¿De qué habla este Salmo? Solamente de una palabra: humildad. Si uno desea saber algo acerca de la humildad, basta con que lea este Salmo. Ahora, ¿qué es la humildad? Humildad no es mirarse a sí mismo como inferior: humildad es no mirarse a sí mismo en absoluto. Cuando uno no se mira a sí mismo, no tiene nada que decir de sí mismo. Es por eso que este es uno de los Salmos más cortos. Si usted es alguien que no tiene egoísmo, entonces tiene pocas palabras.
Conocí personalmente al hermano T. Austin-Sparks. Cierta vez, en Nueva York, estuvimos en una cena juntos, y me senté cerca de él. Sin embargo, él rara vez decía algo en la mesa. Encontré eso muy extraño, pues cuando los hermanos nos reunimos para tener una cena juntos, compartimos. Más tarde supe que no era así sólo en Nueva York; también era así en Londres. Cuando él estaba con los hermanos más jóvenes podía sentarse por una hora sin hablar ninguna palabra. Así es un hombre que verdaderamente no está ocupado de sí mismo. Toda persona que no está ocupada consigo misma es de pocas palabras.
Entonces, en contraste con el Salmo 131, en el Salmo 119 vemos como si Dios no pudiera hacer otra cosa sino continuar hablando. Es que ese Salmo está en el corazón mismo de nuestro Dios. Por eso dice: «En el principio era el Verbo (la Palabra), y el Verbo (la Palabra) era con Dios, y el Verbo (la Palabra) era Dios» (Juan 1:1).
Dios se expresa a través de la Palabra
Nosotros tenemos dos libros en la Biblia acerca del principio. El evangelio de Juan: «En el principio era el Verbo (la Palabra), y el Verbo (la Palabra) era con Dios, y el Verbo (la Palabra) era Dios» (Juan 1:1). Y el libro de Génesis: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y dijo Dios: Sea la luz, y fue la luz» (Gn. 1:1-2). Ahora entendemos cómo Dios creó los cielos y la tierra. Allí tenemos la Palabra. Porque «en el principio era el Verbo (la Palabra), y el Verbo (la Palabra) era con Dios, y el Verbo (la Palabra) era Dios». Ahora entendemos que, no importa si se trata de la Palabra de Dios encarnada o de la Palabra de Dios escrita, ella es la cosa más importante en el universo. Porque a través de la Palabra –la Palabra escrita o la Palabra encarnada– Dios se expresa de una manera muy maravillosa.
Dios desea expresarse a sí mismo. Uno de los grandes dolores que experimentamos en nuestra vida es cuando no podemos expresarnos. Usted puede estar lleno de amor, puede ser un gran padre, sin embargo, si no sabe cómo expresarse a sí mismo, usted sufrirá un gran dolor. Normalmente los padres expresan su amor a sus hijos; igualmente los abuelos siempre buscan la manera de expresar su amor. Yo conozco a un hermano que, si tuviera hijos, sería un gran padre; sin embargo, como él no tiene ningún hijo, entonces tiene muchos perros y gatos. Esa es la manera cómo él expresa su amor. Hermanos y hermanas, es un gran dolor si alguien no es capaz de expresar su amor.
¿Cómo Dios se expresa a sí mismo? A través de la Palabra. Primero, a través de la Palabra encarnada –porque la Palabra se hizo carne– es decir, nuestro Señor. Cuando nuestro Señor bajó, entonces los cielos bajaron, entonces el amor se hizo carne; la humildad se hizo carne, la paciencia se hizo carne. Antes, el amor era muy abstracto, y la paciencia y la humildad eran cosas abstractas. Pero cuando el Señor Jesucristo se inclina y escribe algo en la arena, ahí vemos la humildad1. A través de Jesucristo, el amor de Dios se ha manifestado y expresado.
Luego, Dios también se expresa a través de su Palabra, la Biblia. A través de la Biblia uno sabe que «de tal manera Dios amó al mundo». Entonces, hermanos, esto es muy importante. Si no conocemos la Palabra, ¿cómo vamos a conocer a Dios? ¿Cómo vamos a experimentar las riquezas del corazón de Dios? Ahora uno entiende por qué, cuando Dios abre su boca acerca de la propia Palabra de Dios, es como si no pudiera detenerse.
