¿Conocéis la historia de Gonzalo Guerrero, el náufrago español que se convirtió en un líder militar maya y luchó contra los conquistadores? ¿Sabíais que está considerado el padre del mestizaje en México? En el año 1511, cuando la América continental aún era un misterioso hueco en blanco en las obras de los cartógrafos europeos, un barco español que se dirigía desde Panamá a Santo Domingo, en la isla de la Española, topó en su travesía con una terrible tormenta que lo desvió de su rumbo. Para desgracia de sus tripulantes, acabó naufragando en unos bajíos llamados de las Víboras, en las proximidades de Jamaica. Apenas una veintena de supervivientes, entre ellos dos mujeres, lograron encaramarse a un pequeño bote para no perecer ahogados. Sin agua, sin alimentos y con solo dos remos para impulsarse, sus vidas quedaron en manos de un poder superior, llámese Dios, el destino o las corrientes marinas. Ocho años más tarde, Hernán Cortés, marchando a la conquista de México al frente de una expedición militar, se encontraba en la zona norte de la isla de Cozumel, frente a la costa de Yucatán. Mientras sus hombres se abastecían de agua y alimentos, Cortés tuvo noticia, a través de algunos nativos de la zona, de que en tierra firme, no muy lejos, dos caciques locales poseían sendos esclavos barbudos, procedentes de territorios lejanos y con un aspecto muy similar al de los españoles. De inmediato, Cortés les envió una misiva que, según relató el conquistador Bernal Díaz del Castillo en su crónica titulada 'Historia verdadera de la conquista de Nueva España', decía así: "Señores y hermanos, aquí en Cozumel he sabido que estáis en poder de un cacique detenidos. Yo os pido por merced, que luego os vengais aquí á Cozumel, que para ello envió un navío con soldados, si los hubieredes menester, y rescate para dar a esos indios con quien estáis, y lleva el navío de plaza ocho días para os aguardar. Veníos con toda brevedad: de mí seréis bien mirados, y aprovechados. Yo quedo aquí en esta isla con quinientos soldados y once navíos. En ellos voy mediante Dios la vía de un pueblo que se dice Tabasco o Potonchán”. Solo uno de los esclavos acudió a la llamada. Se llamaba Jerónimo de Aguilar y era un clérigo de treinta años natural de Écija, en la actual provincia de Sevilla. Aguilar, feliz de reencontrarse con su gente, se unió a la expedición de Cortés y se convirtió en su primer intérprete. Como ya habréis imaginado, tanto Aguilar como aquel otro esclavo barbudo eran supervivientes de aquel naufragio de 1511 que los había dejado a la deriva cerca de Jamaica. Según recogió el historiador Francisco López de Gómara, uno de los principales cronistas de la conquista de México, Jerónimo de Aguilar relató a Cortés la historia de la veintena de supervivientes del naufragio con las siguientes palabras: “(...) Y así anduvimos trece o catorce días, y al cabo nos echó la corriente, que allí es muy grande y recia, y siempre va tras el sol a esta tierra, a una provincia que llaman Maia. En el camino se murieron de hambre siete, y hasta creo que ocho. A otros cinco los sacrificó a sus ídolos un malvado cacique, en cuyo poder caímos, y después se los comió haciendo fiesta y plato de ellos a otros indios. Yo y otros seis quedamos en caponera a engordar para otro banquete y ofrenda; y por huir de tan abominable muerte, rompimos la prisión y echamos a huir por los montes; y quiso Dios que topásemos con otro cacique enemigo de aquel, y hombre humano, que se llama Aquincuz, señor de Xamanhá –en la actual Playa del Carmen–; el cual nos amparó y dejó las vidas con servidumbre, y no tardó en morirse. De entonces acá he estado yo con Taxmar, que le sucedió. Poco a poco se murieron los otros cinco españoles compañeros nuestros”. El de aquellos náufragos fue el primer contacto de europeos con mayas del que hay constancia histórica. Y no había resultado nada prometedor, como acabáis de escuchar. Algunos detalles