¡Sí, yo sé lo que es sentir un dolor muy profundo! Sé también lo que es sentir la enfermedad tocar tu cuerpo, luchar y pensar que no lo resistirás. No piensen que porque escribo, predico la palabra de Dios y trato de hacer su voluntad, mi vida es un jardín de rosas sin espinas. Así como ustedes me toca enfrentar mis luchas y conquistar mis batallas. Pero, hoy he recordado algo que tengo que recordarle a todos ustedes también. Porque eso que estás pasando y que parece una herida de muerte, mañana será tan solo una cicatriz y más aún, se convertirá en el trofeo que te recuerde que superaste la prueba que se te presentó porque Dios estuvo muy cerquita de ti. Ese trofeo te recordará lo que es ver la gloria de Dios descender sobre tu vida.
Mientras escribo, no puedo evitar pensar en todos esos hombres y mujeres que la Biblia menciona. Ellos atravesaron el dolor, sintieron muchas veces deseos de morir y de borrarse del mapa; pero a la vez, sentían un fuego y una pasión arder en sus corazones. El amor profundo que sentían hacia Dios los motivaba a caminar la milla extra, porque sabían, al igual que Pablo, que ellos no habían sido diseñados por Dios para retroceder.
Cumplir con el propósito y la misión que Dios tenía para sus vidas era más importante que sus propios deseos personales. Era para ellos más importante cumplir el sueño de Dios, que dejarse llevar por la corriente. Aunque el enemigo los atacaba una y otra vez, aunque muchas veces eran señalados y les daban la espalda hasta las personas que ellos menos pensaban; ellos tenían claro que si Dios los respaldaba e iba al frente de ellos, harían proezas en su nombre. Mientras más pruebas y tribulaciones enfrentaban, más gloria de Dios descendía sobre sus vidas y sobre la de las personas que le rodeaban. Aún sus enemigos tenían que bajar sus cabezas, al ver el respaldo de Dios que nunca les dejaba quedar en vergüenza. El combate era a muerte y ellos estaban dispuesto a dejarlo todo a cambio de que el nombre de Dios fuera conocido y exaltado.
Quizás sería muy fácil para mí decirles, que este caminar es color de rosa. Pero no puedo dejar de ser sincera, este caminar es hermoso, pero hay batallas que enfrentar. Hoy más que nunca el enemigo sabe que le queda poco tiempo y está atacándonos con todo lo que puede. Humanamente sería bien fácil, rendirnos, tirarnos al suelo y exclamar que hasta aquí llegamos. Pero me niego, a permitir que Satanás gane el combate. No vale la pena rendirse, después que hemos recorrido tanto camino.
Yo he decidido que aunque sea con mi último suspiro voy a seguirle sirviendo, amando, adorando y haciendo lo que él que quiera que yo haga, pésele a quien le pese; y aún sufriendo lo que tenga que sufrir. Y créanme que estoy consciente de lo que les digo y escribo. Es por esto que sigo alabando a Dios con todas las fuerzas de mi vida. Porque él puso sus ojos sobre mí, porque él me amó primero y así como el salmista, una cosa he demandado a Jehová y es estar todos los días de mi vida en su presencia. Me siento persuadida de algo que estoy muy segura y que sé que ustedes también están seguros, y es: “que el que la buena obra comenzó en nosotros, será fiel en completarla y perfeccionarla”.
Yo les animo a que aún sin conocernos personalmente, oremos los unos por los otros. Que nos paremos en la brecha y seamos intercesores. Que sintamos el dolor del hermano, como si fuera el nuestro y que sintamos las alegrías y victorias de ellos, como si fueran las nuestras también. Dios no desea un pueblo dividido en iras, chismes y contiendas. Él no desea que utilicen su palabra para pelear contra nuestro prójimo. La lucha es contra las huestes y principados de las tinieblas, no contra nuestros semejantes.
Con todo mi corazón creo en un Dios que hace milagros, prodigios y maravillas. Que quita el dolor, la depresión, la amargura, los resentimientos y que hace a las personas nuevas, sin importar el pasado que hayan tenido. Porque Cristo nos ha encomendado que seamos canales de bendición, porque él vino a este mundo a salvar lo que se había perdido.
¡Luchemos juntos, apoyémonos en Dios! Que ustedes cuenten conmigo, pero sepan que yo también cuento con ustedes. Somos una familia grande y hermosa. Donde no existen las nacionalidades, razas, diferencias políticas y cosas que nos distancian. A nosotros nos acerca la sangre de Cristo. Somos hermosos y de gran valor a sus ojos. Si perseveramos y somos fieles a Dios, un día nos encontraremos disfrutando con Él de un paraíso indescriptible. ¡No abandonemos, avancemos sin detenernos! No importa si vamos a pasos agigantados o lentos, lo importante es que lleguemos. Esta es mi fe y sé que la de ustedes también
Extraido de la RED....Bendiciones
amados hermanos.
Cieloazul..