En el Salmo 119, desde el versículo 1 hasta el 176, es como si Dios pusiera todas las cosas acerca de su Palabra en este solo capítulo. Este capítulo, en verdad, es una mina de oro de Dios. Yo sé que algunos de ustedes ya han memorizado estas palabras, y pienso que sería una cosa maravillosa si ustedes pudieran memorizar todo este Salmo.
Cuando alguien deseaba invitarme, en Brasil o en otros lugares, yo siempre ponía una condición: «Si ustedes desean que yo comparta sobre el Salmo 119, entonces, tienen que leerlo por lo menos 50 veces. Si ustedes tienen 20 personas que hayan leído el Salmo 50 veces, entonces voy; de otra forma, me perdonarán, pero no puedo ir». Esa es la condición. Sin embargo, el Señor siempre hace más de lo que pedimos, porque cuando después nos reunimos supe de algunos que lo habían leído más de 100 veces.
Entonces, si verdaderamente deseamos conocer al Señor, tenemos que estar disponibles para el Espíritu Santo. El mundo desea a los jóvenes. El mundo desea tu contribución. Pero, hermano, ¿estás dispuesto a entregarte a ti mismo al Señor? Mientras estés en la alborada de tu vida serás enriquecido con la Palabra. Yo sé que sus padres siempre desean darles lo mejor a ustedes, pero les voy a decir una cosa: Ningún padre puede darles un mejor regalo que éste: que sean enriquecidos con la Palabra del Señor. Si sus padres pudieran procurar un ambiente tal, que ustedes tengan un anhelo por la Palabra de Dios, eso es lo mejor que ellos podrían darles.
Este es un fin de semana en que se supone que ustedes van a aprender más acerca de la Palabra de Dios. Así que vamos a permitir que la Palabra nos enseñe cómo penetrar en sus riquezas. Ustedes saben que el Salmo 119 es muy largo. Recuerdo a un pastor anciano. Cierta vez iba a predicar un sermón, pero olvidó su texto. Intentó recordar sobre qué versículos iba a hablar, pero no podía acordarse. Entonces dijo: «Vamos a leer el Salmo 119». Toda la congregación se puso en pie y leyeron el Salmo completo, desde el versículo 1 hasta el 176. Pero cuando terminaron, él aún no podía acordarse del versículo. Entonces dijo: «¡Hermanos, este capítulo es tan maravilloso! Vamos a leerlo otra vez», así que leyeron una vez más los 176 versículos. Cuando terminaron, el tiempo del culto ya había concluido. Entonces él dijo: «El tiempo se acabó, ¡así que nos vamos a despedir!». ¡De verdad, este es un Salmo muy largo!
Una estructura muy especial
Quiero que los hermanos sepan primeramente que este Salmo tiene una estructura muy especial, única. Cada ocho versículos se forma una unidad. Por ejemplo, desde el versículo 1 al 8 está la primera unidad. Desde el versículo 9 al 16 hay otra unidad. ¿Por qué esta estructura es tan especial? Si leemos todo el Salmo vamos a descubrir que puede ser dividido en 22 unidades, y cada unidad tiene 8 versículos. Ahora, oigan con atención: el alfabeto hebreo tiene 22 letras. El alfabeto griego también tiene 22 letras. La primera es «alfa», la última es «omega». Claro que para nosotros el hebreo y el griego son muy complicados; pero si queremos usar el alfabeto inglés, lamentablemente, éste tiene 26 letras. La primera es A, la última es Z.
En el alfabeto hebreo, desde la primera hasta la última, hay 22 letras. Así pues, tenemos 22 letras para 22 unidades. Y en cada unidad tenemos 8 versículos. A la primera unidad corresponde la primera letra. En el versículo 1 la primera palabra comienza con la letra «a». Cuando llegamos al versículo 2, la primera palabra también comienza con la letra «a». (Yo creo que es mejor usar el griego, porque también corresponde a las 22 letras). Cuando llegamos al versículo 3, también la primera palabra comienza con la letra «alfa». Desde el versículo 1 hasta el versículo 8, todos comienzan con la letra «alfa».