adicionales acerca de aquel relato de Aguilar los ofrece el humanista Francisco Cervantes de Salazar en su 'Crónica de la Nueva España', donde explica lo siguiente: “Aguilar dijo que, saltando de la barca los que seguían vivos, toparon luego con indios, uno de los cuales con una macana hendió la cabeza a uno de los nuestros; y que yendo este aturdido, apretándose con las dos manos la cabeza, se metió en una espesura donde topó con una mujer, la cual, apretándole la cabeza, le dejó sano, con una señal tan honda que cabía la mano en ella. Quedó como tonto; nunca quiso estar en poblado, y de noche venía por la comida a las casas de los indios, los cuales no le hacían mal, porque tenían entendido que sus dioses le habían curado, paresciéndoles que herida tan espantosa no podía curarse sino por mano de alguno de sus dioses. Holgábanse con él, porque era gracioso y sin perjuicio vivió en esta vida tres años, hasta que murió”. Aguilar también le contó a Cortés que en aquellas tierras había muchos pueblos, y que se había pasado casi todo el tiempo acarreando agua y leña y cultivando maizales. Cuando Cortés le preguntó acerca del otro español, Aguilar le reveló que la situación de aquel era muy diferente a la suya: “(...) Es un tal Gonzalo Guerrero, marinero, que está con Na Chan Can, señor de Chetumal –la actual capital del estado mexicano de Quintana Roo–. (...) Se casó con una rica señora de aquella tierra, en quien tiene hijos, y es capitán de Na Chan Can, y muy estimado por las victorias que le gana en las guerras que tiene con sus comarcanos. Yo le envié la carta de vuestra merced, y a rogarle que se viniese, pues había tan buena coyuntura y aparejo. Mas él no quiso, creo que de vergüenza, por tener horadada la nariz, picadas las orejas, pintado el rostro y manos a estilo de aquella tierra y gente, o por vicio de la mujer y cariño de los hijos”. Bernal Díaz del Castillo, por su parte, relató que, a Jerónimo de Aguilar, su amo le había dado la libertad a cambio de que le granjease la amistad de los españoles, y que cuando acudió a Gonzalo Guerrero para pedirle que se marchase con él, este le respondió: “Hermano Aguilar, yo soy casado y tengo tres hijos. Tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras, la cara tengo labrada, y horadadas las orejas. ¿Qué dirán de mí esos españoles, si me ven ir de este modo? Idos vos con Dios, que ya veis que estos mis hijitos son bonitos, y dadme por vida vuestra de esas cuentas verdes que traéis, para darles, y les diré que mis hermanos me las envían de mi tierra”. Díaz del Castillo prosigue su crónica relatando la intervención de la esposa de Guerrero, quien entendió lo que Aguilar le estaba pidiendo. Enojada con este, le espetó: “Mirad con lo que viene este esclavo a llamar a mi marido”. Y le dijo que se fuese en mala hora, y no cuidase de más. Aguilar le insistió a Guerrero para que se marchara con él, pidiéndole que recordase que era cristiano y que, en palabras de Díaz del Castillo, “por una india no perdiese el alma, que por si la mujer e hijos lo hacía, que los llevase consigo, si tanto sentía el dejarlos”. Pero por más que insistió, Aguilar no logró convencer a su compañero de naufragio. ¿Quién era aquel hombre llamado Gonzalo Guerrero? De su vida previa al naufragio poco se sabe, aparte de que probablemente naciera en la localidad española de Palos de la Frontera, en la actual provincia de Huelva, en torno al año 1470. Quizá hayáis escuchado que luchó como arcabucero en la conquista de Granada por los Reyes Católicos, o que aprendió estrategia militar al servir en Nápoles a las órdenes del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, pero todo eso son florituras literarias añadidas siglos después en algunas novelas sobre el personaje destinadas a darle más vistosidad. De los primeros años de la conquista de América no existe una gran abundancia de registros históricos, ni siquiera acerca de personajes poderosos. Es