“No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder”
2.ª Timoteo 1: 3-8
J N Darby
En nuestras vidas pasamos por circunstancias en las que necesitamos esta exhortación de parte de Dios. Ésta tiene como finalidad sacar a la luz nuestras conductas carnales para que podamos guardarnos de ellas en virtud del poder del Espíritu. Recordemos que el Señor trata con nosotros tal como somos. En sus designios toma muy en cuenta las circunstancias en las que nos encontramos, lo que no haría, por ejemplo, la filosofía, que seguramente nos ubicaría en circunstancias diferentes.
Cristo no impide que pasemos por las pruebas y sintamos las múltiples preocupaciones cotidianas. En su oración de Juan 17, Él expresó: “No ruego que los quites del mundo” (vs. 15). El Señor nos deja en este mundo, y mientras estamos aquí sufrimos los inconvenientes propios de todos los hombres. No obstante, nuestra nueva naturaleza nos enseña que siempre debemos apoyarnos en Dios. A veces pensamos que por ser cristianos no tendríamos que pasar por las pruebas, o que al menos no deberíamos sufrir mientras pasamos por ellas. Esto no es lo que Dios tiene en mente para nosotros.
El cristiano «teórico» quizá vive plácidamente y con tranquilidad; él tiene libros muy finos y sabe cómo decir palabras agradables. Pero cuando Dios le interrumpe su tranquilidad, dicho cristiano adquiere una mayor conciencia de la problemática del mundo y de lo que significa estar inmerso en ella.
Además, cuanto más cerca estemos de Dios, por medio de la gracia, mayor comprensión tendremos de aquellos que cometen faltas. Cuanto más vivamos según nuestra posición de santos de Dios, tanto más apreciaremos la fidelidad y la ternura de Dios, y valoraremos que nosotros mismos hemos sido beneficiados por estas virtudes de Dios.
Observemos la vida del Señor Jesús. Consideremos, por ejemplo, lo que sucedió en Getsemaní. ¿Qué aprendemos? Aprendemos que Él nunca tuvo confusión alguna en su alma y que siempre mantuvo la serenidad. En todo momento veremos al Señor en perfecto equilibrio. Él siempre fue así. Pero, cuando leemos los Salmos, ¿no encontramos que ciertas cosas lo hacían sufrir en su interior? Ciertamente, los Salmos nos relatan claramente lo que sucedía en lo profundo de su ser. En los Evangelios, el Señor se presenta ante los hombres como testimonio vivo del poder de Dios. Cuando nuestro Señor hallaba en su camino todo aquello que podía perturbar a los demás hombres, Él permanecía junto a Dios en perfecta paz y podía decir con apacibilidad: “¿A quién buscáis?” “Yo soy” (Juan 18:4,5). ¡Qué paz! ¡Qué dominio! (La paz nos da dominio en medio de las dificultades). Cuando el Señor estaba en agonía y su sudor era como grandes gotas de sangre, esto no era placentero para Él en absoluto, y tampoco podía disfrutar de un bienestar interno. Él sufría en espíritu toda la intensidad de la prueba. Pero como Dios estaba con Él en todo momento, delante de los hombres podía mantener una perfecta calma.
No pensemos nunca que podríamos pasar por las pruebas, la angustia o el desaliento como si no tuviéramos sentimientos. “Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre” (Salmo 69:21). Ciertamente, el Señor sufrió todo esto profundamente. La espada penetró en su alma. El Señor podía decir: “El escarnio ha quebrantado mi corazón” (Salmo 69:20). Pero en lo que se refiere a pasar por la aflicción y el sufrimiento, hay una diferencia entre Cristo y nosotros. El Señor nunca vaciló entre enfrentar la prueba o tener plena comunión con Dios. Lamentablemente, no es nuestro caso. Nosotros necesitamos primero sentir nuestra debilidad, nuestra incapacidad para hacer algo por nosotros mismos, y recién entonces nos volvemos a Dios.