Ahora, cuando llegamos al versículo 9, que pertenece a la segunda unidad, tenemos la letra griega «beta». Entonces el versículo 9: «¿Con qué limpiará el joven su camino?», si lo escribiésemos en griego, la primera palabra comenzaría con la letra «beta». Lo mismo ocurre con el versículo 10, con el 11, con el 12 y así hasta el 16. Entonces, desde el versículo 1 hasta el 8 todos comienzan con «alfa»; desde el versículo 9 hasta el 16 todos comienzan con «beta»; y la tercera unidad comienza con la letra «gamma», que es la tercera letra del alfabeto griego; y así hasta que llegamos a la última unidad. En la última unidad, cada verso comienza con la letra «omega». De esta manera, descubrimos en este salmo una estructura maravillosa.
Tenemos, pues, 22 unidades, y cada unidad comienza con una letra del alfabeto hebreo. De acuerdo al orden «alfa, beta, gamma...» podríamos decir que la primera unidad es la unidad «alfa», la segunda es «beta», la tercera es «gamma», etc. En la unidad ‘gamma’ cada primera palabra empieza con la letra ‘gamma’. Yo sé que hay una traducción en inglés del Salmo 119 que fue hecha de acuerdo a esta estructura. No sé si la habrá en español. Si ustedes encuentran alguna versión con esta estructura, eso podría ayudarles. Si no existe, los desafío a que la hagan. Escriban una versión española del Salmo 119 con esta estructura. Obviamente, tienen que usar 22 letras, y no 29. Entonces, cuando los hermanos lean esa versión, van a saber cuál es la estructura del Salmo 119.
Ahora, esto tiene mucho significado. ¿Por qué Dios ha escrito este Salmo con esta estructura? La primera razón es porque este Salmo nos habla acerca de la Palabra de Dios. Todo hijo de Dios debería saber todo acerca de la Palabra de Dios. Debido a que el Espíritu Santo organizó de esta manera este Salmo, es muy fácil recordarlo. Pero no sólo el Salmo 119 tiene esta estructura, también otros Salmos la tienen. Estos son llamados «Salmos alfabéticos»2. Sin embargo, no hay otro Salmo como el 119, tan simétrico, tan perfecto en su estructura. Este es el único Salmo alfabético que tiene una estructura tan rígida, y con un tipo de simetría perfecto. Es muy hermoso. En la Palabra de Dios uno no sólo ve la verdad, sino también la hermosura.
Ahora, ¿por qué 22 unidades y en cada unidad 8 versículos? Porque las 22 unidades nos hablan de las 22 letras del alfabeto. Cuando uno quiere expresar algo en hebreo, uno pone las letras juntas, las ordena, hace los arreglos y los cambios, y así se producen las palabras. Esto significa que los fundamentos de las palabras son las letras. Si nosotros quitamos las letras, no tenemos palabras. Las palabras son combinaciones o arreglos con distintas letras. Este es el fundamento de todo.
En el último libro de Apocalipsis, Dios dijo: «Yo soy el Alfa y la Omega». Y después nuestro Señor dijo: «Yo soy el Alfa y la Omega». ¿Qué significa eso? Debemos recordar cómo Dios presenta su Palabra, cómo habla su Palabra. Supongamos que usted hace una llamada telefónica. Su nombre es Pablo, pero la otra persona no puede entenderlo, ¿qué hace usted? Deletrea su nombre: P-a-b-l-o. Cuando uno deletrea, significa que está volviendo a los fundamentos del lenguaje. Así, la persona del otro lado puede entender.