lógico, por tanto, que los cronistas de aquella época no supieran nada de aquel simple marinero o soldado hasta que adquirió notoriedad por los hechos que vamos a relatar a continuación. Incluso en las crónicas de entonces la historia y las leyendas se entremezclan, ya que eran redactadas a partir de testimonios subjetivos, y pocas veces escuchados de primera boca. Pese a todo ello, si cotejamos entre sí las obras de los cronistas contemporáneos del siglo XVI que mencionan a Gonzalo Guerrero –fundamentadas la gran mayoría en los testimonios de Aguilar–, ofrecen un conjunto de datos coincidentes que permiten bosquejar las aventuras de aquel hombre que, por haber sido uno de los primeros europeos en contactar con los mayas y haber engendrado hijos con una mujer nativa, es considerado el padre del mestizaje en México. Tras naufragar y ser capturado por nativos de la península de Yucatán en 1511, Guerrero, al igual que Aguilar, tuvo que trabajar como esclavo del cacique de Xamanhá. Tres años más tarde, en 1514, pasó a servir al cacique de Chetumal, llamado Na Chan Can, cuya confianza logró ganar al integrarse plenamente en la vida maya: se vistió al estilo de los nativos, se perforó las orejas y el labio inferior e incluso, según algunos cronistas, se convirtió a su religión. La prueba definitiva de que había asumido la cultura maya fue casarse con una mujer que, en algunas versiones históricas, era hija del propio cacique Na Chan Can. Los hijos que engendró con ella, al menos tres, fueron los primeros mestizos de tierras mexicanas. Aunque, como ya mencionamos, nada se sabe de la vida previa de Gonzalo Guerrero, al parecer poseía un gran talento militar. Na Chan Can no tardó en apreciar su habilidad como estratega y lo puso al frente de sus guerreros en numerosos combates contra tribus vecinas. En este punto vale la pena señalar que, a pesar de que generalmente se habla de la “civilización maya”, lo que puede dar la falsa impresión de que tenían una organización política centralizada, en realidad, el territorio maya era un mosaico de reinos o cacicazgos que constantemente guerreaban entre sí. Compartían una misma cultura, pero no eran un Imperio. Volviendo con Guerrero y sus guerreros, estos obtuvieron notables victorias frente a tribus vecinas que enriquecieron a su señor. Pero cuando se convirtió en un comandante especialmente valioso fue tras la llegada a Yucatán de las primeras expediciones españolas de exploración, las que en 1517 y 1518 encabezaron, respectivamente, Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva. Los mayas se enfrentaron por primera vez, no a un grupo de náufragos agotados y desarmados, sino a veteranos con espadas de acero, ballestas y armas de fuego. Pese a eso, el 25 de marzo de 1517, bajo el liderazgo de Moch Couoh, que era un halach uinik –ese nombre se daba al máximo gobernante de un territorio–, lograron derrotar y diezmar a la primera expedición en la batalla de Chakán Putum –la actual localidad de Champotón, en el estado de Campeche–, donde murieron cerca de 50 españoles y le endosaron varios flechazos al propio Hernández de Córdoba, que terminaría muriendo en Cuba debido a aquellas heridas. Dado cómo se desarrolló aquella batalla, los españoles llamaron a Champotón bahía de la “Mala Pelea”, que, muy al contrario, fue una buena pelea para los mayas. En cambio, al año siguiente los hombres de Juan de Grijalva, en un sangriento combate, derrotaron a los mayas en aquel mismo lugar. La superioridad numérica no bastaba para contrarrestar la inferioridad táctica y armamentística de los mayas, quienes peleaban con flechas, hachas y lanzas con punta de pedernal. En aquella ocasión, entre los españoles murieron siete hombres y 60 resultaron heridos –Grijalva recibió varios flechazos y perdió dos dientes–, mientras que los mayas sufrieron unas 200 bajas, entre ellas el jefe principal, Moch Couoh. Según algunas crónicas, Gonzalo Guerrero