Continente. Los nativos,  en cambio, perecían en masa. A pesar de ello, durante casi una década, Gonzalo  Guerrero logró convertirse en un doloroso pedrusco   en el zapato de quien pasaría a la historia  como el conquistador de la península de Yucatán,   Francisco de Montejo, conocido en vida como 'el  adelantado del Yucatán'. Este zarpó de España   en 1527 al mando de 380 soldados, pero tardaría  dos décadas en completar la conquista de Yucatán. Al principio, conocedor del prestigio  como estratega de Gonzalo Guerrero,   Montejo le envió una carta en la que  le prometía los más altos honores si   abandonaba las costumbres indígenas y  retornaba al buen camino de servir a los   suyos. Habría sido un fichaje de primera  categoría, dado el profundo conocimiento   que para entonces ya poseía Guerrero acerca de  las tácticas y los territorios de los nativos.   Pero el renegado, una vez más, se mantuvo  leal a su nuevo pueblo. Le envió de regreso   la carta a Montejo con un mensaje escrito en el  reverso: como esclavo que era, no podía romper   con los indígenas, pero tanto Montejo como los  demás españoles podían considerarle un hermano. Un hermano sí, pero no un primo: como Guerrero  sabía que Montejo planeaba atacar Chetumal –la   ciudad de su señor, Na Chan Can–, organizó  a toda velocidad su fortificación. Y cuando   supo que Montejo avanzaba hacia la ciudad  desde el norte por mar, siguiendo la costa,   mientras que 150 infantes y 16 caballos lo  hacían por tierra dirigidos por Alonso de Ávila,   capitán de confianza de Montejo, para  confluir ambos en Chetumal y sitiarla,   Guerrero ideó una treta muy astuta. Aguardó a que los dos ejércitos españoles se  hallasen a mitad de camino, lo suficientemente   alejados entre sí, para enviar una carta a  De Ávila escrita en español en la que se le   informaba de que Montejo había perecido. Al  mismo tiempo, los mayas hicieron correr la   voz por los territorios costeros de que Alonso  de Ávila y sus hombres habían sido emboscados y   aniquilados. De ese modo, a Montejo no tardaron  en llegarle informes de aquella desgracia.   Los dos comandantes se tragaron las noticias  falsas y regresaron a su punto de partida,   una de las diversas ciudades llamadas  Salamanca que establecieron en Yucatán. Pocos años después, a mediados de 1531, Alonso  de Ávila, al frente de un nuevo ejército,   volvió a intentar conquistar Chetumal,  pero las tribus mayas de todo el sureste   de Yucatán se alzaron en armas contra  los españoles y De Ávila, aunque trató   de reprimir con dureza la sublevación,  no lo consiguió. En el otoño de 1532,   los españoles se vieron obligados  a huir en canoas rumbo a Honduras. Y allí, a Honduras, se marchó en 1536 Gonzalo  Guerrero, dispuesto una vez más a enfrentarse   a los españoles, esta vez para defender a los  mayas de aquella región. Luchando al frente de   las tropas del cacique Cicumba, Guerrero recibió  un disparo de arcabuz que acabó con su vida, según   relata un informe fechado el 14 de agosto de 1536  y firmado por el gobernador de Honduras, Andrés de   Cereceda, que se conserva en el Archivo General de  Indias de Sevilla. Decía así: “(...) Arcabuceros   y otras personas combatían la entrada o salida  del muro al río, y en la proa de la canoa había   una pieza de artillería, que con lo uno y lo otro  se hizo tanto daño a los indios hasta que ellos,   de su voluntad, se vinieron a dar a la obediencia  y servicio de Vuestra Majestad. Dijo el cacique   Cicumba como, antes que se rindiesen, con un tiro  de arcabuz se había muerto un cristiano español   que se llamaba Gonzalo, que es el que andaba  entre los indios en la provincia de Yucatán   veinte años ha y más, que es este el que dicen  que destruyó al adelantado Montejo. Y como lo   de allá se despobló de cristianos, vino a ayudar  a los de acá con una flota de cincuenta canoas   para matar a los que aquí estábamos antes de  la venida del adelantado [...] Y andaba este   español, que fue muerto, labrado  el cuerpo y en hábito de indio”. Ante una historia como la de Gonzalo  Guerrero, tan relevante y, al mismo tiempo,   tan plagada de grandes huecos en blanco,  resulta muy tentadora la posibilidad de   rellenarla con todo tipo de adornos. Y así  la podréis encontrar en muchos lugares,   con escenas en las que el renegado lucha  con un caimán para salvar la vida de su amo,   en las que enseña a los mayas a combatir en  formación de falange macedónica o en las que   expresa sus últimas voluntades, ya herido de  muerte, antes de exhalar su último suspiro. Pero no son más que leyendas añadidas mucho tiempo  después, ya en el siglo XIX, tras la independencia   de México, momento a partir del cual la figura  de Gonzalo Guerrero adquirió un nuevo prestigio   como símbolo de la lucha contra la conquista  española. Nadie conoce los detalles de su vida.   El testimonio más próximo a él fue el de Jerónimo  de Aguilar, e incluso este, con toda probabilidad,   ha llegado a nosotros distorsionado  por los cronistas que lo recogieron.   A nosotros, su historia nos recuerda mucho al  argumento de aquella famosa película de 1990,   'Bailando con lobos', o, más recientemente, a  'Avatar', de James Cameron. Entre ambas, ganaron   diez premios Oscar, y eso que ninguna de las dos  estaba basada en una historia real... ¿Se animará   Hollywood a llevar a la pantalla grande la vida  de Gonzalo Guerrero algún día? El tiempo lo dirá. ¿Y vosotros? ¿Qué habríais hecho si fueseis  Gonzalo Guerrero cuando recibió la invitación   de Hernán Cortés? ¿Habríais regresado  con los españoles? ¿O habríais preferido   quedaros en vuestro nuevo hogar?  

Gonzalo Guerrero, el español que “se hizo maya”: ¿mito o ...


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