Nosotros no conocemos a Dios; entonces ¿cómo vamos a conocerle? A veces, él tiene que deletrear. Y cuando él deletrea, dice: «Alfa» y «Omega». Significa, entonces, que a través de Cristo nosotros comenzamos a entender. Por esa razón nunca podemos dejar a Cristo fuera de la Palabra de Dios. Sin Cristo uno no puede entender la Palabra, porque estas letras son las unidades de construcción de la lengua. Cristo es la única piedra angular de la Palabra de Dios. Si sacamos a Cristo, no queda nada. Cuando estudias la Biblia, ¿has encontrado a Cristo? A veces es necesario que Dios deletree su Palabra y Voluntad para ti. Nuestro Señor dijo: «Yo soy el Alfa y la Omega». Esto es muy importante, hermanos.
Algunas personas dicen que, en promedio, uno encuentra a Cristo cada 25 versículos de la Biblia, porque Cristo está en todo lugar. En el Antiguo Testamento tenemos 333 profecías acerca de la Primera Venida de Cristo. Si uno lee el Antiguo Testamento, sea a través de la profecía, de la tipología, de los rituales judíos, de los colores, o de los números; de muchas maneras, va a encontrar a Cristo.
Hubo un gran erudito bíblico llamado John Bengel. Era profesor de una universidad alemana. Muchos estudiantes lo admiraban, porque no sólo era un erudito, sino también era muy piadoso; y ellos deseaban conocer su secreto. Entonces un estudiante muy travieso fue a su oficina a ver qué estaba haciendo. Como él era un gran erudito de la Palabra, el estudiante pensaba que lo iba a encontrar realizando una investigación, recolectando datos. (Si John Bengel estuviera vivo hoy, lo imaginaríamos sentado ante su computador). Ese estudiante estaba esperando algo así. Sin embargo, John Bengel abrió su Biblia y entonces oró así: «Amado Señor Jesús, esta es una nueva oportunidad para poder reunirnos». ¡Él iba a encontrarse con Cristo en la Palabra de Dios!
Hermanos, ¿podrían ustedes encontrar a Cristo en todas las páginas de su Biblia? Si sólo puedes decir: «Aquí yo sólo veo palabras», no olvides: la piedra angular es Cristo. No podemos sacar fuera de la construcción esta piedra. En la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos está la declaración de emancipación de los esclavos. Al leer esas palabras, uno se entera de cómo los esclavos negros fueron libertados. Al mirar de cerca, se lee la historia, pero cuando uno se aleja un poco y mira a la distancia, ve la forma de una cabeza humana, la cabeza de Abraham Lincoln. Si uno mira de cerca es una declaración, pero si mira de lejos es Abraham Lincoln.
Lo mismo sucede con la Palabra de Dios. Si vemos Génesis, Éxodo, y Apocalipsis, Mateo, Juan, y muchas cartas, es porque estamos mirando de cerca. Pero si deseamos entender la Palabra de Dios, al mirar de lejos, vamos a ver a Cristo. Por esta razón, el Espíritu Santo intenta hacernos recordar que si deseamos entrar en las riquezas de la Palabra, tenemos que recordar que nuestro Señor es ‘Alfa’ y ‘Omega’. Y esta estructura del Salmo 119 nos hace recordarlo.
La clave para entender la Biblia
Otra cosa que quiero que los hermanos recuerden es que añl estudiar la vida de nuestro Señor y sus discípulos, antes de Su resurrección, él nunca impartió clases de enseñanza bíblica. Nosotros tenemos clases para el estudio de la Biblia en todos los lugares; sin embargo, en la Biblia vemos que el Señor impartió algo semejante a una clase bíblica sólo después de haber resucitado. No antes. La razón es muy simple: Después de la resurrección, el Espíritu Santo nos va a conducir a la verdad. Y entonces, cuando él se encontró con sus discípulos, les abrió la Biblia. ¿Se acuerdan de los discípulos que iban camino a Emaús?
Por alguna razón, ellos bajaron desde Jerusalén hacia Emaús. Estaban viajando hacia el occidente; iban descendiendo a medida que el sol descendía. No sabemos por qué viajaban hacia allá; probablemente estaban desanimados después de la crucifixión del Señor. Recordamos cómo el Señor caminó con ellos, y él les abrió la Palabra. Entonces, ambos discípulos sentían que su corazón ardía en su interior. Ellos conocían la Biblia, porque eran judíos ortodoxos. Sin embargo, la Biblia era un libro cerrado para ellos. Conocían cada palabra del alfabeto hebreo, pero no discernían, porque era un libro cerrado para ellos. Sin embargo, el Señor abrió sus ojos, de tal manera que cuando él les explicaba la Palabra, ellos sentían que ardían por dentro. Así recordarían más tarde lo que había ocurrido.
