En su Segunda carta a los Tesalonicenses, Pablo advierte a esa iglesia que el «inicuo cuya venida es conforme a la actividad de Satanás» vendrá
«con todo poder y señales y prodigios mentirosos» (2.9). Una de las características de esta figura, impulsada por el mismo Satanás, es que engañará al pueblo con los MILAGROS que realice.
Dios no le da a sus hijos piedras en lugar de pan. Si ha ocurrido un milagro, las personas deben estar dispuestas a que un tercero verifique que realmente ha sucedido.Las tres palabras que el Nuevo Testamento utiliza para milagro están presentes en este versículo.
Dunamis se refiere al ejercicio de un poder sobrenatural, semeion se refiere a un hecho o evento portentoso que tiene un profundo significado, y teras identifica algo extraordinario que causa asombro. El hombre inicuo, que algunos eruditos identifican como el ANTICRISTO, aparecerá en el escenario del mundo para «oponerse y exaltarse sobre todo lo que se llama dios o es objeto de culto, de manera que se sienta en el templo de Dios, presentándose como si fuera Dios» (2.4). No importa cuan deslumbrantes sean sus obras, estas estarán basadas en la decepción absoluta.
Muchos cristianos creen que los MILAGROS cesaron al final de la era apostólica. Si esto fuera así, todos los milagros posteriores a esa época han sido falsos: ni uno solo lo ha realizado Dios. Un creciente número de personas en la Iglesia, sin embargo reconocen que los milagros continúan ocurriendo hoy. No obstante,
¿cómo logramos distinguir los milagros legítimos de aquellos que son obra del «inicuo»?. Existen al menos cinco evidencias bíblicas de un milagro legítimo:
Glorifica a Dios
Los milagros siempre señalan que Dios se encuentra activo en nuestro mundo y que puede interrumpir los procesos de la naturaleza para revelar su carácter y propósito. La principal evidencia de cualquier examen —en aquella época, en nuestros tiempos o en el futuro— es esta: ¿quién recibe la gloria? Esta prueba puede que resulte no ser tan obvia, pues la glorificación del hombre casi siempre es muy sutil. Debemos estar en guardia ante cualquiera, sin importar lo extraordinario de sus señales, para discernir si se glorifica a sí mismo (tal como lo hizo el mago Simón, en Hechos 8.9, que pretendía «ser un gran personaje»).
Su fuente es honrada
Jesús advirtió que en los últimos días se levantarían «falsos cristos y falsos profetas, y mostrarán grandes señales y prodigios, para así engañar, de ser posible, aun a los escogidos» (Mt 24.24). Ya en el Sermón del Monte él había señalado que «por sus frutos les conoceréis» (Mt 7.15–16). Sus palabras pueden aparentar ser verdad y sus acciones pueden ser impresionantes, pero... si sus vidas no producen buenos frutos, todas sus obras pueden ser un engaño. Tal como lo afirmara el apóstol Santiago: «pero la SABIDURIA DE LO ALTO
es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía» (3.17).
Es confirmado por el Espíritu
Según la enseñanza de Pablo uno de los dones del Espíritu es «discernir espíritus» (1Co 12.10), una habilidad que el poder de Dios concede a una persona para distinguir entre un espíritu verdadero y uno falso. Pablo usó esta capacidad cuando fue confrontado por un judío, llamados Elimas, que era «mago y falso profeta». Este hombre intentó impedir que alguien escuchara el evangelio. «Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijando la mirada en él, dijo: Tú, hijo del diablo, que estás lleno de todo engaño y fraude, enemigo de toda justicia, ¿no cesarás de torcer los caminos rectos del Señor? Ahora, he aquí, la mano del Señor está sobre ti; te quedarás ciego y no verás el sol por algún tiempo» (Hch 13.10–11). En ningún momento el apóstol indicó que esta reprensión resultaba de alguna información que había obtenido previamente acerca de Elimas. Más bien,
por el Espíritu, pudo discernir las bajas motivaciones de este individuo.
No todo creyente poseerá este don específico de DISCERNIMIENTO. Pero el Espíritu Santo, quien es el que otorga el don, mora en la vida de los creyentes, y será solamente a través de sus ojos que la verdadera naturaleza de un milagro, una señal o un prodigio podrá ser evaluado.
Puede ser externamente verificado
En una ocasión Jesús sanó a diez leprosos y les dio instrucciones: «Id y mostraos a los sacerdotes» (Lc 17.14). Este procedimiento era normal y se había establecido para que se pudiera realizar la purificación ceremonial, como también verificar los resultados de la SANIDAD .
Si cambiamos por un momento el escenario, puede ser de valor, por ejemplo, que un médico competente compruebe la veracidad de un milagro. Si alguien afirma que ha recibido sanidad de la sordera que padecía, esto podría comprobarse con una visita a un médico otorrinolaringólogo. Muchas personas son reticentes a realizar esta prueba por temor, como se suele decir, a
«perder el milagro». Esa forma de pensar, sin embargo, presenta a Dios como cruel y sátiro. Él no le da a sus hijos piedras en lugar de pan. Si ha ocurrido un milagro —una verdadera intervención divina y no una falsa señal— las personas deben estar dispuestas a que un tercero verifique que realmente ha sucedido.
Edifica a la iglesia
Pablo escribe que en la «iglesia Dios ha designado: primeramente, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; luego, milagros; después, dones de sanidad» (1Co 12.28). Así como los apóstoles, profetas, pastores y maestros han sido designados para la edificación del cuerpo de Cristo, también quienes obran milagros deben cumplir esta función. Tanto la enseñanza como los milagros, la exposición de la Palabra y las obras, el trabajo en conjunto, son actividades vitales para la edificación y extensión de la Iglesia. Considere el ejemplo del evangelista Felipe: «Y las multitudes unánimes prestaban atención a lo que Felipe decía, al oír y ver las señales que hacía» (Hch 8.6). Así también debe ser hoy:
Nuestras palabras y obras, gestadas por el Espíritu (sean o no milagrosas) deben trabajar en preciosa armonía para la proclamación del evangelio.
Se usa con permiso. Christianity Today, ©2001. Publicado en ©Apuntes Digital II-4, edición de septiembre – octubre de ©2009-2010.
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