ya luchó contra aquellas dos primeras expediciones, aunque ese punto no está nada claro. Sobre lo que hay mayor certeza es que, tras rechazar en 1519 la oferta de Cortés de volver con los españoles, de la que ya hemos hablado, Guerrero no solo instruyó a los mayas acerca de las tácticas militares occidentales, sino que les enseñó a construir fuertes, trincheras y baluartes. Hasta el fin de sus días, permaneció en tierras mayas combatiendo contra todos los intentos de los españoles por conquistar la península de Yucatán. De ahí que los cronistas lo recordaran como “el Renegado”, como un traidor. Sin caballos, sin hierro y sin pólvora, los mayas estaban en clara desventaja frente a las espadas, picas, alabardas, ballestas, arcabuces y artillería ligera de los españoles. Con Guerrero como asesor, los mayas comprendieron que su mejor táctica contra los invasores eran las emboscadas y, frente a la temible caballería, los no menos temibles hoyos camuflados con afiladas estacas de madera en su interior. Pero había unas armas europeas contra las que los mayas no tenían defensa posible, las más letales de todas: las enfermedades contagiosas, como la viruela, el sarampión o la varicela. Aunque las cifras varían notablemente en función de la fuente histórica, se estima que a principios del siglo XVI, en el territorio maya, podría haber cerca de dos millones de nativos. En 1520 una epidemia de viruela acabó, en pocos meses, con la vida de entre un tercio y la mitad de todos ellos. Según el cronista Fray Bartolomé de las Casas, el brote había surgido el año anterior entre los indígenas de Santo Domingo, en la actual República Dominicana, y es probable que llegara al continente en los organismos de algunos del millar de nativos que el comandante español Pánfilo de Narváez llevó desde Cuba para ayudarle en su misión de apresar al rebelde Hernán Cortés por mandato del gobernador de aquella isla, Diego Velázquez. Hasta que en 1980 por fin se declaró erradicada la viruela gracias a campañas globales de vacunación, durante el siglo XX tres de cada diez personas que contraían la enfermedad perecían; así que os podéis imaginar las altas tasas de mortalidad que provocaba en el siglo XVI. En aquella época, los europeos no estaban vacunados, por supuesto, pero contaban con inmunidad de rebaño por ser la viruela bastante común en el Viejo Continente. Los nativos, en cambio, perecían en masa. A pesar de ello, durante casi una década, Gonzalo Guerrero logró convertirse en un doloroso pedrusco en el zapato de quien pasaría a la historia como el conquistador de la península de Yucatán, Francisco de Montejo, conocido en vida como 'el adelantado del Yucatán'. Este zarpó de España en 1527 al mando de 380 soldados, pero tardaría dos décadas en completar la conquista de Yucatán. Al principio, conocedor del prestigio como estratega de Gonzalo Guerrero, Montejo le envió una carta en la que le prometía los más altos honores si abandonaba las costumbres indígenas y retornaba al buen camino de servir a los suyos. Habría sido un fichaje de primera categoría, dado el profundo conocimiento que para entonces ya poseía Guerrero acerca de las tácticas y los territorios de los nativos. Pero el renegado, una vez más, se mantuvo leal a su nuevo pueblo. Le envió de regreso la carta a Montejo con un mensaje escrito en el reverso: como esclavo que era, no podía romper con los indígenas, pero tanto Montejo como los demás españoles podían considerarle un hermano. Un hermano sí, pero no un primo: como Guerrero sabía que Montejo planeaba atacar Chetumal –la ciudad de su señor, Na Chan Can–, organizó a toda velocidad su fortificación. Y cuando supo que Montejo avanzaba hacia la ciudad desde el norte por mar, siguiendo la costa, mientras que 150 infantes y 16 caballos lo hacían por tierra dirigidos por Alonso de Ávila, capitán de confianza de Montejo, para confluir ambos en Chetumal y sitiarla, Guerrero ideó una treta muy