Ustedes son la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
Tampoco se enciende una luz para ponerla debajo de un cajón, sino sobre el candelero, y así alumbra a todos los que están en la casa.
Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
"Aquella luz verdadera..
Esta luz ilumina a todo ser humano de tal manera que no puede ser el mismo. Necesita cambiar.
Reforma significa cambio, renovación de la iglesia. Esta renovación no se trata de los edificios, de nuevos muros, alfombras, más luz o lámparas. No se trata de un cambio de guardarropa o de nuevo peinado. Aquí se habla de nosotros mismos en nuestro interior. Nosotros somos la iglesia y necesitamos ser alumbrada cada día con la luz de Cristo. Es así como los que fueron hombres y mujeres de avance y trabajo en la obra del Señor y ahora se encuentran ajenos a todo tipo de cambio, desanimados, cansados o pasivos, entienden que no pueden permanecer igual.
La renovación efectiva de la iglesia esta puesta en marcha, pero no surge de nosotros, sino de Dios. Dice Juan: "Aquella luz verdadera..." Esto es la muestra de que la luz del Amor de Dios debe iluminarnos para que se efectúe algo realmente nuevo.
¿Pero que es lo que hace ese amor? Hace que donde hay tinieblas, donde hay dureza, donde no puede existir perdón sino venganza y condenación, abunde la gracia y el amor. El juicio final de Dios sobre el ser humano es la muerte, la condenación eterna y la separación total de Dios y el ser humano, pero Dios decide tomar su lugar, llevar esa maldición y condenar a su hijo bajo la sentencia de la muerte “para que el ser humano no se pierda sino que tenga vida eterna". Este es el amor de Dios y estos son los efectos de la luz sobre las tinieblas.
Por eso es necesario que Dios ilumine nuestras vidas, para que seamos una lucecita en la noche infinita, luminares de su amor en el mundo por el cual él dio su vida.
La pregunta que nos hace el Espíritu Santo en su palabra es, si nosotros, los cristianos de hoy, estamos "brillando ante la gente"
Es necesario que examinemos nuestras relaciones hacia aquel que nos ama. Aquello de donde haces que dependa o cuelgue tu corazón y a lo que tu te entregas, eso es verdaderamente tu Dios"
Si no me equivoco, muy fácilmente, a nosotros nos atraen tres luces falsas o dioses falsos que nos distraen de "ver aquella luz verdadera"
A la primera, la denominamos la luz del dinero y las posesiones. El que ve esta luz, se sabe seguro, está alegre, tranquilo, como si se hallara en el paraíso, sin embargo, cuando esta luz se va desvaneciendo, comienza a vacilar, desesperarse, a dudar, como si no tuviera ningún Dios. Es el ídolo que arrojó Jesús del templo, porque ronda peligrosamente a nuestro alrededor y nos seduce con su luz.
La segunda luz es la de las obras, la fama y el prestigio. Es un ídolo muy ético, muy legalista y muy preocupado por el renombre. Es el mismo ídolo que Jesús rechazaba cuando los fariseos olvidaban que la misericordia, el amor, la necesidad de los demás eran prioridad. Es el ídolo que Pablo rechaza de la sinagoga que no permite que todos participen de la Santa cena. Es el ídolo que Lutero denunciaba en la práctica de las indulgencias.
La tercera luz es el poder. Es el ídolo más respetable que trataba, por un lado, de servirse de los poderes políticos y por el otro, de querer tener todo bajo control.
En el transcurso del tiempo los seres humanos, la iglesia misma, se ha expuesto a este tipo de resplandores, galanteando y utilizándolos y nadie puede negarlo. Estas tres luces son unas de tantas que se convierten en luces falsas cuando se les coloca por encima de "la luz verdadera"
Por esto pienso que nuestra iglesia, que cada uno de nosotros, necesitamos la luz que transforma nuestras mentes y corazones.
Es esta luz que ve que nos perdemos en las frías tinieblas y viene a iluminar nuestras tristes vidas, de tal manera que podemos arder del amor de Dios que irradia en nuestros corazones.
Todos podemos resbalar y andar por caminos peligrosos, pero no podemos apagar la luz del amor de Dios. Y dado que ese amor es eficaz y activo, creer en Dios significa al mismo tiempo creer en la renovación de la iglesia y de mi vida. Y porque él actúa en nosotros, no se puede apagar.