Buckminster Fuller, reconocido como una de las mentes más creativas de este siglo,
describió la “ley de precesión” como parte del proceso de establecer metas. La
precesión es el principio por el cual, al buscar una meta, invariablemente obtenemos
mucha más cosas. Lo importante no es el solo hecho de alcanzar la meta sino
aprender y perfeccionarnos en el proceso.
Es posible que Alfredo piense: “¡Pasé cuatro años en la universidad para conseguir
este miserable pedazo de papel!”. Lo que no advierte es que también conoció a
mucha gente, que aprendió mucho de sí mismo y que obtuvo muchas experiencias
que de otro modo no hubiera tenido. Lo importante no es el papelito, sino el recorrido
efectuado.
Si has decidido cruzar Europa caminando, comprar un Ferrari o iniciar una nueva
compañía, lo importante no es la caminata, el auto o la empresa sino el tipo de
persona en que tienes que convertirte a fin de lograr la meta.
Es probable que al perseguir tus metas adquieras mayor determinación, que refines tu
poder de persuasión, que aprendas acerca de la disciplina personal, que acrecientes
tu ímpetu, que aprendas a volar un avión, que logres una mayor seguridad en ti
mismo, que conozcas a la pareja ideal o que aprendas a elaborar cheques.
Los logros que obtengas al perseguir tus metas no tienen mayor importancia. Lo que
realmente interesa es “¿en qué te transformaste?”.
Cuando te empeñes por alcanzar una meta, vale la pena que recuerdes cómo operan
las cosas en este planeta. Nada se mueve en línea recta. Ninguna meta se alcanza
sin antes haber librado diversos obstáculos.