¿Tanta prisa tienes, Señor, por marcharte?
Es tu último Misterio, Señor,
después de haber estado en medio de nosotros.
Te vimos Niño, y ante Ti nos arrodillamos.
Te vimos en huída forzada hacia Egipto,
y conmovidos te acompañamos.
Fuiste adorado por pastores y, entre ellos,
dejamos ante Ti mil y un presentes.
¿Y ahora? ¿Por qué te vas, Señor?
Hemos contemplado asombrados
la hondura y el crecimiento de tu obra divina.
Hemos visto cómo tu mano curaba a cientos de heridos,
cómo resucitabas a jóvenes,
y cómo levantaste …. hasta a tu mejor amigo.
Hemos visto multiplicarse los panes y los peces
y, a continuación, a amigos y enemigos,
con tanto alimento hartarse.
¿Y, ahora? ¿Dónde te vas, Señor?
Te acogimos Niño y, como joven que fuiste,
nos hablaste de altos ideales:
del amor sin horizontes y gratuito,
de la verdad sin medias tintas,
del cariño sin farsa ni contraprestaciones,
de la pobreza como fuente de riqueza,
y de la riqueza como espoleta de pobreza.
¿Y, ahora? ¿Tanta necesidad de marcharte tienes, Señor?
Nuestros oídos, Jesús, siguen reteniendo
el sonido de tu voz de profeta:
¡Convertíos! ¡Allanad el camino! ¡Perdonad!
Los caminos del Palestina de nuestro corazón,
siguen iluminados por tu Verdad y por tu Gracia.
Los caminos de la Jerusalén de nuestra alma
buscan y reverdecen al calor de tu Pasión y de tu Muerte.
¿Y, ahora? ¿Por qué, Señor, has de marcharte?
Déjanos, por lo menos, el sendero de tu Ascensión
iluminado por el resplandor del Espíritu.
Fortalecido, con el auxilio de tu Espíritu.
Asegurado, con la presencia de tu Espíritu.
Indicado, por el consejo de tu Espíritu.
Amén.
P. Javier Leoz