¿En qué circunstancias se hallaba Pablo cuando dijo: “Todos me desampararon”? Él no dejaba de confiar en Dios, pero al observar a su alrededor, en aquellos últimos días de su ministerio, su corazón se quebrantaba a causa de tanta infidelidad. El apóstol percibía que una inmensa ola de maldad estaba acercándose (capítulos 3 y 4 de 2.ª Timoteo) y que Timoteo quedaría solo, observando el peligro de tanta maldad a la par que sentía su propia debilidad. Por lo cual, temiendo que Timoteo fuera a tener un espíritu de temor, el apóstol le dice: “Te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti...1 Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios” (2.ª Timoteo 1:6, 7,8). Si tenemos espíritu de temor, esto no proviene de Dios, porque Dios nos ha dado espíritu de poder. Dios enfrentó el poder del enemigo en el terreno de la debilidad humana en la persona de Cristo, que ahora está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas.
“Participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios”. ¿Debemos participar de las aflicciones? ¡Sí! ¿No podemos hacerlo sin sufrir? ¡No! Debemos participar de las aflicciones sufriéndolas como hombres que somos, pero “según el poder de Dios”. Es lógico que sintamos la presión de las angustias y de nuestras debilidades. Pablo tenía «un aguijón» en su carne (2.ª Corintios 12). ¿Acaso Pablo no lo sentía? ¡Claro que sí, y lo sentía en todo momento! Además, este aguijón era «un mensajero de Satanás que lo abofeteaba». ¿Y qué decía el apóstol? “De buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades (en las cosas en las que era sensiblemente débil), para que repose sobre mí el poder de Cristo” (vs. 7 y 9). El poder de Dios a nuestro favor no disminuye el sufrimiento que sentimos, pero nosotros podemos «echar toda nuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de nosotros» (1.ª Pedro 5:7). Esto no significa que cuando le contemos a Dios lo que nos pasa obtendremos una respuesta inmediata. Daniel esperó durante tres semanas completas la respuesta de Dios2; pero, desde el primer día en que él había dispuesto su corazón para comprender y se había inclinado ante su Dios, sus palabras fueron oídas (Daniel 10). Lo que suele sucedernos, es que pensamos primero en el problema y en cómo resolverlo, antes de recurrir a Dios. Nuestro Señor nunca actuó así.
Él siempre se dirigía primero al Padre: “En aquel tiempo, Jesús respondiendo3 , dijo: ¡Gracias te doy, oh Padre...!” (Mateo 11:25 V.M.). Pero nosotros, ¡cómo nos cansamos mientras tratamos de andar en nuestros propios caminos!
“Por nada estéis afanosos” (Filipenses 4:6). Esto es fácil de decir, pero ¿cómo no preocuparse por el estado de la iglesia, por los problemas familiares y tantas otras dificultades? “Por nada estéis afanosos”. Todo aquello que nos preocupa provoca el cuidado de Dios a favor nuestro. Por lo tanto, debemos tener en cuenta todo el versículo: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”. Y observemos las benditas consecuencias: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (vs. 7). No se trata de que nuestros corazones deban guardar la paz de Dios, sino que la paz de Dios, la paz que Él mismo tiene, la perfecta estabilidad de todos sus pensamientos, es la que guarda nuestros corazones.
Además, cuando nuestras mentes están libres de preocupaciones, y la paz de Dios guarda nuestros corazones, Dios puede conducirnos a pensar en cosas sublimes. “Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros” (Filipenses 4:8 y 9). En momentos así, Dios es el compañero de nuestras almas; no sólo tenemos «la paz de Dios», sino también «el Dios de paz».
Cuando el creyente se entrega por completo a Dios, el Señor lo acompaña en medio de la prueba y guarda su mente en perfecta paz. El Espíritu de amor, el Espíritu de Cristo, estará con él siempre. En cambio, si sólo piensa en él, lo único que tendrá será un espíritu de egocentrismo.
J. N. Darby
1 Este pasaje establece una relación entre el ejercicio del don y el estado espiritual del creyente. “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía...” Por lo tanto no debemos desanimarnos aun cuando el estado de cosas que nos rodea sea tan triste. En Filipenses también encontramos una exhortación similar: “Y en nada aterrados por vuestros adversarios” (cap. 1:28 V. M.)
2 Es útil notar que Daniel 10:3 nos enseña que durante esas tres semanas Daniel estuvo afligido (N del T).
3Esta respuesta de agradecimiento y de amor del Señor Jesús para con su Padre, y la importante afirmación que leemos en el versículo 27 de este mismo capítulo, muestran que el Padre ocupaba el primer lugar en los pensamientos del Hijo, quien estaba soportando tanta contradicción y sufrimientos “en aquel tiempo” (N del T).
Traducido por Ezequiel Marangone
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