Una triste posibilidad
Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Galatas 6: 1
El apóstol Pablo dice que los cristianos pueden tener la triste experiencia de encontrar a algún hermano cometiendo una falta. Es una experiencia desalentadora, especialmente si la falta es de aquellos pecados que más nos escandalizan. Una vez, en la época cuando el cine todavía era el único lugar donde podían verse películas malas, unos hermanos descubrieron que el anciano de la iglesia salió del lugar donde habían exhibido una película "solo para adultos". ¿Qué debe hacer un cristiano cuando se encuentra en una situación así? ¿Correr a avisar al pastor? ¿Pensar en la disciplina de la iglesia? ¿Reunir la junta? ¿Señalarlo con el dedo? El apóstol aconseja: «Vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado». El amor, que debe presidir todos los actos de los cristianos, impulsa siempre a restaurar, sanar y salvar. La propia disciplina de la iglesia no es vindicación de principios, no es restauración de agravios, no es impulso de mantener pura a la iglesia, sino deseo profundo de restauración del pecador. Nuestro Señor aconsejó: «Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele, estando tú y él solos; si te oyere, has salvado a tu hermano». Es el texto de la disciplina eclesiástica. Pero es restauración por amor. No porque peque contra ti, en el sentido de que te ofendió, sino porque peque contra Dios y lo ofenda. Lo que hay que hacer es restaurarlo. Ve y háblale de corazón a corazón. Convéncelo de que está en peligro. Convéncelo de que está «exponiendo a vituperio a tu Señor». Si te oye, si pide perdón, si deja lo malo que estaba haciendo, «has salvado a tu hermano». Has hecho disciplina. Todo queda entre los dos. No conviene divulgar los errores de los siervos de Dios, porque exponemos a la vergüenza a nuestro Señor. Decirlo a dos o tres testigos, para que ayuden, tiene el mismo propósito: Acumular amor, acumular súplica, para que se arrepienta, acumular peso para que se dé cuenta de su error. Si se arrepiente, amén. No hay delito que perseguir. Lo que se proponía, que era restaurar, se ha logrado. La disciplina de borrar de los libros es extrema. Tiene sentido cuando la falta haya causado escándalo entre los incrédulos, porque los miembros de la iglesia nunca deben escandalizarse «si alguno fuere sorprendido en alguna falta». A los cristianos los errores de sus hermanos no los escandalizan; los hieren, lo mismo que a Cristo. Si sorprendes a alguien en alguna falta, piensa en ti mismo, «no sea que tú también seas tentado».
Hoy es la gran oportunidad
Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene. Proverbios 25: 11
Todos los días se nos presenta la oportunidad de ser una aportación positiva para la vida de alguien. Cada vez que abrimos nuestra boca para hablar, emitimos palabras que causan efectos en la vida de aquellos que las escuchan. Nuestras palabras, sin duda alguna, son tan poderosas que pueden causar una herida incurable, una reacción negativa (o positiva) en la vida de alguien. El reconocimiento de que nuestras palabras pueden causar este tipo de efectos debería conducirnos a reconocer que debemos ser sumamente cuidadosos con ellas y usarlas con la mayor prudencia posible. En cada palabra que enunciamos tenemos el potencial de fortalecer y servir, pero también el de destruir y matar. En fracción de segundos, y con poco esfuerzo, tenemos la oportunidad de alegrarle el día a alguien, aliviar su carga, y probablemente acercarlo a Dios. Pero nuestras palabras también podrían destruir a uno de aquellos por quienes Cristo murió. Esta es una advertencia que los hijos de Dios no deberían ignorar. Por eso la Palabra de Dios afirma: «Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio» (Mat. 12: 36). Aunque las palabras mal usadas que provienen de nuestra boca son perdonadas por nuestro Salvador, son un reflejo de lo que hay dentro de nuestro corazón. Si hemos recibido a Jesús como nuestro Señor y Salvador, nuestro corazón estará siempre rebosando de amor, y cada una de nuestras palabras será filtrada con el deseo de honrar y glorificar a Dios a través de cada sílaba proferida. Sería terrible que algún día nos proyectaran una película mostrando los daños que nuestras palabras han causado a los demás. Muchas veces no meditamos en el hecho que el hombre, la mujer, la persona, que habla palabras ofensivas, falsas, groseras, desconsideradas, es como el que enloquece, y echa llamas, saetas y muerte. Las palabras sarcásticas y burlonas son como saetas de muerte que siegan la vida o, por lo menos, marchitan la existencia de nuestro prójimo. Las palabras que elijamos usar hoy construirán o destruirán nuestras relaciones con nuestros seres amados y con nuestro prójimo. El don del habla es un enorme poder para el bien. Glorifiquemos a nuestro Padre celestial usando hoy palabras de ánimo, palabras que verdaderamente sean una aportación positiva para la vida de otras personas. Que tu oración sea hoy: «Padre, ayúdame a traer luz a la vida de alguien que lo necesita».
Que Dios les bendiga.
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