Cada vez que uno quiere conocer la Palabra, ¿tiene su corazón ardiendo? Algunos de ustedes son estudiantes de Física, Química, de Psicología u otros campos. Déjenme desafiarles: cuando ustedes se sientan en su puesto, cuando su maestro está enseñando algo, luego de terminada la clase, y dos de ustedes conversan, ¿podrían decir que cuando su profesor estaba enseñando, su corazón ardía? ¡Eso nunca ocurre! Yo estuve en la Universidad por muchos años enseñando Física, pero nunca oí decir a algún alumno que cuando el profesor estaba enseñando su corazón ardía. ¡Al contrario, el corazón se vuelve más y más frío!
Ahora bien, al estudiar la Palabra, depende de cómo uno la estudia. Uno puede asistir a diversas clases de estudio bíblico. Supongo que en la Universidad de seguro ustedes tienen alianzas bíblicas de estudiantes, y cuando se reúnen para estudiar la Palabra, a veces están muy ardientes, porque hay discusiones muy encendidas. Algunos hermanos hablan a gritos, así que la atmósfera es muy caliente; sin embargo, tu corazón no está ardiendo. ¿Qué significa eso? Significa que hemos perdido la clave, hemos olvidado la clave. Cuando el Señor estaba con aquellos dos discípulos, sabemos que algo ocurrió mientras él les iba explicando. Ahora sabemos cuál es el secreto.
Vamos al evangelio de Lucas, capítulo 24:32: «Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?». Cuando el Señor nos abre las Escrituras, nuestro corazón arde dentro de nosotros. Ahora, esto ocurrió con los dos discípulos que iban bajando, tal como el sol, hacia occidente. ¿Cómo lo hizo el Señor? Versículo 25: «Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?». El versículo 27 es una clave muy importante: «Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas —esto significa todo el Antiguo Testamento–, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían».
Algunos maestros de la Biblia explican a las personas acerca de toda la Biblia y eso es todo. Hay estudios bíblicos, en que ellos conocen muy bien su Biblia y explican todas las Escrituras, y eso es todo. Sin embargo, es distinto con nuestro Señor. ¿Qué hizo él? Él les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían. Aquí tenemos la clave. Cuando esta clave nos es dada, podemos hallar a Cristo en el Antiguo Testamento. Entonces toda la Escritura se abre. Antes de eso, sin duda, es un libro cerrado. Pero ahora es distinto, ¿por qué? Porque el Señor abrió las Escrituras, aplicando cada página de las Escrituras a sí mismo.
Ahora entendemos por qué Cristo dijo: «Yo soy el Alfa y la Omega». Es muy claro. Y más que eso, si leemos en el versículo 44: «Y les dijo: –a los otros discípulos– Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos», entonces, en el versículo 45, él les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras. Esta es la manera normal de entender la Palabra. Hoy tenemos muchas clases de enseñanza bíblica por todas partes. Cuando estamos en la Universidad hay muchas reuniones de comunión; sin embargo, ¿cómo estamos estudiando la Biblia? Si uno estudia la Biblia cuidadosamente, ya nos ha sido dada la clave. Entonces podemos empezar por aquí. Sin embargo, el Señor desea hablarnos algo más.
Tenemos estas 22 unidades que nos hacen recordar que Cristo es el Alfa y la Omega, como la piedra angular de la Palabra de Dios. Si sacamos a Cristo fuera, no nos queda nada. Esta es exactamente la afirmación que Martín Lutero hizo a sus compañeros. El secreto de la comprensión que Martín Lutero tenía de la Palabra, es que su manera de interpretación era cristocéntrica. Él dijo: «Toma a Cristo contigo, y vas a entender la Palabra». Esto es verdad.