astuta. Aguardó a que los dos ejércitos españoles se hallasen a mitad de camino, lo suficientemente alejados entre sí, para enviar una carta a De Ávila escrita en español en la que se le informaba de que Montejo había perecido. Al mismo tiempo, los mayas hicieron correr la voz por los territorios costeros de que Alonso de Ávila y sus hombres habían sido emboscados y aniquilados. De ese modo, a Montejo no tardaron en llegarle informes de aquella desgracia. Los dos comandantes se tragaron las noticias falsas y regresaron a su punto de partida, una de las diversas ciudades llamadas Salamanca que establecieron en Yucatán. Pocos años después, a mediados de 1531, Alonso de Ávila, al frente de un nuevo ejército, volvió a intentar conquistar Chetumal, pero las tribus mayas de todo el sureste de Yucatán se alzaron en armas contra los españoles y De Ávila, aunque trató de reprimir con dureza la sublevación, no lo consiguió. En el otoño de 1532, los españoles se vieron obligados a huir en canoas rumbo a Honduras. Y allí, a Honduras, se marchó en 1536 Gonzalo Guerrero, dispuesto una vez más a enfrentarse a los españoles, esta vez para defender a los mayas de aquella región. Luchando al frente de las tropas del cacique Cicumba, Guerrero recibió un disparo de arcabuz que acabó con su vida, según relata un informe fechado el 14 de agosto de 1536 y firmado por el gobernador de Honduras, Andrés de Cereceda, que se conserva en el Archivo General de Indias de Sevilla. Decía así: “(...) Arcabuceros y otras personas combatían la entrada o salida del muro al río, y en la proa de la canoa había una pieza de artillería, que con lo uno y lo otro se hizo tanto daño a los indios hasta que ellos, de su voluntad, se vinieron a dar a la obediencia y servicio de Vuestra Majestad. Dijo el cacique Cicumba como, antes que se rindiesen, con un tiro de arcabuz se había muerto un cristiano español que se llamaba Gonzalo, que es el que andaba entre los indios en la provincia de Yucatán veinte años ha y más, que es este el que dicen que destruyó al adelantado Montejo. Y como lo de allá se despobló de cristianos, vino a ayudar a los de acá con una flota de cincuenta canoas para matar a los que aquí estábamos antes de la venida del adelantado [...] Y andaba este español, que fue muerto, labrado el cuerpo y en hábito de indio”. Ante una historia como la de Gonzalo Guerrero, tan relevante y, al mismo tiempo, tan plagada de grandes huecos en blanco, resulta muy tentadora la posibilidad de rellenarla con todo tipo de adornos. Y así la podréis encontrar en muchos lugares, con escenas en las que el renegado lucha con un caimán para salvar la vida de su amo, en las que enseña a los mayas a combatir en formación de falange macedónica o en las que expresa sus últimas voluntades, ya herido de muerte, antes de exhalar su último suspiro. Pero no son más que leyendas añadidas mucho tiempo después, ya en el siglo XIX, tras la independencia de México, momento a partir del cual la figura de Gonzalo Guerrero adquirió un nuevo prestigio como símbolo de la lucha contra la conquista española. Nadie conoce los detalles de su vida. El testimonio más próximo a él fue el de Jerónimo de Aguilar, e incluso este, con toda probabilidad, ha llegado a nosotros distorsionado por los cronistas que lo recogieron. A nosotros, su historia nos recuerda mucho al argumento de aquella famosa película de 1990, 'Bailando con lobos', o, más recientemente, a 'Avatar', de James Cameron. Entre ambas, ganaron diez premios Oscar, y eso que ninguna de las dos estaba basada en una historia real... ¿Se animará Hollywood a llevar a la pantalla grande la vida de Gonzalo Guerrero algún día? El tiempo lo dirá. ¿Y vosotros? ¿Qué habríais hecho si fueseis Gonzalo Guerrero cuando recibió la invitación de Hernán Cortés? ¿Habríais regresado con los españoles? ¿O habríais preferido quedaros en vuestro nuevo hogar?
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